La rabina
La rabina Delphine Horvilliur defiende en su ensayo ‘Vivir con nuestros muertos’ la necesidad urgente de la comunión entre religiosos y laicos
Vivir con nuestros muertos es el título del ensayo. Lo firma Delphine Horvilleur, una rabina francesa. No un rabbi o un rabino, una rabina en femenino singular. Mientras las religiones están a vueltas con la cuestión de género el judaísmo lo resuelve. Una religión de más de cuatro mil años avanza en cualquier campo y por su antigüedad siempre adelanta a las demás.
El judaísmo es la única religión progresista. No argumento a los ultraortodoxos. En la antigüedad el sanedrín, los ancianos de la tribu, resolvía los conflictos del poblado. Se puede afirmar que la democracia nace del judaísmo. El cristianismo funciona de derivada del judaísmo y el islamismo de ramificación. Ambos germinan del libro La Torá o el Pentateuco del Antiguo Testamento. Los semitas nacemos del uso de lenguas con el mismo tronco, árabes y judíos, así que andamos a leches en una torre de Babel ficcionada.
La rabina explica que el sacerdocio judío no impone, comunica, y no estigmatiza, conjunta. La rabina define el papel de la mujer evitando a la sufridora y multiplicando a la activa. Y, mejor, la rabina no señala ninguna reacción adversa de lo masculino a su trabajo. La habrá tenido, claro, pero no lo menta. La rabina iguala, de hecho, a la mujer y al hombre en el ejercicio religioso. La autora habla de las culturas que nos acogen, a los judíos. El discurso de la universalidad del género gana en la diáspora, la dispersión geográfica del pueblo judío. Tampoco provoca el libro una imposición de los judíos hacia lo judío. La rabina escribe: «El judaísmo no exige exámenes de paso a quienes ya viven en su seno».
El libro narra los ritos de la muerte de la religión judía, desde la templanza, exiliando al caos e invitando a la belleza. El ensayo está estructurado en capítulos correspondientes a cada uno de los difuntos, de sus historias y familiares. Los centra en las víctimas del atentado terrorista del Charlie Hebdo y en los fallecidos en la pandemia. La intención es clara. Los demás, los que escapan a ese destino, son los supervivientes. El pueblo judío, al ser el más perseguido, es el que más sabe de supervivencia. El ensayo va del yo al nosotros, en una progresión que reivindica al colectivo. Y escribe: «Para respetar la resilencia, el rabino debe ser el que no llora, y permitir que los hundidos crean en la posibilidad de levantarse».
«El sionismo nace de los textos sagrados, en los que se ha desterrado a Dios»
La autora asume la ejemplaridad del duelo. El familiar proyecta hacia delante la memoria del difunto, dignifica su vivencia y nos ayuda a escribir la nuestra.
Delphine Horvilleur coincide con otros estudiosos en que el sionismo nace de los textos sagrados, en los que se ha desterrado a Dios. No se produce una contradicción, aunque sí una paradoja. El sionismo solo se propicia en una tierra bendecida por Dios, siendo los sionistas ateos.
La rabina, con la explicación de los ritos y los textos, vuelve a la idea principal que nos sostiene, los judíos somos el pueblo del libro. Que somos el pueblo del libro lo reconocen las demás religiones y los laicos, los que tienen más de dos luces se entiende.
«El ensayo recuerda los versículos de la Biblia donde los profetas se oponen a las indicaciones de Dios»
«La laicidad no opone la fe al descreimiento. La laicidad impide que una fe o una pertenencia abarquen todo el espacio. En ese sentido la laicidad es trascendencia». En las palabras se percibe que el ensayo encuentra a creyentes y laicos. El ensayo advierte de que la necesidad de la comunión entre religiosos y laicos es urgente y necesaria. El libro, desde percepción de los vivos hacia los muertos, llama a la concordia, la que es posible dentro de los espacios de libertad, los comunes. El colectivo respeta al autóctono.
El libro recuerda los versículos de la Biblia donde los profetas se oponen a las indicaciones de Dios, lo que significa que el hombre discute con Dios y llega a negar sus mandatos cuando estos son injustos. No se le puede pedir más a un ensayo que alumbra con un lenguaje sencillo las dudas continuas de lo espiritual.
El camino, en el judaísmo y en otras religiones, pasa por el amor. La rabina reivindica una poderosas imagen que estaba dormida en el judaísmo, la que proyectaron los sabios. El Moisés judío, que también es el cristiano, antes de morir en el desierto de Moab, recibe el beso de Dios. Dios revela su amor en un acto físico y lo demuestra.
Los ensayos religiosos suelen aburrir. Este -publicado por Libros del Asteroide- entretiene y activa el viejo sentimiento de solidaridad, de lo que trata al cabo la religión.