Los activistas climáticos centran sus protestas en el arte y los museos
Durante los últimos meses cada vez son más las galerías que han actuado de altavoz inesperado para las peticiones de estos grupos
El arte, en mayor o menor medida, siempre ha tenido una vertiente de protesta que se ha reflejado de diferentes formas a lo largo de los siglos. La National Gallery, en Londres, ha sido el último escenario de esta forma de manifestación después de que el pasado viernes un grupo de activistas arrojaran sopa de tomate sobre la obra Los Girasoles, pintada por Vincent Van Gogh en 1888.
Con este acto, los ecologistas de Just Stop Oil querían llamar la atención sobre todos los nuevos proyectos de petróleo y gas que está anunciando el gobierno británico y exigir su paralización. Pero esta no ha sido la única ocasión en la que un museo ha sido el escenario de una manifestación de este tipo.
La explicación detrás de ello puede incluso llegar a ser algo lógico. Los museos son lugares en los que reina el silencio, con un orden y unas prohibiciones que todo el mundo asume que hay que respetar y respeta. Es una especie de ley no escrita. Por ello, cuando algo -o alguien- altera el ambiente en esas burbujas de arte, donde parece que ni el tiempo ni los sucesos del exterior afectan, el altavoz que consiguen es mucho mayor.
Y así ha ocurrido también en esta ocasión. Sobre todo porque las redes sociales también juegan un papel muy importante en la divulgación de estas acciones. El propio grupo de activistas colgó el vídeo de los hechos en su perfil, lo que contribuyó a que la acción se hiciera viral mucho más rápido.
En este caso, las activistas no solo arrojaron salsa de tomate sobre la obra, sino que después se pegaron con cola a la pared. La National Gallery tranquilizó sobre el estado de la obra al publicar un comunicado en sus redes sociales. «Hay algunos daños menores en el marco pero la pintura está ilesa», aseguró el museo.
Otras protestas similares
La acción contra el cuadro de Van Gogh solo es la última de una larga lista de protestas similares que llevan ocurriendo desde hace años. Pero, durante los últimos meses, el número de acciones en museos ha incrementado.
El mes de julio concentró numerosas manifestaciones de este tipo. La National Gallery fue escenario de protestas durante las primeras semanas, cuando activistas se pegaron a algunas de las obras más emblemáticas de la historia del arte. Hannah Hunt y Eben Lazarus, del colectivo Just Stop Oil, irrumpieron en el museo y con una de las pinturas más icónicas de John Constable, La carreta de heno, como objetivo.
Ambas activistas cubrieron la pintura con una versión en la que había aviones, pavimento y grandes edificios en el fondo. Después, pegaron sus manos al marco. Ambas iban vestidas con camisetas en las que estaba escrito el lema «Detened el petróleo» y su nueva versión de la obra pretendía mostrar una «escena de pesadilla que demuestra cómo el petróleo destruirá» el campo.
A pesar de esto, la pinacoteca anunció que el cuadro solo había sufrido «daños menores en su marco y en el barniz de la pintura». Otra obra sobre la que también realizaron acciones los activistas fueron una reproducción de La última cena de Da Vinci en la Royal Academy. Just Stop Oil también realizó protestas similares en museos de Glasgow y Manchester e, incluso, paralizaron el Gran Premio de Gran Bretaña de Fórmula 1 al hacer una sentada en una de las pistas.
Pero Reino Unido no ha sido el único escenario de protestas este verano. A finales del mismo mes de julio la llama ecologista prendió también en Italia. El 22 de julio, tres integrantes del grupo Ultima Generazione convirtieron la Galería de los Uffizi, en Florencia, en su escenario de protesta. Los activistas pegaron sus manos a una de las obras maestras del Quattrocento italiano: La Primavera, de Sandro Botticelli (1480).
Tras esto, desplegaron una pancarta delante de la obra con la frase «Última generación: sin gas, sin carbón». «Del mismo modo que defendemos nuestro patrimonio artístico, deberíamos dedicarnos al cuidado y la protección del planeta que compartimos con el resto del mundo», reclamaba Ultima Generazione en un comunicado.
La principal pregunta detrás de esta acción era sin los activista buscaban dañar el cuadro o sabían de la existencia del cristal protector y simplemente buscaban un altavoz para sus protestas. Ellos mismos fueron quienes despejaron la incógnita: reconocieron que, antes de llevar a cabo la performance, consultaron con restauradores. Emplearon un pegamento apropiado para cristales y marcos, de forma que no dañaran ninguna de las dos superficies.