Santiago Lorenzo y el ‘tostonazo’ de aguantar a los demás
El escritor vasco afincado en Segovia vuelve por algunos de los caminos ya andados en ‘Los asquerosos’ en una novela divertida y estilísticamente asombrosa
Todo el mundo conoce a alguien que, siendo un auténtico idiota, se cree la persona más lista del planeta. De hecho, esta situación tiene hasta su propia teoría psicológica, llamada efecto Dunning-Kruger, que define el síndrome de superioridad que lleva a ciertos individuos con escasos conocimientos a sobrevalorar sus habilidades y considerarse mejores que otras personas más inteligentes que ellos. Es más, el refranero español también dice a las claras que «la ignorancia es la madre del atrevimiento», una sentencia que parece haber servido de inspiración para la nueva novela del escritor Santiago Lorenzo.
Tostonazo es el primer libro que publica el autor de Portugalete después del gigantesco éxito de Los asquerosos, una novela que a pesar de ser publicada por una editorial independiente (Blackie Books) ha vendido ya más de 200.000 ejemplares y se convirtió hace unos años en el fenómeno literario del momento. En su nueva obra, Lorenzo profundiza en las claves de su éxito, a saber, un gran estudio de unos personajes que se debaten todo el rato entre la tragedia y la parodia, un desarrollo de la trama ágil pero lleno de digresiones y, sobre todo, una forma de escribir tan particular como entretenida.
El libro, dividido en dos partes bastante diferenciadas, cuenta la historia de un joven sin nombre conocido ni oficio de ningún tipo que, tras darse prematuramente al alcoholismo, encuentra una salida a sus problemas en un rodaje. Participar en la elaboración de una película, aunque sea de chico para todo, acaba siendo todo un sueño del que el protagonista quiere extraer una carrera sino fuera por un jefe que encajaría perfectamente en la descripción de manual del efecto Dunning-Kruger: Sixto, un ignorante de manual que, debido a sus importantes contactos familiares y su falta de percepción de su propia incompetencia, hace de la vida de todo el equipo de rodaje un auténtico infierno.
Es entonces cuando se produce la transición entre partes: ante la imposibilidad de seguir trabajando en el cine por el destrozo que hace Sixto de la película rodada, el narrador se tiene que ir a Ávila a cuidar de su jubilado tío Pacomio, que acaba de perder a su mujer. Y, de nuevo, se encuentra con un individuo que, a pesar de no ser muy avispado y no poder contar un solo hecho interesante de su propia vida, se considera mejor que los demás y no pierde oportunidad para seguir dando lecciones.
Tanto Sixto como Pacomio son los verdaderos centros de atención de Tostonazo. Aunque el protagonista sea un joven sin nombre, Lorenzo se regodea en la descripción y las peripecias vitales de estos dos ‘botarates’, que a base de mala fe y peores instintos convierten la vida de todos los que le rodean en un suplicio. Un mensaje que parece querer transmitir Lorenzo, y que en parte se confirma en los párrafos finales del libro, es que las personas que consideramos malas o simplemente insufribles son, en realidad, poco más que unos aburridos ignorantes que no son conscientes de su propia estupidez.
Lo mejor, transmite el autor, es dejarlos estar. Hay mucha gente que, cuando rascas un poco, son solo un ‘tostonazo’ que hay que aguantar con paciencia y una pizca de compasión.
El estilo Lorenzo
Más allá del argumento, lo que distingue verdaderamente a esta novela de otros relatos costumbristas con una pizca de un humor y tragedia es el estilo. Lorenzo juega con el lenguaje, y lo hace totalmente en el sentido lúdico de la palabra. Mezcla palabras cultas y en algunos casos casi olvidadas con expresiones modernas y coloquiales, haciendo que cada párrafo sea no solo divertido en su contenido sino, sobre todo, en su estilo.
Es como si alguien se hubiera pasado semanas escuchando y grabando a personas completamente diferentes y luego hubiera utilizado las pequeñas particularidades que todos tenemos en nuestras maneras de hablar y de expresarnos para dotar de una singularidad propia a los pensamientos de sus personajes. Es más, en todos sus libros, el escritor no deja de deformar o incluso inventar palabras gracias al uso de los sufijos que, aunque extrañas, son siempre perfectamente comprensibles en su contexto. Eurines, chungastre, solitón, turrandraca, locatis, ojines, pelmadas… La lista es larga y dota a toda la novela de una vitalidad propia, de un mundo interior particular.
En Tostonazo, sin embargo, la peculiar forma de escribir de Lorenzo tiene una pequeña pega: el protagonista se supone que es un joven de apenas 20 años sin demasiada base cultural, pero narra la historia con esa fluidez de vocabulario y capacidad de invención de palabras que no casa nada con alguien que pertenece a la generación ‘millenial’. De hecho, a lo largo de la novela desvela algunas costumbres, como beber orujo blanco o pasear contemplando los pájaros, que parecen más cercanas a las de un jubilado que las de una persona que ni siquiera ha terminado la etapa universitaria.
De hecho, en muchas ocasiones el narrador parece más una trasposición a la ficción del propio Lorenzo que una persona real. Y es que al escritor vasco pasó gran parte de su carrera en el mundo del cine, donde fue tanto guionista como director, y aprovecha su experiencia para hacer un retrato del mundillo que es cariñosamente cruel a la hora de desvelar los entresijos de los rodajes. También hablamos de alguien que ha dejado la vida urbana para establecerse en el mundo rural, algo que trasluce en Tostonazo con el amor que acaba sintiendo el protagonista por estar en una ciudad de provincias.
Cariño, amor… el estilo de Lorenzo busca precisamente eso, que acabemos sintiéndonos a gusto con unos personajes que, si nos los encontráramos en la vida real, nos provocarían una úlcera. Que tengamos empatía y compasión, pero sin engañarnos tampoco: los ignorantes e incompetentes seguirán ahí, buscando fastidiarnos incluso el mejor de los talantes. Y la mejor salida es hacerles el menor caso posible.