Elvis: cuando la música en blanco y negro estalló en rock and roll en tecnicolor
«Elvis es el principio y el fin del pop. Es el gran precursor, y todavía hoy tiene una imagen que hace a todos los demás parecer de pacotilla; es el amo»
«Elvis es el principio y el fin del pop. Es el gran precursor, y todavía hoy tiene una imagen que hace a todos los demás parecer de pacotilla; es el amo. Por una vez el lema de las fans está justificado: Elvis es el rey». Son palabras de Auanbabuluba Balambambú. La edad de oro del Rock and Roll, del crítico musical Nik Cohn, que la editorial La Felguera ha reeditado recientemente. Cohn lo escribió con veinticinco años. Pura víscera e intuición. Se tiene por un texto canónico de la escritura pop. En él repasa dos décadas frenéticas de ruidoso rock and roll. Desde sus orígenes a mediados de los años cincuenta hasta las postrimerías de los años sesenta, cuando el pop empezó a dar muestras de cansancio y finalmente colapsó de autoconciencia, autocomplacencia, trascendencia y seriedad. En definitiva, de aburrimiento. Tuvieron que llegar los jóvenes mugrientos del punk en los setenta para ponerlo todo patas arriba de nuevo y con su filosofía del «Do It Yourself» vindicar la inmediatez, espontaneidad y la rebeldía juvenil del primer rock and roll. En cualquier caso, esa es otra historia.
Ahora que se estrena Elvis, el manierista y desmedido biopic de Baz Luhrmann, es un buen momento para recuperar el texto de Cohn y pasar buenos ratos con su divertida escritura, siempre apasionada, exagerada, cargada de filias y fobias, como debe ser en un joven escritor musical que no está dispuesto a que lo confundan con un gacetillero cualquiera. Inmisericorde, por ejemplo, con el bueno de Bill Halley, un guitarrista country treintañero y entrado en carnes, padre de familia y devoto esposo, que vio en el nuevo ritmo roquero una lucrativa manera de ganarse la vida. Lo consiguió con Rock Around the Clock: «no fue ni mejor ni peor que el resto de sus cosas. La canción era ridícula y el arreglo brillaba por su ausencia, pero el ritmo estaba ahí y Haley gritaba mucho. En conciencia era espantoso, pero era el primero y esto fue lo que le hizo triunfar. Los competidores no existían. En principio se vendió como novedad, casi como broma (…) Se mantuvo a la cabeza mientras no hubo cantantes más jóvenes, más fuertes y más sexis que él».
Esos cantantes más jóvenes fueron, entre otros, Little Richard, Chuck Berry, Jerry Lee Lewis, Gene Vincent, Buddy Holly, Eddie Cochran y, claro está, Elvis Presley. Dos certeros apuntes de Cohn que vale la pena destacar: la calidad de las letras de Berry («sus letras trataban de interminables romances de teenagers y las cantaba con un cinismo vicioso y maligno que le daba todo su encanto») y la condición de Cochran de cronista de los fifties por excelencia («cualquiera que pueda condensar el ambiente de toda una época en seis canciones, que pueda cristalizar la forma en que funcionó toda una generación, debe estar dotado de alguna cualidad muy poco frecuente. Pete Townshend, de los Who, es la única persona que ha podido captar los sesenta de igual modo, y ha tenido que trabajar duro para conseguirlo. Cochran lo hizo casi instintivamente. Solo por eso lo admiro profundamente»).
