'Westworld' o el temor al metaverso del robot malo
La serie de HBO, cuya cuarta temporada termina esta semana, expresa las expectativas y la preocupación por los avances de la inteligencia artificial
Ya están aquí. O, al menos, muy cerca. Hace tiempo que hemos incorporado los robots a nuestras pesadillas. Si nos ponemos estupendos, podemos remontarnos al Golem judío, a los luditas de la Revolución Industrial o al Tiempos modernos de Chaplin. Nunca superaremos, eso sí, a Kubrick, que en 2001. Una odisea del espacio conectó la primera herramienta de la historia, un hueso homicida, con la nave espacial gestionada por el inquietante ordenador HAL. Pero coincidiremos en que ha sido la llegada de este último elemento, el ordenador, el que ha puesto patas arriba definitivamente la relación de la civilización humana con sus invenciones. Con él al mando, la sofisticación de las máquinas se acerca peligrosamente a la línea que nos separa del resto de seres (que conozcamos empíricamente): la consciencia. ¿Podrían llegar a cruzarla? ¿Qué harían en ese caso? Una de las últimas respuestas de la narrativa de ficción, esa especie de psicoanálisis blando que nos aplicamos sin descanso, la ofrece la serie de televisión Westworld, cuya cuarta temporada termina el fin de semana que viene.
Su propuesta no suena muy nueva. Robots que se salen de madre y quieren tomar el control. Algunos son buenos, otros malos. El ser humano tiene que enfrentarse a ellos para sobrevivir. La narrativa ha dado buena cuenta del argumento, con la mencionada obra de arte paranoico de Kubrick en los años 60 como gran pistoletazo de salida. El momento actual añade dos (por lo menos) elementos que añaden carnaza a la tendencia. Por un lado, la inteligencia artificial está llegando a encrucijadas cruciales; ya el término en sí denota un cambio de ritmo en la carrera de la ciencia informática, pero, además, de vez en cuando surgen chispazos como el del pasado junio, cuando un ingeniero de Google (convenientemente despedido) aseguró que un programa de inteligencia artificial había cobrado conciencia propia y tenía sentimientos. Por otro lado, el concepto de metaverso ha irrumpido como la última gran tendencia en materia tecnológica y comercial; la mezcla de esa inteligencia artificial en su punto de ebullición con la realidad virtual se supone que va a situar el gran invento de internet en una dimensión más profunda, casi diríamos que definitiva.
La ficción también ha tratado el metaverso, por supuesto. De nuevo podemos ponernos más o menos arqueológico e ir, por ejemplo, a Tron (1982), pero quizá resulte más significativo (y menos fatigoso, la verdad) saltar a la evidente Ready Player One, del siempre oportuno Steven Spielberg, o al semillero de las series de televisión: Black Mirror, por supuesto, pero también, la versión más simpática de Upload, para compensar. Westworld proporciona un giro más inquietante. Y/o interesante, según se mire. Ojo a partir de ahora: aunque no me extenderé en el argumento, puede haber algún spoiler.
La serie actual se basa en la película del mismo nombre de 1973, escrita y dirigida por Michael Crichton, creador de la saga de Parque Jurásico. Los creadores de la serie, el matrimonio formado por Jonathan Nolan (hermano de Christopher) y Lisa Joy, partieron de la misma premisa genial: una empresa con pocos escrúpulos crea un parque temático al estilo del salvaje oeste, pero poblada de robots casi indistinguibles de los seres humanos. Los visitantes, previo pago de la entrada, pueden hacer con los robots lo que quieran: asesinarlos, violarlos… Por supuesto, los robots adquieren consciencia y se arma la marimorena.
Por aquí ya exploramos la relación obvia (aunque no se menciona a menudo) del metaverso con los parques temáticos. Westworld matiza el típico ángulo de los Matrix, Terminator y compañía para plantearnos un dilema interesante: si los robots se están acercando cada vez más a nuestros parámetros de humanidad, ¿no llegará un punto en el que será injusto tratarlos como meras máquinas? La posibilidad de hacerles pagar impuestos ya se ha convertido en un debate real entre los economistas. Dereck Thomson fantaseó en un artículo para The Atlantic, A world without work, sobre las consecuencias de una hipotética extinción de los trabajadores humanos. Pero ya hay quien va mucho más allá. En su libro Robots Rights, David J. Gunkel, por ejemplo, se plantea desde un punto de vista filosófico si los robots merecen tener derechos. Suena a Isaac Asimov, pero el tipo es todo un «Distinguished Teaching Professor» de la Northern Illinois University. Por otro lado, el movimiento animalista, emergido con fuerza desde el vegetarianismo, avanza a pasos agigantados. ¿Será el robotismo lo siguiente? A cualquiera le resultaría ridícula una huelga para defender los derechos de los iPhones, cierto, pero ¿quién iba a pensar hace no tanto que en España se aprobara una Ley de Bienestar Animal que prohíbe su exhibición para fines comerciales, así como su participación en cabalgatas, belenes y procesiones?
«El argumento para tratar bien a los robots no se queda en el mero imperativo moral. Westworld advierte de una posible revancha»
El argumento para tratar bien a los robots no se queda en el mero imperativo moral. Westworld advierte de una posible revancha. Y ahí es donde el metaverso adquiere su tonalidad más siniestra. Los ordenadores podrían estar aprendiendo demasiado acerca de la construcción de mundos. ¿Podrían llegar al punto de impedir incluso que los diferenciáramos del real? The Economist le dedicó al asunto uno de sus leaders del pasado junio: How smarter AI will change creativity. Una inteligencia artificial más lista cambiará la creatividad, dice, porque los sistemas ideados para que las máquinas aprendan (deep learning) han dado un salto exponencial con el uso de estructuras basadas en las conexiones neuronales humanas. Las máquinas pueden ahora «entrenarse» usando «millones o miles de millones de ejemplos de textos, imágenes o grabaciones de sonidos. Los resultados empiezan a ser asombrosos. Una aplicación como Midjourney crea obras de arte a demanda a partir con unas pocas instrucciones, y Faceapp hace algo parecido con los rostros. Los resultados son todavía muy mejorables. Pero tampoco las pinturas de nuestro paleolítico quedaban muy realistas… Además, están progresando también en la búsqueda de materia prima: uno de estos sistemas predijo hace poco la estructura de casi todas las proteínas conocidas por la ciencia.
Para conjurar el miedo a una posible rebelión de la inteligencia artificial, se nos repite una y otra vez que, al final, siempre tendrá que haber un humano dando una orden. Algo muy en el fondo de nuestra psique, sin embargo, nos recuerda que, en algún momento, nosotros también rompimos algún muro, mordimos alguna manzana… Por cierto, la productora de Westworld se llama Bad Robot. ¿Una broma macabra? La fundó en 1998 J.J. Abrahams, friki de reconocido prestigio por sus trabajos de guion, dirección y producción en cosas tan… frikis como las sagas de Star Trek y La Guerra de las galaxias. En televisión, su productora pegó el pelotazo con la serie Perdidos, y luego ha seguido explotando el lado oscuro de la ciencia ficción con series tan significativas al respecto como Fringe, o Almost Human. Imagine quién (o qué) es «casi humano». El bueno de Abrahams ha olido la tendencia y no suelta el mordisco. En Westworld, si se queda un rato una vez acabado el episodio, al final de los títulos de crédito podrá ver al robot malo correteando por la pantalla y asomándose al mundo… ¿real?