Las preguntas universales del arte precolombino
Roberto Pérez Trespalacios, conocedor y divulgador de las culturas prehispánicas, presenta su nueva muestra, ‘Los imperios perdidos. Perú milenario’
THE OBJECTIVE se encuentra con Roberto Pérez Trespalacios, gran conocedor y divulgador de las culturas prehispánicas. Acaba de presentar la exposición Los imperios perdidos. Perú Milenario en la ciudad de La Palma: un maravilloso recuento que muestra la excelencia artística que alcanzaron las culturas precolombinas de los Andes.
PREGUNTA.- ¿Cómo se acerca al arte precolombino?
RESPUESTA.- A muy temprana edad, luego de una visita que hice al British Museum en Londres. Desde muy pronto se convirtió en una pasión que despertó en mí un interés muy grande hacia la historia de este pasado tan remoto. A partir de ese primer momento, conocí este mundo de piezas tan especiales, no solo por su valor histórico, sino también estético. Yo me había formado en Administración de Empresas, pero el interés por seguir conociendo me llevó a especializarme en Historia del Arte.
P.- ¿Cuál fue la primera pieza que adquirió y qué fue lo que le impactó?
R.- Tenía veinte años y me impresionó mucho una pequeña cabeza de Ecuador de la cultura Tumaco-La Tolita. A partir de esta compra, entré en contacto con el departamento de antropología de la Universidad de Massachusetts. Ahí también conocí al profesor emérito Donald Proulx, el especialista número uno en la cultura Nazca del Perú. Desde entonces, empecé a asesorarme y a contactar con museos, casas de subastas y galerías especializadas en arte precolombino. En Estados Unidos se hacen muchos estudios sobre las culturas prehispánicas y dentro de sus políticas, conciben poner en venta piezas para poder financiar los proyectos de investigación.
P.- ¿Los estudios arqueológicos empiezan a finales del siglo XIX e inicios del XX?
R.-En las primeras décadas del siglo XX se hicieron muchas excavaciones académicas en territorios arqueológicos. A cambio, muchas veces se entregaban piezas a las universidades que excavaban y así comenzaron muchas de las colecciones que se encuentran en el extranjero. En ese periodo, las piezas eran valoradas por su aporte arqueológico, antropológico o histórico.
P.- También es sabido que las primeras colecciones de objetos prehispánicos en Europa surgen por donaciones de colecciones privadas. Fue muy importante la que hizo Julio Arellano en 1905 de Costa Rica o la del peruano Rafael Larco Herrera en 1920.
R.- La propia historia del arte precolombino, fuera del lugar de origen de las piezas, ha tenido una evolución en el tiempo. Por dar un ejemplo, en 1875 se funda el Museo Nacional de Antropología de España y en el siglo XX se establecen las normativas y leyes de protección de patrimonio histórico.
P.- Es un tema recurrente la importancia de las repatriaciones de objetos precolombinos.
R.- Yo creo que el énfasis debería estar, sobre todo, en impedir el tráfico ilegal de las piezas. Hay países que lamentablemente no pueden asumir el gasto de estas repatriaciones, porque ni siquiera pueden custodiar bien sus propias zonas arqueológicas. Yo he llegado a lugares, por ejemplo, en Perú, donde el personal del recinto está armado y es porque los propios arqueólogos son los que tienen que defender sus excavaciones. O zonas arqueológicas que reciben tremendas presiones por parte de lugareños que reclaman las tierras para hacer agricultura. No es un debate sencillo. También creo que hay objetos que se sustrajeron por un expolio totalmente condenable. Serviría mucho poder llegar a acuerdos o hacer intercambios entre partes, porque no creo que denostar los estudios que se realizaron por parte de las instituciones académicas extranjeras ayude en nada, porque han aportado mucho al conocimiento de estas culturas.
P.- ¿Dónde ha visto las mejores piezas prehispánicas?
