Albert Boadella: «El 'progre' se ha convertido en un inútil que solo promueve ocurrencias fútiles»
El dramaturgo catalán publica ‘Joven, no me cabree’ (Ediciones B), un alegato contra el infantilismo progresista de la sociedad actual
Albert Boadella acaba de cumplir este verano 79 años. El dramaturgo e intelectual catalán aprovecha su último libro para hacer un repaso de los temas que le preocupan: sobre todo arte, política y educación. Desde su masía en el Empordà, Boadella mantiene un diálogo con un joven universitario estudiante de arte que viene a visitarlo y que le sirve para elaborar una suerte de testamento vital, en cuyo centro, como no podía ser de otra forma, está el teatro. Un arte que lleva Boadella practicando más de seis décadas. En Joven, no me cabree (Ediciones B), el autor catalán nos ofrece su particular poética teatral al tiempo que dispara sin piedad contra el progresismo actual y sus ocurrencias.
P.- Mañana es la Diada en Cataluña, ¿cómo ve Vd. la situación actual?
R.- Si tengo que tener una mirada ética y social diría que esto es deprimente, es un estado de degradación total. Si tengo que ser muy sincero, diríamos lo que pienso en mi intimidad, pues me estoy descojonando de risa. De ver pelearse a esta gente. De ver el ridículo alucinante tan formidable que están haciendo. Ahora, seamos serios, Cataluña está en un momento de decadencia y de degradación máxima, han colocado dos millones de personas casi en una depresión, porque les han ilusionado sobre unas cosas que no son nada y que además a ellos ni les importan, y eso es muy grave, han enfrentado una sociedad. Están bloqueando una lengua tan importante y tan trascendental como es el español a los jóvenes y a los niños. Están haciendo verdaderos crímenes de estado. Merecen un juicio de Núremberg hecho en Montserrat.
P.- ¿Tabarnia va por buen camino?
R.- Tabarnia va por el camino de señalar el ridículo de los dirigentes separatistas en Cataluña. Su objetivo es mantener presente que existe una posición en Cataluña contraria a estas personas, y que no se los toma en serio en absoluto. Lo que no se ha planteado Tabarnia y que a lo mejor tampoco sería necesario, es establecerlo desde un punto de vista más político, bueno, qué se yo, de presentarse a las elecciones. Supongo que eso podría dar unos resultados insospechados, porque uno no sabe nunca, y además la gente tiene mucha simpatía a esta cuestión, no solo los catalanes sino el resto de los españoles. Es un asunto que divierte. Lo que pasa es que quizá no sea el momento, pero en caso de extrema gravedad… siempre sería una posibilidad.
P.- En su libro habla del infantilismo de una sociedad progresista, pero dígame, ¿Cómo se puede combatir la estupidez?
R.- La mejor forma de combatir la estupidez es que los dirigentes que tenemos en este país fueran conscientes de esta estupidez. Deberían poner sensatez a sus decisiones. Eso es lo más complicado. Porque una de las cosas que señalo en mi libro es el problema de una generación o de dos generaciones que están educadas en la falta de rigor, en la eliminación del esfuerzo, del dolor del aprendizaje de las cosas. Es decir, que hay dos generaciones de cristal; se desmontan muy rápido, enseguida necesitan los auxilios del psicólogo, los psiquiatras, cuando no de la química. No digo que estén malinformadas, pero son endebles en muchos aspectos esenciales en la vida. Y eso repercute por supuesto en muchos dirigentes que hoy tienen entre cuarenta y cincuenta años, que también son víctimas de la estupidez generalizada.
«Hay dos generaciones de cristal; se desmontan muy rápido y necesitan los auxilios del psicólogo, los psiquiatras, cuando no de la química»
P.- ¿Cómo hacemos para explicarles a las nuevas generaciones la diferencia entre necedad y arte?
R.- No es fácil. Digamos que creo que hay que reilusionar a la gente joven con lo que yo llamo un «Nuevo Renacimiento», en el sentido de que hay cosas en el pasado que son formidables. Se trata de saber encontrar aquellas cosas que se puedan adaptar en cierta forma a la contemporaneidad actual y que sean capaces de transformar como transformó el renacimiento a la sociedad del medievo. La forma de vida que tenemos en nuestro entorno hoy crea una velocidad tal que impide el pensamiento, impide las acciones sensatas, que prácticamente lo impide todo. Todo ahora es un tabú intocable y además legislado (el sexo, el feminismo, incluso el cambio climático) y eso es lo más peligroso y que hay que tener sentido del humor para combatirlo.
