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Cultura

La Sevilla salvaje de los años 80 contada a pie de calle

La editorial Barrett Libros publica una nueva edición de la novela de culto del artista underground Fernando Mansilla, ‘Canijo’

La Sevilla salvaje de los años 80 contada a pie de calle

Fernando Mansilla. | Cedida

Fernando Mansilla (Barcelona, 1956 – Sevilla, 2019) se crió en el barrio de Gràcia de Barcelona. De padre catalán y madre murciana, charnego, pues, durante la adolescencia le entra el gusto por la contracultura y su afinidad por el movimiento hippy lo lleva a darse al mundo: primero es Alicante, luego Granada, hasta que se establece unos años en Mallorca. Allí conoce a una chica interesada en el flamenco que se quería ir a vivir a Sevilla. La sigue en su camino y ya será la ciudad en la que pasará el resto de sus días.

Fernando Mansilla llega a Sevilla en 1981 y, atraído por el despertar de la cultura en la ciudad, en la época que empiezan a funcionar los grupos de teatro y música, se va a vivir cerca del Pumarejo, en el barrio de San Gil. Y es ahí donde suceden las diferentes tramas de su novela Canijo, editada por primera vez en 2013 por Rancho Editorial; un éxito inesperado del underground sevillano, cuya primera edición contó con cuatro reimpresiones y que el autor publicó cuando tenía 57 años.

El Tom Waits de la Alameda

A Fernando Mansilla siempre le interesó más la poesía, que escribió desde niño.  Fruto de sus ambiciones poéticas es el libro Poemas para la NO posteridad (Cangrejo pistolero, 2011), poemas ilustrados por Antonio García Villarán y que, después de varias décadas de espectáculos poéticos en directo, significaron su entrada en el mundo del libro impreso. Una suerte de grandes éxitos de los poemas que el autor sevillano incorporaba a sus espectáculos teatrales de vanguardia, atravesados por el espíritu de la performance y el flow del spoken word. A partir de aquí se da la publicación de la ya mencionada Canijo, a la que seguirán, ya en la editorial Barrett, el libro Relatos faunescos (2017), la novela póstuma Matar cabrones (2019) y al año siguiente, Mansilla Street View (1984-2019), una recopilación de sus mejores textos inéditos y un recorrido a lo largo de su vida, con edición a cargo del dramaturgo y periodista David Moreno. 

La ley del más fuerte

Se puede decir que el origen de Canijo está en «El tigre de Malasia», relato que cierra el libro Relatos faunescos (Barrett libros, 2017), con prólogo de Alex O´Dogerthy. Texto basado en un personaje real conocido por Mansilla, de finales de los años 80. A Mansilla le gustó el tono marginal del texto y fue lo que llevó a embarcarse en la escritura de Canijo.

Divida en dos partes («Plaza del Pumarejo» y «Alameda de Hércules»), se trata de una novela basada en personajes reales de la Sevilla marginal de los años 80 que conoció el autor, pero ficcionalizados. A pesar de no dejar de ser una novela coral, quien guía la narración es Canijo, el personaje que da título al libro. Una suerte de narrador testigo que observa y no cuestiona, también enganchado paulatinamente a la heroína y que no solo es un alter ego del autor, sino que comparte datos y hechos biográficos con el mismo; aunque la cosa tiene truco, ya que es un narrador omnisciente quien se ocupa de seguir las subtramas de los diferentes personajes que pululan por el degradado centro histórico de Sevilla, esa ratonera de callejuelas llenas de peligros, por donde deambulan yonquis, camellos, maderos, lumis, sirladores y demás fauna del lumpen ochentero. 

