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Reinaldo Laddaga nos invita a pasear por una Nueva York  alternativa, fantasmagórica y onírica

En ‘Atlas del eclipse’ (Galaxia Gutenberg, 2022), el escritor Reinaldo Laddaga nos cuenta su experiencia neoyorquina de la pandemia, caminando una ciudad vacía, sin gente

Reinaldo Laddaga nos invita a pasear por una Nueva York  alternativa, fantasmagórica y onírica

Reinaldo Laddaga | Foto: Júlia Castells

El escritor argentino, pero afincado desde hace muchos años en Nueva York, Reinaldo Laddaga, se enfermó de covid en 2020, tras haber ido a «una sesión de alucinaciones terapéuticas» donde se administraban «combinaciones de plantas alucinógenas con el objeto de facilitar la reactivación de recuerdos que se presentaban con una nitidez extraordinaria y venían acompañados por sus cargas emocionales originales», escribe. Por suerte, se recuperó pronto; aunque sus padecimientos «no figuraban en la breve lista de síntomas canónicos que se publicaban por entonces», nos dice. Y es que «sufría dolores muy intensos en cada minuciosa nervadura de cada músculo, cada tejido, cada hueso». Y aún más: «El dolor se extendía de manera tan ecuánime y global por todo el cuerpo que pronto había perdido la impresión de ser una estructura de partes diferentes». Esa atopía a lo canónico y el mito es fiel reflejo de lo que Atlas del eclipse (Galaxia Gutenberg, 2022) nos muestra.

Sin un motivo claro, pero sabiendo que una cierta determinación le impelía a caminar, Reinaldo Laddaga comenzó a realizar unas caminatas cada vez más amplias y cada vez más por los márgenes, nos cuenta una tarde de mayo en el bar del hotel Casa Bonay de Barcelona, donde está de promoción de su libro. Pero las caminatas vienen propulsadas por las fotografías, que Laddaga efectúa en sus primeros paseos, gracias a un teléfono nuevo que recién se hubo de comprar.  Y es curioso, porque como nos dice el propio autor, «jamás había sido ni siquiera un fotógrafo aficionado. Ni siquiera de aquellos que saca fotos de la familia o los viajes. No tenía ese reflejo». Así, la pulsión por las fotos surge del deseo de tenerlo todo archivado, son «ayuda-memorias», fotografías que funcionan al modo de apuntes de imagen. Laddaga las quería solo para luego recorrer el orden de sus caminatas. Pero se produjo un efecto «bola de nieve» y acabó fotografiando todo el tiempo. Y aún hoy lo hace, nos dice, «de repente hago una caminata y vuelvo con 300 fotos».

Imagen vía Galaxia Gutenberg.

Un mapa alternativo de Nueva York

A diferencia de la caminata del clásico flâneur, Laddaga no deambula sino que se dirige por los espacios pandémicos simbólicos de un Nueva York con un afán diferente. Busca encontrar respuestas entre la atmósfera de inverosimilitud que lo impregnada todo. Camina 10, 15 kilómetros diarios y caminando descubre que la vida de la ciudad, a pesar de estar sin gente (o justo por ello), seguía «desplegándose, crepuscular e intensa». Así, «la ausencia relativa de humanos en las calles había abierto un portal a través del cual pasaba una nueva población de criaturas de estatuto impreciso: espejismos, reflejos, fantasmas, cosas hechas de rocío o de vapor». Y es que, a pesar de ser la ciudad mundial con un mayor número de casos confirmados de covid (se estima que unos 185.000), y de contar con las reglas de distanciamiento social derivadas de la cuarentena, así como el cierre de los negocios no esenciales y los lugares de culto, la población neoyorquina no hubo de estar confinada.

Laddaga no incluye en su libro todas sus caminatas, pero sí quiso servirse de una selección representativa, en la que, de un lado, aparecieran ciertos sitios puntuales característicos de la pandemia (el hospital de tiendas de Central Park, la morgue para cadáveres congelados en Brooklyn, la Isla de Hart y su cementerio)  y, del otro, que se diese un registro de muchos si no de todos los distritos de la ciudad que habían tenido mayor tasa de defunciones. Por ello, Atlas del eclipse muestra un mapa alternativo de Nueva York, que incluye los distritos donde la crisis fue más dramática y los eventos y los objectos emblemáticos del periodo. En resumen, «todo aquello que en Nueva York definió mi experiencia del coronavirus», nos dice Laddaga.

«Tengo que decir sin vanagloriarme que nadie conoce Nueva York como yo»

Es, no obstante, un libro atípico de la pandemia, porque la mayoría de libros sobre la misma son diarios de aislamiento. Aquí no. Porque lo que aquí se da es una visión sobre la ciudad. «Tengo que decir sin vanagloriarme que nadie conoce Nueva York como yo», afirma Reinaldo Laddaga. Pero matiza: «No digo que nadie la conoce tan bien como yo, sino que nadie la conoce de esta manera. Los taxistas la conocen, los conductores, que van un poco a todas partes, pero van conduciendo, no van caminando. Pero todos los demás, lo más que conocen es el lugar donde viven y sus recorridos habituales». La clave aquí está en que Nueva York, al igual que otras ciudades míticas, evita todo aquello que no confirme la idealidad del mito. Por ello, Laddaga, «no quería tanto realizar el texto de la oscuridad que subyace a la luz, porque eso es también parte del mito, sino mostrar que hay una Nueva York que es, al mismo tiempo, dramática y banal; que no se adapta bien a ninguno de los mitos». Atlas del eclipse, así, tienen una voluntad de orden; de controlar el caos. De hacer plausible (con los pies, con las fotos, y con los textos) una ciudad desconocida (incluso para sus propios habitantes).

