No lo volvería a hacer: la rebelión puritana de los iconos juveniles
Los actores de Romeo y Julieta denuncian 50 años después a Paramount por los desnudos de ‘Romeo y Julieta’ de Zeffirelli. Son los últimos de una larga lista de niños y jóvenes del cine y el arte que reniegan de su pasado
¿Hasta qué punto podemos pedir cuentas de nuestro pasado? ¿Dónde llegan los límites de la propia responsabilidad o la de nuestros familiares? ¿Y la de nuestra época? ¿Cómo se determinaría el choque entre nuestro contexto y nuestra iniciativa individual? Es más, después de todo, ¿de quién es la culpa?
Desde el estallido del MeToo, las corrientes revisionistas y, en general, el auge del movimiento woke, la batalla por el pasado (su lectura, sus consecuencias, su sentido incluso) no ha hecho sino recrudecerse. No hay día que pase sin que alguien diga «esto no se podría proyectar (exponer, escribir) hoy». Si el asunto toca, además, la cuestión de la infancia o la adolescencia, la polémica se torna oscura y el debate inextricable.
Uno de los primeros embates en este sentido llegó a mediados de la década pasada con la retirada (¿censura?) en Alemania de una exposición sobre Balthus, ‘el pintor de las niñas’. A las puertas del centenario de otro genio en el punto de mira, Picasso, la relación del arte con el público, la mirada y el contexto es más conflictiva que nunca.
En el mundo del cine, el revisionismo ha pegado fuerte en el último lustro. Ya sea en el papel de la mujer, las minorías o la infancia. Esta misma semana, asistíamos a un nuevo caso en este último apartado: los protagonistas de Romeo y Julieta (1968) de Franco Zeffirelli, considerada una película ‘de arte’, han denunciado a Paramount Pictures por las escenas de desnudo que aparecen en la cinta. Lo más peculiar del caso es que la denuncia, por la que piden 500 millones de dólares de compensación, llega 55 años después de estrenada la película.
Para los valedores del movimiento woke, que abanderan el ‘despertar’ a estas injusticias pasadas y presentes, no habría sinsentido en esta demora. Es precisamente el paso del tiempo el que ha hecho cambiar la percepción sobre el desnudo adolescente (los actores tenían 15 y 16 años), pero, entonces, ¿es legítimo pedir cuentas de un cambio cultural? Los demandantes esgrimen que fueron engañados: Zeffirelli les habría prometido rodar las escenas de desnudo con ropa color carne y con las cámaras colocadas para evitar la exposición. «A los 15 y 16 años, como actores, creyeron en su palabra de que no violaría esa confianza que tenían. Ellos sentían que Franco era su amigo y a esa edad, ¿qué podían hacen? No hay opciones. No existía el movimiento MeeToo», asegura Tony Marinozzi, representante de los demandantes.
La escena, en su día, levantó una polvareda. Olivia Hussey y Leonard Whiting consideran que aquello dañó sus carreras en el cine y por ello reclaman una compensación millonaria por explotación sexual. Zeffirelli falleció hace tres años, pero Paramount sigue en pie.
El caso recuerda a otro, éste de componentes claramente delirantes, de la industria musical. Spencer Elden, el bebé que figura desnudo en la portada del disco Nevermind (1991) de Nirvana, demandó en agosto de 2021 a la banda en base a que «los acusados promocionaron pornografía infantil de Spencer de manera intencional y comercial e hicieron uso de la impactante naturaleza de su imagen para promocionarse a sí mismos y su música a costa de Spencer». A pesar de haber posado junto a la imagen en numerosas ocasiones y por dinero, llegando a tatuarse la imagen, reclamaba 2,2 millones de dólares. Elden perdió el juicio el año pasado. No había muchas dudas sobre el recorrido de esta demanda, pero no deja de ser sintomático que una denuncia de este tipo, a 30 años vista, se produzca justo en este tiempo de redefinición de lo moral.
