Paternidad subacuática
‘Trece vidas’ convierte hechos reales en una emocionante alegoría filial
No parece una gran idea hacer una película cuyo guión está entero en la Wikipedia. Fabular hechos reales, recientes y felices supone un riesgo comercial manifiesto. La gente sabe qué pasó, y quizá tenga cosas mejores que hacer que asistir a la teatralización de una realidad ya amortizada. Imaginen una película de 90 minutos que fuera exactamente la final de la Champions del año pasado, entre el Real Madrid y el Liverpool, 1-0 para el Madrid. A lo mejor es la película que nos falta por ver, no digo que no.
El caso es que Ron Howard ha dirigido para Prime Video Trece vidas, la minuciosa reconstrucción del salvamento de doce niños futbolistas y su entrenador, que quedaron atrapados en una gigantesca cueva en Tailandia cuando, después de entrar en ella, rompió a llover. Sucedió en 2018, y todos lo recordamos. Uno se pone a ver esta película porque Tailandia es bonita. Quizá por nada más.
«Trece vidas consigue enseguida, no sólo que nos guste Tailandia, sino que nos apasione el buceo»
Sin embargo, Trece vidas consigue enseguida, no sólo que nos guste Tailandia, sino que nos apasione el buceo. Los niños son atrapados en la cueva con un realismo enternecedor, entre brochetas de carne, cumpleaños para luego y muchas bicicletas. Howard filma Tailandia como si hiciera cine tailandés, en una aproximación tan inmersiva que parece haberse olvidado de que su especialidad es hacer taquillazos. Son una delicia documental, esos primeros diez minutos de película.
Luego llega Hollywood, pero hay que mirar con mucha atención para notarlo. Las grandes estrellas convocadas parecen señores pre-jubilados de la Seat. Son: Viggo Mortensen, Colin Farrell y Joel Edgerton. O sea, Aragorn y Pingüino van a pasarse casi dos horas en traje de neopreno con el agua hasta el cuello y unos peinados detestables. Joel Edgerton (que ha firmado como director una de mis películas favoritas del siglo, El regalo, 2015) la verdad es que siempre ha parecido trabajar en la Seat.
Creo que nunca se ha valorado lo suficiente el auténtico esfuerzo actoral que muchas veces hace determinada diva en determinada película. Ese esfuerzo consiste en algo muy simple: interpretar lo normal. A alguien que vive en mansiones, rodeado de lujos, alejado de la vida corriente, y que de pronto calca el alma de un fontanero o de una camarera de carretera yo le veo mucho mérito.
Mortensen y Farrell mimetizan con enorme austeridad gestual esas vidas grises de hombres anónimos que, por lo que sea, además son buenos buceando. Mortensen representa la masculinidad desencajada, escéptica y cruda; Farrell, al padre de un niño que, ya solo por eso, es padre de todos los niños del mundo.
Porque Trece vidas, con todo y que parezca una inútil écfrasis cinematográfica de una casi tragedia tailandesa, consigue alzarse como un monumento a la paternidad. Es una película de hombres, sobre hombres y sobre padres, y sobre los niños por los que tienes que dar la vida siendo padre, siendo un hombre. A mí me ha emocionado mucho.
La clave argumental de esta emoción elevada tiene que ver con el secreto. Yo no recordaba, no sabía, que a esos doce niños y a su entrenador tuvieron que sedarlos para sacarlos de la cueva. Era una movida tremenda: sedar a un niño con ketamina, ponerle la ropa de buceo, y empujarlo cuidadosamente durante kilómetros subacuáticos que tardaría cinco horas en sortear, y además necesitado de nuevos pinchazos a medio trayecto. Así trece veces.
En la propia película se explica que sedar niños y meterlos bajo el agua era a)una puta locura, b)ilegal, c)delito, d)seguramente mortal y e)no muy ético. Lo hicieron.
Aquí, amigos, hay que pararse de verdad a imaginar a unos hombres buscando la solución a un problema, y desarrollando una manualidad de salvamento urgente y efectiva. No sólo tienen que pensar cómo sedar a los niños, también tienen que atarles las manos y los pies, acordarse de llevar cada pequeño elemento de este amordazamiento, ejecutarlo con precisión absoluta en todos y cada uno de los casos (trece) y asumir la enorme presión psicológica de que sacar con éxito a uno no significa poder fallar en el siguiente. Todas las vidas son la primera vida que salvas.
«Es de una contención su sentimiento, de tal dureza su determinación, que la película tiene algo de primitivo, entre tanta tecnología subacuática»
Con sutileza, marginalmente, entre hombros y estalactitas vemos a estos buzos llorar, sufrir, sacrificarse. Es de una contención su sentimiento, de tal dureza su determinación, que la película tiene algo de primitivo, entre tanta tecnología subacuática, algo de fatalidad estrictamente biológica. No en vano, la propia cueva, con su largura y sus recovecos, y tanta agua y tanta dificultad para avanzar, remite al canal del parto. Lo que vemos son renacimientos.
Porque esos niños no son simplemente personas a las que hay que rescatar. Son algo más para sus salvadores: los hijos de alguien.