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Cultura

Carlos Granés: «En Latinoamérica estamos viendo la misma división que en los años 20»

El ensayista colombiano dialoga con David Mejía sobre ‘Delirio americano’, el libro donde disecciona las relaciones entre política, arte y poder en Latinoamérica

Carlos Granés (Bogotá, 1975) es doctor en Antropología Social y ensayista. Entre sus obras destacan El puño invisible (Taurus, 2011), un ensayo sobre las vanguardias por el que recibió el Premio internacional de ensayo Isabel Polanco en 2011, y Salvajes de una nueva época (Taurus, 2019), donde analiza las tensiones entre el arte, el capitalismo y la ideología en la actualidad. Recientemente a publicado Delirio americano (Taurus, 2022), un monumento que disecciona las relaciones entre política, arte y poder que han marcado la historia de Latinoamérica desde 1895 hasta nuestros días. 

P: ¿Por qué empleas la palabra «delirio» para definir el largo siglo latinoamericano?

R: Una vez leí una frase de Alexis de Tocqueville que me llamó la atención: decía que algo que podía ser virtud en un escritor, en manos de un político podía resultar peligroso. Y esa frase me quedó sonando como una posible explicación para lo que había pasado en América Latina. El delirio en manos de un artista puede producir grandes obras de arte, en manos de un político puede animarlo a encauzar proyectos políticos demasiado arriesgados, y creo que ese ha sido uno de los dilemas latinoamericanos: el afán desmedido por el ideal, por lo inalcanzable, por la utopía, ha conducido a grandes obras de arte y a cataclismos políticos en los que reincidimos con preocupante frecuencia.

P: Entonces diríamos que en este largo siglo que glosas, Latinoamérica ha tenido un sobresaliente en términos culturales y un suspenso político; no ha sido un alumno muy aplicado en todos los frentes.

R: No hay duda de que la poesía latinoamericana, la plástica latinoamericana, la narrativa latinoamericana han ocupado un lugar en el mundo importantísimo desde principios de siglo -sin ir más lejos, con Rubén Darío- y de ahí en adelante con Neruda, Vallejo, Huidobro. Y la generación posterior de narradores es impresionante. Sin embargo, los proyectos políticos que han surgido de América Latina, los proyectos claramente latinoamericanos, como el del PRI en México, el de Perón, el aprista en Perú, han sido mucho menos exitosos y a los pocos países que han importado estas ideas políticas no les ha ido del todo bien. Son proyectos que en lugar de resolver problemas los crean, generan conflicto allí donde antes no lo había. 

P: Divides el libro en 3 etapas diferentes: la primera va de 1895 -la muerte de José Martí- hasta 1930; después de 1930 a 1960, y de 1960 a nuestros días. ¿Cuáles son los los ejes fundamentales cada una de estas etapas?

R: Cada una está marcada por un acontecimiento político muy importante que tuvo grandes consecuencias en América Latina. La primera etapa está marcada por la guerra hispano-estadounidense que marca el final del periodo colonial español y supone la llegada de una nueva presencia imperial amenazante para América Latina, que es Estados Unidos. Esto genera un cataclismo, no solamente en el campo político, sino en el cultural: la poesía que se hacía hasta ese momento era bastante escapista, era preciosista, no tenía mucho contacto ni con la realidad latinoamericana ni mucho menos con la política latinoamericana. A partir de la aparición de esta amenaza imperial yanqui los poetas empiezan a poner un pie en la política, bajan de la torre de marfil y se empiezan a untar de preocupaciones mundanas. Y de ahí en adelante, el resultado es un giro americanista: la poesía latinoamericana que estaba muy preocupada por Grecia, por el pasado clásico, por los mitos nórdicos, por cualquier tema que no fuera americano, se hace completamente americana. La vanguardia se suma a esta empresa poniendo particular énfasis en el personaje vernáculo de las distintas regiones de América Latina. Entonces empiezan a crearse movimientos poéticos muy particulares, mezclas de futurismo con reivindicaciones negristas, andinistas o criollistas; el gaucho, el tupí, el quechua hablante empiezan a ser protagonistas de nuevas formas plásticas y poéticas. Eso es una novedad que cambia por completo el quehacer artístico del continente, y se explica por la amenaza a la identidad Latina producida por la aparición del imperio Yanki.