Rock and Roll: la Banda Sonora teenager
El rock and roll fue posible porque por primera vez hubo una generación de jóvenes con dinero en el bolsillo para gastar en su propio ocio. Por primera vez se creará una industria del entretenimiento dirigida únicamente a ellos -aunque al principio se produjo un caos interesante de un par de años en que no hubo reglas y saltaron todas las alarmas-. Hijos de la generación que había ganado la II Guerra Mundial, crecieron en la Norteamérica próspera y bajo la sonrisa beatífica y protectora de Eisenhower. La rebeldía, un tanto estridente y cargante a ojos presentes, la encarnaban en el cine Marlon Brando, en Salvaje (The Wild One, 1953), y James Dean, en Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955), que concentraban toda su intensidad interpretativa en dos jóvenes con muchos problemas de adaptabilidad al medio y que constantemente daban la tabarra a cualquier persona que pintara canas, ya fuera este el propio padre o un policía que pasaba por allí. Nacía también la Generación Beat, con Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs a la cabeza, que desde la literatura dieron muestras más o menos atinadas y legibles de su rechazo a los convencionalismos culturales y a la moral establecida.
«Elvis había pasado por un montón de estilos diferentes -R&B, cánticos fundamentalistas, baladas country- y los mezclaba todos al cantar, resultando un mejunje inverosímil al que añadía sexo, mucho sexo»
Nik Cohn en Auanbabuluba Balambambú
Sólo faltaba una banda sonora para la insubordinación teenager. Sam Philips, el dueño de Sun Records, una discográfica independiente de Memphis, lo tenía claro: poner en boca de un blanco aquel rugido salvaje, caliginoso y lúbrico del rhythm’n’blues negro. Y es ahí donde aparece Elvis. En 1954 graba That’s All Right, un clásico de su admirado bluesman Arthur «Big Boy» Crudup, y ya nada vuelve a ser lo mismo. Por fin se ha conseguido el mestizaje. Se han roto todas las barreras. Se ha puesto el punto final a la música en blanco y negro. Nace la mezcla, el color, la fusión del blues, de los cantos góspel, con el country y las melodías románticas. Elvis es la música en tecnicolor. Y, por encima de todo, es sexo. Escribe Cohn: «Elvis había pasado por un montón de estilos diferentes -R&B, cánticos fundamentalistas, baladas country- y los mezclaba todos al cantar, resultando un mejunje inverosímil al que añadía sexo, mucho sexo. Su voz sonaba inquieta, nerviosa, afilada, parecía llenarlo todo. Era angustiada, inmadura, cruda, pero por encima de todo era la voz con más sexo que jamás se había escuchado». Cohn apunta que ese sexo, esa exudación rítmica de testosterona, no volverá a producirse en el pop hasta casi una década después con la aparición en escena de los Rolling Stones.
Mefistofélico Parker
La película de Luhrmann narra la ascensión y caída de Elvis desde el punto de vista de su mánager, el controvertido coronel Tom Parker (interpretado por Tom Hanks). El film fue aplaudido hasta las ampollas en Cannes y recibió el beneplácito de la familia del cantante, sobre todo de su viuda Priscilla Presley, pero no convenció a la crítica. El director utiliza la biografía de Elvis para montar un gran espectáculo Kitsch, y reduce la relación del artista con su representante a un destructivo pacto mefistofélico. De esta manera, los personajes funcionan como meros arquetipos morales en una historia en la que no existe la más mínima ambigüedad psicológica.
Cierto que el coronel Parker fue un tipo más bien siniestro que demostró pocos escrúpulos y una carencia escalofriante de empatía. Pero en fin, era un mánager. Antes de toparse con Elvis había representado a los cantantes country Eddie Arnold y Hank Snow. Había trabajado en el circo y en todo tipo de espectáculos de dudoso gusto y reputación. No tenía nada de coronel y residía en Estados Unidos como ilegal, ya que había nacido en los Países Bajos y nunca había conseguido la nacionalidad estadounidense. Sea como sea, consiguió situar a Elvis en la cima. A principios de 1956, el artista firmó por la discográfica RCA y grabó la canción Heartbreak Hotel, de la que vendió un millón y medio de copias de un tirón. Parker tuvo el olfato suficiente para convertir a Elvis en el primer artista multimedia. Con la televisión -primero en el programa de Milton Berle y después en el Show de Ed Sullivan-, el cantante consiguió consolidar el éxito nacional, pero fue con el cine como alcanzó la fama mundial. Un arma de doble filo.
