La prostitución del documental
«La serie ‘Harry & Megan’ constituye un buen ejemplo de ese peligro de hacer pasar todo lo documental por real y está trufada de contradicciones y mentiras»
Vivimos un auge sin precedentes del género documental. En esencia, se lo debemos a las plataformas de streaming. Por un lado, por su insaciable necesidad de contenidos atractivos para que no decaiga la atención del público. Y, por otro, por su necesidad de competir por la actualidad noticiosa con los medios tradicionales, sobre todo las televisiones. La utilización de la actualidad en este formato ha dado lugar a series de gran calidad, no hay duda, pero también ha puesto de manifiesto un tratamiento sensacionalista y una peligrosa tendencia a distorsionar la realidad.
Netflix estrenó la semana pasada los tres primeros episodios de la serie documental Harry & Megan. Pasado mañana, jueves, estrenará los tres restantes, pero para muestra vale un botón. Constituye un buen ejemplo de ese peligro de hacer pasar todo lo documental por real. Es decir, periodismo. De hecho, gran parte de lo que pretenden hacernos creer las plataformas como documental se encuentra muy alejado de la realidad.
Estamos ante un producto típico del espectáculo televisivo, ni siquiera del entretenimiento. En septiembre de 2020, un año antes de ser retirados de sus funciones como miembros de la familia real, los protagonistas firmaron, a través de su propia empresa audiovisual, un contrato con Netflix para la producción de contenidos presuntamente «educativos y de entretenimiento». A cambio, su compañía recibió una suma de unos 100 millones de dólares. «Nuestro enfoque será crear contenido que informe pero que también dé esperanza», fue su empalagosa presentación entonces. «Como nuevos padres, hacer una programación familiar inspiradora también es importante para nosotros».
«La pareja ha utilizado la serie para ajustar cuentas con la Familia Real y la prensa británica»
La pareja ha utilizado la serie a mayor gloria de sí misma. Para ajustar cuentas tanto con la Familia Real, a la que tacha de practicar un «racismo inconsciente», como con la prensa británica, a la que acusan de una cobertura negativa contra ellos impulsada también por el racismo. Es más, la serie está trufada de contradicciones y mentiras como ya ha dejado de manifiesto THE OBJECTIVE. Es decir, que tiene de verdad lo mismo que la serie de ficción inspirada en hechos reales The Crown, por mencionar una del mismo tema.
La prensa británica, que seguro que no está libre de pecado, se ha apresurado a desmentir las acusaciones de Harry y Meghan. El exdirector general de la BBC, Tony Hall, ha dicho que es «simplemente falso» que la entrevista en la que Harry y Meghan anunciaron su compromiso en 2017 fuera un «reality show teatralizado», como afirma Meghan en la serie. Ha desmentido asimismo que fueran verdad las tajantes palabras contra los medios británicos: «No se nos permitió contar nuestra historia, porque no la quieren».
El periodista de la BBC Mishal Husain, quien realizó la citada entrevista, ha explicado en el programa de World at One: «Tuvimos previamente una conversación con Harry y Meghan y dos miembros de su equipo, y hablamos sobre los temas que abordaríamos en la entrevista, lo que les pareció bien».
Formalmente, la serie tiene una buena factura. De hecho, está dirigida por Liz Garbus, ganadora de un Emmy y con una amplia trayectoria como realizadora de documentales, entre ellos Cousteau: Pasado y futuro (2021), Chicas perdidas (2020 y, El asesino sin rostro (2020), todos ellos disponibles en las diferentes plataformas. No cabe duda de que Meghan Markle ha aprovechado su experiencia y sus contactos en el mundo audiovisual durante su época de actriz.
El documental puede considerarse el género cinematográfico del periodismo. Desde el clásico de Robert J. Flaherty Hombres de Arán (1934) a las películas propagandísticas de Leni Riefenstahl, ha proporcionado obras maestras para la historia del cine. Eso sí, siempre el género siempre se ha movido en los límites entre la realidad y la ficción. En España, hace ya décadas, Javier Maqua y José Luis Rodríguez Puértolas experimentaron con éxito lo que se dio en llamar docudrama en la serie de TVE Vivir cada día. En el cine, el añorado Basilio Martín Patino aportó grandes documentales a la historia de nuestro cine como Canciones para después de una guerra (1971) o Queridísimo verdugos (1973).
«Todo documental, como toda noticia, lleva un punto de vista»
Inevitablemente, todo documental, como toda noticia, lleva un punto de vista. Aunque, con frecuencia, es tal la carga ideológica que se distancia de la realidad. Es el caso de Oliver Stone, que utilizó el género para ensalzar figuras políticas controvertidas en títulos como Looking for Fidel (2004), Mi amigo Hugo [Chávez] (2014) o The Putin Interviews (2017). Otras veces se ha recurrido a un pretendido realismo recurriendo a métodos tan poco ortodoxos como los de Michael Moore, que alcanzó gran notoriedad con Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11 (2004). Por no hablar de las astracanadas de Sacha Baron Cohen con las andanzas de su personaje Borat.
Poco tienen que ver con otras producciones tan dignas como Sintiéndolo mucho, de Fernando León de Aranoa, ahora mismo en cartel, El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020) o La primera globalización (José Luis López Linares, 2022). Y en el caso de los documentales extranjeros cabe mencionar, entre los más recientes, El dilema de las redes (Jeff Orlowski, 2020) La batalla por Uber (Brian Coppelman, 2022) o Notre Dame: La increíble carrera contra el infierno (Fabrice Gardel, 2019), auténticos reportajes de investigación.
Pero con estas series o películas, en su misma categoría, conviven otros subproductos como La marquesa, sobre Tamara Falcó; Soy Georgina, sobre la mujer de Cristiano Ronaldo; o Las Kardashian, sobre la estrambótica de celebrities. Y no digamos las series sobre astros del fútbol, de Simeone a Maradona pasando por Neymar, auténticos videoclips para los forofos de los cracks. A este subgénero -urge encontrarle un nombre que lo diferencie- pertenece Harry & Megan. Llamarlo serie documental sería hacer un flaco favor a los títulos ya mencionados o a clásicos indiscutibles del cine como El último vals (Martin Scorsese, 1977), Shoah (Claude Lanzmann, 1985) o Ennio: El maestro (Giuseppe Tornatore, 2021), por citar solo tres de diferentes épocas.
P.S. Quedamos a la espera del estreno del documental sobre el presidente Sánchez para ver en qué categoría lo situamos, aunque nos tememos lo peor.