Reinaldo Laddaga. | Foto: Júlia Castells.

Una trilogía estadounidense

En 2019, Reinaldo Laddaga publicó Los hombres de Rusia (Jekyll & Jill). Libro que, a juicio del propio autor, es «una comedia americana, en el sentido dantesco». El libro está ambientado en el estado de Florida y es una suerte de ficción sobre la nueva extrema derecha latinoamericana, de la cual trata de ser genealogía, pero sobre la que también despliega una fantasmagoría. Atlas del eclipse sería la segunda parte de lo que Laddaga ve como una especie de trilogía sobre los EEUU y su siguiente libro estará ambientado en California. «Será el Paraíso», nos dice.

En esta trilogía en marcha puede verse una suerte de progresión en el uso de las imágenes, Así, si en su primer libro utilizaba las imágenes de los otros, en Atlas del eclipse las imágenes ya son propias. «Este libro es en el cual comencé a emplear mis imágenes -nos dice Laddaga- sobre todo como registros». Y nos recuerda aquello que decía Barthes de que la fotografía funge como testimonio de lo que ha sido y nos recuerda que uno estuvo allí. 

Para componer Atlas del eclipse, Reinaldo Laddaga contaba con un archivo de caminatas e historias, así como un archivo de lecturas (donde dos nombres ejercían de faros: Poe y Fitzgerald) y buscó entre ellos tres un diálogo. Por ello se le hace difícil confirmar qué precedió a qué, ya que «en un determinado momento el proceso se convirtió en una serie de procesos paralelos donde la elección de la fotografía seguía a veces al texto y a veces era justo al contrario, pues el texto seguía a la imagen», nos dice. Y lo resume afirmando que «era como si estuviera componiendo al mismo tiempo una antología de fotografías y una narración de sucesos». Lo importante aquí es que, entrambas, se da un ligero decalaje: «Una suerte de suspensión, como si el discurso de la imagen fuera paralelo, pero a veces desfasado respecto al discurso de la narración». El efecto sirve a la alucinación y el delirio, pues «la experiencia en NY del voronavirus tuvo algo de sueño o de pesadilla, algo verdaderamente onírico» que el libro pretende reflejar.

Habitar La Pausa

Atlas del eclipse se hace cargo de retratar un limbo, una cesura: lo que el Gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, denomino como «La Pausa». Curiosamente el mismo nombre que otorga Edgar Allan Poe a esa región límbica de la existencia que sucede entre la vida y la muerte, y que es el sitio donde está uno de sus personajes más célebres, el señor Valdemar. Y no es baladí la mención a Poe pues de este tomó Laddaga la idea de ser un extranjero escribiendo sobre Nueva York (a pesar de llevar viviendo allá muchos años). Así, observando en su conjunto labra de Poe es como Laddaga dio forma a su libro, pues quería que éste se pareciera a la obra en conjunto de aquel: una articulación de registros diferentes y muchas veces incompatibles. El registro de la información periodística, el de la historia, la comedia, la tragedia, la fábula mística, el comentario político y la voluntad sociológica. 

«En ausencia de la gente, la ciudad había cobrado una suerte de vida propia animista»

En cuanto a Fitzgerald, otro de los faros que iluminan Atlas del eclipse, se ha de hacer notar que la gran novela sobre Nueva York es El Gran Gatsby, afirma Laddaga. Y que, a veces, «la imagen tan brillante de Gatsby y de las mansiones y todo eso nos hace olvidar que, al final, la novela cuenta una serie de desplazamientos entre las mansiones aristocráticas de los suburbios a Harlem, sede del vicio, de la modernidad, la sexualidad y que, en ese desplazamiento, todos los personajes están continuamente yendo de un polo a otro, y pasan por el lugar que Fitzgerald llama el Valle de cenizas (entonces llamado el Corona Ash Dumps) y que era el lugar donde se llevaban los residuos y se quemaban. Fitzgerald lo describía de forma apocalíptica, pero este lugar es el verdadero centro de Nueva York. Tanto es así que, cuando el gran planificador urbano, Robert Moses, el houseman de NY, está al cargo de escoger el sitio para la Feria Universal de 1964, y quería vender la modernidad de la ciudad, la instala allí (en el Flushing Meadows-Corona Park de Queens) porque es el centro geográfico de NY», nos dice el escritor argentino. Al mismo tiempo, nos dice Laddaga, durante la pandemia fue ése también el centro, el lugar de la pandemia. Atlas del eclipse, al fin, se guía por una genealogía implícita que va desde la quema, pasa por la Feria Universal y luego acaba en la pandemia. 

Y todo ello contado desde la perplejidad y el asombro, desde la experiencia del extranjero) que ha sentido siempre que hay algo impenetrable en la ciudad, pero que, de repente, se le revela.  Porque, en sus caminatas, Laddaga era el único espectador de todo aquello que pasaba en la ciudad, y sentía que todo sucedía solo para él. Que la alucinación consistía en que «en ausencia de la gente, la ciudad había cobrado una suerte de vida propia animista». Una mirada curiosa, cándida, pero, al mismo tiempo, desamparada da cuenta de ello, de esa sensación de «ser un visitante del futuro que descubre una ciudad muerta».

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