THE OBJECTIVE
Cultura

Rodrigo Cortés: «España no necesita un diccionario, necesita un exorcista»

El director de cine y escritor publica ‘Verbolario’, el léxico que reúne las 2.500 definiciones publicadas por el autor en el diario ‘ABC’

Rodrigo Cortés: «España no necesita un diccionario, necesita un exorcista»

Rodrigo Cortés. | Almudena Calado

Antonio Mingote envió su primera viñeta el 17 de julio de 1932 con 13 años a Gente Menuda, del suplemento Blanco y Negro, y debutó el 19 de junio de 1953 en el diario ABC. Mingote poseía la primera edición del Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce, aquel volumen satírico de 998 definiciones. Hoy, ese ejemplar pertenece a Rodrigo Cortés (Cenlle, 1974), que lo recibió en su momento de manos de Isabel Vigiola, viuda de Mingote. «Lo tienes que rechazar», cuenta Cortés a THE OBJECTIVE. «Como cuando se pelean por ver quién paga la cena. Lo rechazas con el deseo de que gane la otra persona, por supuesto, para poder ganar tú». Igual que Antonio Mingote, Verbolario de Rodrigo Cortés empezó en verano, en el mismo periódico donde comenzó el dibujante, en «ese mes perfecto en que nadie mira». Sin embargo, el tomo que ordena esta suerte de breverías, Verbolario (Literatura Random House, 2022), ve la luz a últimos del septiembre presente. Probablemente sea esa la clave: aparecer cuando nadie mira.

PREGUNTA. «Entrevistador, m. Individuo que le pregunta a otro por quién pondría la mano en el fuego». ¿Por quién pondrías tú la mano en el fuego?

RESPUESTA. No la pondría ni por mí ni por nadie. Es una garantía de salir con olor a carne chamuscada.

P. ¿Por qué?

R. Nadie responde a las expectativas que ponemos sobre otros y nadie soporta la lupa con la que analizamos a los demás. Así que más vale no emitir juicios ni dar lecciones porque uno queda enseguida atrapado en sus propias palabras.

P. Iba a decirte que eres como el personaje de Camilo José Cela en La colmena, pero tú no estás regalando palabras en Verbolario, sino definiciones.

R. En realidad, Verbolario no inventa ninguna palabra. Hay diccionarios publicados que las inventan y que generan neologismos. Si tuviera que inventar una, propondría por ejemplo «pintautor», pero no es lo que hace Verbolario; toma voces conocidas y perfectamente definidas cuyo significado cree conocer el lector y lo enmienda para aportar el verdadero, que es casi siempre lo opuesto.

P. ¿Piensa mal y acertarás?

R. Es casi la definición de la ironía. El lenguaje está inventado para ocultar cosas, no para desvelarlas. Sucede, por supuesto, que a través de la ocultación se desvela siempre una mirada.

P. La definición de «Sí» es «No».

R. Era una forma de celebrar el ADN de la obra y, con él, el del propio lenguaje.

P. ¿Estas breverías son para lectores impacientes?

R. En realidad no, porque Verbolario ha sido paradógicamente diseñado para ser atravesado de la A a la Z de forma lineal. El lector, por supuesto, hará lo que le dé la gana, y la tendencia natural es el picoteo, pero después de ese zappeo inicial, espero que más de uno se vaya a la A y empiece a atravesarlo. De hecho, hay todo un trabajo de revisión y de reescritura en ese sentido; si cogiéramos todas las palabras publicadas a lo largo de estos siete años y las ordenáramos alfabéticamente, el resultado no sería Verbolario, el libro, por varias razones: para empezar, en varias ocasiones una misma palabra ha sido contemplada desde diferentes ángulos a lo largo del tiempo, ángulos que han sido ahora recogidos en forma de acepciones. Sucede también que ha habido un trabajo natural de revisión y de reescritura y de retrabajo de la música. Pero, además, cuando se colocan de manera alfabética palabras que se han enviado de forma desordenada, se producen en ocasiones sincronías inesperadas o repeticiones de sonidos o de estructuras, y todo eso ha tenido que ser recompuesto para hacer esa lectura ordenada y exhaustiva.

