Ricardo Moya: de 'El sentido de la birra' a las tablas de los escenarios
El entrevistador del afamado programa ‘El Sentido de la Birra’ cumple con su vocación original y publicará un disco musical, aunque no al uso
Cuando conocí por primera vez a Ricardo Moya, me salió del alma invitarle a una cerveza. ¿Qué iba a hacer? ¿Proponerle un frapuccino con leche de almendras? A un tipo que dirige una programa llamado El Sentido de la Birra se le ofrece lo que predica, de lo contrario sería como invitar a una monja a un club swinger. Bien intencionado pero falto de fortuna.
Moya me rechazó la birra… todo un sinsentido. Lo miré con sorpresa, intentando adivinar si todos sus videos de entrevistas, esos que podrían patrocinar el Oktoberfest, no eran más que atrezo. Recogió ágil el testigo de mi cara: ‘Es que el médico me ha dicho que tengo que bajar con la cerveza. De tantos tanques que me bebo a la semana me ha petado el estómago’. ¡Para que luego digan que el trabajo de entrevistador no es una profesión de riesgo! Si ya lo sabré yo… ‘Pero oye’, terminó diciéndome ‘que un vinito sí me hecho’. Y esa es la actitud que lo ha elevado a la posición en la que está; la de esquivar el hándicap y encontrar una forma de seguir adelante, con los faroles y la muleta en punta, una sonrisa y ganas de charlar sin prisas.
Dicen los paisanos de los samuráis que todos tenemos tres caras. La que lucimos siempre, la que compartimos en intimidad y la que nos reservamos. Aunque Ricardo Moya haya lucido para el mundo más su facha de entrevistador o de cómico, no ha ocultado que él viene de la música. Una jeta que ha compartido más en intimidad, pero que ahora quiere ponerse de skin principal.
Bueno, si podemos llamar intimidad a tocar un single en el programa de Andreu Buenafuente. Es más, la misma canción que resonó hace un año en el plató de Late motiv es uno de los dos avances del disco que saldrá este enero y que promete ser irritante. ¿Irritante por qué? Porque lo peor que puede tener una mocatriz (modelo, cantante y actriz) es hacer bien las tres. Y Moya resulta ser un músico de bandera.
Muchas veces ha hablado de lo inesperado de su campanada periodística. Interesado por la comedia, comienza a entrevistar cómicos para que le den herramientas en su ambición por despachar la carcajada general. Cómo él mismo dice en sus shows: ‘lo cierto es que tuve una idea innovadora, que no había tenido nadie nunca, que era hablar con gente y grabarlo…’. Se corre la voz. El chaval, con barbita desarbitrada y pelo de fregona, sabe sacarte los colores con paciencia y buen rollo. El resto, como suele decirse, es historia, pero no lo es su pasión por la música.
En THE OBJECTIVE hemos podido hablar con él sobre su nuevo proyecto en el restaurante la Perejila (Madrid), local flamenquero y predilecto para beber manzanilla y aromático, lo que gusta tomar a Moya cuando no tiene que darle al zumo de cebada. ‘Comencé con la música’, cuenta ‘ya desde pequeño. Mi padres tenían un bar de rock. Yo pasaba allí mucho tiempo y aquello estaba todo el día lleno de heavys que me pedían que les dejara jugar al flipper porque lo acaparaba todo el rato. Sin duda, estar rodeado de música constantemente me descorchó el gusanillo’.
Lo raro es que Ricardo, pudiendo montarse una banda tributo a Led Zeppelin, llamada, no sé, Greta Van Fleet, se decidiese por musicalizar las ambiciones cómicas que lo asolaban. Le interrogo, en consecuencia, sobre su concepción de la comedia. «Para mí la comedia es un espectáculo de magia, no de teatro. El truco reside en invocar lo inesperado, en provocar una transgresión». Una definición que no casa en absoluto con la deriva susceptible, censora incluso, a la que se está viendo sometido el espectáculo de la sorna de un tiempo a esta parte. «Sin duda», prosigue, «no se puede cancelar la provocación en la comedia, sea del tipo que sea. Debilitar esa transgresión sería como debilitar la propia esencia humana, que es paradójica por naturaleza«.
