Pierre Boileau y Thomas Narcejac: el arte de asesinar a cuatro manos
Siruela lleva a las librerías ‘Las diabólicas’, el clásico de la novela negra francesa que inspiró a maestros del suspense como Hitchcock o Clouzot
Pierre Boileau y Pierre Ayraud, más conocido como Thomas Narcejac, escribieron más de cuarenta novelas juntos con un método inaudito: siempre crearon a través de correspondencia y nunca se sentaron juntos para trabajar en un proyecto. Boileau proporcionaba los argumentos y las ideas principales, mientras que Narcejac decidía la atmósfera y la caracterización de los personajes. Formaron el dúo de escritores más importante de la novela negra francesa del siglo pasado y perpetraron algunas joyas como Sudores fríos, que Alfred Hitchcock convertiría en Vértigo.
Además, continuaron la obra de Maurice Leblanc con cinco novelas «oficiales» de la serie de Arsène Lupin y en 1952 publicaron Celle qui n’était plus (La que ya no estaba), que ahora la editorial Siruela reedita bajo el título de Las diabólicas y que es, sin lugar a dudas, la cima del tándem Boileau-Narcejac. Como curiosidad, cabe añadir que Pierre Boileau, en solitario, es autor de El planeta de los simios, novela que inicia la conocida saga cinematográfica. Thomas Narcejac, por su parte, es autor de uno de los mejores ensayos que existen sobre novela negra, titulado Una máquina de leer: la novela policíaca.
El argumento del libro es un continuo carrusel de giros inesperados. Fernand Ravinel es un representante de ventas que no soporta la existencia asfixiante y opresiva que vive junto a su esposa Mireille, en una modesta casa en Enghien, un pueblecito situado al norte de París. Ravinel es un hombre de carácter débil, traumatizado por una idea fija que lo persigue desde la infancia, un hombre que incluso disfruta de que su amante, la doctora Lucienne Mogard, «lo trate como a un niño». Junto a ella, Ravinel urdirá un elaborado plan para asesinar a su esposa Mireille. Sin embargo, al poco tiempo, Ravinel empieza a recibir notas firmadas por la víctima, señales y evidencias de que su mujer, en realidad, no ha desaparecido y ha vuelto de entre los muertos para atormentarle…
«Lucienne levantaba los párpados de Mireille, uno tras otro. Se veía el globo blancuzco del ojo, la pupila inerte y como pintada en la esclerótica. Y Ravinel, fascinado, no podía apartar la vista. Sentía que cada gesto de Lucienne penetraba en su memoria y quedaba impreso en ella como un horrendo tatuaje».
Cita de Las diabólicas
Ravinel es un abúlico. Un tipo ensimismado y hebefrénico. Un hombre sin energía que siente que ha sido mangoneado durante toda su vida y cuyo sueño es cambiar la bruma y el frío de Enghien por el mar de Antibes. «El futuro aparecía en la bola de cristal. Ravinel se veía con pantalón de franela y camisa Lacoste. Estaba bronceado. Atraía las miradas…». Fernand Ravinel quiere desquitarse de un mal que lo persigue desde su infancia. Un mal que no tiene nombre y que, según él, comparte con su esposa Mireille y que es quizá el responsable de que ambos hayan acabado juntos.
Pero lo que hace de Ravinel un personaje tan relevante y tan vigente es que, por momentos, estamos convencidos de que solo es un tipo que se encuentra muy perdido y que ni siquiera sabe lo que quiere. Ravinel solo se limita a perseguir los sueños de su amante, Lucienne, a la que él mismo presenta, con cierta admiración, como una mujer fría, pragmática, materialista y autoritaria. Sin embargo, cuando la tensión de la historia se incrementa, Ravinel se da cuenta de que odia profundamente el olor de Lucienne, su forma de comer, su forma de reírse y esos puritos finos y apestosos que fuma. «¡Una costumbre que cogió en España, por lo visto!».
Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, el género policíaco debía renovarse o morir. Boileau-Narcejac comprendieron mejor que nadie que la vieja fórmula de la novela-enigma estaba gastada. Ya nadie mostraba interés por resolver complejos acertijos de salón ni por ensalzar así el triunfo de la razón. De hecho, la nueva novela policiaca debía perseguir precisamente lo contrario: mostrarnos el fracaso de la razón. Poniendo a las víctimas como verdaderas protagonistas de sus historias, la dupla Boileau-Narcejac renovó el género eliminando los policías, los sospechosos, los indicios y todo el contenido tradicional.
