Cate Blanchett contra la cultura de la cancelación
La actriz protagoniza ‘Tár’, un escalofriante estudio sobre el abuso de poder, del director Todd Field y nominado a seis Oscars, que se estrena este viernes
«No estés tan predispuesto a sentirte ofendido. El narcisismo basado en las pequeñas diferencias conduce al conformismo más soporífero», espeta Lydia Tár, compositora y directora de orquesta de fama mundial. Se lo dice a un alumno que, tras declararse «racializado y sexualmente fluido», asegura que Bach no le interesa porque era un varón heteropatriarcal y misógino que escribía música religiosa. La profesora se pone a tocar al piano un preludio y fuga del compositor alemán y trata de hacerle entender la precisa matemática y la belleza que contiene. Intenta que el chico aparque sus prejuicios y se centre en la música, pero él se siente humillado y abandona la clase. Más adelante, la escena, que alguien ha grabado sin permiso, se viralizará debidamente manipulada y contribuirá a la caída -la cancelación- de Lydia Tár que, sin embargo, no está del todo libre de culpa y tiene algún cadáver en el armario.
La que acabo de describir es una brillantísima escena de Tár, que acaba de ser nominada a seis Oscars, incluido el de mejor película. La protagonista es un personaje ficticio que parece inspirado (por ciertos detalles biográficos, no en cuanto el drama que acontece en la película) en la directora de orquesta americana Marin Alsop. Lydia Tár forma parte de la élite de la música clásica, está preparando una grabación en vivo de la Quinta Sinfonía de Mahler con la orquesta berlinesa que dirige y en breve va a publicar un libro autobiográfico. Tár es lesbiana; su pareja, con la que ha adoptado a una niña, es la primera violinista de la orquesta que dirige. Su entorno inmediato lo completan una ayudante con la que se intuye que ha mantenido relaciones amorosas, una joven chelista rusa que opta a entrar en la orquesta y una alumna del pasado cuya historia amenaza con hacer saltar por los aires el prestigio en apariencia intocable de Tár. Acabará siendo el detonante de la denuncia de que la directora aprovecha su posición de poder para seducir mediante favoritismos.
No es esta la primera -ni será la última- película que aborda dos temas que en los últimos años han ocupado el centro del debate social: las denuncias de abusos sexuales por parte de personas que ostentan posiciones de poder y su reverso, la cultura de la cancelación. Es decir, por un lado la visualización de un problema que existía pero se silenciaba (el caso Weinstein como paradigma) y por otro los peligros de tomarse la justicia por su mano y linchar primero y comprobar después si el linchado era o no culpable (es decir, la ley del Far West, de cuya aplicación en redes sociales hay unos cuantos ejemplos sangrantes). Estos dos temas han llegado también, como era de esperar, al cine y la literatura.
Sin ánimo de hacer un repaso exhaustivo, apuntaremos que sobre el caso Weinstein se acaba de estrenar Al descubierto, la historia de las dos periodistas del New York Times que destaparon el escándalo. El tema también dio pie a una interesante película indie, The Asssistant (estrenada directamente en Filmin) en la que entrevemos lo que sucede a través de la mirada de una chica que entra a trabajar como asistente de Weinstein (que nunca aparece en pantalla) y empieza a atisbar cosas raras. Sobre otro caso sonado, el de Roger Ailes en la cadena Fox News, se hizo una película, Escándalo, y una estupenda serie de televisión, La voz más alta. El tema se ha abordado también jugando con los estereotipos del cine de terror en Una joven prometedora, sagaz puesta al día de un subgénero ultraviolento que triunfó en los setenta, el llamado rape and revenge, películas en las que una chica violada se tomaba la justicia por su mano.
En cuanto a la cultura de la cancelación, se estrenó el año pasado la francesa Arthur Rambo, protagonizada por un joven escritor al que, cuando se convierte en superventas, le sacan a la luz unos antiguos mensajes racistas que mandó. En literatura, Jonathan Coe abordó este tema con agudeza en El corazón de Inglaterra (novela que tuve el placer de traducir), en la que una profesora universitaria es vilipendiada y apartada de su trabajo por un comentario en clase malinterpretado con malicia por una alumna militante de la cultura woke. En la misma línea, Libros del Asteroide acaba de publicar El visionario de Abel Quintin, sátira en la que un profesor jubilado se mete en líos al escribir lo que él creía un inofensivo ensayo. Ya en el lejano año 2000 Philip Roth había lanzado una temprana señal de alarma sobre estas prácticas en La mancha humana.
En cuanto al modo de abordar estos dos temas, Tár es una aportación muy notoria. De entrada, el director y guionista Todd Field toma una decisión arriesgada e inteligente: el recurso más fácil para ganarse al público hubiera sido tomar como protagonista a un abusador baboso y despótico con aires de Weinstein y mostrarlo como un depredador (ha habido varios casos reales en el ámbito de la música clásica, el más sangrante de los cuales fue el de James Levine, en su día prestigiosísimo director de la orquesta de la Ópera del Metropolitan de Nueva York, porque incluía el abuso de menores). Sin embargo, Field opta por una mujer que no es una agresora, sino alguien que utiliza su posición de poder como instrumento para sus argucias seductoras mediante favoritismos y nepotismos, lo cual tiene en el caso de una alumna con una situación emocional precaria consecuencias trágicas. ¿Es Tár en última instancia culpable de lo sucedido por su insensibilidad y falta de empatía? ¿Merece el destino de cancelación al que se enfrenta por su nepotismo? ¿Hay que separar el arte del artista? La película no da respuestas fáciles, no juzga al personaje, se limita a mostrar sus actos y las consecuencias de estos. Sorprende muy positivamente la ambición y adulta complejidad de la propuesta de Field.
¿Quién es Todd Field? Una rara avis en el cine americano. Tuvo primero una carrera como actor (era el pianista de Eyes Wide Shut, la última obra de Kubrick) y ha dirigido solo tres películas en veinte años. Debutó con el drama familiar En la habitación (2001), a la que siguió Juegos secretos (2006), con Kate Winslet, que en su día me llamó poderosamente la atención por su osadía al abordar la sexualidad y en especial el escabroso tema de la pederastia con una madurez y crudeza poco usuales en el cine de Hollywood. Después vinieron más de quince años de sequía, con varios proyectos fallidos, entre los que destaca una adaptación a serie de televisión de Las correcciones de Jonathan Franzen, muestra de la ambición del cineasta. Cuando ya creía que no obtendría nunca más financiación para volver a dirigir y estaba pensando en convertir Tár en una novela, llegó la oportunidad de rodar la película, que es su regreso al cine por la puerta grande.
Es importante dejar constancia de que Tár es mucho más que una película sobre los abusos y la cultura de la cancelación. Es una película visualmente apabullante, orquestada con un pulso impecable. Conforme avanza la trama, van asomando atisbos inquietantes en forma de visiones oníricas y escenas perturbadoras (una con un perro, otras con una vecina anciana). Conforme crece la presión sobre ella, la protagonista incrementa su obsesión con la higiene de las manos y empieza a tener hipersensibilidad a los ruidos que oye. En el magistral manejo de una creciente sensación de amenaza se nota que Field ha aprendido unas cuantas lecciones de Michael Haneke.
Por último, mencionar que es de agradecer el rigor con el que se retrata el mundo de la música clásica, sin caer en tópicos ni utilizar referencias superficiales. Y sobre todo destacar el minucioso y contenido trabajo actoral de Cate Blanchett para insuflar vida a esta compositora y directora endiosada que acabará expulsada del paraíso por comportamientos propios y por malintencionadas manipulaciones ajenas. Cine en mayúsculas.