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Cultura

Andréi Kurkov: «El zarismo y los comunistas han intentado siempre socavar la cultura ucraniana»

‘Abejas grises,’ la última novela del escritor ucraniano más valorado de su país, trata sobre la imposibilidad de permanecer neutral en una nación fragmentada

Andréi Kurkov: «El zarismo y los comunistas han intentado siempre socavar la cultura ucraniana»

El novelista ucraniano Andréi Kurkov. | Opale Bridgerman

A Andréi Kurkov le han definido como «un Bulgakov contemporáneo», «un Kafka postsoviético» o «un Murakami ucraniano». Pero no suele haber discusión a la hora de considerarle el escritor ucraniano más reputado dentro y fuera de las fronteras del país, a pesar de su origen ruso (en Rusia, de hecho, está vetado por sus posiciones radicalmente contrarias al Kremlin). Sus novelas han sido traducidas a 42 idiomas y ha sido merecedor de una larga lista de galardones y reconocimientos, como el de la prestigiosa revista francesa Lire, que lo considera uno de los 50 mejores escritores del mundo. Este año presenta Abejas grises (Alfaguara, 2022), y THE OBJECTIVE ha hablado con él.

Para situarnos, la primera mitad de la obra se desarrolla en Malaia Starogradovka, un pueblo de apenas tres calles en la conocida como «zona gris» del este de Ucrania, la tierra de nadie disputada en 2014 entre las fuerzas leales al país y las separatistas prorrusas. En la aldea solo quedan, tras años de violencia, dos residentes: el inspector de seguridad retirado convertido en apicultor, Serguéi Sergueich, y su eterno rival desde tiempos del colegio, Pashka Jmelenko, que es además simpatizante prorruso. Entre una tremenda escasez de comida y de recursos y los bombardeos constantes, ambos se ven forzados a convivir en cierto modo, a ofrecerse algún trago de vez en cuando y a visitarse mutuamente para no perder del todo el contacto humano. 

Como Serguéi y Pashka, en la vida también tenemos enemigos incómodos con los que, en determinadas situaciones, podemos llegar a puntos de encuentro. Y esa es la primera pregunta que le formulamos a Kurkov, si las posiciones rusa y ucraniana podrían llegar a acercarse si las personas con capacidad de decisión tuvieran una mayor convivencia o se necesitaran de algún modo.

«La falta de comodidades en la zona gris, su necesidad de sobrevivir, y para Pashka, la necesidad de compañía, acerca ciertamente a los dos hombres. Aun así, ellos tienen diferentes actitudes hacia las fuerzas que los rodean. Y no está claro que eligieran correr en la misma dirección si atacaran su pueblo. En resumen, no estoy seguro de si podemos usar su relación como modelo para una posible convergencia entre Ucrania y Rusia», contesta Kurkov. Para que fuera posible tal acercamiento, opina, la sociedad rusa debería ser democrática y respetar todas las culturas; sin embargo, «el régimen zarista y luego el comunista han intentado constantemente socavar la lengua y la cultura ucranianas». Así es imposible  «vivir juntos felizmente». 

«En 2015 fui al Donbás y me di cuenta de que quería escribir sobre la zona»

El protagonista absoluto de la novela es Sergueich, el apicultor que hasta la mitad del libro permanece en su casa, analizando los sonidos de la guerra y preocupado por la forma en que el desarrollo del conflicto puede afectar a sus queridas abejas. Un día, esta alerta le lleva a buscar un lugar donde no se sienta en medio de un conflicto que no comprende. A Sergueich, nos cuenta el autor, lo ideó a raíz de la operación militar rusa de 2014 para anexionarse Crimea: «Con la creación de territorios separatistas en el este de Ucrania, comenzaron a llegar refugiados a Kiev. Eran desde gente rica que ya tenía propiedades allí, a gente muy pobre que lo había perdido todo o, en el punto medio, empresarios medianos del este que lograron establecer pequeños negocios en Kiev y sus cercanías». 