P. ¿Hay música en estas palabras?

R. Casi me atrevería a decir que hay, por encima de todo, musicalidad. Lo que más me interesa es la música. No trato de alcanzar ninguna verdad de ningún tipo y mucho menos una verdad definitiva. En muchas ocasiones, diferentes definiciones resultan contradictorias entre sí. A veces, incluso, excluyentes. Lo que busco por encima de todo es que el lector se detenga durante un segundo sin darse cuenta del porqué, que el programa no le valga durante un segundo, que se produzca un pequeño tropiezo, una pequeña vuelta a la manzana antes de recuperar la marcha del cerebro. Y eso se produce en gran medida a través de la música. Hay una conexión, en el fondo, profunda con la poesía, no solo a través de la mirada, porque la mirada de las palabras es, en ocasiones, más humorística o más poética o más filosófica… Hablo de la poesía casi en términos técnicos: se trata de comprimir una información compleja y codificarla en términos resonantes y connotativos para que cuando el lector ingiera esa píldora esta se descomprima en su paladar y recupere todos los aromas y todas las evocaciones comprimidas. Y creo que eso tiene mucho que ver con la poesía.

«Tengo la impresión de que actualidad y humor no son los mejores amigos»

P. El Verbolario del día [21 de septiembre] es «Tentación». ¿La palabra de hoy es la segunda parte del Verbolario del mañana?

R. Sí, porque además de todo ese trabajo de revisión, también hay definiciones y palabras nuevas que acabarán en el periódico. ¡Aquí no se tira nada! Pero con el límite del día de su lanzamiento. A partir de la publicación de Verbolario [22 de septiembre], lo que se publique ya no estará recogido en el periódico.

Rodrigo Cortés. | Almudena Calado

P. Podría haber una segunda parte de Verbolario, ¿no?

R. Sí, sí. Eso es lo ideal, por varias razones: en primer lugar, porque el Verbolario del periódico no recoge la realidad. Me impuse, y casi me regalé, no hacer un trabajo de actualidad como hace por ejemplo el viñetista, que tiene que hacer un chiste con lo que sucedió ayer. Yo trabajo de manera completamente desincronizada con lo que suceda. En ocasiones se producen sincronías inesperadas, pero siempre son imprevistas. Y sucede también, y soy el primer sorprendido, que esta aventura no haya acabado hace cuatro años. La edición habitual del Diccionario del Diablo de [Ambrose] Bierce recoge novecientas y pico voces. La más exhaustiva, que reúne más de 15 años de trabajo, no llega a las 2.000. En el caso de esta edición de Verbolario, por ejemplo, se recogen 2.500 definiciones. Ya debería haberme cansado, pero no ha sucedido; creo que tiene que ver, entre otras razones, con la técnica de trabajo. No envío siete palabras semanales, sino que trabajo con un colchón de nunca menos de 70. Trato de tener siempre en una nevera 70 u 80 palabras en diferente estado de desarrollo: algunas que me convencen plenamente, otras que están desarrollándose y siento que no han encontrado su música definitiva, otras que siento que ya podían estar en ese estadio pero aún no tengo un convencimiento pleno y quiero pasear la mirada por ahí dos o tres veces más hasta estar seguro de que mi cerebro no las corrige… Y eso me permite siempre elegir siete buenas palabras, siete definiciones en buen estado de forma, y eso es lo que ha hecho que la calidad se haya mantenido homogénea a lo largo del tiempo. Si siento que eso deja de suceder, seré el primero en bajarse del tren, pero todavía sigo con ese margen de 70 palabras que, en ocasiones, han llegado a ser 120. Pero me he puesto 70 como número mínimo arbitrario.