R.-Por suerte, en sus lugares de origen. Creo que en el Museo de Antropología de México está lo mejor de Mesoamérica, y en Perú en el Museo de Arqueología, en la Universidad Mayor de San Marcos, en el Museo de la Nación o en el Museo Larco. También hay que reivindicar que las exposiciones que se hacen alrededor del mundo despiertan el interés por estas culturas y el arte ancestral. Al final, se trata de piezas que para mí son de carácter universal y deben estar salvaguardadas de la mejor manera posible. Es la humanidad quien debe preservar estos tesoros en espacios que garanticen su perpetuidad.
«Es la humanidad quien debe preservar estos tesoros en espacios que garanticen su perpetuidad»
P.- En 2017 se publicó el catálogo De hombres y mitos. Sacrificio y ritual precolombino, donde se puede ver gran parte de su colección. ¿Cuál ha sido el hilo conductor al momento de elegir cada pieza?
R.-Detrás de cada pieza, siempre ha estado el interés por conocer más sobre cada cultura. Luego esto recayó en la importancia que encuentro por divulgación este arte que tiene mucho que enseñar a las sociedades contemporáneas. Creo que cada objeto que me ha interesado intenta responder a alguna pregunta o curiosidad personal. A su vez, poco a poco, se ha ido articulando un camino o lenguaje que ejemplifica la interpretación de las cosmovisiones de estas culturas. A mí el coleccionismo tradicional nunca me ha interesado, siempre he querido estar próximo a las respuestas antropológicas o primigenias que estos objetos nos pueden dar.
P.- ¿Las preguntas que despiertan siempre suelen ser de índole universal?
R.-Sí, y en su mayoría son además preguntas complejas. Tienen que ver con cómo nace la civilización, cómo se crean las divinidades o cómo se formaron esos imperios, investigar el mundo precolombino te adentra en todas esas incógnitas. Curiosamente, acaban respondiendo cualquier pregunta que uno se puede hacer sobre otras culturas, porque son preguntas universales, independientemente de las latitudes y eso es lo que siempre me ha interesado, tratar de comprender esa cosmovisión.
P.- Cronológicamente, ¿cuáles son las etapas que le han despertado un mayor interés?
R.-A mí siempre me han interesado los períodos formativos, donde nace la civilización. Por ejemplo, en el arte precolombino de los Andes, el llamado «horizonte temprano» tiene algo muy fascinante. De los cinco lugares del mundo donde nace la civilización de forma espontánea y sin influencia externa, dos están en América, uno en Mesoamérica y otro en los Andes. Son lugares donde se puede observar cómo la mente prehispánica se identifica con el cosmos, cómo es capaz de crear sus divinidades, o cómo una sociedad teocrática en un principio, luego se puede convertir en un imperio. Toda esta evolución se puede ver en un margen temporal muy concreto. En este sentido, las culturas como Mochica o la Nazca siempre me han atraído mucho, sobre todo en su momento de apogeo. La calidad de las cerámicas me parece las más desarrollada al igual que la narración de sus mitos.
P.- ¿Por qué cree que son culturas a las que siempre se les impuso el estigma o la asociación a la barbarie o a un mundo telúrico, pese al amplio desarrollo que alcanzaron?
R.-Porque es un mundo desconocido, un universo completamente nuevo, diferente, con una idiosincrasia muy distante a la nuestra. Desde nuestras sociedades creadas a partir de la tradición judeocristiana, hemos creado nuestra propia visión, que podríamos llamar humanista. El mundo precolombino era una sociedad mucho más cercana a la naturaleza, a la tierra, a la espiritualidad y a lo ritual. Es absolutamente compleja de interpretar y los criterios que se divulgaban en el siglo XV y comienzos del XVI, durante y luego de la Conquista, los señaló como pueblos bárbaros o adoradores del demonio.
P.- ¿Qué conceptos cree que fueron los que más ahondaron en estos prejuicios?