Carlos Granés. | Imagen: Carmen Suárez.

P: ¿Dirías que en ese momento conviven, por un lado, un rechazo a lo hispano esa vuelta al indigenismo, y por otro lado una nostalgia de lo hispano provocada por la amenaza anglosajona?

R: Hay dos momentos: a partir de 1898, quienes antes habían denigrado lo español por ser el imperio, empiezan a darse cuenta de que hay muchas simpatías y muchos elementos en común entre lo latino y lo español y sobre todo en contraste con lo sajón. De pronto, la posibilidad de que América Latina se sajonice, hace que se vuelva a buscar el vínculo con España, con lo hispánico, sobre todo con la religión católica y con ciertas tradiciones españolas; un cordón sanitario que impide el paso del pragmatismo y el utilitarismo sajón. Hay una enorme nostalgia, y eso dura unos años. Después de la reforma estudiantil de Córdoba en 1918 y la aparición del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) en 1924, empieza a haber una redefinición de lo que puede ser América Latina y una serie de pensadores rompe con España y dice lo que nos unifica como comunidad humana y lo que nos diferencia de lo sajón no es el catolicismo ni el legado hispánico, sino el elemento indígena. El personajes vernáculo raigal es lo que verdaderamente nos constituye como latinoamericanos. Incluso se deshacen del concepto de Latinoamérica y empiezan a hablar de Indoamérica. Y eso supone una fractura tremenda en el campo político, en el campo cultural y en el campo social. De un momento para otro, América Latina que mantenía cierta coherencia en cuanto a su antisajonismo y su latinoamericanismo -su intención de convertirse en proyecto continental- se escinde en quienes ven que América Latina debería mantener un vínculo con España y quienes que no necesita a España, pues su esencia se constituye a partir de los personajes raigales: el gaucho, el indígena, el negro, el campesino, el cholo, el mestizo.

P: ¿Y por qué importa 1930?

R: 1930 importa porque es el momento en el que el crac del 29 debilita a las oligarquías tradicionales en América Latina y da la opción a que personajes de otros ámbitos, sobre todo del militar, produzcan grandes revoluciones en el continente y haya un reordenamiento de las élites. Entre el 30  el 31 llegan al poder Getulio Vargas en Brasil, Sánchez Cerro en Perú, Uliburu en Argentina, Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador, Jorge Ubico en Guatemala, Trujillo en República Dominicana. En todo el continente el poder cambia de manos; hay una reorganización de las élites.

P: Y en ese momento la revolución es algo de derechas fundamentalmente.

R: Hoy en día se ven todos como golpes de Estado, pero todos estos militares justificaron el cambio de mando como una revolución, y a todas les pusieron «revolución libertadora», por ejemplo; siempre usaban la palabra revolución. En general, eran movimientos caudillistas nacionalistas autoritarios, y de estas revoluciones, el resultado político casi sin excepción fueron gobiernos muy de derecha, algunos explícitamente fascistas, o aliados con partidos fascistas, y con Mussolini como referente. Fue el momento de las revoluciones nacionalistas en América Latina. Todas ellas se encuentran con que la cultura ya tenía estas preocupaciones, la cultura ya se había preguntado por la identidad nacional, incluso por las identidades regionales: cuál es el ADN de América Latina, cuál es su esencia identitaria. Y en Argentina unos habían dicho que el gaucho, en la región de Puno de los Andes habían dicho que el indio serrano, quechua hablante, y en el Caribe dijeron que era el negro. Esas preocupaciones culturales estaban ahí y estos caudillos simplemente se montan en el mismo carro y aprovechan toda la cultura nacionalista, en algunos casos para darle una fachada progresista a sus gobiernos.

«El Che Guevara sí se definía comunista pero su idea del foco desmentía por completo las etapas del leninismo»

Carlos Granés

P: ¿Cómo funciona esa tensión entre la identidad colectiva latinoamericana y la identidad nacional?

