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'Argentina, 1985': la historia y sus omisiones

«Todo lo que recrea la película es verdad. Incluido el alegato final de Strassera, cuya elaboración entraña otra de sus virtudes intelectuales: las palabras importan»

‘Argentina, 1985’: la historia y sus omisiones

Fotograma de 'Argentina, 1985', con Ricardo Darín a la derecha como el fiscal Strassera

Argentina, 1985, de Santiago Mitre, es una película de factura perfecta que triunfa en los cines y en la plataforma de Amazon Prime Video, seduce a los jurados de cada festival en que se presenta y conmueve hasta el llanto al público. Tiene virtudes estrictamente cinematográficas: la fotografía casi en duotono tiene una fuerza evocativa inmensa; la escenografía te transporta al año que simula (recuerda en su virtuosismo a Roma, del mexicano Alfonso Cuarón); la actuación de Ricardo Darín, y algo habitual en el cine argentino, de todo el reparto, es soberbia; el guion sabe hacer converger, con gran sutileza, la trascendencia histórica de los hechos que narra la película con las minucias cotidianas de sus protagonistas. Y tiene también virtudes intelectuales, la más importante de ellas, una discusión no explícita entorno a la heroicidad. Los héroes pueden ser personas comunes y corrientes que toman decisiones éticas trascendentes y las llevan a la práctica sin arredrarse con las consecuencias personales que pueda conllevar esa praxis. 

Cartel de la película.

La película narra el juicio a los militares de la Junta de Gobierno que, tras el golpe de Estado contra Isabelita Perón, gobernaron Argentina de manera coligada desde 1976 hasta 1983, cuando la presión social por el fracaso de la recuperación de las Malvinas los forzó a regresar el poder a los civiles. En esos ominosos siete años usaron toda la fuerza del Estado que ilegalmente usufructuaban para combatir, al margen del derecho y las garantías procesales más elementales, a los diversos grupos guerrilleros que actuaban en ese momento en la Argentina. El catálogo de horrores es escalofriante: torturas, violaciones, robo de bebés, ejecuciones sumarísimas, vuelos de la muerte. No solo fue sistemático este actuar, en las propias instalaciones militares, sino que se hizo con sadismo y a una escala inimaginables. Treinta mil personas, entre desaparecidos y asesinados, es la cifra más aceptada por todos. La mayoría de ellas, víctimas al margen de los delitos que se combatían.

En Recuerdo de la muerte, Miguel Bonasso hace un viaje dantesco a ese genocidio perpetuado desde el poder contra la población civil de su propio país. Por ello, el juicio a los militares golpistas marca un hito mundial con único antecedente, los juicios de Núremberg. 

Argentina, 1985 centra su relato en el modesto héroe civil Julio César Strassera (Ricardo Darín), fiscal encargado de llevar a cabo la acusación contra los responsables de estos crímenes execrables. Todo lo que recrea la película es verdad histórica contrastada. Incluida la lectura verbatim del alegato final de Strassera, cuya lenta elaboración entraña otra de las virtudes intelectuales del filme: las palabras importan; su selección, uso y propósito tienen consecuencias.  

«La decisión de juzgar a los militares fue de Raúl Alfonsín, verdadero héroe oculto de la cinta»

El problema no está en lo que la película dice, sino en lo que no dice, porque, si ampliamos el angular, muchos de los hechos narrados adquieren un significado distinto. Detecto cinco omisiones graves.

La primera de ellas, la decisión de juzgar a los militares fue de Raúl Alfonsín, el verdadero héroe oculto de la cinta. Con enorme riesgo personal y político (los militares podían volver a insubordinarse, como de hecho lo hicieron dos veces años después), Alfonsín promulgó el decreto ley 158/85, que ponía en marcha los mecanismos de la justicia. Conforme a la ley vigente los crímenes de los militares solo podían ser juzgados en el fuero militar y fue la desatención de la justicia militar lo que permitió a Alfonsín, con gran valentía, trasladarlo al fuero civil. Strassera fue el responsable involuntario, el servidor público de turno, y lo hizo con enorme maestría, pero si no hubiera sido él, lo habría hecho otro. La clave es la voluntad de Alfonsín, del Partido Radical. De hecho, el candidato derrotado en las elecciones que lo llevaron al poder, un peronista, había propuesto la amnistía, como luego ejecutó otro peronista de infausta memoria, Carlos Menem.  