R.- Creo que a la imagen del mundo precolombino le hizo mucho daño el concepto del sacrificio humano, pero porque no se entendió dentro de su contexto y su propia realidad. Como divulgador de las culturas precolombinas, siempre empiezo explicando la importancia de la cosmovisión. Hay que entender los distintos planos que se interrelacionaban: estaba el plano terrenal, donde habitan los hombres, luego el mundo de arriba de los dioses y el de abajo, de los ancestros. Tenía que haber un equilibrio entre los tres para que existiera un orden. Por ejemplo, los dioses se encargaban de la lluvia, pero los ancestros también intercedían en la germinación de las raíces de las plantas, y los humanos tenían que trabajar su parte, desde el ámbito terrenal. Para lograr este equilibrio era fundamental la figura del chamán quien transitaba entre estos tres planos. Al igual que los dioses tenían la capacidad de transformarse en seres antropomorfos, el hombre era capaz de entregar a su divinidad lo más preciado, de ahí la figura del sacrificio.
P.- Es algo bastante complejo de interpretar desde los principios de la religión católica…
R.-Sí, pero también hay un simbolismo en la idea de Jesucristo como Dios que entrega lo más preciado para el perdón de los hombres. Al final, siempre hay una imagen potente de sacrifico en todas las religiones, solo que en el mundo precolombino se lleva al extremo. Tampoco pudimos ver la evolución de estas sociedades, porque se interrumpió abruptamente por la llegada del mundo europeo. Tiendo a pensar que con los siglos los sacrificios humanos se hubieran reducido como también ocurrió en mundo occidental. Yo no trato de juzgar y me adentro en estos temas con respeto, aunque pueda ser incomodo conectar con ese pasado que pudo ser relatado como oscuro. Pero aquí mismo ocurrió algo similar y no nos sentimos avergonzados porque los Iberos cometieran sacrificios humanos y sabemos cómo se portaban los romanos, o qué tipo de sacrificios hacían los griegos. Pero todas las culturas hasta un determinado momento han considerado que la ofrenda de la humanidad a sus dioses debía de ser lo más valioso, que en ese momento era la sangre y la vida humana.
P.- ¿Cómo cree que se han enfocado los estudios de arqueología? Desde la antropología se habla mucho del «sincretismo», de aquello que no pudo ser descontinuado, que subyace a los tiempos precolombinos hasta la contemporaneidad
R.- En el caso de la arqueología, siempre se ha contextualizado el mundo precolombino como una burbuja temporal, procurando aislarlo de la evolución cultural posterior. El principal interés siempre ha estado en el origen de pensamiento, por tratar de entender los conceptos de estas civilizaciones, y la creación de sus mitos.
P.- Se podría decir entonces que el canon académico no aportó al encuentro de las continuidades entre las culturas prehispánicas y las sociedades que las sucedieron. Encontrar esas conexiones debe ser una tarea pendiente, saber que existen estas coordenadas…
R.-Sí y debe ser un trabajo muy complejo. Pero a la vez es muy palpable. Cuando uno viaja por los territorios que pertenecieron a este pasado milenario, enseguida se hace presente en su cultura viva.
P.- ¿Cómo estuvo involucrado con el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira?
R.-Tuve la suerte de conocer a José Antonio Lasheras, quien fue director de la institución y quien me impulsó el dar a conocer las piezas que venía estudiando hacía tanto tiempo. Trabajó conmigo para la exposición De hombres y Mitos: Sacrificio y ritual precolombino que presenté en Burgos en 2017. El Museo de Altamira es muy didáctico, tiene una réplica idéntica de la cueva, la Neo Cueva y un gran museo arqueológico de útiles de la época paleolítica.
P.- Acaba de presentar la curaduría de dos muestras de arte precolombino.