En Las diabólicas se dan cita algunos de los elementos más característicos de las novelas escritas por Boileau-Narcejac: el desarrollo de la acción minuciosamente descrita, inmersa en un medio provinciano y dotada de una trama basada en la vida cotidiana de unos seres anodinos, que se embarcan en una compleja maquinación criminal. Personajes que no logran captar el sentido verdadero de los acontecimientos que están viviendo y para quienes la realidad se convierte en una trampa constante donde lo cotidiano se transforma por completo. «Ravinel contemplaba la botella brillante, a través de la cual su rebanada de pan se deformaba, evocaba una esponja…», leemos en los primeros compases del libro.
Un hecho histórico sobrevuela el libro de principio a fin. Se trata del episodio de la Gran Niebla, al que recientemente se dedicó un capítulo inolvidable en la serie The Crown. Considerado uno de los peores impactos ambientales ocurridos hasta entonces, entre los días 5 y 9 de diciembre de 1952 una densa niebla cubrió la ciudad de Londres. El uso de combustibles fósiles en la industria, así como en las calefacciones de los hogares y en los transportes ocasionó este fenómeno que, según algunas fuentes, fue el causante de la muerte de unas 12.000 personas. Así lo referencian Boileau-Narcejac de manera directa en su novela: «La Agencia Estatal de Meteorología dice que tenemos para rato con la porquería esta. Parece ser que en Londres los peatones tienen que circular con linternas».
Thomas Narcejac, verdadero maestro en la creación de ambientes, hace que la niebla cumpla con múltiples cometidos a lo largo de la historia: de una parte, la niebla es la representación de constantes amenazas («Desde su punto de vista, tenía razón. La niebla no impide oír los pasos»); también actúa como una lente que deforma la realidad hasta convertirla en una fantasmagoría («Una densa niebla verdosa transformaba la plaza en una especie de meseta submarina, surcada por extrañas formas luminosas»); y multiplica todas las sugestiones impulsadas por el tremendo suspense de la trama («¡Extraño viaje! Ya no hay suelo, ni carretera, ni casas, solo luces errantes, constelaciones vagabundas, aerolitos que gravitan en un infinito de humo blanco»).
Es inevitable hablar de la adaptación cinematográfica de Henri-Georges Clouzot de 1955. La película cosechó varios premios internacionales y desató una enorme polémica. Se desmenuzaban ante el gran público temas que eran un auténtico tabú para la época: la relación a tres bandas entre los protagonistas y, por otra parte, una sugerida relación lésbica entre ambas mujeres. La versión de Clouzot difiere en muchos aspectos de la novela original y nos muestra el segundo asesinato más famoso de la historia del cine realizado en un cuarto de baño, sólo superado por la mítica escena de la bañera de Psicosis de Alfred Hitchcock.
En la película, los roles originales de Ravinel y Mireille están intercambiados; además, la trama se desarrolla en un internado para jóvenes, propiedad de la caraqueña adinerada Cristina Delasalle (la Mireille del libro). El único personaje que se mantiene fiel a la novela es Lucienne, interpretado por Simone Signoret. Pese a ser una de las mejores películas de suspense de todos los tiempos, da la sensación de que el libro ha resistido mejor el paso de los años. Por eso es un acierto que Siruela vuelva a reeditarlo, aportando el valor añadido de una nueva traducción, realizada por Susana Prieto Mori, que exhibe de forma maravillosa todo ese clima de bruma y misterio que recorre las páginas del texto original. Hubo una segunda adaptación cinematográfica de Las diabólicas en 1996 protagonizada por Sharon Stone, Isabelle Adjani y Chazz Palminteri, pero fue un fracaso de crítica y público que le valió a Sharon Stone su segunda nominación a los Razzie.
Boileau-Narcejac trabajaron exclusivamente por correspondencia durante casi cincuenta años. En cierta ocasión, Pierre Boileau remitió a su compañero un telegrama redactado así: «Descartemos el revólver. Probemos con veneno, más fácil». Evidentemente, Boileau había advertido que el ruido provocado por el uso de un revólver complicaba la verosimilitud de la trama. Sin embargo, bastaron unas horas para que un inspector de policía se presentase en el domicilio del remitente para interesarse sobre lo que estaba sucediendo. El fallecimiento de Pierre Boileau, en 1989, acabó con el mejor tándem de escritores de novela policíaca del siglo pasado. Posteriormente, Thomas Narcejac pretendió reivindicarse como el único autor de todas las novelas. «El escritor soy yo», afirmó. Pero Narcejac ya nunca volvió a escribir nada que se acercase a la calidad de las obras que firmó junto a su compañero Pierre. La ambición, que tantas veces nos nubla la mente.