Kurkov conoció a uno de esos hombres, alguien que había abierto un pequeño restaurante en un suburbio de Kiev y que habitualmente conducía un camión lleno de medicinas y alimentos básicos que transportaba hasta su lugar de origen en el Donbás, donde la gente que conocía había decidido permanecer en la «zona gris», entre los territorios separatistas y la fuerza militar de Ucrania. «Esta zona se había quedado sin comercios ni servicios públicos y, a cambio de los víveres que les llevaba este hombre, le dieron algunos de los productos que cultivaban en sus parcelas: pepinos en escabeche y tomates», cuenta el escritor que, efectivamente, refleja también esa clase de trueques en su novela. «Además, en 2015 fui al Donbás para reunirme con las tropas ucranianas y gente local. Comencé a pensar sobre cómo debe ser vivir en tal contexto y me di cuenta de que quería escribir sobre ello», añade.

Portada de la novela.

Sobre si lo sucedido en el Donbás en 2014 es el germen del actual conflicto, Kurkov opina así: «No me esperaba la agresión total que comenzó el 24 de febrero de este año, pero la guerra comenzó ocho años antes, en 2014. Las batallas que se desataron entonces eran similares a lo que vemos ahora. Entonces, como ahora, debido a la determinación de Rusia de expandir su control, sucedieron cosas terribles».

Por eso le preguntamos si, tal y como le sucede a Sergueich, capaz de dormir aunque los bombardeos no cesen, alguien puede llegar a acostumbrarse a la guerra. «Las personas siempre han demostrado una gran capacidad de recuperación en tiempos de guerra a fuerza de convivir con esa realidad. Cada persona reacciona de forma distinta a las sirenas antiaéreas; pero a lo que se acostumbran es a reaccionar de ese modo, no a la amenaza en sí. Durante los últimos siete meses, en los pueblos del este de Ucrania la situación ha cambiado a diario, así que hubiera sido imposible que alguien se acostumbrara», dice el que fuera nombrado Premio Hombre del Año en Ucrania. «En las aldeas que fueron ocupadas por las fuerzas rusas y ahora están liberadas, las condiciones son extremadamente difíciles. La infraestructura ha sido destruida, la gente ha huido y los que se quedan necesitan apoyo». Lo único que allí se ha vuelto «rutinario» en cierto modo es el trabajo de los voluntarios, que tratan de paliar con su empeño el desastre.

«La gente no se ha acostumbrado a la guerra, simplemente no pueden dejar sus vidas atrás»

La novela de Andréi Kurkov resulta también un espejo de la situación actual, ya que sus protagonistas encarnan las diferentes reacciones ante el conflicto: «Algunos ucranianos han optado por permanecer en aldeas bombardeadas o en peligro de ser bombardeadas, y no porque se hayan acostumbrado a la guerra, simplemente no pueden imaginar dejar sus vidas atrás y viajar sin más a lo desconocido. Y tal vez también esperan que todo vaya bien y que ellos y sus casas sobrevivan».

El viaje de Sergueich en busca de tranquilidad y supervivencia para él y sus abejas le lleva, en primer lugar, a Veseiloye, un pueblo en la región vecina, y más tarde a Crimea. En ambos lugares comprenderá que permanecer neutral no le garantizará que no le perciban como un enemigo y, finalmente, sufrirá las consecuencias de la desconfianza que la guerra instala en el ADN humano. Allá donde va, el protagonista tiene que responder una y otra vez quién es y a qué se dedica. Por mucho que su intención no sea otra que proteger a sus abejas, llevar una vida anónima y pacífica en un país en conflicto se vuelve un imposible. 

También sobre los refugiados hablamos con Kurkov, ahora que Rusia ha llamado a filas a 300.000 reservistas: «Cuando los rusos comienzan a huir a través de la frontera para escapar del reclutamiento militar, el mundo tiene que decidir cómo reaccionar. No será fácil hacer frente a esta ola de refugiados y no será algo a lo que cualquier país puede acostumbrarse fácilmente. Sin embargo, cualquier gobierno democrático reconoce la amenaza que representa Rusia para el mundo democrático, tan solo por su fuerza militar y sus temerarias amenazas nucleares. A eso nadie puede acostumbrarse, y hay que tomar partido». 

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