De hecho, tal y como recoge Peter Guralnick en su proteico díptico biográfico (Último tren a Memphis y Amores que matan) sobre Elvis, a los quince años se buscó un trabajo de acomodador en el Loew’s State Theatre de Memphis para poder ver las pelis ganando de paso algo de dinero. Fantaseaba con ser uno más de los elegidos. Con el cine conseguiría dejar atrás la pobreza, retirar y ponerles casa a sus padres, y podría comprarse un rutilante Cadillac rosa. No quería ser una cara bonita de sonrisa dentífrica como los denominados beefcakes, sino que pretendía seguir la senda de los atormentados angry young men.
Aunque nunca quiso tomar clases de arte dramático, estudió meticulosamente el método de interpretación de Brando y Dean. Tenía muy claro que el cine de la época necesitaba a tipos feroces: «Los que perduran son los que no sonríen nunca», repetía cuando todavía todo era posible. Rodó con la 20th Century Fox su primer film: Love Me Tender (1956), un wéstern discreto con tintes melodramáticos. Si en esa película todavía ocupaba un tímido segundo plano, en las siguientes su protagonismo fue absoluto y los personajes se concebían como trasuntos más o menos velados del propio artista. Hay retales biográficos tanto en Loving you (1957) como en Jailhouse Rock (1957) y King Creole (1958). En la primera, el Technicolor fue el pretexto para que Elvis se tiñera el pelo de negro con el fin de parecerse a Tony Curtis, uno de sus ídolos de Hollywood.
Sin embargo, después de un paréntesis de dos años de servicio militar en Alemania, el coronel Parker le tenía preparado un particular infierno a manera de interpretación interrumpida en casi una treintena de delirantes películas en ocho años. Cabe mencionar que Estrella de fuego (Flaming Star, 1960) está dirigida por el siempre eficaz y rudo Don Siegel, que, dicho sea de paso, no se tomó muy en serio al cantante/actor, y que en alguna aparece la cimbreante Ann-Margret. Poco más. Como nota atenuante para Parker, debe señalarse que antes de tamaño despropósito dejó que el artista grabara a su regreso del ejército el formidable Elvis is Back.
Después de vivir la irrupción del folk, la beatlemanía y la invasión británica rodando insulsas películas sin pausa, la salvación última llegó con la vuelta a los escenarios. Delante de las cámaras pero rozando al público, transmitiendo magnetismo, imponiendo su elegancia. El felino enjaulado se paseaba ahora por un cuadrilátero enfundado en cuero negro, nervioso y letal, conteniendo apenas el inminente estallido. El show televisado Comeback Special de 1968 fue una vuelta por todo lo alto. Un retorno pródigo y regio. Un puñetazo encima de la mesa. Una lección emocionante y un aviso para navegantes desorientados.
Tras aquella gesta, Elvis tenía hambre de giras. Estaba en plena forma. Quería viajar a Europa, a Japón, mostrarle al mundo quién era el rey de todo aquel ruido y furia. Pronto el coronel Parker le bajó los humos. Como no tenía regularizada su nacionalidad estadounidense, no quería arriesgarse a abandonar el país, así que, aprovechando los avances tecnológicos, ideo el primer concierto vía satélite. Aloha from Hawaii se retrasmitió en países de Asia, Oceanía, Europa y América. Una vez más, Elvis vivía atrapado en la pantalla.
