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Colaboracionistas: del lado equivocado de la Historia

Los colaboracionistas fueron, de esta manera, fundamentales para que el régimen nazi controlase Europa con una cantidad relativamente baja de tropas

Colaboracionistas: del lado equivocado de la Historia

El mariscal Pétain con Hitler en Montoire, 24 de octubre de 1940.

En enero de 1941 Adolf Hitler proclamó que aquel sería el año del Nuevo Orden. Tras la caída de Francia, la Alemania nazi dominaba gran parte de Europa y preparaba la Operación Barbarroja con el objetivo de invadir la Unión Soviética durante el verano.

Pero el Nuevo Orden ya se estaba implantando en aquellos territorios conquistados por los nazis a partir de septiembre de 1939. En Polonia, Noruega, Francia o en los Balcanes las autoridades ocupantes perseguían la creación de una sociedad dirigida por la raza aria: judíos, eslavos o gitanos eran considerados racialmente inferiores y debían desaparecer de la tierra para dar paso a un gran imperio continental que disputase la hegemonía mundial a Estados Unidos.

Para que este proyecto pudiera implantarse se hacía necesario el apoyo de parte de la población de los países ocupados, donde ya desde los años 30 se habían fundado partidos ideológicamente cercanos al nazismo. Con el paseo triunfal hitleriano de comienzos de la contienda, estas organizaciones se convirtieron en los instrumentos perfectos para intervenir en las naciones vencidas, estableciendo gobiernos títeres y creando milicias destinadas a  ejercer la represión y la limpieza étnica.

Los colaboracionistas fueron, de esta manera, fundamentales para que el régimen nazi controlase Europa con una cantidad relativamente baja de tropas. A los pronazis de cada país, minoritarios, se sumó rápidamente una cohorte de medradores y buscavidas, capaces de vender su alma al diablo con tal de enriquecerse o de alcanzar el poder en el momento en el que se creía que Alemania era invencible. Junto a ellos, fueron también miles los europeos que, por miedo o por intentar evitar males aún mayores, colaboraron con los invasores facilitando una ocupación que, con excepciones, fue plácida para los teutones en un primer momento.  

Los personajes

El historiador David Alegre acaba de publicar la monografía Colaboracionistas. Europa occidental y el Nuevo Orden nazi, editada por Galaxia Gutemberg, en la que se estudia, por primera vez en España de forma global, el apoyo a los nazis por parte de las sociedades de Francia, Bélgica, Países Bajos y Noruega dejando, para nuevas publicaciones, los casos de Europa del Este y los Balcanes.

Tras los éxitos de la guerra relámpago y la conquista de vastísimos territorios, tomaron protagonismo filonazis como Pierre Laval y Joseph Darmand en Francia, el líder rexista Léon Degrelle en Bélgica o Christian Schalburg en Dinamarca. Pero la obra, aunque destaca a alguno de estos interesantes personajes, se centra en crear una visión panorámica del fenómeno más allá de la historia política y militar, para intentar descifrar las motivaciones y los perfiles de los colaboracionistas, así como el conflicto interno entre aquellos que pretendían salvar una pequeña porción de la soberanía de su país colaborando con los ocupantes, los que apoyaban a los nazis por total convicción ideológica y los miembros de las distintas resistencias, lo que en algunos casos llevó a verdaderas guerras civiles que la historiografía oficial ha silenciado frecuentemente.

El joven investigador, ganador del premio Miguel Artola por su tesis doctoral, también habla de colaboracionismo en el caso de España, un país declarado entonces no beligerante que, aún sin entrar en la guerra, no oculta sus simpatías por el Eje mientras manda a la División Azul a combatir en el frente ruso y suministra materias primas e información a sus aliados.

Perseguidos y ajusticiados

Tras la guerra, la vergüenza llevó a los estados a ocultar estos hechos mientras se magnificaban los movimientos de resistencia, que solo fueron un verdadero problema para los alemanes en zonas concretas y ya cuando empezaban a perder la guerra. 

A las mujeres que acogieron en sus casas a soldados alemanes, o tuvieron relaciones con ellos, se les rapó al cero y se les condenó al ostracismo, al igual que a los jóvenes que fueron mandados al frente del lado alemán como voluntarios. Muchos colaboracionistas destacados fueron condenados a muerte, como a Pierre Laval o al mariscal Pétain, aunque a este último, como en muchos otros casos, se le acabó conmutando la pena. Otros tuvieron mayor suerte y acabaron refugiados en terceros países tolerantes con los evadidos nazis, como Léon Degrelle, que pasó el resto de sus días tranquilamente en España.

La enorme cantidad de colaboracionistas obligó a decretar el final de los procesos de depuración y a aprobar amnistías a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, para acabar, como fue el caso francés, por generalizarse el falso mito de que solo una minoría colaboró con el invasor mientras que el resto de la población se alzó y luchó patrioticamente.

 

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