El bien y el mal en un país cainita: una charla con el psiquiatra José Cabrera
THE OBJECTIVE conversa con el psiquiatra y forense español sobre la naturaleza del hombre, la democracia, la verdad, la ideología y la política
El médico, psiquiatra y especialista en medicina legal José Cabrera (Madrid, 1956) no diría que el ser humano está condenado a no entenderse, sino que está condenado por su carácter. «Es tu destino el que te conduce al objetivo. Por eso no hay viento favorable para quien no sabe a qué puerto va», cuenta el doctor a THE OBJECTIVE. Ya lo dijo Séneca hace mil años. Por lo tanto, más que condenados a no entenderse, los seres humanos están condenados fatalmente a ser esclavos de ellos mismos.
PREGUNTA.– ¿De qué está hecho «el malo»?
RESPUESTA.– «El malo» está hecho de la misma pasta que el bueno. Lo que ocurre es que su conducta se aparta de la conducta esperable, pero la madera es la misma.
P.– «El mundo está lleno de bondad y de maldad», escribía Philip Zimbardo en El efecto Lucifer.
R.– Bueno, se ha dicho siempre en la historia que todos somos dos caras: la buena y la mala, la luz y la sombra o el filo y lo romo. Y es cierto. La cuestión es que una cara a veces prevalece porque las circunstancias te empujan a que prevalezca esa cara.
P.– Imagine que usted está en un puente y debajo pasa la vía del tren. A su lado tiene a un desconocido y, más adelante, en la vía, hay cinco personas que van a ser arrolladas. Solo puede detener el tren y salvar las vidas de esa gente arrojando desde arriba al individuo que tiene al lado. ¿Sacrificaría usted una vida a cambio de cinco?
R.– No tiene respuesta esa pregunta. ¿Por qué? Porque ¿qué es más valiosa: la vida de uno o la vida de cinco? ¿Y si son cinco malvados por los que no vale la pena luchar? Porque si son seis personas maravillosas, la respuesta del forense es que merece la pena perder una vida y salvar cinco. Pero si conocemos previamente la calidad de los individuos, a lo mejor no merece la pena tirar a esa persona por salvar a cinco malos.
P.– Pongamos que no conocemos previamente la naturaleza de esas personas.
R.– Entonces hay que jugársela a cara o cruz. Yo, como médico forense, tiraría a la persona para salvar a los cinco.
P.– ¿Qué diferencia hay entonces entre matar y asesinar?
R.– Asesinar siempre es con alevosía, con premeditación, por odio, por venganza, por robo, por cólera… Y matar puede ser: matar en legítima defensa, matar por accidente, matar bajo el estado de intoxicación, matar en una guerra, matar por condiciones ideológicas… Entre matar y asesinar la diferencia siempre la marca la ley, la ley imperante en ese momento.
«Se está filtrando la idea de que la democracia es un sistema moral, y la democracia no es un sistema moral»
P.– ¿El hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe, como decía Jean-Jacques Rousseau?
R.– Yo suelo creer que el hombre es bueno por naturaleza. Es decir: cuando tienes un bebé en brazos, ¿cómo puedes decir que ese bebé es malo? No es posible, ni siquiera desde el punto de vista psicológico. Lo que ocurre es que luego ese bebé crece y es como un arbolito que, en vez de crecer recto, crece torcido. ¿Por qué? Porque los padres, porque los amigos, porque los vecinos, porque la vida le trata mal o por lo que sea… al final, ese bebé se convierte en un asesino en serie. En principio, el hombre nace bueno e inclinado al bien, pero luego las circunstancias, la sociedad y hasta los propios genes también tienen un punto común para para presionar.
P.– ¿Tiene enemigos?
R.– Muchos, pero tengo más amigos.
P.– ¿A qué le teme usted?
R.– Yo le temo fundamentalmente a la inmoralidad, a la ausencia del bien. No le temo a la muerte, porque sé que voy a morir. Al dolor, al que no me quieran, al sufrimiento… Yo le temo a todas esas cosas como cualquier ser humano, pero hay algo que para mí es nuclear, que es la bondad. Yo le tengo particularmente mucho miedo a la ausencia de bondad porque sé que la ausencia de bondad entraña la maldad en sí misma. Y a eso le tengo miedo porque con la ausencia de la bondad, el sujeto es imprevisible.
P.– Ahora mismo, ¿a qué le teme la gente?
R.– Vivimos en una burbuja y todos somos happy flower; en estas sociedades desarrolladas, la gente le tiene mucho más miedo a cosas banales que a las cosas a las que habría que tener miedo. Por ejemplo, la gente tiene mucho miedo al ridículo, miedo a que la desprecien, miedo a no ser nadie, miedo a lo que piense el otro de él… Esos son los miedos de la sociedad del bienestar, cuando los miedos de verdad tenían que ser otros: miedo a la enfermedad, miedo a la injusticia, miedo a la deslealtad o miedo a la falta de cariño.
