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El magnate inglés de la prensa-basura que pudo reinar en la «Gran Hungría» (II)

Los políticos nacionalistas húngaros le ofrecieron la corona a un magnate inglés de la prensa-basura

El magnate inglés de la prensa-basura que pudo reinar en la «Gran Hungría» (II)

Viktor Orban.

Fue una trampa que parecía de película de James Bond, aquella atractiva dama, la princesa Stephanie von Hohenlohe, sentada en la mesa de ruleta del Casino de Montecarlo «casualmente» al lado de la silla reservada para Lord Rothermere. En realidad ninguno de los dos pertenecía al mundo de la nobleza, eran dos arribistas, tal para cual, pero su encuentro pudo dinamitar el mapa de Europa entreguerras, diseñado por la Paz de Versalles.

Ella era Stephany Richter, una aventurera húngara de origen modesto y probablemente judío. Pese a ello –o quizá por ello- fue amiga de Hitler y espía nazi, hasta que los americanos la encerraron en un campo de concentración. Era capaz de fascinar a cualquier hombre, y entre sus víctimas estaba el príncipe de Hohenlohe, al que había engañado haciéndole creer que esperaba un hijo suyo, cuando en realidad había sido embarazada por el yerno del emperador Francisco José. El príncipe había conseguido divorciarse de Stephany, ahora llamada Stephanie, pero ella siguió usando el título de princesa.

Lord Rothermere, por su parte, era todo lo contrario a un caballero inglés. Venía de una familia numerosa de clase media, medio irlandesa, y su padre era un abogado alcohólico. No se educó en una de las elitistas public schools donde iban los niños bien, ni pasó por Oxford o Cambridge como era obligado para un gentleman, pero era un empresario de colmillo afilado y había montado con su hermano, lord Northcliffe, un auténtico imperio de prensa-basura. El periodismo sensacionalista, dirigido a las masas ineducadas, que daban millones lectores, le hizo rico y poderoso. Los títulos nobiliarios que ostentaban los hermanos eran comprados.

Para la princesa Von Hohenlohe fue fácil seducir a aquel inglés zafio, y atraerlo a la causa del nacionalismo húngaro. En realidad Rothermere confesaba que, antes de conocer a la princesa, «creía que Budapest y Bucarest eran la misma ciudad», pero se implicó en la recuperación de la ‘Gran Hungría’ como el más patriota de los magiares. Por lo que le había contado ella, a Rothermere le encantaba aquel país donde quien mandaba era la nobleza y donde las mujeres no tenían derecho a voto ni podían ocupar cargos públicos.

Los periódicos de Rothermere lanzaron una ofensiva para que se revisase, o más bien se anulase, el Tratado de Trianón, y empleó su talento en el campo de manipular la opinión pública para organizar actos de propaganda, como el vuelo Norteamérica-Budapest, más de 5.000 kilómetros. Un aparato de las Fuerzas Aéreas húngaras bautizado ‘Justicia para Hungría‘ lo realizó en 1931, batiendo el récord de distancia recorrida sin escalas.

Los húngaros estaban tan entusiasmados con aquel defensor inglés de la Gran Hungría que en la clase política se extendió la idea de ofrecerle la corona, porque el país era una monarquía sin rey, gobernado por un regente. Rothermere, que jamás visitaría la Hungría de sus amores, envió en cambio a su hijo, que fue recibido con honores reales. Sin embargo la nobleza, que ejercía el poder de forma autoritaria a través del regente Horty, rechazó que un plebeyo se convirtiese en su rey, y los sueños de Rothermere se evaporaron.

La frustración húngara

Dejando aparte estas extravagancias del nacionalismo, la frustración de los húngaros era comprensible, porque el Tratado de Trianón les había arrebatado el 70 por 100 de su territorio de antes de la guerra. Hungría era una nación con ciertas particularidades. Fue invadida en el siglo IX por los magiares, un pueblo de los lejanos Urales, y eso le proporcionó una lengua muy distinta a todas las europeas, pues no procede de la fuente común, el indo-europeo. Únicamente en Finlandia y Estonia tienen lenguas emparentadas con el húngaro, del grupo llamado urálico.

Desde principios de la Edad Moderna la corona de Hungría fue detentada por la Casa de Austria o Habsburgo, siendo los emperadores germánicos a la vez reyes de Hungría. Con la Revolución de 1848 Hungría obtuvo un grado elevado de autonomía dentro del Imperio, que desde 1867 pasó a llamarse Imperio Austro-húngaro o ‘Monarquía dual’, pues el emperador era también ‘rey apostólico’ de Hungría, y tenía que ser coronado en Budapest y recibir el acatamiento voluntario de los húngaros. Hungría tenía incluso su propio ejército, aunque se integraba en el ejército imperial en caso de guerra. El escritor Robert Musil inventaría el término ‘Kakania’ para referirse a esa entidad política en la que todo tenía ser kaiserlich und königlich (imperial y real).

Esa situación que permitía a los húngaros mirar por encima del hombro a los otros pueblos del Imperio, se volvió contra ellos cuando el Imperio fue derrotado en 1918. En las conversaciones de Versalles, mientras que checos, eslovacos, eslovenios, croatas o bosnios eran considerados víctimas de las ambiciones imperiales de Austria, y se favoreció su independencia del Imperio, a Hungría se la consideró cómplice de Austria, corresponsable de la guerra, y por tanto condenada a pagar por ello.

El resultado fue ese Tratado de Trianón que repetidamente hemos citado, por el que fue Hungría perdió el 70 por 100 de su territorio y su salida al Mar Mediterráneo. Pero no era solamente perder superficie, también se perdía población, pues en las tierras cedidas a los vecinos vivían numerosos húngaros étnicos, diferenciados de las poblaciones en que se integraban por su lengua magiar y su religión católica. En el momento del desmembramiento de Hungría se quedó fuera de sus fronteras más de la mitad de los considerados húngaros, pero un siglo después del Tratado de Trianón, únicamente en Rumanía queda una importante comunidad magiar de millón y medio de personas. El resto de los países limítrofes no llegan en conjunto al medio millón.

El paso del tiempo y el cambio de la situación no es aceptado sin embargo por el ultranacionalista presidente húngaro, Viktor Orban, que inspirado ahora por Putin sigue reclamando la Gran Hungría.

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