Va a ser la resistencia, sí
«Al final, la carrera artística consiste en resistir en mucha mayor medida que en tener talento»
Rigoberta Bandini anunció la semana pasada su retirada de los escenarios. Creo que no ha llegado a un año su fama y popularidad. Según dijo, no puede más. Entendemos que la fama es muy sufrida, estresante y tóxica. Hay que elegir, o la vida o el éxito. Me parece muy bien que la gente elija la vida. Bandini anunció su repliegue artístico (al menos, durante un largo tiempo) en el programa de David Broncano, La resistencia.
Y sí, va a ser la resistencia el gran secreto del arte. O, más precisamente, de la gloria. En general, el público y los aficionados suelen preguntarse por qué este o aquel alcanzaron estatus de estrella, y este o aquel otro no, cuando en los comienzos eran quizá talentos comparables, incluso desequilibrados a favor del que finalmente no llegó a nada. Entonces los más entendidos deslizan teorías conspiranoicas sobre el fracaso, los perdedores y, también, acerca de la sumisión al sistema que exige el éxito. Es un discurso que llevo escuchando toda la vida.
Se exhibe, este discurso, por ejemplo, al comparar a Pedro Almodóvar e Iván Zulueta. Zulueta tiene esa película mítica llamada Arrebato (1979), que, en efecto, no deja de ser muy almodovariana, elenco incluido. Entonces Almodóvar lleva haciendo películas cuarenta años y Zulueta estuvo treinta sin rodar otro largometraje. Se concluye, desde algunos sanedrines intelectuales, que el bueno es el segundo, y que el primero se ha vendido, es comercial, es un publicista de sí mismo y, venga, un trepa.
No, amigos. Incluso si fuera todo eso, Almodóvar ha entendido en qué consiste ser director de cine. Sorpresa: consiste en rodar películas. Si no ruedas películas y, sobre todo, si no ruedas películas durante tres décadas, no puedes pedir al mundo que las vea, aplauda y que tu figura cinematográfica esté en boca de todos. Al final, la carrera artística consiste en resistir en mucha mayor medida que en tener talento. El talento lo tenemos todos con 20 años. Lo que no tenemos todos con 40 o 50 son las ganas.
Otro ejemplo corriente es el de Sabina/La Mandrágora. La Mandrágora era lo bueno y Sabina un simple destilado insustancial. Krahe, por supuesto, es mucho mejor que Sabina, etcétera, etcétera, etcétera. En estas apreciaciones culturetas, al cabo, lo que se busca es una cierta distinción en señalar como mejor aquello que no llega al gran público, o incluso que resulta abiertamente marginal. Además, se desprecia la constancia en el trabajo, el hecho mismo de que una obra, te guste más o menos, esté siendo edificada durante un cuarto de siglo, durante 50 años incluso, sin descanso.
En el mundo editorial sucede lo mismo. Los jóvenes autores suelen quejarse (yo lo hice, no me escondo) de la perdurabilidad en lo más alto de la pirámide literaria de un puñado de nombres que ya estaban ahí arriba hace 30 años. Sin embargo, lo cierto es que Javier Marías o Antonio Muñoz Molina se siguen sentando a una mesa varias horas al día con sus casi 70 años y escriben novelas de 700 páginas. Casi ningún joven hoy escribe una novela de más de 250; casi ningún autor español menor de 50 años es capaz, de hecho, de escribir una novela de 700 páginas. Y si estos jóvenes o medio jóvenes no ganan un premio o cuatro becas, lo dejan; y si ganan becas y premios, lo dejan para dentro de cinco años, cuando también esperarán mucho reconocimiento para su nueva novela bajo amenaza de, otra vez, dejarlo.
Este desprecio por el trabajo, la constancia y el sacrificio (que obviamente tienen en Rafa Nadal a su modelo más conocido), conlleva además algunos derrapes de interpretación cultural fascinantes. Es el caso de María Luisa Bombal, autora chilena que suele ponerse de ejemplo de la marginación literaria de las mujeres. Es una escritora del montón. No poniendo en duda que ha habido marginación justamente en casos de los que nadie se acuerda (singularmente en el de Rosa Chacel, grandísima escritora casi proscrita), la realidad de Bombal es que su obra se reduce a 200 páginas, quiero decir, su obra completa, y que las escribió en un puñado de años y luego maridó con un millonario estadounidense y nada más volvió a saberse de ella, salvo que vivía muy bien en alguna mansión del Medio Oeste. Así, cuando se dice que esta autora nunca recibió el premio Nacional de su país, se olvida que, realmente, nadie se acuerda de un escritor si se pasa cuarenta años sin publicar, y ya es milagroso que su escasa obra antigua siga publicándose siquiera. Recordemos también que Bombal contaba con el patrocinio de Jorge Luis Borges, nada menos, o que Neruda (¡nada menos!) la acogió en su casa de diplomático privilegiado en Buenos Aires, varios años. Lo tenía todo a favor, Bombal, pero parece que, a su vez, no pudo más, o le dio cierta pereza eso de sentarse a escribir varias horas todos los días.
Pienso que se valora poco, tanto entre la crítica como entre el gran público, seguir; simplemente seguir. Seguir escribiendo, seguir rodando, seguir haciendo canciones. A mí me alegra que alguien tenga éxito por ser un coñazo, esto es, por no dejar nunca de hacer cosas. Frente al fulgor del gran talento, me inclino por la modestia imperecedera del artista constante. La cosa no va solo de publicar libros o cantar canciones en festivales, también va de aguantar las críticas, los vaivenes de la profesión, el vértigo de ser señalado como el mejor, las dudas de si eres válido o un infame impostor… Me genera empatía aquel que se retira y reconoce que esto del artisteo no es para él; pero me genera admiración, auténtica admiración, el que siempre sigue, con éxito o sin él (normalmente sin él), hasta el final.