Santiago Roncagliolo: «Perú es un Estado fallido porque es una sociedad fallida»
El novelista peruano publica ‘Lejos. Historias de gente que se va’, un libro de relatos en el que ofrece una mirada cáustica y descreída de la política en su país
Santiago Roncagliolo es un autor prolífico. Escritor, dramaturgo, guionista, traductor y periodista. Con mucha obra a su espalda en cualquiera de los géneros que cultiva, pero especialmente conocido por algunas de sus novelas, como Abril rojo (Alfaguara, 2006) o La pena máxima (Alfaguara, 2014). Sin embargo, estos días el peruano presenta Lejos. Historias de gente que se va (Alfaguara), un libro de relatos con el que ha retomado el género que vio nacer su escritura. Sus narraciones vienen en frasco mediano esta vez, sin perder un ápice de la causticidad que lo caracteriza, también en sus crónicas periodísticas. Roncagliolo es incisivo, y practica un realismo sucio que vuelca su mirada descreída en la política nacional y la corrupción de los estamentos peruanos. No se deja nada en el bolsillo cuando de denunciar se trata.
El caso es que, tal y como le confiesa a THE OBJECTIVE , el formato elegido era ideal para lo que esta vez quería contar: «Siempre he sentido que un cuento es como una confidencia. Como cuando te encuentras en un tren o en un bar a alguien que no vas a volver a ver en tu vida y le cuentas todo lo que quieres contar pero que no puedes contarle a nadie más». Y esas confesiones que Roncagliolo necesitaba hacer incluyen todo lo que ha ido viviendo durante 25 años, un cuarto de siglo en el que ha saltado de país en país, cuarteando su piel en diferentes geografías. Ha vivido entre México, Perú y España, donde reside hace 22 años -16 de los cuales los ha pasado en Madrid-. La mirada de su propia emigración se la traslada a los personajes de la obra, que beben a la vez de la suya: «Es una memoria ficcionada sobre mi propio viaje, pero también habla de los prófugos, los emigrados, los huidos, los escapistas que he ido conociendo y cómo ellos mismos han ido llevando sus viajes».
A todos ellos los une un elemento aglutinador: el más profundo desarraigo. «Sí, los personajes de todos mis libros han tenido siempre un gran desarraigo. No terminan de encajar ni de formar parte del mundo que los rodea. Y los de este libro es porque son extranjeros, siempre lo serán y están buscando un lugar que no existe», reflexiona al respecto. Después, añade: «En mi primera memoria ya era un extranjero, porque crecí en México y llegué a Perú como un niño que hablaba raro y que no encajaba. Y creo que esa extranjería tiene mucho que ver con ser escritor: decides la realidad quizá porque no terminas de encajar en ella y necesitas inventarte una».
«Me interesa qué convirtió a alguien que alguna vez fue inocente en un monstruo»
Así, por su Lejos. Historias de gente que se va, cruzan «hombres y mujeres en tránsito, llegados a un país o una ciudad nueva, viajeros atrapados en un crucero teóricamente paradisíaco que se convierte en pesadilla o parejas que cuanto más hablan menos se comunican», tal como reza la contra. Y también pueblan sus páginas canallas de buen corazón que dejan en evidencia el sistema corrupto que corroe las entrañas peruanas, como el Chino Pajares, protagonista de «Asuntos internos», uno de los relatos más combativos. En otras ocasiones, Roncagliolo pinta personajes siniestros y trata con ellos de explicar el origen del mal, esa hazaña.
«¿Por qué la gente hace cosas atroces? Me interesa entrar en la humanidad de los monstruos: qué convirtió a alguien que alguna vez fue inocente en un monstruo. Es una obsesión de mis novelas, y en estos cuentos también hay algo entre ese humor negro y el suspense. Creo que se va oscureciendo hacia el final», analiza. Sobre si puede haber ficción acerca del lado bueno de la realidad, Rocangliolo desconfía: «No me parece que haya mucho interesante en las cosas bonitas, la literatura te desafía a pensar sobre las cosas que no quieres pensar, y te enfrenta a lo que somos las personas y a lo que no deberíamos ser. También escribo para niños, y luché mucho tiempo con los editores para decir que las historias no tienen que ser todas de buenos. Eeso es una mierda, no hay quien lo lea».
«Es que la corrupción policial de verdad, la más gorda, ocurre en los contratos de venta de uniformes, comida, equipos, armas a cargo de los altos rangos. Pero la corrupción más visible para los civiles es la de los policías de tránsito que no llevan grandes contratos, así que se consuelan pidiéndoles lapiceros y gaseosas a los conductores o, por lo menos, vendiéndoles rifas para que la cosa resulte una transacción legal». Esto escribe Roncagliolo en el relato antes mencionado, y por eso le preguntamos si considera que la violenta corrupción peruana, que tan profusamente describe, puede encontrar un tope con las políticas de Pedro Castillo, su nuevo presidente. Antes de contestar, Roncagliolo deja escapar una carcajada triste: «No, desde luego, pero tampoco creo que sea culpa de él. Pedro Castillo plagió su tesis. El otro jefe de sus opositores era el jefe de la mafia que plagiaba las tesis. La política peruana en la izquierda, en la derecha, en el municipio el parlamento y el congreso tiene un rosario de impresentables, plagiadores, defraudadores de impuestos, ladrones, asesinos, violadores…». Antes de continuar, toma aire: «Eso es un estado fallido, porque es una sociedad fallida. Si alguien no tiene un prontuario penal por crímenes repugnantes, no votamos por él, y eso es muy triste».
En comparación, observamos, España no es tan mal país. Roncagliolo coincide enérgicamente: «Yo me quejé mucho tiempo acá, hasta después de la pandemia. Después tuve que asumir que, pese a todo, vivía en un lugar maravilloso. Creo que España es un gran lugar para vivir, y creo que los extranjeros somos más conscientes de esto que los españoles». Por eso, un día de pronto se vio cantando el gol de Torres que le dio a España la victoria en la final de la Eurocopa de 2008: «Yo grité ese gol un montón», dice Santiago entre risas, «y me di cuenta de que ya sentía que ese era también mi equipo».
«El humor siempre es una herramienta de defensa contra la realidad, y lo estamos perdiendo»
Todos sus relatos, pese a la crudeza, guardan una suerte de humor de perdedores, de sonrisa ante la adversidad. «Para mí el humor siempre es una herramienta de defensa contra la realidad, y lo estamos perdiendo. Cada vez más gente cree que el humor es una frivolización y yo creo justo lo contrario, que usamos el humor para decir las cosas que no puedes cambiar, es un pequeño triunfo sobre ellas». Donde Santiago creció, rememora, el humor negro era el pan de cada día: «Cuando todo sale mal no puedes estar deprimiéndote por todo, serías muy miserable, entonces te ríes por cosas terribles. Yo moderé mi sentido del humor cuando vine aquí, porque me di cuenta de que me reía de barbaridades que a nadie le hacían gracia. Cuando en España eran más pobres estaba Berlanga, Almódovar, estaba Airbag, que tenía chistes de pederastas… Cuando te haces más rico, ya no necesitas esa defensa y es normal que el humor se vuelva más políticamente correcto, pero cuando todo va mal, te tienes que reír aunque sea para no llorar».
Dice el autor que la edad le ha traído una certeza: no hay paraíso posible, pero sí puede haber una patria, quizá, en alguna parte: «Cuando eres joven y más tonto de lo que eres después, crees que te vas a ir a otra sociedad y va a ser perfecta, y luego descubres que ese lugar no existe. Y eso le pasa a muchos personajes. Creo que eres de donde alguien te quiere».