R: Digamos que hubo proyectos en efecto latinoamericanistas, todo el arielismo, lo que inventa José Enrique Rodó en 1900, era un proyecto continental y a esto se viene a sumar el APRA que también tiene un proyecto continental americanista, aunque fueron muy distintos el uno del otro. Pero poco a poco ese sueño latinoamericanista se viene a fragmentar debido a la reivindicación del personaje vernáculo de cada región. Por ejemplo, Pedro Figari, un pintor uruguayo que empieza a pintar sobre al personaje vernáculo de la región rioplatense, está convencido de que el ADN de América Latina es el gaucho y de que las virtudes del gaucho son las que deben constituir la identidad latinoamericana. Pero exactamente lo mismo están diciendo los sandinistas, que las virtudes más sólidas de América Latina provienen del indígena de la sierra. ¿Pero qué tiene que ver un indígena con un negro caribeño? La sensibilidad y los valores son muy distintos. Entonces el gran proyecto de unificación continental empieza a quebrarse y a fragmentarse precisamente por las reivindicaciones locales, regionales y nacionalistas. Y el resultado es que el gran sueño de unidad se va deshaciendo.

P: Hay un momento, sobre todo a partir de la revolución cubana, donde la palabra revolución adopta un cariz de izquierdas, dentro de que el comunismo tampoco había sido una cosa fuerte en Latinoamérica, aunque ahora lo relacionamos mucho con Latinoamérica. ¿Cómo se produce este giro y qué importancia tiene la presencia o la intervención de Estados Unidos, más o menos explícita, en tantos procesos electorales? Pienso en el caso de Guatemala, por ejemplo.

R: Sí, en efecto, hasta 1960 había comunismo en América Latina pero era un fenómeno marginal. En 1932 en Chile hubo una República socialista que duró 12 días antes de ser asediada y socavada. Después el proceso duró hasta los 100 días, pero fue una cosa anecdótica. En Brasil hubo movimientos comunistas venidos del Ejército: el Partido Comunista lo fundan militares y hubo cierto levantamiento, pero no tuvieron mucho protagonismo. En El Salvador hubo un levantamiento comunista en el 32 que es masacrado. En realidad ,sí hubo comunismo pero fue marginal. La gran revolución triunfante de esa época fue la sandinista, y Sandino estaba muy alejado del comunismo, era más bien un arialista católico y hasta hispanista, casi conservador; estaba alejadísimo del marxismo. Hubo poco comunismo en América Latina y el que hubo no tuvo mucha influencia. En los años 20 se crearon partidos comunistas pero no eran la amenaza que se cree en realidad. En Guatemala tampoco lo era; Jacobo Árbenz y su antecesor Arévalo hicieron reformas pero eran más bien el tipo de acciones políticas que llevaba a cabo el nacionalismo de izquierdas, no el marxismo. A partir de la revolución cubana, y sobre todo a partir del intento de invasión de Bahía de Cochinos, la cosa cambia dramáticamente. Ahí sí las declaraciones de Fidel Castro vinculando la revolución cubana con la Unión Soviética cambian la mentalidad y le dan una legitimidad al marxismo que antes no había tenido.

Carlos Granés y David Mejía. | imagen: Carmen Suárez.

P: Porque Castro no era un comunista.

R: Castro no era un comunista. Raúl, su hermano, y el Che Guevara sí, eran marxistas. El Che Guevara sí se definía comunista pero su idea del foco desmentía por completo las etapas del leninismo las desmentía por completo. Era más bien una mezcla de comunismo con voluntarismo, y con idealismo típico del arielismo latinoamericano. Esta idea de que un puñado de hombres con diez fusiles podía ser la vanguardia que detona una revolución no es ni marxismo, ni leninismo, eso es foquismo guevarista, que es otra cosa. Es una idea muy delirante, muy de aventurero utópico, mucho más latinoamericano que cualquier marxismo clásico. Esa idea, además, fue un fracaso total allí donde se aplicó. La única vez que funcionó fue en Cuba y no precisamente por el foco guerrillero sino por que Cuba entera estaba harta de Batista y hubo mucha solidaridad de parte de la sociedad civil. La teoría del foco fue un fracaso suicida, produjo una cantidad de muertes estúpidas a lo largo y ancho del continente. Pero sí, después de que Castro vincula la revolución cubana al comunismo, el marxismo se populariza de una forma brutal en América Latina, y la izquierda ya pierde ese componente nacional popular y surgen las guerrillas marxistas. 