Y será la paradoja la que hace de uno de sus adelantos, la canción Aparcamiento, un tema divertido, coñón, al tiempo que bien producido. Porque canciones sobre el amor y el deseo las hay a patadas, pero sobre encontrar hueco debajo de casa para un Ford tartana gris, no tantas.
Tampoco hay que juzgar un libro por su tapa. Aunque Moya venga de la comedia y uno de sus dos adelantos siga esa línea, el otro carga con la pantomima de lo autodestructivo de manera más seria. ¡Ah! y genial, por cierto. Estoy fatal va camino de convertirse en una de las últimas canciones de los conciertos, esa que todo el mundo conoce y se reserva para los bis.
Hay una cosa que sorprende del creador de El Sentido de la Birra y es que, entre chiste, cebada y canción, Ricardo no desatiende la parte económica, ni empresarial. Tanto, que tiene una productora. Una compañía con la que desea convertirse en el «creador que descubre a otros creadores con el riesgo de que algún día lo abandonen» y sobre la que sostiene: «Saber sobre el negocio que se está montando alrededor de lo que estás haciendo es empoderamiento. Y ese poder te lleva a lograr mejores decisiones. Es salirte un poco de la ensoñación pero amplía enormemente las dimensiones de intervención». Pillar el toro por los cuernos, que dice la cultura popular.
Hay veces, no obstante, que tener toda las herramientas te aplatana convenciéndote de la calidad del cómo, antes que del qué. «Es curioso», salta Moya «porque el videoclip de Estoy Fatal, en el que invertí una buena pasta, ha resultado mucho menos exitoso que el de Aparcamiento, que tenía un presupuesto reducido. A veces el dinero no marca el éxito, pero sí es cierto que te brinda la libertad de hacer realidad tus expectativas«.
Desviándonos, aparentemente al menos, de la música, le pregunto a Ricardo por el auge de los podcast, del que él es parte del artificio, y sus razones: «Para mí que no queremos estar aburridos nunca. Estamos en un punto en el que no podemos hacer gimnasia sin tener un respaldo. Es como ser un esquizofrénico voluntario, oyendo voces en la cabeza que dicen cosas sobre las que no tenemos control». Cualquiera diría que Moya tira piedras contra su propio tejado. Afortunadamente, uno de los síntomas de la virtud es ser sincero incluso en la autocrítica.
El podcast, como radio a la carta, tiene un repunte que, para este entrevistador valenciano tan dotado (en el arte de la conversación, no se me malinterprete), responde también a la naturaleza cíclica de las cosas. «Esto son oleadas. Mira en la música los singles, que se suponían iban a conquistarlo todo, pero va y vuelve a haber un repunte del disco. Hasta Beyoncé salió diciendo que no iba a abandonarlo. Todo es tremendamente fluctuante».
E inesperado, sí. Porque que un cabecilla de YouTube saque un libro, un «objeto token» como los llama Ricardo, es algo ya habitual, pero que él implicado decida darle la vuelta y hacer de ese libro un disco, eso ya es más especial. «Espasa me propuso un libro sobre El Sentido de la Birra pero no lo veía. Entonces pensé en contar mi experiencia y proceso como músico, que siempre he recordado pero no exhibido demasiado, al que añadir canciones. Mataba varios pájaros de un tiro. Libro, disco (a las canciones se podrá acceder con un QR) y cumplía con esa idea de entrevistarme a mí mismo que, sinceramente, me daba arcadas».
Al menos, le digo, lo habrás escrito tú. «Una parte sí, claro», responde «pero otra la he hecho con Oscar Saénz, a quien hago un homenaje en el prólogo porque me parece de mal gusto eso de falsear haber estado solo ante el peligro«.