P. ¡Eres lo menos actual en un diario!

R. (Risas) Es así, es muy contradictorio. A la vez, tengo la impresión de que, por un lado, actualidad y humor –no diré que son antitéticos– no son los mejores amigos, y para seguir la actualidad es por definición fungible y tiene una vigencia de muy corto vuelo. De modo que cuando huyes de la actualidad pero buscas la resonancia, acabas consiguiendo cosas extrañamente vigentes o extrañamente universales.

P. ¿Cómo ves el país como para tener que hacerle un diccionario?

R. El país no necesita un diccionario, necesita un exorcista. No soy bueno en el juego de Montxo Borrajo de la improvisación inmediata, pero estoy seguro de que el libro ofrece unas cuantas recomendaciones.

P. Has dicho que la Ñ es una letra perfecta para abandonar este idioma…

R. Sí. Es una letra que sobra en casi todas las lenguas y sin embargo nuestro diccionario tiene muchas más palabras que empiezan por W, que es una letra perfecta para hablar en cualquier otra lengua. Es parte de las paradojas que se producen. Una de las labores a la hora de abordar el libro, fue generar términos nuevos que empezaran por la Ñ porque no había suficientes publicados. Y eso sucede también en el diccionario de la R.A.E.; hay muy pocas palabras que empiezan por Ñ y muchas, de hecho, son casi indigenismos o palabras cuyo significado desconocemos. Y eso, de alguna manera, complica la obra de Verbolario, que recomienda partir del conocimiento del significado de esa palabra, precisamente porque en Verbolario va a subvertirlo. 

P. En Verbolario defines «renacentista» así: «A quien se le da bien una cosa y otra medio bien». ¿Qué es eso que se te da medio bien?

R. El cine y la palabra, valga la redundancia. Decide qué es lo que se me da bien y lo que se me da medio bien. En todo caso, es una definición idealmente lúcida de un término muy gastado. Cuando alguien hace dos o tres cosas, le tildan de renacentista. Por ejemplo, la definición en Verbolario de «polímata» es «inquietito», que me parece que aterriza mucho más en el término. Renacentistas eran los renacentistas, que eran grandes pintores, escultores, geómetras, científicos y tratadistas de cocina si era necesario. Eso es ser renacentista. Lo demás es que haces dos o tres cosas.

Rodrigo Cortés. | Almudena Calado

P. Pero «renacer», según Verbolario, es «disponerse a caer de nuevo».

R. Inevitablemente… y al revés. Por otro lado, de eso se nutre Verbolario. En el fondo, cada definición podría acabar con el añadido «de momento». Del mismo modo que una película solamente tiene un final feliz, si decides que la historia acaba aquí y no te vuelves a asomar cinco minutos más…

P. Siempre hay lugar para… ¿Un remake? ¿Una edición extendida?

R. ¿Un remake? Espero que no. Alguien hará su propio diccionario y hará muy bien, pero sí debería haber una edición extendida en el futuro si sigo pariendo palabras. Cuando haya 3.500 o 4.000 y llegue la nave tan lejos –que no lo sé ni es algo que me cuestione ni me imponga–, lanzaremos seguramente una versión más gorda.

P. ¿Qué tienen en común el cine, la musicalidad de las palabras y el mensaje que queda?

R. Para mí, mucho. Para empezar, creo que el estilo, como define el propio Verbolario, es el modo que tiene el artista de opinar. Creo que la opinión está en el estilo mucho más que en la tesis, que es casi siempre irrelevante. Pero la mirada del creador –es decir, lo que sabe de las cosas y no lo que cree saber de las cosas, lo que ha digerido del mundo y no lo que cree haber digerido del mundo– es lo que se destila a través de su forma de hacer. Y eso atañe al cine y a la literatura, aunque se expresan en lenguajes muy distintos. Y, en ambos, para mí es fundamental la música. Si defino la literatura o si defino el montaje, por ejemplo, lo haré de forma casi inevitable a través de términos musicales, porque es fundamental el ritmo y la percusión interna en la colisión de planos o en el ordenamiento no solo de palabras o ideas, sino incluso de sonidos. La propia evocación y sensorialidad del lenguaje encierra su propio mensaje del mismo modo que en el cine el propio ordenamiento de las imágenes o el uso del sonido o de la propia música, literal o figurada, encierra su propio mensaje.

