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30 años sin Anthony Perkins, la atormentada estrella de ‘Psicosis’ que visibilizó el sida

Durante un tiempo, el actor trató por todos los medios de ocultar a la prensa su verdadero estado de salud, pero el constante acoso de los reporteros le complicó la tarea

30 años sin Anthony Perkins, la atormentada estrella de ‘Psicosis’ que visibilizó el sida

El actor Anthony Perkins.

Anthony Perkins entró en la leyenda del cine por su interpretación de un adulto reservado y reprimido en Psicosis (1960). También el actor era un hombre con una personalidad atormentada. Y bastante celoso de su vida privada. De hecho, cuando cierto medio sensacionalista publicó en 1990 que tenía sida, su representante se encargó de asegurar que la información era «rotundamente falsa». Aun así, el propio Perkins, que ya tenía la mosca detrás de la oreja, optó por hacerse la prueba del VIH, conocido entonces como el cáncer de los homosexuales. Fue ahí cuando el estadounidense descubrió que era seropositivo.

Aquel diagnóstico fue devastador tanto para el actor como para su mujer, la fotógrafa Berry Berenson, que en abril de 1992 organizó para su marido una fiesta sorpresa por su 60º cumpleaños. Cuando varios de sus amigos le dijeron a Perkins que parecía demacrado, Berry le suplicó que le dejara contarles. «Le dije: ‘Mira, voy a compartir esto con algunos amigos cercanos en los que confío, porque si no, me voy a volver loca», afirmó ella. «No soy tan buena actriz. Le dije a Tony que no podía hacer esta farsa. A él le parecía bien que se lo contara a una o dos personas, pero luego dijo: ‘Oh, se lo estás contando a demasiadas’». 

Durante un tiempo, Perkins trató por todos los medios de ocultar a la prensa su verdadero estado de salud (llegó a registrarse varias veces en el hospital con un nombre falso), pero el constante acoso de los reporteros le complicó la tarea. Ya pocos días antes de fallecer a mediados de septiembre de 1992, por complicaciones derivadas del sida, el moribundo actor le dictó a sus dos hijos adolescentes un comunicado con la intención de que fuese leído tras su muerte. 

A decir verdad, al neoyorquino nunca se le dio mal fingir. Su padre era el prestigioso actor teatral Osgood Perkins, y él mismo debutó a los catorce años en teatro de verano. A los dieciséis, andaba ya haciendo su primera gira y, siendo todavía estudiante de la Universidad de Columbia, tuvo ocasión de actuar en su primera película, La actriz (1953), a las órdenes de George Cukor. Poco antes de graduarse, Perkins hizo una audición con Elia Kazan para el papel protagonista en Al este del edén (1955), aunque el personaje fue a parar a manos de un todavía desconocido James Dean. Aun así, el directo le pidió que sustituyera a John Kerr en Tea and Sympathy. Su interpretación en esa obra llamó la atención de Hollywood, que de pronto vio en aquel atractivo y desgarbado actor de casi 1,90 metros de estatura a uno de los nuevos ídolos adolescentes.

Nominado a un Oscar al mejor actor de reparto por la película La gran prueba, Perkins adquirió cierta fama como actor de carácter por su forma de encarnar a tipos con malestar emocional y trastornos de salud mental

Nominado a un Oscar al mejor actor de reparto por la película La gran prueba, Perkins adquirió cierta fama como actor de carácter por su forma de encarnar a tipos con malestar emocional y trastornos de salud mental. El colofón llegó en 1960, cuando se puso a las órdenes de Alfred Hitchcock para rodar Psicosis, donde daba vida a Norman Bates, un encantador pero siniestro hombre que está al frente de un motel, practica la taxidermia y vive con su madre muerta en una vieja casa victoriana. En un momento dado, en la que está considerada como una de las mejores secuencias de la historia del cine, una figura femenina irrumpe en el cuarto de baño donde el personaje de Janet Leigh está dándose una ducha, y la acuchilla hasta la muerte. 

Más de uno pensará que el desequilibrado Norman Bates le venía como anillo al dedo a Perkins. Al igual que su personaje más famoso, el actor era bastante introvertido (apenas se relacionó con sus compañeros de reparto), había crecido bajo la influencia de una madre posesiva (ya de adulto, siguió dejándose dominar por mujeres como Helen Merrill, que renunció a su carrera como fotógrafa para apoyar al actor), y llevaba tiempo sufriendo problemas de salud mental. Sin embargo, no tenía tendencias homicidas. «Me gustan los encuentros con la prensa», dijo una vez. «Me dan la oportunidad de que los periodistas y la gente me conozcan un poco mejor y empiecen a pensar que no soy un asesino maniaco que sale a medianoche para matar al primero que se le cruza en el camino».

