'Azor', una inmersión en los negocios sucios de la banca suiza durante la dictadura argentina
La ópera prima de Andreas Fontana ganadora del premio al talento emergente en el Festival de Zúrich se estrena en la plataforma Filmin
Desde abril de 1976 hasta marzo de 1981, Argentina vivió uno de los periodos más ferozmente violentos de su historia. Según cifras apuntadas por organizaciones humanitarias, bajo la dictadura de la Junta Militar presidida por el general Jorge Rafael Videla desaparecieron 30.000 personas, como también sus posesiones. En ese periodo se registraron las mayores transacciones financieras de la banca suiza en el país andino. El director de Ginebra Andreas Fontana revela en su ópera prima, Azor, el papel de la banca privada de su país en el blanqueo de los bienes expropiados por los militares, «una forma de colonización discreta e implacable».
Su debut llega a Filmin este 22 de abril tras alzarse con el premio al talento emergente en el Festival de Zúrich, ser elegida por The New York Times como una de las 10 mejores películas del año pasado y premiada como mejor thriller de 2021 por la web anglosajona Rotten Tomatoes.
«No me molesta exponerme a la crítica en Suiza ni exponer Suiza a la crítica. Mi país tiene una posición incómoda en relación con la evasión de impuestos y el lavado de dinero en ese periodo», establece el realizador.
La trama se ambienta en 1980, entre el silencio cómplice en lujosas haciendas y las confidencias susurradas en clubes exclusivos, fiestas suntuosas alrededor de una piscina y carreras de caballos, un banquero privado empieza a desentrañar la madeja tras la desaparición en Argentina de su socio, siniestramente involucrado en las altas finanzas y la represión del país. El protagonista, discreto, frío, imperturbable ante el horror, va transmitiendo a la audiencia que para un banquero no existe el conflicto ético o moral, sino el de intereses.
La ética nunca fue un obstáculo
Fontana llegó a plantearse rodar un documental. Para nutrirlo pasó dos años y medio investigando. En ese tiempo mantuvo reuniones tanto con banqueros privados como con académicos en Suiza y Argentina. Se sumergió en los archivos federales en Berna y se inspiró en revelaciones del presente, como las realizadas por el ingeniero Hervé Falciani acerca de las cuentas de más de 100.000 posibles evasores fiscales en el banco HSBC, que pusieron al descubierto la naturaleza de unas relaciones tan cínicas como pragmáticas.
«La ficción no explica nada, sino que entra en zonas de oscuridad, expone lo cifrado y cosas que no se saben. En la relación con lo histórico en la ficción siempre se trabaja con lo enigmático»
Andreas Fontana, director de ‘Azor’
Finalmente, su guion derivó hacia la ficción. El resultado es, por tanto, una evocación, que no recreación de la época. «Mi objetivo no era hacer una película de divulgación, con un mensaje, sobre un incidente conocido y probado. La ficción no explica nada, sino que entra en zonas de oscuridad, expone lo cifrado y cosas que no se saben. En la relación con lo histórico en la ficción siempre se trabaja con lo enigmático. ¿Qué pasa detrás de estas puertas que nunca se han abierto? Lo que me estimula a ir a buscar detrás de esas puertas porque yo vivo en el presente y no me interesa una relación museística con el pasado».
El cromatismo de un hombre gris
El germen de la película estuvo en el afán del cineasta por indagar en la figura de su abuelo, banquero privado. A su muerte, empezó a indagar en su trayectoria personal, pero pronto dejó atrás la figura familiar para ahondar en el aspecto antropológico de su oficio, en los códigos que rigen sus prácticas, en la intimidad que se fragua con los clientes.
«La cultura del secreto fue uno de sus rasgos hasta 2008. Los banqueros que viajaban y hacían negocio no tenían que escribir nada en un papel, sino tenerlo en la memoria para no dejar huella. Esa idea de que un banquero es una persona que solo trabaja lo oral me parece muy interesante en relación con el lenguaje, porque significa que todo se concentra en hablar y callar», arguye Fontana en una descripción que evoca la enseñanza de los tres monos sabios: ver, oír y callar.
En su mente se instaló el símil entre el banquero que parte en busca de nuevas cuentas con la figura del colono que pone rumbo a la conquista de otro mundo. Sin grandes alharacas, sugiriendo más que mostrando, Fontana ha conseguido imprimir una inusitada potencia de thriller a las andanzas de una figura tan gris y poco carismática como la de un banquero.
«Fue un desafío pensarlo no tanto como un problema, sino como un estímulo, en el sentido de que toda su figura es un misterio, pues su función es la acoger y cumplir los deseos de los demás. Esa figura de lo discreto, al servicio del otro, me parece tan trágica como atractiva», comparte el debutante, que para su próximo proyecto, volverá a tomar la figura de su abuelo como punto de partida, pues antes de banquero, fue diplomático.
A la vista una nueva ficción histórica que indagará en la retórica de una profesión, en este caso el practicado por los estudiosos de las relaciones entre estados.