«La tolerancia es la excusa que ponen aquellos que no creen en nada»
P.– Pero impera el miedo a no ser nadie o a que te machaquen.
R.– Es que te pueden linchar moralmente. Tú dices alguna cosa inapropiada, un chiste, una cosa sacada de contexto, una frase que sacan del contexto general, y te pueden linchar. Un linchamiento moral.
P.– Con respecto a lo ocurrido en Brasil, Cuca Gamarra (Secretaria General del Partido Popular) dijo: «Pedro Sánchez, contigo esto en España es ahora un simple desorden público». Y se le han echado encima.
R.– Claro. Lo de la política me toca un pie porque yo sé que en la política hay mucha falsedad y la verdad es una cosa que brilla por su ausencia. En política todo es una piedra para arrojar al otro. Este es un país muy cainita donde no se vota a alguien sino contra alguien. En general. Entonces, cuando ocurre esto, lógicamente es la derecha. Pero si fuera la izquierda, sería otra historia. En este momento, en España se ha establecido una paz social. La derecha y la izquierda están viendo una paz social que se ha conseguido a costa de vender el país a trozos, de pagar subvenciones, de que cada vez que alguien levanta el pico, se le paga. Esta paz social puede romperse si hay un cambio electoral. Imaginemos que dentro de unos años gana la derecha. ¿Qué va a ocurrir con las calles? Lo avanzo yo: se incendiarán las calles. Porque la izquierda, esa izquierda progresista, es la izquierda progresista de Perú. ¿Qué ha pasado en Perú? A un delincuente, corrupto y que ha robado, lo echan del país, lo echan del poder y lo meten en la cárcel, y la izquierda incendia la calle porque la derecha, en general, siempre ha despreciado a los medios de comunicación y ahora está pagando el precio de despreciar a los medios de comunicación. Esa es la cuestión.
P.– ¿Se lo tienen merecido?
R.– En cierta medida, sí. La derecha lo tiene muy merecido, no solo por las corruptelas que todo el mundo tiene (derechas e izquierdas), sino por el desprecio al periodismo, el desprecio al medio de comunicación, el desprecio, incluso, a la propia opinión pública guiada por los medios. La cuestión es que la derecha es muy corta de vista. La izquierda es mucho más amplia, más ancha a la hora de percibir las estrategias. La izquierda sabe jugarlo muy bien; está la extrema derecha, pero no se habla de la extrema izquierda. Está la derecha radical, pero no se habla de izquierda radical. Ese juego lo tiene ganado la izquierda, porque además se ha apropiado de la palabra progresismo. Por lo tanto, si eres progresista, eres de izquierdas. Yo soy de derechas, moderado, de centro incluso, y soy progresista tope. Tengo cintura y elasticidad. Yo comprendo a todo el mundo, pero no soy tolerante para nada, porque la tolerancia de verdad, primero, es una virtud cristiana, y yo soy cristiano. La tolerancia es la excusa que ponen aquellos que no creen en nada. Yo no soy tolerante al mal, a la injusticia, a la deslealtad, al engaño… Pero ese es el juego. Hasta que la derecha no sea una democracia cristiana sólida, moderna y madura no se va a comer en un rosco en España.
P.– La maldad no tiene ideología, no tiene sexo, no tiene raza…
R.– Claro. La maldad no tiene ideología pero hay que entender una cosa: se está filtrando la idea de que la democracia es un sistema moral, y la democracia no es un sistema moral. Ni siquiera es un sistema científico. La democracia es un sistema político para gobernar. La democracia no busca el bien o la verdad o la justicia, busca el bien de la mayoría para que el consenso sea de la mayoría. Entonces, claro, al progresismo imperante le interesa calar que la democracia es un gran sustituto de la religión universal, que es un sistema moral. Y eso está calando.
P.– ¿Tenemos que acostumbrarnos a todo?
R.– Yo creo que no tenemos que acostumbrarnos a todo, porque ese es el principio del fin; el principio del acostumbramiento a cualquier sujeto o gentuza que dirija tu vida. No podemos acostumbrarnos a todo. Tenemos que pelear. Tenemos que defender nuestras ideas en el foro que sea: en el barrio, en tu casa, en tu trabajo, en el sitio donde estudias o en un Parlamento. Tienes que defender tus ideas y hay que hablar con los periodistas de todas las corrientes, leer toda la prensa y no solamente una. La verdad no tiene límites. La verdad es sinfónica. La verdad no es una persona que te dice que esa es la verdad.