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Estampas mundialistas

«El gesto de los futbolistas de Irán, negándose a entonar el himno en solidaridad con las mujeres de su país, los convierte en los verdaderos héroes»

Estampas mundialistas

La Copa Mundial Qatar 2022.

Los héroes verdaderos

El gesto de los futbolistas de Irán antes del primer partido, negándose a entonar el himno en solidaridad con las mujeres de su país, que al sometimiento general de la dictadura deben añadir la humillación cotidiana de la policía religiosa, los convierte en los verdaderos héroes de la competición. Su castigo no será el dolor de los fanáticos, como en el resto del mundo, sino la horca de los aficionados. La resistencia civil que desencadenó la muerte en comisaría de Mahsa Amini no tiene el eco que debería. La batalla de las Termópilas sucede hoy en las calles de Teherán y el pelo largo de los espartanos libres es la melena al viento de las iraníes. La revolución contra Reza Palehvi congregó una pluralidad de fuerzas que Jomeini expropió para instaurar una dictadura mucho peor en todos los sentidos, empezado por el moral. No olvidemos tampoco que los drones que destruyen Ucrania los dirige Putin y los fabrican los ayatolás. 

Los jugadores de Irán durante el himno. | Reuters

Hambre y talento

Así como la expansión del béisbol enseña mejor que cualquier manual de geopolítica las áreas de influencia americanas, la expansión del fútbol sigue las rutas comerciales de los británicos antes de la primera guerra mundial. Donde arraigó primero, sin embargo, fue en el Río de la Plata (el Buenos Aires Football Club fue fundado en 1867, más de veinte años antes que el Recreativo de Huelva, decano español). Era un fenómeno social y vehículo de integración de los migrantes. Argentina y Uruguay disputaron la primera final en 1930. El clásico Boca-River tiene más de un siglo de tradición. Uruguay tiene cuatro estrellas en su camiseta porque antes de los mundiales ganar la medalla de oro olímpica era su equivalente. A Uruguay el empuje le alcanzó para la mayor gesta mundialista: vencer a Brasil en Maracaná en una final donde a los locales les bastaba el empate para ser campeones. La estafeta cruzó el río, pura demografía, y le tocó el turno a la Argentina, con cierto retraso y apoyada sobre tres genios: Menotti, el estratega que supo evitar que la dictadura se colgara una medalla que era de la gente; Maradona, telúrico y pasional como un cometa; y Messi, del que ya todo está escrito. Si Di Stéfano hubiera jugado por su país natal, el fenómeno se hubiera adelantado dos décadas. Un fútbol hecho de barrio, picardía, enjundia. Hambre y talento. Rota por Perón, que suma en su genealogía las dos tradiciones que destrozaran al país –el militarismo y el populismo–, Argentina es el único caso inequívoco del paso del primer al tercer mundo. La alegría en las calles de Buenos Aires es también rabia: un grito ante tanta adversidad y dolor autoinfligido en un país pletórico de talento y recursos.

Leo Messi besa la Copa del Mundo tras recoger el premio a Mejor Jugador del Mundial. | EFE

Táctica y ‘tiqui-taca’ 

El fútbol total y el tiqui-taca tienen un común denominador: Johan Cruyff. Como jugador le dio a Holanda una final y como entrenador forjó una escuela que redimió al Barcelona de su sino derrotista y a España de su triste historial mundialista. El problema del equipo de Luis Enrique, quizá la selección que mejor jugaba, no fue de estrategia. Fue de táctica: verticalidad y arrebato cuando el plan general, casi perfecto, no funcionaba. También le faltó talento arriba. O le sobró un yerno. Faltó un purgante al empacho de pelota. Qué pena. Pero al menos no hubo festejos futbolísticos que coincidieran con el plan de Sánchez de aprobar antes de las Navidades todas las reformas ‘Frankenstein’ que le pedían sus socios de gobierno y que, obviamente, nunca propuso a sus electores. Ojalá que 2023 lo baje del Falcon y lo regrese al Peugeot 407 del que nunca debió salir.

Maldiciones

En los siete mundiales anteriores a Catar, México vivió un hito solo igualado por Brasil: calificar al mundial y pasar la ronda de grupos. Y en todos, por diversas circunstancias, no todas atribuibles al mal juego, quedar eliminado: dramáticas rondas de penaltis, gruesos errores arbitrales, descuidos del último minuto. Perdimos siete caras o cruz seguidas. Estadísticamente, una vez entre 128. Efectivamente, un golpe de dados no abolirá el azar. Por ello la obsesión era no quedar varados en el cuarto. Pero, como enseña Marcel Proust, hay que tener cuidado con lo que se desea: en Catar conseguimos evadir la maldición del cuarto partido, con una artimaña digna del sino trágico de los aztecas: sólo jugamos tres. 

El liceo 

Para honrar su Mundial de 1998 con la victoria, la Francia cartesiana desarrolló un plan. Y lo ha cumplido desde entonces. Hoy es el país del mundo que exporta más futbolistas a las ligas profesionales del mundo, superando incluso a Brasil y Argentina. A diferencia de los equipos europeos étnicamente uniformes y sujetos al capricho del reparto aleatorio del talento, en Francia las posibilidades se multiplican con los hijos de los migrantes, tan franceses o más que Pétain o Le Pen. Del portero Camus al delantero Mbappé solo hay una diferencia de escala en el talento: el joven Albert hacía mejores redacciones.  

El equipo francés en la Copa del Mundo en Qatar 2022. | Foto: EFE

Si no desdeñaran el fútbol

Estados Unidos ha desarrollado una cultura del deporte profesional imbatible. Como supo ver Jean-François Revel en La obsesión antiamericana, es un éxito competitivo, simbólico y económico. Puro valor agregado. Los deportistas son héroes populares que conforman una mitología que pasa de generación en generación sin dejar de renovarse. Se compite en el presente por la gloria de ganar y con el pasado para vencer el registro estadístico de los que compitieron antes, que se lleva de manera exhaustiva. Desde la cantera hasta el retiro en el salón de la fama, sólo cuenta el mérito individual. La economía asociada al deporte (estadios, medios de comunicación, publicidad, memorabilia, eventos cumbres, venta de productos…) sobrepasa el PIB de muchos países desarrollados. Tres deportes, inventados por ellos, distribuyen sus cumbres a lo largo del año para tener a la audiencia conectada sin descanso: baloncesto (NBA en primavera), béisbol (Serie Mundial en otoño) y fútbol americano (Super Bowl en invierno). Por suerte para el resto del mundo, aún desdeñan el fútbol. Tendrían diez o doce estrellas en sus uniformes mundialistas.

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