De cuando Sevilla soñó con ser San Francisco
El crítico cultural sevillano Fran G. Matute recoge en Esta vez venimos a golpear (Sílex, 2022) esa otra Sevilla (casi oculta) de la segunda mitad de los años sesenta
No es del todo cierto que no hubiese habido una aproximación a aquella Sevilla de mediados de los años sesenta que se quiso (aunque apenas auspiciada por las revoluciones individuales de un grupo de entusiastas) capital del amor, la filosofía beatnik, la bohemia, el LSD y las vanguardias. Así, en 2003, Gervasio Iglesias dirigió el documental Underground: La ciudad del arcoíris. Y no es menos cierto que Pedro G. Romero comisarió en 2005 la muestra Vivir en Sevilla. Construcciones visuales, flamenco y cultura de masas desde 1966 para el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Sin embargo, la película se centraba casi exclusivamente en el grupo musical Smash y sus conexiones con la gauche divine y la exposición de Romero ponía el énfasis más bien en los años setenta. Además, el propio Fran G. Matute, crítico cultural y periodista, había realizado sus primeras aproximaciones al tema en su libro Días de viejo color. Testimonios de una Andalucía Pop (1956-1991), donde se recogían treinta entrevistas a personalidades y expertos del mundo de la cultura; libro que tenía una voluntad oral y poliédrica. Tras ese libro, en el que se dio cuenta Matute de que una mirada más amplia le venía bien a su investigación, comenzó a caer en cuenta de que «todo tenía una hilazón importante». Y es que, «de alguna manera, la estética contracultural o la estética vanguardista o la estética de la modernidad lo impregnaba todo. Y en ciudades pequeñas como Sevilla había a una conexión importante ente todo el mundo, por la razón de que, al final, se conocía toda la gente». De ahí que, hace unos cinco años, se pusiera a investigar y sucedió que «encontré tanto material en la hemeroteca -nos cuenta-, tantos datos que me parecía un desperdicio no utilizarlos, y es por eso que me ha salido un ensayo un poco universitario, con vocación de tesis». Matute tenía la sensación de que si no lo contaba, se iba a quedar toda esa información en una carpeta; le llamó la atención también, mientras trajinaba viejos diarios, que nadie hubiese consultado esas hemerotecas antes. «Me he dado cuenta de que había muchas páginas que no las había separado nadie. He encontrado cosas que no he visto mencionadas nunca. Eso fue una sorpresa, y una cosa un poco triste, porque se supone que la universidad debería tener a alguien investigando eso, por lo menos», afirma.
El libro de Matute, Esta vez venimos a golpear. Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural (1965-1968), es una historia local, y parte precisamente de una insubordinación. Nos dice el periodista que «me rebelo contra la idea de que al final casi todo lo que se cuenta sobre la vanguardia es de Madrid y Barcelona; hubo aquí [en Sevilla] muchas radicalidades locales que merecían ser contadas». Y añade: «Los nombres de la gente de la época más o menos se conocen aquí, pero fuera hay muchos nombres que no han trascendido y quería darles el protagonismo que les correspondía». Así que se puso a armar un relato que no se había construido hasta el momento. Partió de unos pocos hitos memorables que ya conocía de la época y, desde ahí, trató de averiguar cuanto pudo. «Así -nos dice-, surgían caminos secundarios, sobre los que no tenía mucha información o conocía de oídas. Comencé a atar cabos de manera un poco intuitiva, sin tener muy clara la foto que me iba a salir al final. Por ello, el discurso no es previo a la escritura». Lo que sí tenía claro, y se dio cuenta desde el principio, es que los sevillanos de los sesentas estaban al corriente del pensamiento de Marcuse, el teatro de Brecht y Harold Pinter, la cultura hippie, la literatura beatnik e incluso la narrativa de los angry young men ingleses. «Era sorprendente ver que aquí en Sevilla, entonces, estaban bastante al día, y que se manejaban con soltura con los referentes internacionales del momento».
Así, la imagen que surge de Esta vez venimos a golpear (título traído de uno de los éxitos del grupo rock Smash) es la de una ciudad donde se gestaron pequeñas revoluciones individuales que, por contagio, apasionamiento y obstinación, se fueron colectivizando. Se trataba «de personas muy inquietas que van encontrando gente afín, pero es gente que va a su bola, que va creando sinergias; pero, al final todo parte de vocaciones muy individuales. Se acaban conociendo todos no porque estén en la lucha antifranquista sino porque la ciudad es pequeña y los ambientes alternativos en ese momento no eran muchos». Y es que, nos recuerda Matute, «estaba prohibido el derecho de reunión, con lo cual tenían que inventar cosas para poder estar unos con otros, y poder hablar de forma libre. De ahí la importancia del teatro, por ejemplo, la gente iba a los ensayos para poder conspirar, cada quien a su manera».