De Elvis a Trump
En Netflix puede verse El Rey (Elvis Presley), de Eugene Jarecki, un interesante documental a manera de road movie que, con el Roll Royce del 63 de Elvis, emprende una suerte de viaje metafórico por la geografía biográfica del personaje: Tupelo, Memphis, Nashville, Nueva York, Hesse (Alemania), Los Ángeles y Las Vegas. Mediante una serie de entrevistas, el film establece un paralelismo entre la figura de Elvis y la evolución/degradación de la sociedad americana hasta llegar a la victoria de Donald Trump. Se trata, pues, de una reflexión crítica sobre el llamado American Way of Life encarnado en una de sus representaciones más populares. No faltan las voces discordantes como la de Chuck D. del grupo de rap Public Enemy: «Elvis fue un héroe para muchos, a mí me la suda. Era un gañán y un paleto racista. Que le den y a John Wayne». Tampoco el activista Van Jones se muestra más amistoso: «Mi padre odiaba a Elvis. Porque vio cómo un blanco se hizo famoso gracias a la música negra, y no rompió ninguna lanza por ellos. Cuesta describir con palabras la frustración que sienten los negros, porque han aportado mucho a la cultura, un valor definitorio de los Estados Unidos, y siempre se beneficiaron otros».
«Elvis fue un héroe para muchos, a mí me la suda. Era un gañán y un paleto racista. Que le den y a John Wayne»
Chuck D. de Public Enemy en el documental El Rey (Elvis Presley)
Cuando le preguntan a David Simon, creador de series como The Wire, The Deuce o La ciudad es nuestra, qué respondería a quienes afirman que Elvis le robó la música a los negros, aporta sensatez a la malhadada cuestión de la apropiación cultural: «Que escuchen mejor sus discos. Se inspiró en Arthur Crudup y Lowell Fulson, entre otros, y escuchaba música negra por la radio, pero mira Blue Moon of Kentucky, de Bill Monroe, o Hank Williams. Este hombre emprendió un camino que deberíamos seguir todos».
No hay spoiler posible para el final de la narración porque el desenlace de la historia es de sobra conocido. Para Jarecki, la desencantada América actual es el Elvis obeso, narcotizado y solitario de Las Vegas. Las últimas imágenes televisadas del cantante devuelven el reflejo deformado del joven que había iniciado una revolución musical con sus movimientos espasmódicos y lascivos veinte años atrás desde la misma pantalla. El trabajo a destajo en Las Vegas y el consumo desmedido de fármacos acabaron con él. Parker lo exprimió, es cierto. Pero también es verdad que destrozó su matrimonio y la estabilidad familiar a base de infidelidades y farras. Estuvo solo en el trono. Rodeado únicamente de bufones, gorrones, amantes anónimas y novias de ocasión. Nadie le recogió en la caída. Murió de un infarto en el baño de su mansión. Tenía tan sólo 42 años. Como escribió Carlos Zanón en el poema Elvis has left the building: «Y él es huérfano, gordo y está solo/ y siete plagas para el hombre más solo de la tierra/ a orillas de las aguas de Graceland».
Spain is different (también) para el rey del rock
Otro novedad editorial que coincide con el estreno del film de marras tiene a Elvis como protagonista indiscutible y nuestro país como foco central de atención. Lo firma un entendido en la materia, el escritor Rubén Olivares Rosell. Elvis Presley en España. Una mirada crítica (1956-1969), traza no sólo un recorrido exhaustivo y documentado por la edición de la discografía y la exhibición de la filmografía del artista en nuestro país, sino que también aporta un contexto histórico, sociológico y cultural esclarecedor y dirigido a deshacer equívocos. En 1956, España todavía era un estado aislado internacionalmente, con una dictadura poco dada a las alegrías y con una considerable diferencia entre clases sociales. Como afirma el autor: «El rock and roll en España en los años cincuenta y sesenta fue mucho más monopolio de las clases medias y altas que de las clases eminentemente trabajadoras, pues fueron las primeras que entonces tenían disponibilidad económica para tener acceso a las primeras grabaciones de discos de rock and roll que venían de Estados Unidos o de Inglaterra».
