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Cultura

La 'nueva' televisión y la insolencia del mal gusto

La provocación explícita y feísta, inmadura y sórdida, de la serie española ‘Autodefensa’ desafía a la nueva inquisición moral de lo políticamente correcto

La ‘nueva’ televisión y la insolencia del mal gusto

Ilustración de Erich Gordon.

Seguro que han oído hablar del debate sobre si el humor debe o no tener límites. Digamos, por resumir, que cada sociedad y cada época generan cierto consenso sobre algunos tabús y el humor más provocador trata de saltar esa valla. Desde hace tiempo, a los dos tabús más habituales -sexo y religión- se ha incorporado con arrolladora fuerza censora y autocensora otro: el de lo políticamente correcto (o consenso progre o inquisición woke). Y si de provocar se trata, hay otra valla que se puede saltar: la del buen gusto. Pues bien, en mayor o menor medida, la serie producida por Filmin Autodefensa embiste contra todos estos límites. Pueden verse en la plataforma las dos temporadas, colgadas de golpe. Cada una consta de cinco capítulos, entre breves y brevísimos: la mayoría duran entre diez y veinte minutos y hay uno de solo cinco. 

Autodefensa ha levantado revuelo en las redes y otros espacios de debate y griterío, y ha polarizado las opiniones: o se ama o se odia. Guste más o menos, lo llamativo es que las reacciones hostiles han llegado desde ambos extremos del espectro ideológico y ha logrado incomodar tanto a conservadores recalcitrantes como a cierta progresía buenista. ¿Es tan provocadora? ¿Es tan radical? Y lo más importante: ¿es interesante? Sus creadores son Berta Prieto, Belén Barenys (la prima y corista de Rigoberta Bandini) y Miguel Ángel Blanca. Este último tiene una modesta trayectoria como director indie y las dos primeras son, además de guionistas, las protagonistas. Los personajes que interpretan se llaman como ellas y se parecen a ellas, pero no son exactamente ellas, sino una proyección distorsionada de sí mismas. Es lo que se denomina autoficción, muy en boga en literatura y que ha llegado también al audiovisual. Hago el apunte, porque entre los ataques que ha recibido la serie los hay de quienes no acaban de entender la distancia entre la realidad y la ficción.

La serie pretende ser un retrato de los veinteañeros de la llamada generación Z, con un planteamiento sin filtros ni edulcorantes y desde una perspectiva claramente feminista. Más que un retrato es un grito de desconcierto, rabia y puro exhibicionismo vehiculado a través de un humor desabrido y áspero, que busca incordiar al espectador más que provocarles carcajadas. 

Lo explícito, como seña de identidad

Podríamos decir que es heredera de lo que en su día supuso Girls de Lena Durham como retrato descarnado y punzante de la juventud. Pero Girls planteaba su humor insolente dentro de una estructura ortodoxa de serie televisiva, mientras que Autodefensa dinamita este molde y bebe de la inmediatez de las redes sociales, de sus exabruptos y discursos fragmentados. Opta por el esbozo, el apunte, en lugar de por una sólida armazón narrativa. 

Estos postulados se trasladan a un estilo visual hiperrealista y feísta con aires de webserie improvisada, que hace de lo explícito una seña de identidad. Lo podríamos denominar estética del sobaco femenino peludo, ya que abunda su exhibición a modo de declaración de intenciones, junto con todo un repertorio de bragas, penes, culos, sexo explícito y más bien disfuncional, mecánicas masturbaciones, ingesta de pastillas y sustancias varias, pisos compartidos caóticos y sucios, juergas, raves, afters, resacas y ataques de ansiedad. 

Un plato servido crudo con la pretensión de plasmar la realidad de forma visceral, mediante una suerte de pornografía del detalle sórdido. Un ejemplo: tras una relación sexual en la que una de las protagonistas acaba proclamando que ha descubierto que solo puede follar con idiotas, vemos los restos de la eyaculación sobre su abdomen. Otro: al salir de una fiesta, ambas se ponen a orinar en la calle, en un plano frontal que no deja nada a la imaginación. Estética de aires punk, de puñetazo en los morros, que busca desconcertar e incomodar al espectador. El problema es que el umbral de tolerancia al escándalo en las sociedades occidentales actuales es muy laxo y no es tan fácil soliviantar al personal. Ni tan novedoso: ya lo hacía hace un siglo los dadaístas. 

