La mirada más sincera de Luis Landero
THE OBJECTIVE ha hablado con el escritor, ganador del Premio Nacional de las Letras Españolas de 2022, sobre la literatura, su infancia y el paso del tiempo
«La vida es sólo un soplo y un sueño, los años te atropellan, las edades vuelan, los imperios se desmoronan, cuando quieres darte cuenta hoy es ya mañana y mañana fue ayer», escribe Luis Landero (Alburquerque, 1948) –ganador del Premio Nacional de las Letras Españolas 2022– en su libro Hoy, Júpiter (Tusquets, 2007). En un día gris y lluvioso, en la capital española, el autor recibe a THE OBJECTIVE en su casa para hablar sobre esas «edades que vuelan». La infancia, la adolescencia, el proceso de escritura, la madurez literaria.
Sus últimas novelas son El huerto de Emerson (Tusquets, 2021) y Una historia ridícula (Tusquets, 2022). Las paredes, en forma de estanterías, de arriba abajo, llenas de libros ordenados minuciosamente, escuchan nuestra conversación. La luz que se filtra por las ventanas colosales del salón alumbra a todos esos volúmenes de escritores que han transmitido el amor por la literatura a Landero.
PREGUNTA.- En noviembre ha recibido el Premio Nacional de las Letras Españolas. ¿Se hubiese imaginado alguna vez ser galardonado con este premio?
RESPUESTA.- No, en absoluto. Además, esas cosas no las pienso. No sé si alguien las piensa. Porque son ambiciones; quizá un futbolista que juega en tercera y desea algún día jugar en primera división. Pero no creo que un escritor funcione así. Aparte, yo tampoco soy un autor muy seguro de mí mismo, ni de lo que hago. De manera que pocos proyectos optimistas podría haber hecho sobre mi futuro. Pero a pesar de ser muy inseguro, sí soy muy ambicioso como escritor. Claro, quiero escribir lo mejor del mundo. Quiero medirme con los mejores. Ser Messi o Ronaldo de la literatura. Pienso que eso les pasa a casi todos los escritores.
P.- No había muchos libros en la casa de su infancia… ¿Recuerda la primera novela que leyó? ¿Cómo surgió su amor por la literatura?
R.- En mi casa de la infancia no había ningún libro. Empecé en el colegio. A veces en los libros de literatura venían fragmentos y versos cortos y a mí me encantaba leer esos poemas. Sobre todo, la poesía, que es lo primero que descubrí, por su musicalidad y ritmo. Eso tiene que ver con la danza y todas estas artes que son más instintivas, que pertenecen más al corazón que a la inteligencia. Entonces empecé a escribir, sobre todo leyendo poesía. No me acuerdo exactamente del primer libro que leí. Sé que, más tarde, conseguí uno: Las mil mejores poesías de la lengua castellana, que para mí fue fundamental. En prosa, al principio, leía muchas novelas policiacas o del Oeste –eran realmente malas, pero a mí me gustaban mucho, como a muchos adolescentes de aquella época– que vendían en los quioscos. También cómics y muchos tebeos. Cuando eres joven, te enamoras no importa de qué género. Si te gusta la literatura, todo es bueno y sirve. Es como alguien hambriento: le puedes dar lo que quieras y se lo come.
P.- Comenzó a trabajar muy pronto, desde los catorce años, en diversos oficios: aprendiz en un taller mecánico, recadero en una tienda de ultramarinos, auxiliar administrativo, guitarrista… ¿Durante todo ese tiempo leía mucho?
R.- Sí. Mi verdadera vocación era la literatura. Eso lo tuve muy claro desde que descubrí la poesía y escribí mi primer poema con quince años. Ya sabía que iba me iba a dedicar a la literatura, pero me tenía que ganar la vida de alguna manera.
P.- ¿Qué recuerda de esos años? De todos aquellos oficios…
R.- Primero con catorce años estuve trabajando en muchos sitios diferentes. Lo de la guitarra vino después, con dieciséis años. Es una barbaridad porque nadie puede empezar a aprender un instrumento musical a los dieciséis. Empecé poco a poco y me metí en el mundo del flamenco. Llegué a ser un buen guitarrista. Recuerdo la pasión por la guitarra. Una de las grandes pasiones de mi vida es la música y me sentía realmente fascinado por ese instrumento.
P.- ¿Todavía toca la guitarra?
R.- No, ya no. Lo dejé hace más de 10 años. Prefiero escuchar a los maestros antes que escucharme a mí.
P.- Siempre ha escrito que guarda la infancia en su memoria. ¿Es la niñez una inspiración para la escritura, hablando desde un sentido más global, no tanto personal?