Decíamos que la novela se subdivide en dos partes claramente diferenciadas. La primera da cuenta de la ingenuidad febril de los primeros años, la inconsciencia y la pasión amorosa, y se centra en la época 1980-1984. Son años de ilusiones, de confianzas y espejismos, de bravuconerías, pandillas y clanes. De lealtades y honores. En este primer momento, conviven el hachís con la heroína. Hay escenas de acción trepidante, relatadas con puntillosa maestría por la pluma de Mansilla. Hay todavía vigor y es ese momento iniciático en toda generación donde se construyen las primeras mitologías. Es un mundo bronco, bravo, sí, pero todavía conserva, en cierta medida, un orden manifiesto, unas normas.  Es una ciudad, Sevilla, aun bullanguera, que se rige por un código y los personajes que vamos conociendo mantienen el control de sus vidas. Ello no quita que siga mandando la ley del más fuerte y que, en las guerras entre clanes (gitanos) de la droga, se pelee a muerte. No obstante, al final impera la ley del Consejo gitano, que todos respetan. Por su parte, en el segundo bloque de la novela, ya centrado en el binomio 1987-1989, todo se ha ido al garete. Ya solo existe el horizonte del caballo. El enganche de los protagonistas es ya severo, aparece el SIDA y la gente comienza a morir. Ya no hay amigos, prima el individualismo y el mono lo gobierna todo. El narrador lo define muy bien cuando dice que «nos habían tragado el caos y el horror». La única ley son los golpes de suerte, el ir tirando, el ver a quien se le puede sisar, engañar, dar el palo.  Un mundo poblado por seres que no saben qué hacer, a quién acudir, por dónde tirar. Se trata de un mundo enloquecido donde todos están fuera de sí. Un mundo en el que la tristeza se convierte en rabia, un entorno maldito donde se intercambian impúdicamente las humillaciones y esto trae como consecuencia los rencores, el odio y la sed de venganza. Un mundo, en suma, en el que ya nadie está a salvo. La clave nos la da el narrador en un momento determinado, al decir que «cuando uno está enganchado, el cerebro trabaja siempre a favor del enganche».

Portada del libro.

La heroína: ¿condena o teleología?

Canijo se basa, como hemos dicho, en las experiencias con la droga, particularmente con la heroína, de una generación que se crió en los barrios del centro de la ciudad de la Sevilla de los años 80. Así, la novela maneja dos visiones sobre la droga. Según la primera, la droga sería una suerte de Espíritu sagrado que te elige y te posee, con afán de transmitirte una suerte de conocimiento imposible de conseguir por otras vías. Sería, en este sentido, la puerta a otros saberes, experiencias y sentimientos que se le escatiman a la mayoría de los seres humanos. El Espíritu de la heroína tendría una voluntad depredadora por usufructuar la disposición de sus víctimas y marcaría letalmente a sus «elegidos», quienes acabarían actuando según actos de voluntad ajena. De otro lado estarían los «no elegidos», aquellos a los que el Espíritu sagrado del jaco no ha señalado. Para ellos, el consumo de la droga tendría que ver con un acto recreativo, un acto de voluntad propia. Esto es, que pueden tomar o dejar la droga según gusto, conveniencia o inclinación. Vale mencionar que el narrador se mantiene al margen de esta dicotomía; esto es: ni cree ni descree de ella. Lo que sí que hace es tener empatía con los yonquis; no me atrevería decir que los tiene en estima, pero sí que, en su comprensión de la naturaleza de su delirio, de su enganche, hay un verdadero fondo de ternura. A ello contribuye también el lugar de enunciación, ya que, a pesar de estar ambientada en la década de los 80, la novela se escribe con la conciencia del presente y el propio narrador hace mención explícita de las cosas que escribe, dotándolas así de significación y relevancia. 

La historia de un superviviente

Delgados, descuidados en el vestir, apenas aseados… los jóvenes que nos encontramos en la primera parte de la novela son ya despojos cadavéricos en el segundo tramo. Faltos de energía y voluntad, son zombies luchando contra sí mismos, náufragos abandonados al destino del speedball y el basuco, de la papelina y el billete de mil pesetas para conseguirse una nueva dosis. Unos pocos (los menos) consiguen huir de ese mundo sin esperanza, que al final del túnel no trae más que muerte y desesperación. Nos dice el narrador que «el yonqui pasa de todo y la opinión de los demás le importa menos que nada». Y así es en el desenlace de Canijo, una historia que se puede entender como la de un superviviente, la del propio Mansilla, que ha querido dar vida en el papel a toda una serie de personajes que conoció en su juventud y que pensaba eran historias que debían ser contadas para no caer en el olvido. Así, la novela es tanto un homenaje como una restitución, tanto una crónica marginal como un retrato sociológico de época. Contada con un verbo nervudo, y apoyándose en las bisagras de las obstinadas interjecciones (efecto del trabajo de spoken word del propio Mansilla), se trata de una narración poco adjetivada y metafórica. Un relato que busca la poesía en la verdad cruda de la performance y el ritmo, en la épica brillante de los instantes precisos; pues nada es en balde, gratuito o decorativo. No hay entretiempo aquí, no hay la vida que pasa. Dicho de otra manera:  es la carrera por la vida, por salvar la vida (o por perderla definitivamente) lo que da lustre, fuerza y nervadura a esta estupenda novela, ya un clásico del underground sevillano y, por ende, nacional.

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