Tráiler oficial de ‘Argentina, 1985’ | YouTube

Segunda omisión: el trabajo de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, creada por Alfonsín bajo el influjo de la sociedad civil argentina, y las Madres de la Plaza de Mayo, que había resistido a la dictadura y que fue presidida por Ernesto Sábato. Su informe, una especie de libro blanco sobre la violencia, fue fruto de un trabajo monumental y recoge la historia de miles de personas desaparecidas, secuestradas, y torturadas por los militares. La frase emblema de los derechos humanos «Nunca más» tiene su origen ahí. El informe fue mucho más importante para el juicio a los militares que el trabajo de Strassera y su equipo.

Tercera omisión. La violencia ilegal de los militares empezó en la era democrática por ordenes directas de Perón y luego de su viuda. La lucha contra la guerrilla peronista la encabezó el peronista López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social. El creó la Triple A, las patrullas sin registro, los centros de detención ilegales, las ejecuciones extrajudiciales y demás infraestructura del horror que luego los militares perfeccionaron hasta el delirio. Indispensable para entender esa guerra civil peronista, la novela de Osvaldo Soriano No habrá más penas ni olvido

La cuarta omisión es el elefante en la habitación. La responsabilidad de los guerrilleros argentinos en la destrucción del orden institucional y la espiral de violencia en que se sumergió al país. La locura mimética de la revolución cubana llevaba a cabo en una sociedad de vasta clase media y un nivel de desarrollo inédito para América Latina. Las acciones del ERP y Montoneros tuvieron un alcance enorme: toma de aeropuertos y bases militares, destrucción de una nave de la Marina antes de ser botada de los astilleros y de varios aviones militares, detonación de bombas en diversos puntos de manera simultánea, secuestros y muchos crímenes, todo bajo la justificación de una ideología que deshumaniza a los adversarios políticos y convierte a las personas en instrumentos desechables, incluidos muchos de sus propios militantes de base, usados como carne de cañón por los líderes, algunos estando ya en el cómodo exilio mexicano.

«La deshumanización del adversario explica el apoyo tácito de muchos argentinos al golpe»

Esto último lo denunció el propio Rodolfo Walsh antes de ser asesinado por los militares. La deshumanización del adversario explica el apoyo tácito de muchos argentinos al golpe y a la dictadura, volteando para otro lado ante los crecientes testimonios del horror. Para quien dude de esta atmósfera asfixiante puede acudir a Memoria del miedo, del periodista Andrew Graham-Yooll, uno de los responsables del Buenos Aires Herald, diario porteño en inglés que llevó un registro de los crímenes cometidos por ambos bandos.

La quinta omisión: el decreto ley 158/85 que juzgó a los militares fue precedido del decreto ley 157/85 que juzgó a los líderes guerrilleros, y que implicó la detención en Río de Janeiro y extradición del líder montonero Mario Firmenich. Un juicio, por cierto, en el que participó Graham-Yooll al haber escrito sobre la rueda de prensa clandestina de Montoneros, con presencia de Firmenich, en que liberaron a uno de los dos hermanos Born, los acaudalados empresarios argentinos que la banda tenía en su poder y por la que cobró un rescate millonario.

Señalar estas omisiones, por supuesto, no quita el nudo en la garganta con que vi la película, gritando «nunca más» de manera desaforada, tarareando al inmortal Charly García de Serú Girán y aplaudiendo de pie las palabras finales de Darín-Strassera como un himno a la verdad y la justicia. Tenía en mente todo el tiempo el dolor de los amigos chilenos, uruguayos y argentinos con lo que compartí adolescencia en las aulas del Instituto Luis Vives, escuela de los republicanos españoles en México que acogió con generosidad a los hijos del exilio sudamericano. Los denuestos entre la emoción y la razón son el soundtrack de la película de mi vida.

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