R.- Para la mayoría de la gente, creo que sí. Lo que se aprende en la infancia no se olvida nunca. El impacto emocional de un niño que de pronto abre los ojos y descubre el mundo –desde el asombro y la inocencia– difícilmente se olvida. La primera vez que uno ve la lluvia está asombrado. Luego el llover se vuelve algo ordinario. Todo está lleno de belleza, lo extraordinario y lo terrible, para un niño que lo está descubriendo todo. La misión del escritor es descubrir las cosas. Es decir, debe funcionar como un niño: tener esa capacidad de asombro para ver las cosas como si las viera por primera vez.
P.- Marcial, el protagonista de su última novela, Una historia ridícula, es un resentido con causa, «porque ha sido ofendido en la infancia», lo dice en una entrevista. ¿Han sido los traumas o preocupaciones de su infancia una inspiración para escribir?
R.- En mi caso, sí. Yo salí un poco traumatizado de mi infancia, más que nada por mi padre. Tuvimos una relación muy conflictiva. Él murió cuando yo tenía dieciséis años. Su muerte es un hecho que se ha prolongado en mi vida. Son de esos hechos que perduran. Como cuando uno se enamora una vez para siempre, cosa que no suele ocurrir, pero para entendernos [risas]. Soy un escritor que no dispone de un abanico de temas. Quiero decir, que mi repertorio de temas es más bien escaso, hago variantes.
Eso les pasa a otros autores, por ejemplo, a Faulkner o a Kafka. Son escritores obsesivos que parece que siempre están contando lo mismo, volviendo a los mismos temas. Yo soy de esos, no porque quiera, sino porque es lo que puedo hacer. Luego, hay otros, como Vargas Llosa por poner un caso, que pueden escribir no importa sobre qué. Escribe sobre un dictador o una guerra con Brasil. No son ni mejores ni peores, simplemente cada uno tiene su manera de hacer literatura.
P.- ¿La literatura le ha ayudado a superar esos traumas con su padre? Viéndolo ahora desde una madurez literaria...
R.- Es probable que sí. Por lo menos, a negociarlos, a convivir con ellos. El sentimiento de culpa que tengo –ya más controlado– respecto a mi padre, de haberle decepcionado porque él esperaba mucho de mí y yo lo defraudé por completo porque mi vocación era otra, sigue latente. Lo de la culpa a veces también dura para siempre, lo que hablábamos antes sobre esos sucesos que conviven contigo toda la vida. A veces, es muy difícil quitarte esa culpa de encima. Si no se puede eliminar, por lo menos hay que intentar dulcificarla. Esa culpa ya la tengo asumida, ya forma parte de mi paisaje espiritual y mi conciencia.
«La literatura es el intento de conocer la cara oculta de la realidad»
Luis Landero
P.- Siempre dice que muchos detalles de sus libros los extrae de su pueblo, del campo, donde creció de pequeño. ¿Extraña esa naturaleza?
R.-Es verdad que para mí la naturaleza es importante. La recuerdo sobre todo de cuando era niño. Forma parte de mi infancia porque vivíamos en el campo y un niño es naturaleza. Cuando creces te distancias. La naturaleza va por un lado y tú por otro. Añoro mucho la naturaleza, la amo profundamente. Sobre todo, la de mi infancia, esa que tengo guardada en mi memoria. Quizás la tenga un poco idealizada.
P.- Comenzó a escribir de niño, pero no publicó hasta los 41 años, con Juegos de la edad tardía (1989). ¿No se sintió preparado para publicar antes o simplemente no era el momento adecuado?
R.- Hasta los 30 años estuve viviendo. Viví mucho: me dediqué a la guitarra y a otras cosas, como ya has mencionado antes. Cuando terminé la carrera me fui a París. Ahí estuve escribiendo también. Cuando saqué las oposiciones y mi vida económica se estabilizó, hubo un momento clave de cambio en mi vida. Escribía mucho: hice novelitas, cuentos, pero nunca consideraré que eso fuese digno de ser publicado. Fue con Juegos de la edad tardía cuando realmente me puse con mi primer proyecto literario.
P.- Actualmente hay mucha prisa por publicar. Parece que si uno no publica siendo joven, ya no puede convertirse en escritor…
R.- Hay prisa por todo hoy en día. Por hacerse famoso, hacerse rico… Es una prisa ridícula que va en contra de la felicidad.
P.- Han pasado más de 30 años desde que publicó Juegos de la edad tardía, su primera novela. ¿Qué ha cambiado en su escritura desde entonces?