El despertar sevillano
Se desperezaba Sevilla en enero de 1965 con la apertura de La Pasarela, en el número 25 de la calle San Fernando, un proyecto promovido por el pintor Enrique Roldán, espacio expositivo dedicado al arte contemporáneo, en el que expusieron pintores como Lucio Muñoz, Antonio Saura, Gustavo Torner, Gerardo Rueda, Eusebio Sempere, Fernando Zóbel o Manolo Millares, y que sirvió para dar a conocer en Sevilla lo que sucedía en el resto de España, con especial atención al así conocido Grupo de Cuenca. Sería importante también la casa de Carmen Laffón, en el número 23 de la calle de Conde de Ibarra, donde tenía estudio compartido con Fernando Zóbel y que se convertiría en lugar de improvisadas tertulias con la presencia de grandes personalidades de la época como José Bergamín, Gabriel Celaya, Ángel González, Carlos Castilla del Pino o Dionisio Ridruejo, invitados por el Centro cultural Tartessos (del que se serviría el PCE para captar miembros en la ciudad y en la que , en diciembre de 1968, se produjo una redada donde se requisaron serigrafías con relatos del Che Guevara, Marx y Ho Chi Minh, un hecho que escandalizó a la burguesía sevillana). A esto se le sumaría la asociación Arte Nuevo, fundada por Juana de Aizpuru y el arquitecto Federico J. Ontiveros, para promover el arte contemporáneo actual. Otro foco de vanguardia sería La Cuadra, el local flamenco del hostelero Paco Lira, y cuya actividad en verano se trasladaba a La Cueva, en Chipiona. En La Cuadra se celebraban reuniones privadas que serán el germen del Centro de Estudios Flamencos de Sevilla. En el programa de la época Esto es jazz, de Radio Popular, dirigido por Alfonso Eduardo Pérez Orozco y el doctor Manosalbas, se analizarían los primeros acercamientos entre el jazz y el flamenco.
También en Sevilla se vivió «el mayo del 68», aunque este sucedió en marzo. Una enorme concentración en la puerta del Rectorado de la Universidad de Sevilla en protesta contra las represiones por parte de los servicios de la Brigada Político Social que intentaban boicotear la VI Reunión Coordinadora y Preparatoria del Congreso Nacional de Estudiantes cuyo objetivo era fundar a nivel nacional el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad (SDEU) y que pretendía hacer política por la vía sindical estudiantil, dio pie a que, en los siguientes días, se ocuparan las aulas magnas de las Facultades de Ciencias y de Filosofía y Letras, con cientos de estudiantes participando, entre ellos el célebre Agustín Garcia Calvo. Aquello acabaría con la policía entrando en la Universidad, con camiones cisterna y detenciones varias; «algo insólito para la Sevilla bienpensante y visible de 1968», como dice el estudioso Alberto Carrillo-Linares.
Ya en 1965, en el teatro San Fernando, se estrenaría la primera pieza de Bertolt Brecht en Sevilla: El soplón. Sería el TEU, de la facultad de Filosofía, la compañía de teatro universitario más combativa de la ciudad, que después cambiaría de nombre al de Tabenque y se desgajaría en otra compañía: Esperpento. También en la Facultad de Medicina y, a través de su Aula de Cultura, se canalizaron las inquietudes artísticas de la juventud de la ciudad. Respecto de la música pop pululaban por Sevilla los Knack, los Gong, los Crich, Los 5 Mercurys, Los Murciélagos (a los que se sumaría Silvio Fernández a la batería) o los Pipe Smokers; de la fusión de estos dos últimos saldría Último Grupo. Y, para ayudar a la difusión de los nuevos ritmos, estaba el club Dom Gonzalo, de Gonzalo García-Pelayo, en el número 32 de la calle Virgen del Valle y el Club Ye-Yé, situado en el antiguo cine Alfonso XII. Como curiosidad, decir de este que fue el pintor Manuel Hidalgo quien decoraría las paredes del recinto, con carteles de películas seleccionadas por el locutor Jesús Quintero. De entre los grupos sevillanos de música fue Smash, sin ninguna duda, grupo fundado en diciembre de 1968, el más destacado y conocido. García Pelayo fue su promotor e invirtió un millón trescientas mil pesetas de la época en proveerles con todo el equipamiento necesario para convertirse en la banda de referencia de la ciudad. La literatura apenas aparece en este libro. Y la razón es que, aunque a Matute le interesaba, se dio cuenta de que, siendo cierto que hubo escritores y poetas simpatizantes con el PCE y antifranquistas, publicaron poco y tenían una literatura relativamente convencional. «No he encontrado ningún poeta sevillano o narrador de esa época que realmente mereciese la etiqueta de transgresor», confiesa Matute.
Sobre la relación entre la transgresión y la norma es interesante descubrir cómo casi todas las noticias que el autor buscaba en la hemeroteca se hallaban o bien en el ABC o en el Diario Sevilla, que era un periódico del régimen. Todo lo del underground sevillano estaba negro sobre blanco. La explicación, según Matute, se debe a que era Sevilla un sitio pequeño, y por ello cualquier actividad cultural se anunciaba, o se hacía una nota o se entrevistaba a los participantes. En segundo lugar, y es una conclusión que hay que comenzar a asumir, nos advierte Matute, es que «todas estas transgresiones le importaban un pito al Régimen, no veían en ellas ningún problema. Todo esto ocurrió porque se dejó hacer. Estaba vigilado, sí, había una serie de controles de censura para las cosas más gordas, y sí, en las reuniones siempre había un tío vigilando, pero a mi todo el mundo me ha dicho que aquello se podía hacer. Y no solo eso, sino que se hizo y se anunciaba a lo grande». Y se ha de mencionar un detalle en este caso respecto al arte contemporáneo, y es que el franquismo se apoyó en lo que representaba una modernidad y, de repente en España, surgieron muchos artistas de renombre internacional. Con ello, se apuntaba un tanto y se construía una imagen de apertura y libertad. En última instancia, en Sevilla se dio la circunstancia de que una serie de periodistas muy concretos tenían la oreja puesta en esta otra Sevilla. Fausto Botello de las Heras (poeta y periodista) y José Luis Ortiz de Lanzagorta fueron dos de ellos.