P.- Escribe Vd. en su libro que «La belleza no es casual ni surge con facilidad ni pura chiripa». Sin embargo, ahora se quiere que todo sea fácil y rápido, ¿verdad?
R.- Si no hay el impuso de establecer unas bases sólidas sobre las que apoyarse, saber establecer unos principios básicos, casi me atrevería a decir unos principios éticos y morales que sirvan para todos, si no hay forma de establecer eso, la deriva enloquecida no tiene fin. Cada vez las ocurrencias de la progresía serán más demenciales, porque no se han creado situaciones realmente nuevas. Se han creado cantidad de ocurrencias. Las situaciones nuevas las ha creado directamente la ciencia. La ciencia ha creado inventos extraordinarios, sin duda, pero que necesitan de gente que sea capaz de asumirlos, de utilizarlos de la mejor manera posible.
Pongo el ejemplo de internet, de las redes sociales. Que son un invento extraordinario, formidable, sin duda, pero nuestra sociedad, y me refiero a la sociedad mundial, no ha sido capaz de establecer algo que era esencial y que era eliminar el anonimato. Con ello, lo que pasa es que la cantidad de basura que existe tiene unas proporciones tan grandes que el invento en general tiene un interés muy relativo. Se convierte en pura acumulación de basura, donde es muy difícil escoger nada interesante. Y habría un sistema fácil para solucionar esto, que, como digo, pasa por eliminar cualquier posibilidad de anonimato. Eso sí que sería legislar bien.
P.- Dice Vd. que la progresía funciona con reflejos condicionados, ¿hay alguna manera de subvertir esta mecanicidad?
R.- La progresía sobre todo funciona para tocar las narices, para intentar joder a los que ellos entienden que no son progresía: la derecha, los conservadores, los liberales, etc La progresía funciona inventándose estas ocurrencias a ver cuál cabrea más a la derecha. O sea que ya no es intentar hacer cosas nuevas que sirvan para todos, sino cosas que diríamos que pretenden poner en jaque a los adversarios. Eso es un mecanismo que viene ya de mucho tiempo, y es un mecanismo de utilidad absoluto. El progre hoy se ha convertido en un completo inútil que solo promueve ocurrencias e inventos fútiles, que se desmontan en muy poco tiempo. En el libro trato de hacer una apología del esfuerzo y sobre todo de tocar las cosas en una forma real, no simplemente teórica. Nuestro mundo está en la virtualidad más absoluta. De aquí las estupideces del mundo del animalismo. Se han separado totalmente de la naturaleza y han acabado dando más importancia a un chihuahua que a una persona. Hemos llegado a estos extremos demenciales seguramente por la falta de tocar la realidad. Ahora se está siempre en perpetua ficción.
«En el libro trato de hacer una apología del esfuerzo y sobre todo de tocar las cosas en una forma real, no simplemente teórica»
P.- Parece que todo lo que cueste esfuerzo es malo, y que las cosas se han de regalar porque sí….
R.- Sí, claro, hemos acostumbrado a estas nuevas generaciones a que son los reyes de la casa cuando nacen. Parece como un hijo fuera ya una cosa inaudita. Eso ya sigue después en el parvulario, en la escuela primaria, el instituto y la universidad. Que si un profesor no te gusta te quejas a tus padres, y tus padres, a través de la asociación de padres le montan un cirio al profesor. Es tan distinto de mi época… todo ha cambiado exageradamente en lo que yo llamo «la doma». En los primeros años un niño no está educado, sino que debe estar domado; después ya la educación está cuando entra en uso de razón, pero primero está la doma, y eso no se hace. Solo hay que viajar un domingo en AVE para ver la tortura de los niños que vuelven a casa. Esos vagones se convierten en auténticos campos de concentración, de tortura.
P.- ¿Estamos impidiendo a las nuevas generaciones el acceso a su propia personalidad por culpa del control que ejercen sobre ellos los padres?
