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Cultura

'Santas y mártires', las aventuras de cuatro 'outsiders' en el Madrid de los 60

Rafael de Jaime Juliá publica una novela sobre perdedores que se encuentran en una capital vedada a los madrileños y abierta en canal para «yanquis y poderosos»

‘Santas y mártires’, las aventuras de cuatro ‘outsiders’ en el Madrid de los 60

Rafael de Jaime Juliá. | edohdezg

Lo primero que llama la atención de Santas y Mártires (Paripébooks, 2022) es lo que debería llamarla de cualquier libro: una buena portada que te agarra de la solapa y te intriga lo suficiente como para acudir a la primera página. En este caso, vemos una fotografía antigua en la que una muchedumbre de hombres trajeados deambula entre majestuosos edificios históricos. En conversación con el autor de la obra, Rafael de Jaime Juliá, descubrimos que esta imagen, además, tiene mucho que ver con la génesis de la propia historia: «Yo estaba buscando casa y, mientras la buscaba, me quedé en Las Matas (Madrid), en casa de mis padres. Y allí fue donde en los años 60 Samuel Bronston tuvo unos estudios y rodó varias películas, entre ellas La caída del imperio romano. Así que el punto de partida de la novela es esa reconstrucción del foro romano que se llevó a cabo en la sierra de Madrid, y de hecho la foto de portada es de esa producción». 

Esa es, efectivamente, la premisa principal: Moran Gabor, «diletante, bon vivant, fábrica de aforismos, enemigo íntimo de sus enemigos e intelectual que siente que las musas le han abandonado», como lo define el periodista Guillermo Alonso en la contra del libro, termina «como guionista de una película de romanos rodada en aquel Madrid de los sesenta que se convirtió en un gran plató de Hollywood y en el que los yanquis y poderosos tenían carta blanca para todos los placeres que a los españoles de a pie les estaban prohibidos». A partir de ahí, Moran, reticente a su propio destino en un comienzo, realiza un viaje emocional harto peculiar y divertido al ir encontrando, en su camino madrileño, a toda una serie de personajes con los que teje una amistad imposible y, sin embargo, firme y profunda como las raíces de un árbol milenario. «Todo fue un poco accidental, en un principio iba a ser la historia de la producción, no la de Moran, pero al final él y las personas que le rodean acaban absorbiendo la historia», explica Juliá. Ciertamente, sus personajes están tan bien trazados que acaban robándose el show e imponiéndose incluso a la propia trama, creando una red de peripecias propias al margen de la producción de la película. 

«Madrid era una ciudad un poco esquizofrénica en aquel momento»

¿Y quiénes son esos personajes? A saber, Currito, un aristócrata enganchado a los placeres de la vida; Blake, un joven cajero de American Express, donde Moran acude a enviar paquetes y canjear cheques de viaje y Apricot, una hermosa vedette que deja su espectáculo de París para acompañarles en la aventura que Moran le propone. Todos ellos recorren ese Madrid vedado para los españoles y abierto como una flor sugerente para ellos: «Madrid era una ciudad un poco esquizofrénica en aquel momento. Si lees periódicos de los años 30, de justo antes de la guerra, Madrid era una ciudad cosmopolita y modernísima, y lees los diarios en los años 60 y Madrid parece Soria, y dices ¿qué ha pasado? Pues ha pasado que es una ciudad que tiene ese cosmopolitismo en sus huesos pero que tiene un momento muy complicado política y socialmente. Entonces tiene este querer ser como es Madrid y no poder. ¿Quién se beneficia de eso? Los que no están bajo el yugo, los que en cualquier momento cogen un avión y se van a otro sitio», dice Juliá. 

Así sucede con sus protas. Todos (a excepción del joven Blake pues, aunque también es extranjero, carece de posibles) pueden en cualquier momento salir pitando de la capital, y sin embargo permanecen atados a ella mientras están unidos. Su manera de desfilar por los márgenes de la realidad asfixiante de aquella España sombría es quizá el tema troncal de la obra y un asunto que al autor le apasiona particularmente: «A mí me interesa muchísimo el trío literario que formaron Truman Capote, Tennessee Williams y Gore Vidal, en Nueva York los tres, los tres fuera del armario… Hoy en día es lo normal, pero en aquella época era una cosa absolutamente escandalosa, a mí me interesa mucho la superposición que hay de que somos muy modernos porque podemos vivir todo esto, pero en realidad el mundo en el que vivimos no es ese. En cuanto salías de una raya muy clara pintada en el suelo toda esa libertad era imaginada, no era real». Y, sin destripar el argumento, los personajes de Juliá también descubrirán lo fina que era esa raya que delimitaba su campo de juego.

Otra de las virtudes de la novela de Rafael de Jaime son los diálogos que sus personajes tejen: «Moran, querido, París te tiene que gustar como un marino que tiene su primer permiso en tierra en seis meses. No lo amas por sus propios méritos: lo amas porque es hermoso y solo vas a verlo unos días», le espeta Currito a Gabor, por ejemplo, con ocasión de su visita a la capital francesa. «Me gusta mucho escuchar a la gente, me fijo en cómo la gente habla. Y me parece que la forma en que la gente habla dice mucho del tipo de persona que son. Disfruto mucho la ficción cuando los diálogos son creíbles, no en el sentido de naturales, porque ojo, los diálogos naturales son insufribles, cuando la gente habla de manera natural dicen las cosas siete veces, pero cuando lo percibes como natural porque la palabra fluye, encaja y hay ingenio lo disfruto muchísimo más», añade el autor.

Volviendo a la contra, Guillermo Alonso dice de la prosa de Rafael de Jaime Juliá que tira a Capote y a Berlanga, así que le pregunto al autor si estos u otros son sus referentes. «Capote es un referente importante, me gusta mucho cómo escribe, pero que me guste no quiere decir necesariamente que sea mi referente. Para mí escribir es algo muy orgánico, yo no me propongo hacerlo de una manera determinada, más bien es una cosa de qué me pega con esta historia. A Stephen King, por ejemplo, le he leído muchísimo y me parece que es un escritor que no está tan bien considerado como debería. Cuenta unas historias que son muy reales en el sentido de que te crees a los personajes». Y guarda otra sorpresa en su respuesta: «Y otro referente yo te diría que es Buffy, cazavampiros, porque tiene todo de lo que estamos hablando, personajes reales, con un fondo, que les vas conociendo poco a poco, y diálogos súper importantes, es un ejemplo de cómo diálogos que no son naturales te lo acaban pareciendo».

Sus palabras me hacen recordar la biografía que cuelga de la solapa interior de esta su segunda novela: (Rafael de Jaime Juliá) «desde pequeño disfrutó de inventarse historias, pero debido a su aversión al trabajo manual se las dictaba a los adultos que le rodeaban, que cumplían con resignación (…). Después de dedicar su juventud a explorar el mundo, ser influencer avant-la-lettre y disfrutar de los gozos que nos da la atención al público, decidió sentar cabeza y compatibilizar la literatura con los bares de travestis y los ataques de ansiedad». Hay que tener mucho sentido del humor para arremeter así contra uno mismo, le digo al final de nuestra charla. «Es mi naturaleza», me contesta, entre risas, el creador de cuatro de los personajes más entrañables que he encontrado en mi periplo lector. 

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