P: ¿Y por qué el lugar donde mayor carnicería han provocado estos movimientos ha sido en Centroamérica? ¿Qué ha sucedido allí para que haya tal concentración de violencia?

R: Porque en Centro América el centro político desapareció, fue aniquilado casi que intencionalmente tanto por la extrema derecha como por la extrema izquierda. Los partidos de izquierda moderada fueron asesinados, masacrados. Surgen guerrillas en Guatemala, pero en El Salvador es un fenómeno más tardío, y la amenaza marxista-comunista hace que la derecha se arme inmediatamente, y surgen grupos paramilitares, grupos de exterminio que empiezan una guerra sucia que convierte a El Salvador y Guatemala en campos de combate atroces. Tanto así que ni siquiera se habla de lucha de guerrillas, sino de guerra civil, porque había dos bandos enfrentados, ninguno respetaba ningún tipo de reglas de juegos y los dos eran asesinos. El clima fue atroz, fue irrespirable, y todo eso se tuvo que solucionar con procesos de paz, como si se estuviera poniendo punto final no a una zona guerrillera, sino a un conflicto civil. Pero la causa fue, sobre todo, la imposibilidad de garantizar la existencia de un centro político. Centroamérica es el ejemplo de lo que puede ocurrir cuando en una sociedad deja de haber centro político y todo queda en manos de dos extremos, ambos armados, y ambos sintiéndose legitimados para exterminar política o físicamente al otro. 

P: En este caso, Cuba funciona como una referencia para ambos lados: como lo que hay que evitar y lo que se puede lograr. ¿Qué cambia en el perfil latinoamericano en los años sesenta, cuando la Cuba comunista existe como realidad y aspiración?

R: Cuba vuelve a despertar el sueño americanista, de unidad latinoamericana. Sobre todo en los primeros años, cuando se cree que el ejemplo cubano puede servir para un tipo de Gobierno socialista a lo caribeño o a lo americano, es decir manteniendo ciertas esferas de libertad. Eso entusiasma muchísimo, y además coincide con un movimiento cultural que logra unificar al continente, que es el Boom Latinoamericano. A diferencia de la vanguardia de los años 20, que regionalizó y fragmentó el continente, el Boom Latinoamericano lo unir volvió a unir, buscando ciertos elementos comunes a lo latinoamericano que se veían en estas novelas. Entonces hay cierta euforia de que América Latina tiene un norte que es Cuba, tiene una cultura riquísima que es el Boom, y por lo tanto puede unificarse. Esa ilusión dura unos años, pero en el 68 ya empieza esto a ponerse en duda, cuando Castro apoya la invasión a Checoslovaquia. Esto es una sorpresa para la izquierda latinoamericana, porque se esperaba que Castro se distanciara de una invasión imperial. También empieza la persecución a los homosexuales en Cuba, en especial al grupo El puente, que son jóvenes influenciados por los beatniks, y acaban en campos de concentración. Eso ya empieza a generar sospechas y a agrietar la fe ciega que se tenía en el régimen cubano. Después llega el caso que hace que todo vuele por los aires, el caso Padilla: el encarcelamiento arbitrario de un poeta por lo que escribía en sus poemarios y por las ironías que soltaba con respecto a las bondades de la revolución. Esto ya pone en guardia a mucha gente, que dice que aquello que creíamos compatible en Cuba, socialismo y libertad de expresión y creación, no lo es. No es compatible y hay que tomar partido, ¿seguimos apoyando, el socialismo o la libertad? Y hay muchos que optan por la libertad y rompen con Cuba. Es el momento donde el idilio se acaba.

P: Es el caso de Mario Vargas Llosa.

R: Es el caso clarísimo de Mario Vargas Llosa, pero también de otros y no solamente latinoamericanos. Es el momento en el que Susan Sontag, por ejemplo, se aleja de esta utopía que empieza a mostrar un lado oscuro. 

P: Sin embargo, el relato del desengaño respecto a Cuba no ha sido ni mucho menos predominante. A mediados de los años noventa vemos el surgimiento de los zapatistas en México y Chaves gana la elecciones en el año 99 dando comienzo a un régimen que dura hasta ahora. ¿Cómo funcionan estos movimientos y cómo se articulan?