«El rock and roll en España en los años cincuenta y sesenta fue mucho más monopolio de las clases medias y altas»
Rubén Olivares Rosell en Elvis Presley en España
Con el cambio de década y gracias al Plan de Estabilización, la economía del país mejora y cada vez son más los españoles que tienen acceso a elementos de consumo y ocio. El presidente Eisenhower había visitado España en 1959. Son años de tímido aperturismo. King Creole se estrena por fin en nuestros cines en 1961 con el título de El barrio contra mí. Para Rubén Olivares, de 1960 a 1963 son los años de reinado de Elvis en España. Sin embargo, se trataba de una imagen domesticada, más en la línea, aunque salvando las abismales distancias, de los melódicos pretty faces (Paul Anka, Frankie Avalon o Fabian) que de la estética salvaje de los inicios del rock and roll: «El aficionado español comenzó a distorsionar su imagen original en otra más descafeinada de lo que realmente fue a través de las películas que, si bien dejaban claro que era un artista que tenía una voz privilegiada y una presencia escénica fuera de lo común, nos negaban lo que pudieron comprobar de primera mano en Estados Unidos y buena parte de Europa, el que Elvis era un transgresor y un revolucionario en lo musical», escribe.
Divertidos son muchos de los artículos de la época que el libro recoge destinados a denigrar la figura de Elvis y la diabólica música del rock and roll. Por ejemplo, en La Vanguardia del 17 de noviembre, el periodista Ángel Zúñiga se desfoga comparando al cantante con El Pescaílla (pas mal): «Este muchacho no tiene nada de particular. A mí me recuerda por su forma de actuar a la de un flamenco barcelonés, que creo responde al nombre de Pescadilla (sic). Pero la campaña contra él por su pretendida inmoralidad lo que en realidad es pura tontería, ha hecho un héroe de un muchacho que está atravesando el momento de efervescencia. Pero no es suya la del champaña, sino la de la modesta gaseosa».
En el libro encontramos la lista de los artistas españoles que quedaron impactados con el desembarco musical de Elvis. Muchos nombres son de sobra conocidos: Miguel Ríos/Mike Ríos, Los Sirex, capitaneados por Leslie, Los Mustang, con Santi Carulla a la cabeza, El Dúo Dinámico, Los Pekenikes, Lone Star, Micky y Los Tonys o Chico Valento, conocido como el Elvis de Zaragoza. Para Rubén Olivares, si una figura puede equipararse a Elvis en el panorama nacional, esa es, sin lugar a dudas, Bruno Lomas. «Bruno fue la encarnación perfecta de Elvis en nuestro país y su máximo exponente, no solo en su época con Los Milos (Zapatos azules de gamuza), sino en solitario, donde versionaba I Got a Woman, Memphis Tennessee, El rock de la prisión y muchas otras», explica el autor.
A partir de 1963, España no fue inmune a la beatlemanía universal. El reinado de Elvis se vio eclipsado por el estallido deslumbrante de los Fab Four. Pese a todo, «Elvis tuvo números uno en Inglaterra con It’s Now or Never, Are You Lonesome Tonight, en 1961 con Surrender, Wooden Heart, Wild in the Country y His Latest Flame, en 1962 con Good Luck Charm, She’s Not You, Return to Sender, en 1965 con Crying in the Chapel, en 1969 con In the Ghetto y Suspicious Minds y en 1970 con The Wonder of You. Nada menos que trece números uno en la década de domino de los Beatles», recuerda Rubén Olivares.
Para el escritor, el rock and roll tuvo de excepcional y característico el hecho de que, por primera vez, «fue un movimiento de abajo hacia arriba». A este respecto, señala: «El rock and roll fue el único movimiento que realmente se le fue de las manos a la sociedad biempensante, aunque por un breve espacio de tiempo, antes de ser aburguesado por la industria discográfica. El rock fue una revolución en toda regla. La aparición de Elvis en televisión fue uno de los fenómenos sociales más importantes del pasado siglo».
Al fin y al cabo, ya lo dijo John Lennon: «Antes de Elvis no existía nada».