R.- Hasta enero de este año se expuso Alma de América en Tenerife, donde se expusieron doscientas piezas de Mesoamérica, del mundo andino y de áreas intermedias. Actualmente he comisariado la muestra Los Imperios perdidos. Perú milenario que se podrá ver hasta el 22 de abril en el Espacio Cultural de Caja Canarias en Santa Cruz de La Palma. En esta exposición se muestran cincuenta piezas de un carácter escultórico y pictórico impresionante. El Perú tiene mucha magia, desde la parte introductoria intenté ahondar en la cosmovisión, empieza con un recorrido cronológico, con el «periodo formativo», donde podemos ver piezas de las culturas Chavín, Paracas, Vicus o Viru, luego conocemos el «horizonte intermedio» con Nazca y Moche y terminamos con el Imperio Inca y algunos mapas, piezas o bibliografía de la época de la Colonia. Es una visión integral en torno a cuatro mil años de evolución, relatadas desde catorce culturas diferentes, donde nos podemos acercar al nacimiento del pensamiento humano, así como a la construcción de sus divinidades y civilizaciones.
P.- ¿Por qué cree que las piezas precolombinas se deberían entender como obras de arte y no vestigios arqueológicos?
R.- Nosotros presentamos las piezas como si fueran auténticas obras de arte porque lo son. No es una exposición puramente arqueológica. Para empezar a entender el objeto, en el caso de las cerámicas del mundo precolombino, lo primero que tenemos que tener en cuenta, es que son objetos simbólicos. Intentan explicar una realidad espiritual y mágica más allá de los que nosotros podemos ver en la pieza concreta. El artífice no pretendía mostrar lo que representaba tal y como lo veía en la naturaleza, sino pretendía mostrar el alma de esa persona, animal o ancestro. Este simbolismo se puede apreciar claramente en la muestra, quienes hicieron las piezas pusieron su mayor empeño y capacidad con la intención de poderse comunicarse con el más allá y para trascender en ese intento. Son formalismos o diseños brillantes, con unas intenciones puestas en un sentido ritual.
P.- Las vanguardias pictóricas les dieron algún reconocimiento al entonces llamado «arte primitivo», pero únicamente desde la recuperación de sus formas, desde una especie de síntesis…
R.- Las vanguardias lo entienden como una inspiración formalista. No fueron más allá de la técnica que luego trasladaron a su obra. Lo que intentamos hacer en estas muestras es que se vean las piezas precolombinas como las obras de arte universales que son. Entre estas encontramos verdaderas obras maestras, como una vasija llamada «florero» en el argot arqueológico de la cultura Mochica, que representa una escena de conducción de un reo a un sacrifico, también hay piezas muy buenas de la cultura Chavín o del mal llamado «arte erótico» mochica que yo prefiero definir como «sexo ritual».
P.- En enero de este año The Economist publicó un artículo hablando del Valle Moche, titulado El antiguo arte erótico desafía los tabúes modernos, el cual narraba cómo estas piezas habían sido un lastre para una cultura conservadora como la peruana.
R.- Creo que ha sido muy difícil el estudio de este tipo de piezas. Para mí no es arte erótico porque no pretende mostrar nada erótico, por otra parte, tampoco es un kamasutra o muestrario de posturas sexuales, no tienen nada que ver incluso con la reproducción. Cuando se estudian estas piezas de sexo ritual, te das cuenta de que es un concepto mucho más profundo, e incluso «sórdido». De la misma forma que la sangre era importante como ofrenda fundamental para las divinidades, todo el resto de los fluidos humanos también eran especialmente importantes. Estas escenas siempre se producen en entornos próximos a los sacrificios de sangre. Por la falta de investigación, se han apuntado muchos conceptos erróneos. Las universidades católicas hasta bien entrado el siglo XXI, seguían manteniendo en sus monografías que al final estas piezas representaban una suerte de figuras «moralizantes». Algo así como que los Mochica, lo que pretendían era demostrar a la sociedad los males de la masturbación, del sexo anal y cómo aquello que llamaban sexo antinatura producía la decrepitud. De ahí la mutilación de partes de la cara o cuerpo. La arqueología siempre ha sido utilizada como un instrumento de propaganda política e ideológica. También es difícil querer estudiar el pasado desde un punto de vista católico. Por eso a mí me gusta acercarme a las piezas desde los periodos iniciales o formativos.