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Nueve expresiones cotidianas de origen romano

Seguramente utilizas más frases de las que crees que se remontan a la Antigua Roma; te descubrimos algunas de ellas

Nueve expresiones cotidianas de origen romano

'Pulgar hacia abajo'. | Jean-Léon Gerôme.

Es mucho lo que Occidente debe a la Antigua Roma, desde la base del derecho a importantes avances en ingeniería, pasando por la base del calendario actual. Pero sin duda una de las grandes herencias que buena parte de los europeos hemos recibido de Roma tiene que ver con el lenguaje. Del latín vienen las lenguas romances, incluido el español, pero también un buen puñado de expresiones que han sobrevivido en el habla popular y que guardan una estrecha relación con la historia de la Ciudad Eterna.

Roma no paga a traidores

Roma traditoribus non praemiat. El origen de esta expresión se remonta al siglo II a.C., cuando los romanos se encontraban en pleno empeño por conquistar Hispania, cosa que no conseguirían del todo hasta dos siglos después, bajo el principado de Augusto.

El caso es que la entrada de los romanos en la península provocó la rebelión de Viriato, líder de los lusitanos. El llamado «terror de Roma» infligió numerosas derrotas a las legiones y durante ocho años fue un dolor de cabeza para la principal potencia del Mediterráneo.

Sin embargo, en torno al año 140 a.C. Quinto Servilio Cepión se puso al frente de las tropas romanas y contactó a los turdetanos Audax, Ditalco y Minuro, que habían hecho de embajadores entre Roma y Viriato, para ofrecerles grandes riquezas a cambio de la vida del caudillo lusitano. Estos asesinaron a Viriato mientras dormía y se dirigieron al campamento romano para cobrar su recompensa. No obstante, Cepión se negó diciendo: «Roma no paga a traidores». Hoy en día la frase se utiliza para negar cualquier premio a quien obtenga un beneficio con fines torcidos.

La muerte de Viriato, de José de Madrazo (Museo del Prado).

Resistencia numantina

Apenas cuatro o cinco años después de la muerte de Viriato, los habitantes de Hispania seguían resistiéndose al dominio romano, lo que provocó que el Senado enviara a Escipión Emiliano al frente de la ofensiva itálica.

El general romano contaba con unas 20.000 tropas regulares más otros 40.000 mercenarios y aliados de otras tribus, y con semejantes números no dudó en poner rumbo a Numancia para sitiar la ciudad celtíbera. A pesar del enorme poderío del ejército romano, los numantinos soportaron durante meses el asedio negándose a rendirse. Incluso, los habitantes de la ciudad llegaron a asesinar a una delegación que acudió a negociar al campamento romano por sospechar que habían hecho un trato con ellos.

Finalmente, sin embargo, después de que el hambre llevase a algunos incluso al canibalismo, la ciudad claudicó y abrió sus puertas. Eso sí, para no caer en manos de los romanos los supervivientes que aún quedaban dentro de los muros se suicidaron. Tal celo inspiró a Cervantes para escribir su tragedia El cerco de Numancia y ha pasado a la historia en la expresión ‘resistencia numantina’.

El último día de Numancia, de Alejo Vera (Museo del Prado).

Llegué, vi, vencí

Veni, vidi, vici. Aquí llegamos al que tal vez sea el personaje más popular de la Antigua Roma, Cayo Julio César. Una de las frases del dictador romano que han llegado hasta nuestros días es «llegué, vi, vencí», las palabras con las que César describió al Senado romano su victoria contra el rey del Ponto en la batalla de Zela.

Hoy día suelen emplearse para glosar una situación en la que se ha alcanzado un triunfo rápido y sin complicaciones.

Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César, de Lionel Royer.

La suerte está echada

Alea iacta est. No dejamos a Julio César y nos remontamos a uno de los episodios más conocidos de su vida. En el año 49 a.C., Roma se encontraba al borde de la guerra civil entre el propio César y el que hasta hacía poco había sido su gran aliado político, Cneo Pompeyo el Magno.

El Senado había declarado a César enemigo de la patria, algo que eliminó las últimas dudas que este pudiera tener para intentar un asalto definitivo al poder. Así pues, el conquistador de la Galia rompió una de las leyes romanas más antiguas y cruzó el Rubicón con sus tropas. Este río marcaba la frontera de entrada a la península Itálica, que ninguna legión podía traspasar. La leyenda cuenta que, mientras vadeaban el río, César pronunció otra de sus más célebres frases, alea iacta est (la suerte está echada). Parece ser que la expresión era habitual entre los soldados, que la usaban cuando jugaban a los dados antes de lanzarlos.

Actualmente, estas palabras se utilizan cuando se toma una decisión arriesgada tras la que se asume que vendrán consecuencias impredecibles.

