Dani Nel·lo, el lado salvaje de un saxofonista
El catalán regresa con un proyecto en formato de ‘organ trio‘. Una mezcla salvaje de sonidos afroamericanos con la mirada puesta en las pistas de baile
El saxofonista Dani Nel·lo vive con la misma pasión actuar en un club que hablar durante horas de sus referentes musicales. Personaje camaleónico e hiperactivo donde los haya, lleva cuatro décadas recorriendo los apasionantes caminos de la música de raíces afroamericanas con cada uno de sus proyectos. Miembro de Los Rebeldes en su época dorada, fundador de Los Mambo Jambo, arqueólogo sonoro al frente de Los Saxofonistas Salvajes, amante del jazz más desmadrado y ahora líder de un «organ trio» con el que recupera este formato que puso patas arriba los clubes norteamericanos en la década de los 50. La presentación de su primer EP titulado Grand Prix es la excusa perfecta para una charla con aromas analógicos y mucha carretera.
PREGUNTA.-Tras la pandemia, retomaste la actividad con la propuesta de Los Saxofonistas Salvajes, editaste disco con Los Mambo Jambo y giraste con el proyecto Noir. ¿Cómo fue la vuelta a la normalidad?
RESPUESTA.-A menudo, visualizo mi realidad musical como la imagen de un malabarista que hace girar objetos en el aire. Los objetos son los distintos proyectos que nos mantienen y nos hacen vibrar. Con la pandemia cayeron al suelo y se nos quedó cara de tontos. Ahora hemos retomado la actividad valorando como nunca antes cada concierto y cada grabación. La música pierde su sentido si no se puede compartir con el público. En enero grabaremos un nuevo álbum con Los Mambo Jambo Arkestra. Es decir, Los Mambo Jambo con doce músicos más. Y en febrero sacaremos un tercer volumen de Los Saxofonistas Salvajes. Además, sigo haciendo colaboraciones puntuales, que siempre enriquecen y refrescan.
P.-Supongo que volver a recorrer el país para ofrecer conciertos después de tanto tiempo fue una gran aventura. ¿Cómo lo viviste a nivel personal?
R.-Viajar de un sitio a otro ofreciendo tu música es una experiencia única y singular. Al retomar esta aventura pude reencontrarme con los distintos aspectos que implica. Tanto los más positivos como los más anodinos. Estar encima de un escenario es la mejor parte y recorrer miles de kilómetros, con sus consecuencias, a veces puede hacerse pesado. Por otro lado, la convivencia con los compañeros es otro factor que eché mucho de menos durante la pandemia. No solo tocas con músicos, sino que tocas con personas que te enriquecen y hacen que la experiencia sea mejor. Cada concierto es único e irrepetible, y esto lo hace todavía más emocionante.
P.-También has aprovechado para hacer de productor e incluso has participado como músico de sesión en algunos discos. ¿Qué te aportan estas dos facetas?
R.-Tanto las producciones como las colaboraciones hacen que mires la música desde distintos puntos de vista y esto siempre es enriquecedor. Cambias el papel que juegas musicalmente en tu banda e intentas aportar tu estilo, tu lenguaje y tu color a otros proyectos. La producción puede ser una parte muy creativa del proceso. Me gusta trabajar la preproducción con el grupo y después encerrarnos a grabar. A veces, va muy bien que unos oídos externos den su opinión a un grupo. El proceso de composición y de arreglar los temas de un disco no es sencillo. Más cuando se hace de manera coral. De todas maneras, es una parte muy interesante.
P.-En medio de esta explosión musical decides montar un proyecto en formato de «organ trio». ¿Qué motivación hay detrás y quiénes son los sospechosos habituales que te acompañan?
