'Sacramento': la historia del cura orgiástico
El escritor Antonio Soler cuenta en su última novela la vida del cura Hipólito Lucena, el sacerdote malagueño que celebraba ritos sexuales en el altar
La España de posguerra siempre ha tenido el halo del hambre, el mito y un blanco y negro más oscuro que el que desvelan las fotografías, por aquello del recuerdo de la muerte. En esa España de provincia bajo palio, en Málaga en concreto, se murmuraba que un cura montaba orgías con feligresas y monjas en el sagrario. Un rumor callado ha recorrido las calles sobre esas prácticas intolerables que parecían tener la veracidad de quien dice ver un platillo volante en la noche cerrada de Valladolid. Pero no es así. Era verdad, tanto que hay una sentencia del Vaticano contra el cura.
Antonio Soler (Málaga, 1956) cuenta en su última novela, Sacramento (Galaxia Gutenberg), los detalles de un personaje tan oscuro, tan increíble como real, vívido: Hipólito Lucena. En ella, la verdad subyace a la ficción. Sacramento goza de un carácter «polifacético en el que se mezclan narración, ensayo, crónica y memoria». Entre las letras españolas contemporáneas más destacadas, Soler persiste con una voz elegante, léxico preciso y el poder de un gran personaje. Después de la potente y ‘joyceana’ Sur, la galardonada con el premio Nadal El camino de los ingleses o Apóstoles y asesinos se enfrenta al reto más difícil, hasta ahora, de su carrera literaria: contar cómo un cura, con una concepción ambigua de la fe, llevó a monjas y parroquianas a prácticas sexuales que, según les decía, les acercarían a Dios.
Para dejar clara la veracidad de los hechos, Antonio Soler elabora unas breves memorias al comienzo en las que cuenta el proceso que le permitió acceder a la información. Es más preciso señalar, en realidad, lo azaroso de la recepción de los datos y documentos que acabaron en sus manos. «La dificultad consistía en preservar la cohesión a pesar de aunar géneros literarios distintos», dice al otro lado del teléfono con su voz queda y serena. Esta estructura híbrida era «necesaria para entender con claridad el fenómeno que se produjo y en el medio en el que la historia se desarrolló». Como un detective de las letras se pregunta en «qué tipo de sociedad, qué tipo de país puede auspiciar» un hecho tan insólito como el que él mismo narra. ¿Qué era aquella España?
Lo real en Sacramento no se aleja de lo literario. Insiste en que «el hecho en sí no es una ficción, porque, si no se subraya que está basado en algo que ocurrió realmente, parecería que la mente calenturienta del autor habría volado más allá de lo creíble». Fue la casualidad la que lo llevó a los hechos desde un encargo para una revista cultural de Málaga que nunca llegó a aparecer, pero le dejó ya en los 80 la semilla de algo increíble por descubrir. «La primera noticia la tuve hace 30 años, me parecía todo demasiado extraño y llegué a pensar que quienes me dieron la primera información querían arremeter contra la Iglesia». «A lo largo de todo este tiempo —añade— los hechos coincidían con la información de las fuentes». La gravedad del asunto, y de su veracidad, se completa cuando la propia Iglesia decide condenar a 20 años de clausura a Hipólito Lucena. Soler señala que en los años 80 Alfonso Canales, abogado del Obispado de Málaga, además de Premio Nacional de Literatura, le confesó «que no se había condenado a un inocente».
«Solo muestro unos hechos que el lector tiene que juzgar porque el escritor no debe dar pie a moralejas o moralinas»
¿Cómo era Hipólito Lucena? Un párroco que seguía «una corriente iluminista con formas sacrílegas». Soler no olvida que, en el fondo, se trata de un ser humano perdido con el que le «cuesta empatizar» pero, aclara, que en ningún caso «emite un juicio». «Solo muestro unos hechos que el lector tiene que juzgar porque el escritor no debe dar pie a moralejas o moralinas». Hipólito ‘embaucaba’ a las mujeres a través de las confesiones para acabar manteniendo ritos sexuales con hasta 20 de sus feligresas, las llamadas hipolitinas. «Hasta el final de los días de Lucena lo visitaban y cuidaban» cuando regresó de su prisión eclesiástica. Convirtió a su grupo en auténticas devotas de sus actos y palabras. «En el altar que establecía, las mujeres tenían que meter la cabeza en el sagrario y después mantenía relaciones sexuales con ellas», explica. Soler habla incluso de lo esperpéntico de los sucesos, pero que la «diversidad de fuentes» acreditan lo verídico de esto. Se trata de una historia compleja, en fin, cuyo personaje es oscuro, ambiguo y «comprometido con la ética social». En el libro, Soler escribe: «No se mostraban apegadas a las banalidades de este mundo».
El fondo del retrato, esa Málaga de los cincuenta era un «país en el que los periódicos describían algo siniestro; una realidad paralela que se escribía entre el rigor de unos profesionales y las imaginaciones a lo Walt Disney». «Hablan de apariciones de platillos volantes en Paraguay, Valladolid o Houston, también leí una noticia en la que se explicaba que el jazz había perturbado mentalmente a 70.000 perros de California», relata con cierta risa de descrédito. «Eso afectó a la ciudadanía», concluye.
Antonio Soler habla con cierto desasosiego sobre la historia porque, como dice, detrás del abuso había un hombre: «Vi a un chico que entra en el seminario desde joven con aspiraciones que se van corrompiendo, y eso no es agradable». A lo mejor —prosigue— «le puede hacer gracia a los enemigos de la Iglesia» pero el escritor declara que no es amigo ni enemigo. Cuando se le pregunta que mire a Hipólito con solo con ojos de humano y no de escritor, Soler habla de «pena». Describe un cura que representaba parte del poder de la dictadura y que tuvo hasta cierto punto el amparo del cardenal Ángel Herrera Oria, con «mucha influencia en Madrid y en el Vaticano».
Literariamente uno de los retos ha sido la «reconstrucción de las confesiones entre Hipólito Lucena y sus hipolitinas». Es ahí, en lo oculto del confesionario, donde mana el trabajo más literario de este este juego entre ficción y estricta realidad. Le hace reflexionar sobre «las penumbras del ser humano, que es el tema central de la literatura». El fin de la narración son los últimos días de Hipólito recluido en casa con su hermana como una suerte de huella transparente en la ciudad. Con rumores de hijos perdidos, abortos y una lengua demasiado convincente, u oídos débiles, y un alma más oscura que blanca. «Las hipolitinas encontraron en él un refugio, era un líder como en las sectas que generaba obediencia tras un minucioso lavado de cerebro».
Los personajes de aquella España, tan en filtro sepia, tan lejanos, tan difíciles, pueblan páginas que aún no se han escrito. Desde lo escabroso a lo pusilánime de quienes sí dejan de lado la memoria, Antonio Soler mira para atrás para encontrarse con lo que parecía invisible, como una pesadilla de aquellas que se diluyen a medida que avanza la mañana, pero esta no se olvida.