Psicosis lanzó a la fama internacional a su protagonista, pero también le convirtió en un actor encasillado. Después del estreno de aquella obra maestra del género, Perkins vivió alguna que otra época de sequía, cosechó varios éxitos musicales, apareció en unas cuantas obras de teatro y protagonizó películas como la emocionante El proceso, de Orson Welles, o Asesinato en el Orient Express, adaptación cinematográfica de un misterio de Agatha Christie. Aunque lo cierto es que nunca volvió a alcanzar el éxito que le granjeó el psicópata más famoso del séptimo arte.

El actor llegó a comentar que necesitaba librarse de Norman Bates. Pero el comportamiento de un ser humano es contradictorio por naturaleza. Así, en 1983 rodó Psicosis II, que según algunos críticos carecía de la profundidad y la oscuridad del maestro del suspense, pero aun así se convirtió en una de las películas más taquilleras de aquel año. Luego apareció en Psicosis III, que solo aceptó protagonizar a cambio de dirigirla, y en Psicosis IV, que escarba en el oscuro pasado del perturbado gerente de motel. Hasta sacó partido a su condición de icono del cine de terror viajando a varias ciudades de España para promocionar el espectáculo de terror de algunos parques de atracciones. «Solo me considero un actor que trabaja duro», explicó una vez, «que tiene que mantener a una mujer y a dos hijos, que no es millonario porque no ha hecho grandes series de televisión, que es lo que da dinero, y que incluso es cocinero y chófer de sus hijos».

Antes de casarse con la que fue su mejor amiga de la escuela, el actor reconoció que había mantenido relaciones con alguna persona de su mismo sexo (aunque el encuentro le había parecido «insatisfactorio»)

Antes de casarse con la que fue su mejor amiga de la escuela, el actor reconoció que había mantenido relaciones con alguna persona de su mismo sexo (aunque el encuentro le había parecido «insatisfactorio»), y que no logró acostarse con una mujer hasta los 39 años. Por lo visto, entre sus amantes masculinos figuraban el actor y bailarín Grover Dale, con quien compartió un apartamento durante seis años, o el rubísimo Tab Hunter, icono del Hollywood dorado y uno de los pocos intérpretes de aquella época que pasado el tiempo llegaron a visibilizarse como gais. «La vida era difícil para mí, porque vivía dos vidas al mismo tiempo. Mi vida privada, de la que nunca hablé a nadie. Y luego mi vida de Hollywood, en la que me centraba en mi trabajo y en tener éxito», confesó en su autobiografía Hunter, a quien el agente que lo descubrió, Henry Wilson, también homosexual, sacó del armario a empujones tras filtrar en 1955 a Confidential su detención en una fiesta gay, a cambio de que esa revista sensacionalista no sacara del armario a otro de sus representados, Rock Hudson.

Es fácil comprender por qué Perkins fue tan reticente a hablar abiertamente de su orientación sexual, o por qué motivo le resultaba tan difícil superar la homofobia interiorizada que llevaba años sufriendo. Cuando alcanzó la adolescencia, las leyes contra la sodomía de su país castigaban duramente la homosexualidad. Durante su paso por la universidad, uno de sus amigos gais terminó hospitalizado tras recibir una paliza por parte de otro estudiante y de su padre ministro. Lo más gracioso es que el único que fue acusado de un delito fue la pobre víctima de los golpes. Al aterrizar en Hollywood, Perkins se vio sometido a la presión de una industria que, cara a la galería, aconsejaba a los actores gais fingir romances heterosexuales para que (en el mejor de los casos) su reputación no se viera dañada.

«Decidí no hacer público este tema [mi enfermedad] porque, citando mal ‘Casablanca’, no soy muy noble pero no hace falta mucho para ver que los problemas de un viejo actor no tienen demasiada importancia en este mundo de locos», rezaba el texto póstumo de un actor que, en cierto modo, ayudó a visibilizar el VIH y a combatir el enorme estigma de una enfermedad que entonces causaba pánico. «Hay muchos que creen que esta enfermedad es una venganza de Dios, pero yo creo que fue enviada para enseñar a la gente cómo amarse y comprenderse, y para tener compasión por el prójimo. He aprendido más sobre el amor y la comprensión humana entre la gente que he encontrado en esta gran aventura en el mundo del sida que de la gente que hay en el mundo despiadado y competitivo en el que he vivido».

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