Sin denuncia de por medio, pero con grandes dosis de reproches, Björn Andrésen ajustó cuentas con su pasado, la industria del cine y, en particular, Luchino Visconti, en el documental El chico más bello del mundo (Kristina Lindström y Kristian Petri, 2021). La distancia temporal con los hechos es más o menos la misma que en el caso de Romeo y Julieta: 50 años. Andrésen fue el joven de 15 años elegido por Visconti tras un largo casting para encarnar a Tadzio, el hermoso muchacho que atrae la pasión y las fantasías del profesor Aschenbach en Muerte en Venecia (1970). Aunque la historia bordea la pederastia si se quiere (todo dentro de la cabeza exaltada del profesor y, si acaso, del espectador), Andrésen no vivió escenas de desnudo ni de contenido sexual. Era mero objeto de reverencia.
En el casting, eso sí, posó sin camiseta, al igual que en la cinta, que transcurre en la playa del Lido. La hija de Andrésen confesaba en el documental encontrar «doloroso» ese casting al que acudió instigado por su abuela: «Estamos hablando de un chico increíblemente sensible, muy tímido, que ni siquiera quiere estar ahí. Entonces, de repente, le hacen posar sin camiseta. No quiere estar desnudo, no quiere quitarse la ropa. Eso es lo doloroso de ver. Ahí es donde quiero volver atrás en el tiempo y preguntarle a su abuela qué está haciendo: ¡Pare! Deje al chico en paz. Está mal. No se le hace eso a los niños». El actor, a sus 67, reniega de la cinta emblemática de Visconti y afirma que la fama le trajo problemas de identidad, depresión y adicciones. «Yo era un objeto sexual, o un objeto de todos modos».
¿Habría salido a la luz el drama de Andrésen -drama sin duda aunque no podamos ponernos de acuerdo en qué grado- de no ser por un contexto actual que favorece, y a veces propicia, este tipo de testimonios? ¿Cuánto hay de empatía, cuánto de hipocresía, cuánto de venganza, cuánto de justificación, cuánto de amarillismo, cuánto de ideología? En los últimos años se han sucedido ‘revisiones’ de este tipo, sea por iniciativa de los implicados o a requerimiento de los periodistas.
Brooke Shields, mito erótico-juvenil, no se ha querido desmarcado del filme que removió a los adolescentes de los 80, El lago azul, y que desde entonces es objeto de críticas. Ella contaba con 14 años durante el rodaje y su compañero, Christopher Atkins, 18. En un podcast del pasado mes de diciembre, Shields asumía que «nunca volverán a hacer una película así: no lo permitirían. Hubo animales que sufrieron durante el rodaje. Ensartamos peces e hicimos toda clase de locuras. Salen niños corriendo desnudos por una playa». Atkins agregó que «Yo estaba abochornado. Había escenas en las que estaba contigo en pelota picada, deslizándonos por un tobogán y cosas así. Era un poco incómodo, pero también divertido para mí porque en aquella época sencillamente iba a hacerlo».
Otro caso en observación, sin que conste quejas de la protagonista, es el de Jodie Foster en Taxi driver, donde interpretaba a la edad de 12 años a una prostituta. Más notorio, peliagudo y sin duda complejo es el de la entonces mayor de edad (19 años) Mary Schneider en El último tango en París. A su muerte en 2011 se reabrió el debate sobre la impactante ‘escena de la mantequilla’ y desde entonces el movimiento feminista defiende que el caso es imputable como violación.
Por último, en el apartado de arrepentimientos cabe recordar el muy cuestionable caso de Timothée Chalamet, cuya ‘culpa’ es tan vaga como haber trabajado con un hombre acusado posteriormente de pederastia y sin condena, Woody Allen. Llevado por la presión, y con un Oscar a tiro otra película, Chalamet declaró público arrepentimiento por su participación en Día de lluvia en Nueva York, y donó el dinero a la Fundación RAINN contra el abuso sexual. En sus memorias, Woody Allen, se manifestó al respecto: «Los tres protagonistas de ‘Un día de lluvia en Nueva York’ fueron excelentes y un placer trabajar con ellos. Chalamet, poco después, declaró públicamente que se arrepentía de haber trabajado conmigo y que iba a dar el dinero a la caridad, pero luego le juró a mi hermana que necesitaba hacer eso ya que estaba nominado al Oscar por ‘Call me by your name’, y que él y su agente creían que tendría mejor probabilidad de ganarlo si me denunciaba, así que lo hizo».
Un ejemplo interesante del suelo resbaladizo entre la justicia y el buenismo en que se mueve el revisionismo en el cine y el arte.