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Cultura

El desencanto con la revolución y la diáspora venezolana, claves del Premio Café Gijón

María Elena Morán reflexiona en su novela ‘Volver a cuándo’ sobre la promesa rota del chavismo y sus consecuencias, como los siete millones de exiliados

El desencanto con la revolución y la diáspora venezolana, claves del Premio Café Gijón

María Elena Morán. | Rafael Trindade

La historia de Volver a cuándo (Ediciones Siruela, 2023), la novela que se ha alzado con el prestigioso Premio de Novela Café Gijón en su última edición, es la historia de una revolución que ha hecho aguas: la de Venezuela y el chavismo, y también la de todos los lugares a los que las víctimas del naufragio han llegado escapando de este. Es la primera vez que este prestigioso galardón cae en manos de un autor venezolano, y por ello María Elena Morán (Maracaibo, 1985) cuenta en conversación con THE OBJECTIVE que recibirlo ha supuesto una alegría individual, pero también colectiva: «La repercursión que tuvo también entre la comunidad literaria venezolana fue algo muy bonito porque yo no formo parte de ella, al haber salido de allá antes de empezar a escribir literatura. Así que de pronto me puso en el mapa y puso a Venezuela también en el mapa, porque por diversas circunstancias se está publicando poquísimo allá». 

La escritora está recién llegada a Madrid desde Sao Paulo (Brasil), donde vive. Está feliz de todo cuanto está sucediendo, máxime porque no contemplaba ganar, aunque, confiesa, mantenía «una puntica de esperanza»: «El libro en sí lo escribí con mucha libertad y asumiendo algunos riesgos que yo quería defender, así que no tenía mucha noción de cuán bien recibido podría ser esto». Precisamente esa libertad es la que ha premiado el jurado, compuesto por Mercedes Monmany, Antonio Colinas, Marcos Giralt Torrente, José María Guelbenzu y Rosa Regàs. Todos ellos valoraron «el excelente dominio de tiempos, acción y estructura del relato por medio de las diversas voces narrativas», tal y como comunicaban tras el fallo.

Volver a cuándo cuenta la historia de una familia que vivió la revolución venezolana como una promesa y tuvo después que recomponer los pedazos de la desilusión. Nina, la protagonista, migra a Brasil para huir de la miseria de Maracaibo, en la esperanza de poder llevarse pronto con ella a su madre Graciela y su hija Elisa. Por ello le pregunto a la autora cuánto de ella hay en su protagonista (ella también trazó ese mismo camino), y viceversa: «Yo primero fui a estudiar cine a Cuba en 2009 y en 2012 fui para Brasil, hace diez años ya. Pero yo fui en un contexto de desear ir y vivir en ese país por mi historia personal, y en un momento en el que Venezuela no tenía ese éxodo. Fue tristemente interesante ver el cambio: cuando al principio yo decía en Brasil que era venezolana era una alegría, ‘¡guau, qué exótico!’, y de repente, vi las caras cambiar: ‘Ah, venezolana…’. Lo que más comparto con Nina es tal vez la postura política de desencanto, una cierta terquedad para pedir ayuda y poco más que eso». 

«El tema es el fracaso de la revolución y qué hacer cuando esos ideales con los que uno creció se vuelven una pesadilla»

Cuando menciona el desencanto, María Elena Morán acompaña sus palabras de un rictus serio. «Yo quería escribir una novela que hablara desde dentro de la revolución o de personajes que de alguna manera hubieran estado vinculados con ella en mayor o menor medida. El tema nuclear es el fracaso de la revolución y qué hacer con ese fracaso, qué hacer cuando esos ideales con los que uno creció, y que heredó, de repente se vuelven una pesadilla». Toma aire y continúa, sin escatimar en autocrítica: «Yo, como ellos, formaba parte de esa mayoría de ciudadanos que fueron aceptando que los límites de lo democrático fueran desdibujándose, por eso que el fracaso me toca tan personalmente, porque siento como ciudadana que contribuí a eso. Comparto el mea culpa que hace Nina». El título de la novela, Volver a cuándo, tiene que ver con el final de su reflexión: «Donde hay desilusión en algún momento hubo ilusión, y esa es la gran cuestión: qué hacer con esa ilusión que también pervive». 

La última ganadora del Premio Novela Café de Gijón le dedica esta historia a su padre Rodolfo, «y a nuestra patria portátil». Esa patria portátil se ha diseminado por medio mundo. Según datos de ACNUR, ya son más de siete millones las personas refugiadas y migrantes de Venezuela, lo que ha convertido a la diáspora venezolana en una de las mayores crisis de desplazamiento del globo. Como la protagonista de Volver a cuándo, Nina, estos migrantes continúan saliendo para huir de la violencia, la inseguridad, las amenazas, el hambre y la falta de alimentos, medicinas y servicios esenciales.

«Todos son de alguna forma personajes que están desplazados de un lugar de bienestar, de pertenencia»

Morán, en su obra, aborda este drama migratorio desde la perspectiva de quien se marcha, pero también del que se queda. En este caso, aguardan en una Venezuela que se hunde Elisa y Graciela, hija y madre, respectivamente, de Nina: «Me planteé desde el principio trabajar con esa polifonía porque era la forma que mejor trabajaba el dilema que quería tratar. Explorar varios personajes que se relacionaban con la trama puntual de la niña, pero también cómo cada uno se relacionaba con el tema del fracaso. Y en ese sentido, cada uno me ofrecía aristas distintas de la misma cuestión. Todos son de alguna forma personajes que están desplazados de un lugar de bienestar, de pertenencia, porque inclusive Graciela que es la que permanece, ¿qué es permanecer en estas circunstancias? Todo está en ruinas alrededor de ella, literales y metafóricas».

La novela es también, además de ese complejo caleidoscopio «medio doloroso, medio esperanzado» (así nos firma la autora la novela), un despliegue de estilo y un viaje musical al habla venezolana. Venezuela se oye en sus líneas: «Responde en cierta forma a un compromiso con varios niveles de verosimilitud. Por ejemplo, esa cosa de Nina con poca puntuación, que todo es explosivo en ella. Tiene que ver con cómo está funcionando la cabeza de ella en medio de todo eso. Y todos los personajes tienen también alguna particularidad en cuanto al lenguaje». 

Por último, el jurado también alabó los hallazgos expresivos que pueblan sus páginas. Nosotros destacamos este: «Vicente tenía esa cara de gente buena que seguramente había tenido que hacer cosas de gente mala, un tipo de rostro que Raúl bien conocía. Gente que, en vez de miedo, le daba lástima, porque la culpa les crecía en el entrecejo como una zanja delatora». Con todo su equipaje y sus reflexiones, María Elena Morán parte enseguida por España para llevar a sus rincones la obra que le ha supuesto el espaldarazo con el que tantos novelistas sueñan.

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