R.- Exacto. Porque en primer lugar a los niños no se les deja ser niños. Se los programa todo. No se les deja hacer sus malicias en ciertos momentos. También tienen que tener los niños su tiempo para eso. A la mínima que el niño presenta un problema, rápidamente ya está el psicólogo infantil en acción. Y creo que eso conduce a hacer monstruos, pequeños monstruos. Por suerte, la sociedad y la naturaleza cuando se van convirtiendo en mayores va tamizando estas cosas, pero yo veo muchos niños que pienso este niño si continua por este camino acabará quemando la casa de sus padres, casi como un acto de justicia.
P.- Su libro se fundamenta en la relación maestro-discípulo, ¿se han perdido este tipo de relaciones dialógicas del conocimiento?
R.- Este juego de igualitarismo total ha provocado la pérdida de la autoridad, en el sentido del conocimiento. Se desvaloriza la gente que sobresale. La idea del maestro antes estaba en todas partes, ahora eso solo existe, en parte, en la música clásica. Ya no hay códigos, ni referencias y, por eso, los genios están al por mayor. Esa destrucción de los códigos yo la coloco en la relación caos-orden-caos. El caos emocional del artista se ordena a través de la técnica, de sus referencias, de un oficio que ayuda a volver a promover un caos emocional en el espectador, quien recibe las impresiones emotivas de todo aquello que sintió aquella persona cuando estaba en su caos. Se necesita esa parte intermedia, que ha desaparecido de la mayoría de las expresiones artísticas actuales: se pasa de caos a caos sin poner la ordenación.
P.- Su libro es una lección de teatro…
R.- Cuando tú hablas de teatro estás hablando de la vida. Por eso Cayetana (Álvarez de Toledo) hay un momento en el prólogo que dice que esto son unas memorias encubiertas. Y en cierta medida es verdad. Yo aprovecho el teatro, que después de 62 años de estar en él, lo conozco bastante bien, para hacer conexión con la vida. A mi discípulo en el libro le planteo determinadas situaciones que tiene que resolver bajo unos conceptos éticos, pero también le recalco que hablamos de un arte y un arte es la búsqueda de la belleza en todos los aspectos. Si no hay belleza no hay nada. Incluso llego a decir que la belleza está en saber escoger el retrete adecuado. En mi libro trato de comunicar optimismo, porque sin belleza todo es sórdido y pesimista.
«Nunca he sido un hombre de izquierdas, es una equivocación. Los que han visto mis obras lo piensan porque piensan que soy muy transgresor»
P.- ¿Por qué la gente cree que Vd. es de izquierdas?
R.- Siempre fui de joven muy conservador, pero muy muy conservador. Estaba realmente en contra de todo lo que había a mi alrededor, justo en ese momento que comenzaba la progresía, una de las consecuencias de mayo del 68. Yo era tan conservador que detestaba a los Beatles porque llevaban aquellas melenas. Pero, curiosamente, mi oficio me lleva constantemente a una dosis de transgresión, es su esencia: es Molière, es Shakespeare, es la Commedia dell’Arte, Aristófanes. Entonces estamos en esa dualidad. Tengo que reconocer que hubo público progre en mis espectáculos, sobre todo en los inicios, hasta que llegó el momento en el que decidí que íbamos a dejar de reírnos de los de fuera y comenzaríamos a reírnos de los que están dentro en el teatro, de los progres. Quería reírme de los tabús de la progresía. Y ahí se vio que el sentido de la crítica y del humor no era lo suyo. Prácticamente vaciaban los teatros, desaparecieron de mis obras. El público cambió completamente y se volvió más heterogéneo. Nunca he sido un hombre de izquierdas, es una equivocación. Los que han visto mis obras lo piensan porque piensan que soy muy transgresor.
P.- Está rozando ya los ochenta años, ¿qué tal se encuentra?
R.- La verdad es que siento bien con mi edad. Me siento físicamente bien, en disposición de hacer obra, acabo de escribir una obra para ensayarla dentro de unos meses. Pero claro, es inevitable la cuenta atrás. Mi reflexión sobre este momento mío vital es estrictamente tratar de aquellas cosas que tengo cierta seguridad, tratar de -con los medios que tengo a mi alcance- comunicarlas, es una obligación. A diferencia de cuando treinta años, que tiraba siempre hacia delante pasara lo que pasara, ahora tengo una propensión más humanística. Creo que es la mejor manera de desaparecer.