R: Sí, a pesar de que mucha gente decía que Cuba era un fracaso económico, la isla está convertida en una cárcel, sin contacto con el exterior, Castro seguía siendo un símbolo importantísimo de América Latina. Uno lo veía cada vez que había una Cumbre Iberoamericana; el protagonista siempre era Castro, quizás porque además es el único líder que ha permanecido durante muchas décadas. Y seguía siendo un símbolo anti-imperialista y anti-yanqui, y eso hasta el día de hoy tiene mucha importancia en América Latina. Sigue despertando pasiones, sigue siendo respetable, sigue congregando voluntades, y eso se desliga de la realidad cubana. Como símbolo, Castro funciona hasta el día de hoy. Y claro, ha servido como símbolo a toda una cantidad de proyectos que han venido después: el del neozapatismo, claramente, aunque ahí estaba más el Che Guevara como símbolo.

P: Sobre todo en la estética

R: Sí, sobre todo en la estética y porque el neozapatismo jugó a la guerrilla, jugó al foquismo, jugó a repetir la hazaña guevarista. En cambio, Chávez sí fue un fidelista consumado. Chávez no tuvo que dar una lucha de guerrillas, ganó el poder de forma legítima y ya en el poder le resultaba mucho más inspiradora una figura institucional como Castro que un guerrillero como Guevara.

Imagen: Carmen Suárez.

P: Esto me hace pensar en Perón; una de las cosas que dices en el libro es que el populismo es una invención genuinamente latinoamericana. 

R: Digamos que hay una versión genuinamente latinoamericana. El populismo se ha dado en muchos lugares, pero la versión claramente latinoamericana fue la que inventó Perón entre 1945 y 1946. Ese es el momento claro en el que el fascismo es derrotado en Europa. Después de la Segunda Guerra mundial el fascismo queda deslegitimado, pero América Latina está llena de fascistas en esa época; todas las revoluciones que suben al poder en el 30 tienen a Mussolini como referente. Después de la Segunda Guerra mundial muchos de estos regímenes son arrasados, viene una ola democratizadora que se lleva por delante a todas las dictaduras que llevaban 14-15 años en el poder. Caen los militares en la Argentina, cae Getulio Vargas en Brasil, cae Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador, caen casi todos. Sobreviven Trujillo, Somoza y poco más. ¿Pero eso significa que estos militares se han convertido en demócratas liberales? Desde luego que no, siguen siendo lo que habían sido antes, es decir, caudillos nacionalistas muy de derecha. Pero ahora no tienen más remedio que reciclarse en demócratas, no tienen más remedio que quitarse los uniformes militares, ponerse corbata e ir en busca del electorado, y es lo que hacen Getulio Vargas en Brasil y Perón en Argentina. Ambos ya habían dejado muchas semillas sembradas: habían establecido complicidades con el sector trabajador a través de los sindicatos. Aprovechan esa baza en unas elecciones, ganan, y ya dentro de Palacio, dentro de las instituciones, es donde empieza su actividad corrosiva, su intento de demoler las instituciones. Antes del golpe se decía: de la calle hacia el Palacio. Ahora no, el golpe se va a dar dentro de Palacio, dentro de las instituciones, buscando triquiñuelas legales que permitan cooptar las tres ramas del poder. 

P. Y eso hizo Perón. 

R. Lo hizo de una forma clarísima: encontró en la Constitución un artículo que le permitía echar a los jueces por malas prácticas. ¿Y cuáles son las malas prácticas que él pone sobre la mesa para justificar su destitución? El haber avalado los golpes militares del 30 y del 43 en los que él mismo había participado; echó a los jueces por avalar su propia conducta, sus golpes. Él se queda entonces con las 3 ramas del poder, y el paso inmediato que sigue es una nueva Constitución. Y el primer artículo que ataca es el 77 que impide la reelección. Entonces ya queda con tres ramas del poder en sus manos y con la posibilidad de reelegirse. Acto seguido empieza a peronizar la sociedad. Peroniza la educación: los niños dejan de aprender a escribir con las frases típicas de «mi mamá me ama« y empiezan a leer con «Eva me ama», «Todo el mundo ama a Perón». Peroniza las instituciones, las iniciativas sociales, los clubes deportivos, las universidades; peroniza las atracciones infantiles (parques infantiles donde los juegos tienen nombres de referencia a hitos del peronismo). Evidentemente se apropia de todos los medios de comunicación; a los pocos que sobreviven les corta el papel, que es una táctica que sigue hasta hoy en día: al medio opositor lo asfixias cortándole el suministro de papel. Eso se lo inventó Perón y eso siguen haciendo hoy los populistas. Inventó una forma de cooptar el poder y después de generar un consenso forzado de toda la sociedad: quisieras o no, allí donde transitaras no respirabas oxígeno sino peronismo. Incluso la Constitución: las máximas del justicialismo las convierte en máximas constitucionales, luego ir en contra del justicialismo o del peronismo era ir en contra de la Constitución y por lo tanto de Argentina. Ser antiperonista se convierte en ser antiargentino; a ese nivel de consubstanciación entre los símbolos, las instituciones y el líder se llega que hace imposible criticar una idea o un personaje sin estar convirtiéndose en un antiargentino. Ese es el éxito del populismo. 