R.-Se ha ido depurando y se ha ido haciendo más natural. Sobre todo, la cosa de la naturalidad. Yo no distingo. Cuando digo «depurar» no me refiero a que antes era más barroco y ahora menos, que posiblemente sea cierto. Pero lo barroco también puede ser natural. Suele haber ahí un tópico. Y lo que parece natural –el lenguaje sencillo– también puede ser artificioso. Puntualmente, en algunos momentos en la escritura, sí notaba cierta falta de naturalidad, que ahora busco y encuentro. Por lo menos lo intento. En eso he ido evolucionando.
P.- Me parece que en sus novelas siempre hay una parte real de su vida. ¿Qué piensa del concepto ‘la vida de uno mismo como forma literaria’?
R.- Esta forma de literatura puede surgir o no. No es necesaria. Eso lo cuenta muy bien Virginia Woolf en Una habitación propia. Explica que hasta el siglo XVIII los escritores no empiezan a escribir de sí mismos porque es cuando se descubre la individualidad. Por ejemplo, aparece Rousseau que escribe Las confesiones o Las ensoñaciones del paseante solitario. Son estas obras y muchas más que hubo… y luego con los románticos llega el ego, el individualismo exaltado.
P.-¿Considera que su literatura es existencialista?
R.- Un poco sí. Me he identificado siempre con el existencialismo. Remontándome a Schopenhauer, Sartre, Camus, entre otros. Me siento cercano con la visión de la vida de los existencialistas. Algunos lectores y críticos han dicho que sí ven alguna relación en mis novelas.
P.-¿Cómo definiría «la literatura»?
R.- Es el intento de conocer la cara oculta de la realidad. Eso también lo hace la poesía y la música. Es decir, aquellas cosas que la inteligencia no puede decir. La inteligencia es la que busca, pero el corazón es quien encuentra. Bergson dice muy claro que la inteligencia no puede descubrir lo que sí puede el instinto. La inteligencia sí busca, pero el instinto –el corazón– es quien encuentra.
Desde mi experiencia personal, sigo leyendo a mis escritores favoritos y son los que realmente me dan noticia de una realidad que yo no encuentro con una simple mirada o con la razón. Tiene mucho que ver también con la belleza. Ya sé que «belleza» es una palabra sospechosa actualmente [ríe].
P.- En muchas de sus obras, se percibe la importancia de la memoria, de echar la vista atrás. ¿Si mira atrás sobre sus pasos por la vida, se arrepiente de algo?
R.- Claro que me arrepiento de cosas. No de cosas extraordinarias, pero sí de pequeñeces. Sobre todo, ofensas que he podido hacer a alguien. Temo una barbaridad ofender a la gente. Recuerdo, por ejemplo, cuando yo tenía seis años, en el pueblo un gorrión se había caído del nido. Yo le estaba tirando piedras impunemente. Una chica que trabajaba en casa me vio y me dijo: «Pero, ¿qué haces?, ¿cómo puedes ser tan cruel?». Me sentí muy avergonzado. Fue una lección moral que recibí y que no he olvidado nunca. Para mí es un referente, una experiencia fundacional. Hay que ver cómo las pequeñas cosas de pronto se convierten en hechos mayores, como lecciones que uno recibe. Siempre recuerdo esa escena de un modo muy vivo, como si estuviera ocurriendo ahora.
P.-¿Es la ironía su marca personal en su estilo de escritura?
R.- Es cierto. La ironía te da un punto de vista, que hace que de pronto veas el objeto que quieres analizar desde un ángulo especial. La ironía tiene mucho que ver con la inteligencia, con el conocimiento. La posibilidad de reírse de uno mismo y de no caer en lo patético. Por ejemplo, cuando rozas el sentimentalismo –lo cual está muy bien por otro lado– siempre un golpe de ironía hace que no caigas en lo «cursi», como dirían hoy. Y también para defenderte de las heridas que te puede causar la vida. A veces, no ves bien las cosas, te sientas desbordado y herido. Si usas un poco la ironía en esos casos, cambias el foco, te distancias y ves las cosas con más claridad. El tipo de ironía que a mí me sale es un poco una «ironía piadosa». No es una burla cruel, que sí puede aparecer en Quevedo o Valle-Inclán, por ejemplo. Y no me parece mal en absoluto. Son estilos. Por eso me gusta mucho Cervantes, que utiliza un tipo de ironía piadosa.
«El premio es levantarte todas las mañanas y saber que tienes una historia en marcha»
Luis Landero
P.- ¿Revisa muchas veces sus manuscritos?
