Twitter y la prensa
Los antecedentes de Elon Musk y sus declaraciones sobre Twitter invitan a desconfiar de su propósito de desvincular el periodismo de la red social
La historia se repite. Elon Musk parece seguir los pasos precipitados que siguieron los editores cuando la tormenta perfecta azotó a la prensa. Una gran crisis publicitaria y de modelo de negocio -cuántas veces hemos oído esta pérfida expresión- dejó a los medios heridos de suma gravedad. Ahora es Twitter la que está tocada del ala y su nuevo dueño el que se mueve como pollo sin cabeza en busca de una idea brillante que permita la supervivencia de la red social.
La primera medida de Musk tras hacerse con Twitter fue un despido masivo. Él no necesita un ERE para deshacerse de la mitad de la plantilla. La segunda, anunciar que se acabó el gratis total: «Necesitamos que la mitad de nuestros ingresos sean por suscripción». La tercera, tranquilizar a los anunciantes que, víctimas de la crisis económica, buscaban refugios menos inestables. La cuarta, acabar con el teletrabajo, un evidente paso atrás en una empresa online.
Sus proclamas son calcadas a las de los viejos editores. «Se avecinan tiempos difíciles». «No hay forma de endulzar el mensaje». «El camino por recorrer es arduo». «Necesitamos realizar un gran esfuerzo para tener éxito». «Cabe la posibilidad de que Twitter no sobreviva». Las mismas palabras que hemos oído una y otra vez en las empresas de comunicación, lo que viene a ratificar que Twitter, por más que reniegue de ello, también es un medio de información, con la gran ventaja, eso sí, de no plegarse a las normas por las que se rigen los medios tradicionales.
Los periodistas no disimulamos el regocijo. Ingenuos, nos acordamos de aquel dicho tan rural y prosaico: «A todo cerdo le llega su San Martín». El viernes, once del once, por cierto día de San Martín, parecía que al hombre más rico del mundo le llegaba la hora de morder el polvo. Muchos usuarios notorios de la red anunciaron de forma solemne que abandonaban la plataforma. Algunos comunicaban su traslado a la más profesional Telegram, a la más divertida TikTok e incluso a Mastodon, que se anuncia como «una red social que no está en venta» y que se financia a través de patrocinadores. Todo hace indicar que ya no sabemos vivir sin redes sociales.
Los problemas de Twitter no son exclusivos de la red de Elon Musk. Meta (Facebook, WhatsApp, Instagram) de Zuckerberg atraviesa serios problemas económicos y ha anunciado 11.000 despidos. Amazon ha disminuido considerablemente sus ganancias y prevé medidas drásticas. YouTube también está sufriendo la pérdida de anunciantes por la crisis económica mundial. La subida de la inflación ha dado al traste con las previsiones de Microsoft y Apple ¿Será el fin de los días de vino y rosas de las tecnológicas? ¿Adiós al Camelot de Silicon Valley? ¿A las startups sin despachos y con futbolín? No cantemos victoria.
Elon Musk puede ser extravagante, despiadado y prepotente, pero desde luego, no es tonto. Nadie en su sano juicio invierte 44.000 millones de dólares en una empresa ruinosa, salvo que esconda otras intenciones. En un muy interesante artículo, Marta Peirano recordaba unas palabras muy reveladoras de Musk: «Comprar Twitter es un acelerador para crear X, la aplicación para todo». No hay que olvidar que es propietario de una constelación de empresas -entre ellas, satélites y operadores de telefonía- que se pueden interconectar. La autora del artículo incluso llega a apuntar que Musk «podría ofrecer acceso a una constelación de aplicaciones y servicios como hacen Android e iOS, transformando Starlink [su red de satélites] en un sistema operativo móvil. Incluso en su propio internet». En suma, que las aspiraciones del ambicioso empresario sudafricano pueden ir mucho más allá de sanear una red social en ruinas.
La crisis de Twitter debería servirnos de escarmiento a los periodistas. No deberíamos dejarnos deslumbrar por masas informes de seguidores, por un presunto altavoz de nuestras noticias. La red social no es más que un gran magma, que se apropia de nuestras noticias y que, en vez de traernos lectores, lo que hace es engullir nuestras cabeceras. Ojalá la crisis de Twitter sirva para desvincular el periodismo de Twitter y para reparar la maltrecha libertad de expresión que tanto ha contribuido a dañar.