P: ¿Qué relación tiene el PRI en sus métodos y su manera de funcionar con el peronismo? 

R: El PRI es un fenómeno distinto, es un fenómeno claramente mexicano, es el resultado de la Revolución Mexicana, y es la creación, sobre todo, de Plutarco Elías Calles. La Revolución Mexicana fue un estallido social que empezó como una reivindicación liberal en contra de Porfirio Díaz, pero abrió una caja de Pandora de la que surgieron todo tipo de reivindicaciones, desde pequeñas rencillas, hasta por reformas agraristas. Era tal el caos que Plutarco Elías Calle decide juntar a los caudillos sobrevivientes e integrarlos en un solo partido. Y ese único partido va a ser una mezcla de muchas cosas, va a tener un principio liberal -que era el original de Madero- que era la no reelección, pero va a tener elementos claramente nacionalistas y autoritarios, por ejemplo, que el presidente de turno durante seis años va a poder hacer lo que quiera, va a ser un pequeño rey, va a poder incluso elegir a su sucesor, va a garantizar no solamente su potestad durante su tiempo sino su inmunidad posterior. Y a esto también se unen iniciativas de la revolución: reforma agraria, laicidad, una importancia notable de la población campesina y la población indígena. Lo que sale de esta mezcla un sistema muy particular, que es muy nacionalista por un lado, pero abierto a migrantes del exterior. Es muy popular, muy reivindicativo con lo popular, y sin embargo crea una nueva casta de políticos todopoderosos, una nueva élite – la priista- que domina por completo el país. Y se finge que hay pluralidad política, cuando en realidad el único partido con opción de gobernar es el PRI. No hubo terror ideológico, es decir no hubo el tipo de terror que se vive en el estado fascista o en el estado comunista, y sin embargo la libertad de expresión estaba bastante restringida por el PRI, no tanto mediante coacciones, sino cooptaciones. El PRI fue muy inteligente en eso, cooptó a todo el mundo, lo incorporó al sistema para generar complicidades. Y también incluso financiaba a sus opositores y a sus críticos. Era una forma de Gobierno muy particular, totalmente blindada, con un aspecto popular democrático, reivindicativo, y con prácticas sumamente autoritarias, sumamente elitistas, y con un sistema de partido único que duró muchísimo tiempo. EL PRI fue algo estrictamente mexicano, un modelo no se importó a ningún otro lado.

«La teoría del foco fue un fracaso suicida, produjo una cantidad de muertes estúpidas»

Carlos Granés

P: ¿Dirías que López Obrador, actual presidente de México, engarza mejor con la tradición peronista? 

R: Yo creo que sí; AMLO tiene una cosa mesiánica también, él quiere ser un hito revolucionario en la historia mexicana, que después de su mandato la historia de México cambie. Pero lo que estamos viendo es que repite tics claramente populistas: un enfrentamiento constante con la prensa, hostilidad hacia todos sus opositores y críticos. Pretende reemplazar al emisor de noticias; se convierte en la persona que le dicta la agenda a los medios en México. Y está haciendo algo muy arriesgado, que es darle protagonismo al Ejército en la vida pública, con la concesión del tren Maya; quiere asegurar ese proyecto dándole concesiones al Ejército, algo que en México es muy arriesgado.

P: ¿Por qué? 