R.- Soy inseguro de por sí y no tengo buena opinión de mí mismo. Siempre creo que me quedo corto y lo podría hacer mejor. Nos pasa un poco a muchos artistas. Arrastramos una especie de insatisfacción respecto a lo que hacemos. Las cosas nunca me dejan satisfecho y suelo exigirme mucho. Decía Hemingway que hay que escribir una buena primera línea, que sea sincera y fuerte, y luego ya tirar del hilo. Eso es muy fácil decirlo, pero cuesta mucho encontrar esa línea.
P.- ¿Qué autor le ha influido más en su propia escritura?
R.- Es difícil elegir solo uno. Además de los clásicos españoles, diría que Kafka. Para mí es un autor fundamental. También el libro Orlando de Virginia Woolf o los primeros libros de Faulkner, que me marcaron. Pienso también en Retrato del artista adolescente de Joyce. Este fue un libro de esos iniciáticos, imprescindibles. El gran Gatsby me maravilló y todavía lo sigo leyendo y me fascina. Y los poetas claro, sin duda. Cada vez releo más. Cuando nos vamos haciendo viejos, no sé qué pasa que uno busca, quizás consuelo, y empieza a releer obras que le fascinaron un día. Además, ninguna relectura es igual, el tiempo pasa y nosotros no somos los mismos. La sensibilidad se desarrolla a medida que los años van transcurriendo. Es como esto de la enseñanza, que a los jóvenes en el instituto se les enseñan los clásicos tan pronto. Los clásicos son precisamente para la madurez, que es cuando realmente puedes disfrutarlos. A los chavales habría que darles algo más sencillo, salvo que se lean partes de la obra y el profesor vaya comentando con ellos. He sido profesor de instituto y sí leíamos a los clásicos, pero comentábamos todos juntos. Cómo vas a decir a un chaval de quince años que el domingo no sale porque tiene que leerse La Celestina. Eso hace que odie ese libro para siempre [entre carcajadas].
P.- ¿Qué es lo que hace de un libro que sea un «buen libro»?
R.- Cuando toca fibras escondidas del alma. Me he puesto un poco cursi [ríe]. No sé decirlo de otra manera. Cuando te emociona y te deslumbra. Cuando tú lees un buen libro, eso afecta a la inteligencia, a la sensibilidad y emoción. De pronto, te transportas en otro mundo, que tiene una densidad y fuerza tan objetiva como el mundo que te rodea.
P.-¿Qué proyectos tiene ahora entre manos?
R.- Estoy escribiendo una novela. Eso sí es un premio, no el que he recibido. El premio de levantarte todas las mañanas y saber que tienes una historia en marcha, un mundo con nuevos personajes. Yo lo considero un premio. Si no fuese por la literatura, no sé qué sería de mí. Pobre de mí [entre risas].
P.- ¿Qué personaje de un libro le hubiera gustado conocer y conversar juntos?
R.- Don Quijote no, porque a él tienes que escucharle, no se puede hablar con él. Además, como le lleves la contraria, te pega con la lanza… Mejor dejarlo al margen. Me hubiera gustado ser uno de los que integran esos corros coloquiales que se forman al final del día en una venta del siglo XVI o XVII donde se reúnen los personajes de El Quijote después de sus hazañas. Me hubiera gustado conocer a Cervantes, el arcipreste de Hita o Antonio Machado. No solo les admiras, sino que aprendes a quererlos. Por supuesto, Kafka también. Aunque, con sus personajes no me gustaría encontrarme [ríe].
«La misión del escritor es tener esa capacidad de asombro para ver las cosas como si las viera por primera vez»
Luis Landero
P.- ¿Tres libros imprescindibles en su estantería?
R.- El Quijote, por supuesto. Después, una antología poética que abarque diferentes siglos, con clásicos y modernos. Y las Obras completas de Kafka, sin duda.
P.- ¿Qué está leyendo ahora? ¿Cuáles son los libros en su mesilla de noche?
R.- Estoy releyendo a Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis. Acabo de terminar de leer La mujer justa de Sandor Marai, que me ha gustado mucho. Estoy releyendo también algo de Baroja, sobre su juventud. El otro día me compré uno de Richard Ford, que todavía no he empezado a leer.
P.- ¿Un consejo para los jóvenes lectores o escritores?
R.- Me viene en mente lo que dijo Antonio López, el pintor, a uno que le preguntó lo mismo. «Aliméntate bien porque el camino es largo» [entre risas]. Sobre todo, trabajar la confianza en uno mismo. Incluso no viene mal una cierta arrogancia del artista para los malos momentos. Y ser tozudo como una mula, trabajar con pasión. Leer mucho y enamorarte de lo tuyo todos los días, de lo que te apasiona. Sobre todo, la persistencia, porque al final la persistencia es premiada.