'Andor': mátame o reclútame
¿Vale la pena este universo paralelo de Star Wars? La pregunta no es fácil de responder y tal vez ese es su mayor valor
Desde el primer episodio, Tony Gilroy (Michael Clayton) deja claro que Andor no tiene la más mínima intención de complacer al espectador, y mucho menos al seguidor de Star Wars. Quien desee ver algo parecido al universo que creó George Lucas, lo mejor es que se pase a las series animadas que pululan en Disney Plus.
«No hay nada falso en nuestra serie. La palabra que usamos más cada día es ‘real’. Queremos que esto sea real. Este lugar es real para nosotros. Nuestro espectáculo está diseñado para que este pueda ser su punto de entrada a Star Wars. Estamos haciendo un espectáculo que no requiere ningún conocimiento previo para involucrarse«. Esta declaración de Gilroy, en su paso por las entrevistas a los medios tras el lanzamiento de la serie, define exactamente al producto.
La apuesta es arriesgada y el guionista de Rogue One lo tiene muy claro: «¿Podemos llevar algo que es tan intenso emocionalmente y parece tan verdadero y tiene los más pequeños dramas domésticos y las más pequeñas relaciones interpersonales que se dejan caer en medio de los épicos momentos históricos y revolucionarios, donde la gente tiene que tomar enormes decisiones? ¿Podemos atraer a otro público que también esté interesado en eso? ¿Podemos unir esas dos cosas? Esa es la apuesta. Eso es lo que intentamos hacer».
Las respuestas a las preguntas que se hace Gilroy no son fáciles de responder. Al menos no para la gran audiencia. Los críticos no han ahorrado palabras para aplaudir esta propuesta. Por ejemplo, dice Caroline Franke de Variety: «Marca una enorme y bienvenida ruptura con el típico modelo Star Wars de Disney (….) Cuenta una historia de matices y muy cuidada sobre cómo una rebelión llega a convertirse en la llama que enciende la mecha».
Lo anterior es una verdad a medias. Quien tiene paciencia para ver los 12 capítulos de la primera temporada encontrará un cuadro detallado no solo de Cassian Andor (Diego Luna), el ratero de poca monta que termina convirtiéndose en un factor clave para encontrar el talón de Aquiles del Imperio. Además, el espectador es recompensado con una curiosa narración de un mundo que había imaginado y que ahora puede saborear.
¿Cuán autoritario podía ser este régimen como para que todos terminaran temiéndole? Esa es una interrogante que responde la producción. Y solo por eso vale la pena tenerle paciencia, aunque no sea fácil de entrada.
La realidad es que los seguidores de la serie se enfrentan de inmediato a un dilema: soportar unos primeros episodios desordenados e irregulares o despedirse rápido del show. Como escribe Alan Stepinwall de Rolling Stone: «Los primeros cuarto episodios casi no tienen forma (…) Es una pena, no solo porque el Andor de Luna ocupa un lugar interesante dentro del universo de Star Wars, sino porque el personaje tiene un comienzo prometedor».
No obstante, es a partir del séxto y séptimo capítulo que todo empieza a encajar y los tres últimos episodios de Andor son de una belleza inmensa, tanta como para sacarle lágrimas al espectador menos sentimental.
El estudio del mal
El recorrido de Andor es muy claro. Siguiendo el cliché del desinteresado que termina comprometido en una causa, como Indiana Jones, William Wallace, Rambo, Ellen Ripley, Rocky o el propio Han Solo, este ladrón de poca monta vive en carne propia el abuso de la autoridad y allí comienza su viaje del héroe. Solo que en este caso, como ya conocemos su destino, es un héroe anónimo.
No obstante, la serie de Gilroy gana mucho más cuando su protagonista no está en pantalla, salvo en una trama que es realmente inspiradora: cuando lidera un motín en una esperpéntica cárcel. Realmente la serie toca techo cuando pequeños personajes le dan rienda suelta a su sadismo o sed de venganza. En ese sentido, la supervisora Dedra Meero (Denise Gough) parece abarcar toda la pantalla cuando entra en cuadro.
El trabajo de Meero, como una vigilante, que entiende la naturaleza de la Resistencia y sobre todo, su desinterés por las reglas para conseguir el objetivo, es realmente fascinante. No solemos ver personajes de este tipo en una serie, al menos no tan bien trabajados. Es equiparable al Major Campbell de Sam Neil en Peaky Blinders.
La tensión sexual entre ambos, ya sea porque buscan el mismo objetivo o se conciben como las banderas de la rectitud, desemboca en escenas nunca antes vistas en la historia de Star Wars. Deseo y maldad, como si se tratara de una pincelada pasolininesca, conviven en un subtexto que los adultos sabemos apreciar.
Otro personaje que posee la fuerza de un huracán es el supervisor Syril Karn (Kyller Soler). No hay peor motivación que el creerse en el lado correcto de la historia y este personaje no solo lo cree, lo vocifera. Precisamente la interacción entre Meero y Karn merece un análisis aparte.
A pesar de ese inicio gelatinoso, Gilroy concibe una serie que en efecto no se parece a nada previo, pero tampoco es tonto como para no complacer en las escenas postcréditos de esta primera temporada al peligroso fandom de Star Wars. Es una inteligente salida luego de una docena de capítulos en los que no pareciera que sucediera mucho. La pregunta es si ese fandom ha aguantado hasta este punto.
El seguidor de Andor habrá advertido que el título de esta reseña se refiere a una declaración en una situación límite. Así cierra la primera temporada, que casi parece un juego del director con el espectador. Parece decirle: o te despides de mí o te apuntas a la segunda temporada. En mi caso, he sido reclutado.