R.-Tocar junto a un trío de órgano era una cuenta pendiente, un sueño. He escuchado cientos de horas de saxofonistas a los que admiro acompañados por este tipo de formación. Un «organ trio» más un saxo es sinónimo de diversión, de groove y de acción. A nivel estilístico tienes un recorrido enorme. Puedes ir del R&B al soul-jazz o del swing al funk. También la paleta sonora y de dinámicas es brutal porque puedes abarcar desde lo más salvaje y agresivo hasta lo más suave e íntimo. Es un sonido que tiene pólvora y garra. Para este proyecto me he rodeado de talento. Tenemos a Gerard Nieto al órgano, un tipo que conoce la música negra en profundidad. Martín Burguez aporta la chispa eléctrica del blues con su guitarra. Y Ramón Ángel Rey enriquece cada tema con su sofisticación rítmica a la batería.
P.-Se trata de tu primera incursión en este formato que triunfó en la década de los 50 en los clubes norteamericanos. ¿Es posible inspirarse en los clásicos sin hacer una réplica anacrónica?
R.-Tanto músicos como clubes se dieron cuenta de que con órgano, guitarra, batería y saxo podían obtener la contundencia sónica de una gran formación. La paleta sonora de un órgano es muy amplia porque puedes conseguir muchos colores distintos. En cuanto al recorrido estilístico, el sonido de un grupo de estas características es enorme. Siempre de manera personal, claro. Mejor no intentes sonar exactamente como los combos de los años 50 de manera fidedigna porque tienes las de perder. Creo que lo interesante es recoger su testigo y seguir el camino hacia delante.
P.-Acabáis de presentar un EP titulado Grand Prix. ¿Qué secretos encierra y cómo fue la grabación? ¿Nueva Orleans sigue siendo el faro que guía tu camino musical?
R.-La grabación fue como la seda. Trabajar en Medusa, el mismo estudio en el que grabo desde hace años, es como estar en casa. Los tres músicos que me acompañan son increíbles. Tocar con ellos me exige instrumentalmente, me obliga a ponerme las pilas y a dar lo mejor de mí. Me cuesta entender a quienes se rodean de músicos inexpertos o con menos nivel para ser los gallos del corral. En Grand Prix hay temas marca de la casa a base de R&B, soul y jazz-noir, pero con un sonido con el que nunca me había escuchado. Cuando hablamos de estos estilos, Nueva Orleans siempre es un referente.
P.-La portada recuerda la estética de los discos clásicos de Prestige y Blue Note. ¿Te consideras una persona nostálgica en referencia a lo musical?
R.-Escucho música de todas las épocas, pero mis grandes referentes saxofonísticos son de la mitad del siglo XX. Me encanta su sonido, su lenguaje y su vocabulario musical. Lee Allen, King Curtis o Red Prysock crearon una manera de tocar que se ha transmitido durante generaciones. Me gusta seguir su tradición y hacerla sonar aquí y ahora. Desde que la música se empezó a grabar y a reproducir, los diferentes soportes han condicionado la manera de consumirla y de grabarla. El paradigma de consumo ha cambiado con la irrupción digital. Se desdibuja el formato de álbum, prima el single y las listas de reproducción interminables ambientan de manera decorativa los espacios sonoros. Yo sigo creyendo en el formato de álbum porque me parece más humano. Disfruto del concepto de disco como obra creativa.
P.-Has comentado que las actuaciones en clubes son mucho más complicadas que en grandes escenarios por la cercanía del público. ¿Qué podemos esperar de vuestro directo?
R.-Cada formato tiene su encanto. El gran escenario es fantástico porque el espectáculo se magnifica para llegar a mucha gente. Los arreglos musicales, la gestualidad del músico, el sonido… todo se tiene que pensar a gran escala. Por el contrario, la proximidad del público en una sala o club te obliga a hacer «magia de cerca». Cada nota que tocas se refleja en la cara de la gente que tienes delante. Eso también permite un mayor margen para la improvisación. La cercanía entre los músicos facilita la comunicación sin palabras. Tener espacios de improvisación favorece la sorpresa y la frescura para que los conciertos no sean siempre iguales.