Santiago Loza, el escultor de universos frágiles y de criaturas rotas
Santiago Loza publica ‘El hombre que duerme a mi lado’ (Paripé), mientras se presenta en el Teatro Español de Madrid ‘El mal de la montaña’
Una mujer rumia su odio y su bronca. Atrás ha quedado su vida, su casa, sus plantas, su única amiga, o, quizá, no tan amiga. Mientras el bus atraviesa la noche, desde su pueblo hasta la gran ciudad, su furia se hace nítida y el lector ingresa en la oscuridad de su ser. Al despertar, de día, la recibirá Daniel, la amable y cálida pareja de su hijo, quien la cuidará mientras ella se recupera de una dolencia. Pero, ¿cuál es la verdadera enfermedad de Nelly? ¿Celos? ¿Enfado? El hombre que duerme a mi lado (Paripé) acaba de ser editada en España. Santiago Loza (Argentina, 1971) es, además de narrador, cineasta (Extraño, La invención de la carne, La Paz, Si estoy perdido no es grave y Breve historia de un planeta verde) y uno de los dramaturgos más versátiles y representados de la escena hispanoamericana. El mal de la montaña se encuentra actualmente en cartel en el Teatro Español, interpretada por un elenco talentoso de actores y dirigida por dos de ellos, Francesco Carril y Fernando Delgado-Hierro.
«Me siento un poco periférico a partir de lo que escribo», dice Loza a THE OBJECTIVE desde su casa en la ciudad de Buenos Aires, donde se mudó hace más de dos décadas desde la provincia argentina de Córdoba. ¿Cuánto conocemos realmente a la persona con la que dormimos? ¿Cuánto conocemos a la persona que nos engendró? ¿Qué ocurre cuando alguien está estancado en un dolor o en una emoción muy profunda? El hombre que duerme a mi lado, la novela que fue publicada por primera vez en 2017, cuenta con una nueva edición. «La escritura de Santiago Loza nace en los labios. Como si cada uno de sus personajes fuera antes que nada una voz. Una voz tejiendo un cuerpo que se dice para existir», escribió Pablo Messiez, uno de los máximos exponentes de la escena española, y quien ha llevado la obra de Loza a las tablas.
Pregunta: En tu nueva novela aparece una idea incómoda y pocas veces abordada, no solo en la literatura, sino en la vida, como una especie de tabú, que son los rencores de una madre hacia un hijo. Uno de los grandes temas de la literatura es precisamente la tensión inversa.
Respuesta: Sí, es un tabú. Pienso que se está revisando mucho el concepto de maternidad. Empecé a escribir esta novela desde la voz del hijo y había algo que no funcionaba. Sentía que necesitaba animarme a escribir desde la madre. Fue esa situación, la de ser tomado por esa voz, y de ser tomado por esa catarata de palabras, cuando empezó a funcionar. Y también escribir desde este personaje, con cierto humor, desde un cuerpo que está jaqueado, un cuerpo deteriorado.
P. Tus textos, tu teatro o El hombre que duerme a mi lado, por ejemplo, son discursos polifónicos. ¿Cómo construyes estas voces? ¿En tu universo creativo aparece primero la trama o las voces?
R. Suele aparecer primero la voz, algunos decires. Y, después, aparece la trama. En este caso sí apareció desde el inicio una marca del policial doméstico o berreta [adjetivo que podría traducirse como cutre]. Las tramas aparecen después, casi como que van decantando solas. En mi trabajo en el cine, como es más costoso, uno planifica más la trama o discute con otros guionistas. Una de las cosas que difiere el teatro de la narrativa es que, por más que sean novelas cortas, estás escribiendo y conviviendo con esos materiales que a veces se estancan, a veces vuelven y se pueden modificar más las historias.
P. En El mal de la montaña y en tu nueva novela aparece, con mayor o menor intensidad, el mal, es decir, distintas exploraciones sobre esta naturaleza. ¿Qué encuentras aquí?
El mal me fascina y me repele. También pienso en otra obra que escribí como Matar cansa, obras que dentro de lo que escribo son más crueles. Me metí en zonas más complejas. Antes pensaba que no podría escribir sobre personajes que hicieran daño, pero después, con el tiempo, me di cuenta de que uno puede, porque la posibilidad de hacer daño es inherente a cualquiera. A mí siempre me interesó desentrañar el dolor, el malentendido, el prejuicio –propio o ajeno–, el equívoco. Siempre dudo si existe algo en estado puro, pero si algo se llama mal, provoca una fascinación y rechazo y uno intenta entender qué hay ahí. Es como el resentimiento, es una pulsión que me sirve para comprender a los demás y a mí mismo.
P. En tu narrativa y en tu dramaturgia está la dificultad para comunicarse. No es solo el silencio, que también aparece, sino un problema mucho más complejo. ¿Se trata de una imposibilidad de decir o de escuchar?
R. Puede ser ambas. Siento que hay un miedo a desintegrarse que aparece en la comunicación. Como si comunicarse fuese renunciar a lo que uno quería o renunciar a lo que uno creía. Es el miedo a romperse y ahí aparecen estos personajes. Cada vez tenemos más acceso a lo expresivo, con las redes sociales, y pareciera que uno puede comunicarse de una manera muy sencilla e inmediata, pero eso es decir. No es comunicar. Creo que también hay muchos que quieren decir, pero pocos son los que quieren escuchar. En ese barullo está El mal de la montaña, con la dificultad de poder procesar todo lo que se dice.
P. Y también son personajes muy dañados o tan heridos que no pueden escuchar a los demás, como si estuviesen hundidos en su dolor.
R. Hebe Uhart decía que cuando uno está muy tomado por una emoción no se puede escribir. Quizá Nelly, la madre de El hombre que duerme a mi lado está tan tomada por ese dolor, por esa bronca, que le cuesta la comunicación con los demás. Son personajes a los que les cuesta interactuar y a la vez están muy necesitados de poder decir, como si fuesen una canilla a la que si la abrieras, no la podrías cerrar.
P. Eres director de cine y también guionista. ¿Aparece esta mirada cuando escribes novelas?
R. Trato de no pensar en términos cinematográficos cuando escribo. Si se adaptara esta novela, no lo filmaría yo. No dirijo teatro; escribo teatro. Admiro a los directores y a las directoras que lo hacen, porque hay algo del espacio escénico que no sé resolver. Sí dirijo cine y hay un diálogo con la cámara y con la imagen que completa lo que la palabra no puede decir. A mí me sigue cautivando el cine como forma de acercarme al mundo, pero en la narrativa o en el teatro la imagen es mucho más barata que en el cine y menos cruel. En el cine que yo hago, con bajo presupuesto, es acotado lo que puedo contar. Además, hay un sensorialidad en la narrativa que no puedo desarrollar en el cine porque los guiones son más planos.
P. Si un estudio de Hollywood y te ofreciera millones de dólares para crear libremente, ¿qué harías? ¿Qué historia contarías? ¿Cambiarían las historias que cuentas?
R. Si me dieran ese dinero, seguiría haciendo el mismo cine, pero le pagaría mejor a la gente que colabora conmigo. Puedo hacer todo lo que hago porque hay mucha gente que me está sosteniendo. Quizá podría tener mejor catering (risas) y más días de rodaje. Pero seguiría contando historias muy pequeñas, micromundos. No me imagino haciendo películas de galaxias o de imperios. Me maravillan los universos pequeños donde aparece lo frágil o lo roto.