Operación Algeciras: las Malvinas en España
Se cumplen 40 años de la guerra de las Malvinas, así como de uno de los episodios más desconocidos de esta, el intento de ataque a Gibraltar por parte de un comando de la armada argentina
Durante la primavera del año 1982, España se preparaba para acoger el Mundial de Fútbol, el gran evento que certificaría el pase del país a la modernidad y a la normalidad democrática tras el franquismo. Mientras ETA desafía al Estado con continuos atentados y los españoles comienzan a hacer uso de la Ley de Divorcio, en el otro lado del mundo surge la última guerra colonial del siglo XX: las Malvinas.
Guerra en el frío austral
En medio de una brutal represión, el Gobierno militar argentino decide dar un golpe de efecto con el fin de cohesionar a su población entorno al objetivo común de recuperar las Malvinas. Las islas, colonia británica en el Atlántico Sur, eran reclamadas por los argentinos como herederos de la soberanía que ostentara la corona de España en esas tierras.
El 2 de abril de 1982 las fuerzas sudamericanas desembarcaron en el pequeño archipiélago, situado a 500 kilómetros de la costa, sin esperar la furibunda reacción del gobierno británico, que organizó la mayor operación aeronaval desde la II Guerra Mundial para recuperar un territorio desconocido por la opinión pública mundial hasta ese momento.
Operación Algeciras
Con el comienzo de los combates el director del Servicio de Inteligencia Naval argentino llamó a su despacho a Máximo Nicoletti, un buzo experto de los Montoneros, la guerrilla peronista nacida en los años 70 que, tras detenciones y torturas varias, ahora trabajaba para la dictadura argentina.
Nicoletti, que decía ser hijo de uno de los comandos submarinos de Mussolini que hundieron el HMS Valiant y el HMS Queen Elizabeth en el puerto de Alejandría en 1941 (los mismos comandos que actuaron el Gibraltar e inspiraron la novela El italiano de Arturo Pérez-Reverte), se había hecho célebre tras hundir en 1974 un destructor argentino en Puerto Belgrano, poniéndole una carga explosiva bajo la línea de flotación.
Al buzo se le encomendó una misión parecida: la Operación Algeciras, que consistiría en la tarea, aparentemente simple, de atravesar las defensas gibraltareñas y hacer estallar una nave de guerra en las aguas del puerto.
A Nicoletti se le unieron otros dos ex montoneros y un oficial de la marina, que hacía de enlace con el alto mando y vigilaba a los guerrilleros. En caso de ser capturados, debían afirmar que pertenecían a un comando de Montoneros que actuaba «patrioticamente» sin contar con su gobierno.
A Málaga por París
El grupo cogió un avión a la capital francesa el 22 de abril de 1982. Desde París, llegaron a Madrid en dos coches alquilados. Héctor Rosales, el oficial de la armada Argentina, recogió en la embajada dos minas italianas con 25 kg de explosivos cada una, que habían llegado mediante valija diplomática desde Buenos Aires. Después continuaron hacia Málaga.
Se alojaron finalmente en Estepona, en una pequeña casa alquilada desde donde fingían ser turistas. Un teléfono en la vivienda de unos jubilados en Buenos Aires constituía el enlace para recibir las órdenes de sus superiores y transmitir las posibles novedades.
Sin embargo, aquella misión adolecía de problemas logísticos. Sin embarcación ni cartas marinas, fueron a comprarlas al Corte Inglés malacitano, donde se hicieron con un bote de goma y unos mapas turísticos de la zona de Gibraltar.
El objetivo
Todos los días salían a navegar en su embarcación de juguete y pasaban por delante de la rada del puerto. Aunque se suponía que iban a pescar, no dejaban de llamar la atención observando la parte militar del puerto con sus prismáticos. Ansiosos por encontrar un posible objetivo, se toparon un día con la fragata británica HMS Ariadne y pidieron autorización a su gobierno. Se fijó la noche del 16 de mayo como fecha del ataque.
Pero el día anterior todo el plan se vino abajo. Rosales fue a Málaga a renovar el alquiler de los coches, que debían servir para iniciar la huida tras el hundimiento del buque. El empleado de la oficina, que ya había sido contactado por la policía nacional, le pidió que esperara, mientras los agentes llegaban a la oficina y lo capturaban: «Soy el capitán Fernández de la Armada Argentina y estoy en una misión secreta. Desde este momento me considero su prisionero, no diré una palabra más». «Si tu eres un marino argentino, yo soy sobrino del Papa», le contestó uno de los policías.
La policía llegó a Estepona y detuvo al resto del comando, que confesó sus intenciones verdaderas en las estancias policiales. Antes de que terminase el día, el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, que estaba cerca de la ciudad en viaje oficial, ordenó que los argentinos embarcasen en su propio avión, que los llevó a Madrid, donde cogieron otro rumbo a la capital Argentina.
La historia oficial vs la real
La historia oficial narra que los argentinos levantaron las sospechas de la policía al renovar el alquiler de los coches pagando importantes cantidades de dólares en metálico. Confundidos con unos estafadores uruguayos que hacían estragos en la zona, los policías les siguieron la pista y pidieron al encargado del alquiler de coches que les avisara de la próxima visita a las oficinas.
Otras fuentes afirman que fueron identificados por la inteligencia británica camino de París, donde presentaron una documentación falsa confeccionada por un prisionero de la Escuela Mecánica de la Armada, el centro donde la dictadura torturaba a los disidentes políticos. Los documentos eran buenos, pero no engañaron ni a los ingleses ni a la policía francesa, que avisó a la policía española de la llegada de unos peligrosos delincuentes comunes.
«Hombre, si yo hubiera sabido que ibais a hundir un barco inglés os dejaba»
La guerra de las Malvinas había exacerbado la histórica reivindicación española sobre Gibraltar y España, que iba a firmar la adhesión a la OTAN pocos días después, no quería verse envuelta en un conflicto diplomático. Subirlos a un vuelo y silenciar el suceso, que pasó totalmente desapercibido, fue la forma inteligente del gobierno de UCD de quitarse el problema de encima.
Décadas después los argentinos, en varias entrevistas, han recordado cómo los policías españoles almorzaron con ellos tras la detención, pidiéndoles perdón, medio en broma medio en serio, por detenerlos antes de concluir su misión: «Hombre, si yo hubiera sabido que ibais a hundir un barco inglés os dejaba», les dijo uno de ellos.