P. Y eso que al cine lo dan por «enterrado», si me permites el chiste.

R. Supongo que dan más por enterrados a los cines que al cine. Y, no obstante, están demostrando ser duros de matar, afortunadamente. Tendemos a anticipar el futuro tomando dos elementos cualesquiera del presente, uniéndolos con una línea y prolongándola hacia el futuro. Eso se ha revelado en múltiples ocasiones como radicalmente inútil. El futuro no es anticipable, es imposible, porque la cantidad de variables que va a introducir la realidad son completamente imprevisibles y van a cambiar el rumbo de esa pretendida recta una y mil veces. El mundo iba a ser de una manera en 2019 hasta que sobrevino una pandemia que era imposible de predecir y que lo afecta todo. Por lo tanto, no tengo tan claro que el futuro de los cines sea el que parece que es. El tiempo que algo lleva entre nosotros es mucho más anticipador de su posible supervivencia que el deslumbramiento que provoca. Un libro, por ejemplo, lleva más tiempo entre nosotros que una tablet, y eso significa que es mucho más probable que dentro de 600 años haya libros que no tablets, del mismo modo que es mucho más probable que en 2.000 años sigan estando las pirámides que no un fastuoso edificio de cristal inaugurado ayer.

«La función primordial de la creación es no servir para nada y eso la hace imbatible»

P. «Enterrador, m. Rapsoda que se asegura de que el muerto no remonte los elogios».

R. No sé quién decía que en España se entierra muy bien (risas). A veces da la impresión de que sucede eso, que alguien florece en virtudes en el mismo instante en que muere y da la impresión de que es una forma más de enterramiento para asegurarse de que permanece donde está.

Rodrigo Cortés. | Almudena Calado

P. El periodista Antonio de Olano aconsejaba no hablar bien de los muertos porque estos nunca lo iban a poder agradecer.

R. Es una pérdida de tiempo, desde luego. Tienes toda la razón. Aunque solo sea por gestión de la energía, habría que concentrarlo en vida, pero no se nos da igual de bien.

P. ¿Por qué «alergia» como primera palabra de Verbolario en su estreno?

R. ¿Por qué no? No tengo ni idea, precisamente porque me aseguré de elegir una palabra que no fuera rotunda en ningún sentido ni fuera una aparente presentación de credenciales ni tratara de resumir el mundo. Una palabra cualquiera convertida en este caso en la reacción a la opinión ajena. Me parecía que en sí misma era lo suficiente resonante y a la vez poco representativa en lo definitivo como para ser un punto de arranque tan bueno como otro cualquiera.

P. ¿Lo esperado hubiera sido publicar «alergia» en primavera?

R. Es una razón perfecta para no haberlo hecho (risas).

P. ¿Verbolario es un diccionario para entender nuestro lenguaje o para entender a Rodrigo Cortés?

R. No es un libro para entender nada, para empezar. Sí que es fácil reconocerme, incluso más allá de mis deseos o a través de él, precisamente por su carácter necesariamente poliédrico y necesariamente tentacular o multitentacular que te da acceso a partes diferentes de mí. Todos somos mucha gente y todos somos un poliedro complejo, pero el libro no ofrece ningún tipo de interpretación del mundo y desde luego ningún acceso a ninguna forma posible de verdad. El libro es, en su dimensión más gozosa y reivindicativa, radicalmente inútil.

P. Desarrolla…

R. ¿Debo desarrollar? (Risas) Creo que la función primordial de la creación –no me atrevo a decir el arte para no usar mayúsculas– es no servir para nada, y eso es lo que la hace imbatible. La mayor fuerza de la Sinfonía nº 9 de [Ludwig van] Beethoven, por poner un ejemplo, es que no significa nada y no sirve para nada, solo para mejorar el mundo.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D