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En faldas contra el Duce: las futbolistas que desafiaron al fascismo

‘Las futbolistas que desafiaron a Mussolini’ narra, de forma novelada, la historia de unas pioneras que contravinieron la moral mussoliniana para dedicarse a la pasión que las unía: el fútbol

En faldas contra el Duce: las futbolistas que desafiaron al fascismo

Jugadoras del Gruppo Calciatrici Milanese | Cedida por Luigi y Francesco Ferrari vía Editorial Altamarea

Corría el décimo año de la era fascista (1932) cuando un grupo de jóvenes mujeres, estimuladas por una breve nota en la prensa local publicada por una de ellas, decidieron probar a jugar al fútbol,  algo insólito para las féminas de la época.

En los últimos lustros, el balompié se había convertido en el deporte rey y el fascismo, deseoso de controlar todas las esferas de la vida social italiana, había comprendido rápidamente que la pasión que desataba esta actividad podía usarse para transmitir a la juventud los valores del régimen mussoliniano.

Jugadoras del Gruppo Calciatrici Milanese | Foto cedida por Luigi y Francesco Ferrari vía Editorial Altamarea.

De esta manera, el fútbol se convirtió en el principal transmisor de la ideología fascista, mientras que servía también de cohesionador de la población mediante la instrumentalización propagandística de las victorias de la selección italiana en los mundiales de 1934 y 1938.

Las futbolistas que desafiaron a Mussolini, de Federica Seneghini, narra en forma de novela las aventuras de un grupo de milanesas que se enfrentaron al régimen para poder practicar un deporte que entonces estaba reservado a los hombres por el carácter viril y bélico que Mussolini veía en el calcio.  Tras su gran éxito en Italia, acaba de ser publicado en nuestro país por la editorial Altamarea.

Imgen vía Editorial Altamarea.

La costurera Marta Boccalini, una de las fundadoras del equipo, asume en el libro el papel de narradora, y cuenta como una de las integrantes del grupo publicó un artículo en el Domenica Sportiva preguntándose por qué no podía haber un equipo de mujeres si en Milán había hasta dos equipos profesionales de hombres. Un domingo, fue la propia autora del artículo, Nini Zanetti, la que se dirigió a sus amigas: «¿Probamos?». Dieron vida al Gruppo Calciatrici Milanese, el primer equipo italiano de fútbol femenino.

Empezaron a entrenar ante las miradas, y los comentarios, de transeúntes y familiares. Debían jugar sin llamar mucho la atención: no tenían botas, usaban faldas y mangas largas, no podían alzar la voz, ni correr de forma muy ostentosa.

Foto: Archivo Francesco Bacigalupo vía Editorial Altamarea.

Algunos padres prohibieron jugar a sus hijas, por «frescas», y tuvieron que buscar respaldo médico y científico para demostrar que la práctica de este juego no era perjudicial para una mujer, pudiendo así rebatir las críticas de un entorno que no las entendía. Consiguieron que Nicola Pende, especialista en Biotipología y Ortogénesis, declarara lo siguiente: «Desde el punto de vista médico, no se le puede ocasionar ningún daño ni a la línea estética del cuerpo ni al equilibrio de los órganos abdominales femeninos, y sexuales en particular, a través de un partido de fútbol racionalizado no competitivo (…). Por lo tanto, jugar al fútbol, sí, pero ¡por puro placer y con moderación! Esto sirve para todos los deportes femeninos».

«Jugar al fútbol, sí, pero ¡por puro placer y con moderación!»

La prensa empezó a hacerse eco de la iniciativa, sin evitar la profusión de comentarios sexistas con los que se burlaban de las deportistas. Tachaban sus entrenamientos de «antideporte» y de «tonterías americanas». El comité olímpico autorizó la práctica femenina del fútbol como prueba, pero siempre que fuese en privado, en campos cerrados y sin público. Pretextando que los golpes podían dañar a la portera, se obligó a que el arco fuese ocupado por un varón, se prohibió jugar por alto para evitar los choques al intentar rematar de cabeza… 

Jugadoras del Gruppo Calciatrici Milanese | Foto cedida por Luigi y Francesco Ferrari vía Editorial Altamarea.

Sin embargo, como compensación a tantas trabas, fueron invitadas a presenciar un Inter-Spartak y pudieron conocer a sus ídolos. El mítico Giuseppe Meazza le dedicó una fotografía a una de ellas: a «Rosetta, futbolista con falda: nunca dejes de atacar. Giuseppe Meazza, 9 de julio de 1933».

El proyecto se extendió hasta otoño de 1933, cuando en Alessandría se fundaron otros dos equipos femeninos. Se pusieron en contacto y acordaron celebrar un encuentro el 1 de octubre, el primero en Italia entre dos equipos femeninos de distinta ciudad. Pero el 24 de septiembre, cuando se preparaban para jugar, los funcionarios fascistas prohibieron el partido, invitándolas a realizar carreras cronometradas, lo que resultaba, según ellos, una actividad más adecuada para las mujeres.

Jugadoras del Gruppo Calciatrici Milanese | Foto cedida por Luigi y Francesco Ferrari vía Editorial Altamarea.

Al lunes siguiente, otros dos miembros del partido fascista se presentaron en la tienda de Ugo Cardosi, que ejercía de presidente del club: «Escucha bien y así no perdemos tiempo. El fútbol no es cosa de señoritas, ¡metéoslo en la cabeza! Deberíais avergonzaros. El entusiasmo de estas chicas es loable y saludable, pero debemos reorientarlo hacia los deportes más útiles para el régimen y más apropiados para las chicas. Y eso es lo que vamos a hacer». 

Las futbolistas intentaron seguir con su pasión, pero no pudieron continuar jugando. Algunas empezaron a practicar otros deportes aprobados por el fascismo. Luego llegó la guerra y esta historia cayó en el olvido. Tras la publicación de Las futbolistas que desafiaron a Mussolini, una calle de Milán recuerda a estas pioneras que lucharon por su libertad contra un monstruo que decidía sobre todas las facetas de su existencia

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