R. Porque después de la revolución se acaba el tiempo de los caudillos armados y entra el tiempo de los abogados, de los despachos, de que todo se resuelva con gente encorbatada y no armada. Ahora los militares vuelven a tener cierta visibilidad o cierta participación pública, lo que es muy riesgoso. El gran obstáculo para los proyectos populistas latinoamericanos en México es esa máxima de no reelección, que es un principio muy arraigado. No creo que AMLO logre saltar ese obstáculo. Si lo lograra, estaríamos ante un calco del peronismo, estaría AMLO mucho más cerca de Perón que de Calle o de cualquier otro caudillo priista.

P: ¿Cuál es tu perspectiva sobre el futuro de Latinoamérica? ¿Dónde crees que va a ir o donde crees que debería ir?

R: Hay motivos para no ser optimista, para mirar con cierto desencanto lo que está ocurriendo. Sobre todo porque estamos viendo la misma división en grandes bloques que se dio en los años 20. Hay un bloque más hispanizado, más abierto al comercio internacional, que podríamos llamar «neoliberal»; un nacionalismo autoritario elitista y en contacto con el evangelismo. Por otro lado, tenemos bloques con reivindicaciones populares vernáculas que empiezan a hablar de multinacionalidad o plurinacionalidad, que vuelven a buscar en el campesino de la Sierra o en el indígena mapuche los símbolos de la identidad nacional. Tienen políticas económicas proteccionistas, tienden a cerrar mercados y a prohibir la privatización de los recursos. 

P. De nuevo, el centro se encoge. 

R. Sí, el centro político se difumina y solamente tenemos dos bloques muy radicalizados y enfrentados. Lo vimos en Chile, cuando en la segunda vuelta las opciones eran Kast, un personaje con nostalgias dictatoriales, antiinmigración, con ideas delirantes de fosos para prevenir la migración, cuya única promesa es mantener el modelo económico de apertura que venía en la tradición chilena de los últimos años. Y por el otro lado estaba el Frente Amplio del Partido Comunista, con propuestas que en su momento eran muy radicales como la plurinacionalidad o la nacionalización de los recursos naturales. Era un escenario bastante polarizado; los partidos moderados de centro izquierda y centro derecha habían desaparecido por completo. Ahora Boric ha intentado centrarse, pero algunos comentaristas dicen que es para poder aprobar la constituyente, pero que después va a radicalizarse. La moderación puede ser algo estratégico o puede que no. Yo no sabría qué decir, pero hay que tener en cuenta que lo crucial en Chile no es el Gobierno de Boric sino la constituyente. Y lo mismo ocurrió en Perú: en la segunda ronda se enfrentan Keiko Fujimori, un personaje similar a Kast: cree en la apertura económica pero tiene tics autoritarios, tiene una vinculación directa con un pasado dictatorial y pertenece a una élite económica a la que representa. Y por el otro lado estaba Pedro Castillo, que era todo lo contrario: un personaje que sale de la Sierra, quechua hablante, y que hace unas reivindicaciones populares más propias de ese bloque nacionalpopulista de los años 20. Y en esa situación nos estamos encontrando en Colombia, donde se puede repetir ese escenario. Y en Brasil también puede repetirse ese escenario, depende de la versión de Lula que nos encontremos en las elecciones. Así que podemos vernos nuevamente en escenarios donde haya que elegir entre una izquierda radical o una derecha radical.

P: Bueno te emplazo a que volvamos a tener esta conversación, porque no hemos hablado tanto como me hubiera gustado de la parte cultural, pero recomiendo a todos que acudan al libro, donde van a encontrar mucha más información de la que hemos podido compartir aquí. Y por último quería preguntarte a quién te gustaría que invitáramos a ‘Vidas Cruzadas’.

R: Pues me gustaría que invitaras a uno de los personajes de mi libro. Muchos ya están muertos, pero hay muchos que aún viven. Me gustaría invitar a Mariana Enriquez, una escritora de la última generación que menciono. Es una escritora argentina que ha sabido reconstruir la historia latinoamericana, y sobre todo sus puntos más oscuros, de una forma muy original, apelando a alimentos góticos y siniestros que permiten volver sobre ciertos aspectos, como las dictaduras, desde un ángulo muy distinto, muy novedoso. Es una forma muy original de servirse de los traumas latinoamericanos para hacer gran literatura. 

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