Lo que de falso no tiene un pelo es como parece que Moya haya frotado la lámpara adecuada tres veces. Sus deseos, a priori, parecen órdenes. «Es más, cuando era pequeño quería ser médico forense y, al final, no he terminado haciendo cosas muy diferentes». Miro interrogante su sonrisa picarona. «Sí, claro. Salvando las distancias, un médico forense debe dedicarse al estudio y a resolver problemas y yo, con las entrevistas y la música, lo que hago es resolver puzles. Trabajos, a veces de improvisación conjunta, en los que voy sumando las piezas para que todo encaje».
Con la ambición de ensuciar un poco su fama de impoluto galán del buen hacer, interrogo a Ricardo acerca de sus frustraciones o inquietudes sociales. Algo que lo enerve… «Opino que tenemos, hoy día, una excesiva necesidad de generalizar. La generalización es algo a evitar. Se aplican los mismo filtros a todo. No es lo mismo un chiste que un mitin político o una pelea callejera que una en un ring de boxeo. Perder el concepto de lo real y querer imponer el tuyo es lo peor de los maximalismos actuales, lo que hace que queramos ir a absolutos porque nos es más fácil categorizar las cosas».
Una dinámica que, por cierto, tiene la lepra de hacer que nos traguemos gustosos la mentira con tal de que nos convenga, le digo. «Hubo una chica», recoge Moya, «que subió un supuesto viaje alrededor del mundo, pero la verdad era que esta chica se pasó medio año encerrada en su casa sin hablar con nadie y haciendo Photoshop. También me han llegado a veces noticias como ‘¿Sabes que Pablo Iglesias es un hombre trans?’ y la gente lo comparte como si fuera una verdad. Por eso digo que la verdad nunca ha sido tan incierta. Vivimos la verdad de Schrödinger. Hasta que las verdades múltiples no se encuentran, conviven, siendo incluso antagónicas».
Respecto a esta última declaración del joven músico/entrevistador/productor pienso en algo que pertenece al imaginario colectivo literario occidental. Una distopía que, como si el cerebro de Moya disfrutase de telequinesia, el tipo aborda sin yo siquiera comentarlo.
«Esto es un poco como el Ministerio de la Verdad de 1984. ‘Este país siempre ha estado en guerra/ alianza, con este otro Estado’. Y, si miramos al pasado, lo hacemos para encajarlo en nuestra narrativa actual. Por eso pillamos a Kevin Hart y no le dejamos actuar porque hace años hizo determinado chiste, y Mecano tiene que pedir perdón por decir mariconez en una canción de hace más de veinte años, y Gila y Martes y Trece porque cómicas de la nueva generación opinan que no casa con su opinión. Esta revisitación al pasado para reescribirlo en base a los códigos actuales es un delirio. ¿De verdad me estás juzgando a John Wayne en 2022? ¿A qué estamos jugando? Hagámoslo al revés. Vayamos al futuro a ver como se te juzga lo mierda de persona que eres porque, por ejemplo, sales bailando el robot en una discoteca y esto es reírse de los cyborgs que son una parte nueva de la sociedad super aceptada y representada».
Sin duda, la cosa pinta chunga. Un poco enfrentada al desastre. Pero, bueno, le confieso a Ricardo, «siempre nos quedará el amor». Tras reírse, dice: «La verdad es que el tema del romanticismo no me ha llamado mucho la atención, al menos en mis producciones. Aunque me gusten libros como Plataforma o La Posibilidad de una Isla, de Michel Houellebecq, este no es un tratamiento del amor superfluo, sino disecciones muy fuertes de personas que usan el amor para hacer un autorretrato. En el disco, creo que sólo se habla de amor en una canción y en la otra se usa como trampa». Uhm… La trampa del amor… suena a comedia cutre poscomida de Antena 3. Sea como fuere, el disco/libro/confesionario-musical de Ricardo Moya dará la campanada en enero de 2023 y, seguro -tenga o no mucho sentido-, será buen material para disfrutar con una birra.