El cruce del Rubicón, en la serie ‘Roma’ de HBO.

¿Tú también, Bruto?

Et tu, Brute? o Tu quoque, fili mi? son las dos versiones de otra frase lapidaria de César, que nos dejó palabras célebres hasta el mismo momento de su muerte. Tras salir victorioso de la guerra contra Pompeyo, César fue nombrado dictador perpetuo, algo que un grupo de senadores vio como una amenaza para la República romana, sobre todo ante el temor de que el general se proclamase rey.

Los conspiradores, entonces, liderados por Bruto y Casio, asesinaron a César en los idus de marzo del año 44 a.C. Existen varias versiones sobre cuáles fueron las últimas palabras del romano más famoso de la historia, incluida la de Plutarco, que afirma que no dijo nada. Suetonio dejó escrito que, al ver a Bruto entre los conspiradores, César dijo «¿tú también, hijo mío?». Aunque tal vez la versión más famosa sea la redacción de la frase a cargo de Shakespeare en su tragedia Julio César: «¿Tú también, Bruto?».

La muerte de César, de Vincenzo Camuccini.

Cartago debe ser destruida

Carthago delenda est o Ceterum censeo Carthaginem esse delendam. Se trata de una frase que no suele citarse de manera literal, sino más bien de forma parafraseada, con el objetivo de expresar la necesidad de acabar con algo o con alguien. El origen de la expresión se remonta a las Guerras Púnicas entre Roma y Cartago.

Las que por entonces eran las dos grandes potencias del Mediterráneo se enfrentaron en varios conflictos a lo largo de los siglos III y II a.C. En ese contexto, uno de los principales líderes del Senado en aquella época, Catón el Viejo, tenía muy clara la imperiosa necesidad de que Roma eliminase para siempre la amenaza cartaginense. Por ello cada vez que intervenía ante la Cámara, sin importar qué tema se estuviese tratando, Catón acababa su discurso con la frase: «Además, opino que Cartago debe ser destruida».

Aníbal a las puertas

Hannibal ad portas. Esta frase nos viene también de las Guerras Púnicas, en concreto de la segunda, desarrollada entre los años 218 y 201 a.C. Su protagonista es Aníbal Barca, el gran caudillo cartaginés y uno de los mejores generales de la historia. Aníbal tuvo en jaque a Roma en muchos momentos de esa guerra, especialmente a partir de un audaz movimiento que nadie esperaba: conducir a sus tropas, incluidos a sus elefantes de guerra, a través de los Alpes para así poder entrar en Italia.

Una vez en la península, Aníbal contó sus batallas por victorias superando una y otra vez a las legiones romanas. Especialmente dolorosa para las legiones fue la derrota en Cannas, tras la cual Aníbal tuvo el camino libre para marchar sobre la Ciudad del Tíber. Sus habitantes entraron entonces en pánico y entre ellos se popularizó la frase Hannibal ad portas («Aníbal está a las puertas»). Curiosamente, en una de las decisiones militares más comentadas de la historia, Aníbal decidió no tomar la capital, una decisión que eventualmente haría perder a Cartago la ventaja sobre su rival y que explicaría la victoria final romana en estas guerras.

En nuestro tiempo la frase se utiliza en situaciones de peligro inminente.

Aníbal cruzando los Alpes.

Pan y circo

Panem et circenses. En este caso, hablamos de una frase cuyo significado actual sí es muy conocido, al usarse de forma despectiva para criticar los intentos por desviar la atención de los ciudadanos de los asuntos importantes, normalmente por parte del Estado, a través de espectáculos deportivos o de otro tipo.

Más ignorado es el origen exacto de la expresión, que se remonta al poeta romano Décimo Junio Juvenal a caballo entre los siglos I y II d.C. Sabemos que era un autor especializado en sátiras, de ahí que acuñase esta sentencia en la que juzgaba de forma crítica a sus contemporáneos, que habían perdido el interés por la política al «desear con avidez [solo] dos cosas: pan y juegos de circo».

Además, Juvenal también es responsable de otras expresiones que seguimos usando hoy como rara avis o mens sana in corpore sano.

Pulgar hacia abajo, de Jean-Léon Gerôme.

La Fortuna favorece a los audaces

Audentes Fortuna iuvat. Proverbio atribuido a Virgilio, el gran poeta romano, y a su Eneida. El fragmento completo reza así: «Acordaos ahora / cada cual de su esposa y su casa, recordad ahora las grandes / hazañas, la gloria de los padres. Corramos antes al agua / mientras dudan y vacilan sus primeros pasos al desembarcar. / A los audaces ayuda la Fortuna».

La frase se sigue usando hoy para recordar que la diosa Fortuna sonríe a quienes se atreven a intentar grandes empresas.

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