La dificultad de escandalizar con ciertos temas en una sociedad occidental queda ejemplificada en el breve capítulo El evangelio según Berta y Belén, rodado en blanco y negro con un aire de parodia de El Evangelio según san Mateo de Pasolini. Aparecen las dos protagonistas como Jesucristo, predicando sobre sexualidad femenina y menstruación. ¿Escandaloso, provocador? Bueno, provocador es dibujar viñetas de Mahoma jugándose la vida. El catolicismo, desde la Ilustración, ha ido reacomodándose  en su papel en las sociedades laicas occidentales y ha aprendido a poner la otra mejilla. Después de propuestas artísticas vapuleadoras de El cristo del pis de Andrés Serrano o La Nona Ora, escultura hiperrealista del Papa aplastado por un meteorito de Maurizio Cattelan, lo de Autodefensa suena a chistecillo con balas de fogueo.  

Feísmo

En cuanto a la estética descarnada y feísta a la que se apunta la serie, tiene largo recorrido en la historia de la cultura, con hitos más o menos recientes como las novelas de la norteamericana Ottesa Moshfegh o el cine del ex enfant terrible Harmony Korine, que levantó ampollas con Gummo y convirtió Spring Breakers en una suerte de manifiesto visual de estos postulados. En el ámbito de la fotografía ha tenido tanta fuerza que incluso penetró en las más sofisticadas revistas de moda. Su representante más conocido es Terry Richardson, sumo sacerdote del feísmo para el que posaban renombradas modelos y actrices… hasta que empezaron a lloverle acusaciones de abusos sexuales durante las sesiones fotográficas y fue cancelado de manera fulminante. De hecho, hay en Autodefensa un episodio –Actos colectivos– que aborda este tema: un joven director de cine con fama de transgresor les propone a las dos protagonistas ser las estrellas de su próxima película. Sin embargo, no es más que una excusa para intentar llevárselas a la cama, solo que a ellas se les ocurre grabarlo para chantajearlo. 

Si antes he mencionado Girls, hay otra serie con la que se pueden establecer comparaciones: Fleabag. En el ámbito del humor que busca incomodar al espectador, los británicos han producido unos cuantos hitos, desde las cáusticas propuestas cinematográficas y televisivas de Sacha Baron-Cohen (la más bestia: la serie ¿Quién es América?) a The Office y Un idiota de viaje de Ricky Gervais y Stephen Merchant, pasando por 4 Lions, la película de Chris Morris que se permitía hacer bromas nada menos que con el terrorismo islámico en Londres. En esta línea, y desde el ámbito del feminismo en el que pretende jugar Autodefensa, la inteligentísima Phoebe Waller-Bridge generó en 2016 un fenómeno de enorme influencia con la serie Fleabag, descarnado y desternillante retrato de una mujer en crisis, basada en su propio monólogo teatral. 

Frente a su impecable construcción, gracias a la cual consigue ser demoledora, Autodefensa es una sucesión de esbozos con algunos momentos puntuales muy logrados y otros demasiado autocomplacientes. Su provocación parece emular en más de una ocasión la mera transgresión infantil de soltar palabrotas: «pipí, caca, culo». Y más de una vez amortigua su supuesta radicalidad con una suerte de airbag. Pongo un par de ejemplos: el capítulo del director abusador chantajeado por sus víctimas se alarga con un debate final de las protagonistas y un grupo de actrices de un didactismo ridículo que no tiene nada de punki. Segundo ejemplo: en el capítulo Odio a los hombres las protagonistas acuchillan en un parque, con ayuda de unas niñas, a un gordito patético que fue repelente compañero de clase de una de ellas. Debería haber acabado aquí, pero, tras los créditos, aparece el gordito vivo y diciendo chorradas a la cámara, como para recalcar al espectador cortito de luces que todo era broma, que no lo han matado ni siquiera en la ficción. Si vas de provocadora, esto es hacerse trampas al solitario

Masculinidad tóxica

En cuanto al trabajo de guion, los mejores capítulos son los dos primeros: Sentirse deseada (en el que el chico con el que pasó la noche una de ellas viene a disculparse muy compungido porque cree que, con la borrachera, pudo haber hecho algo punible) y Fantasía (en el que un escritor cuarentón le pide a la otra protagonista realizar una fantasía sexual que raya en lo delictivo). En ambos casos las situaciones grotescas se estiran con habilidad. Y además desembocan en sendas reacciones de ellas que las muestra faliblemente humanas, muy desnortadas y en contradicción flagrante con su supuesto feminismo: la primera acaba masturbando al chico para relajarlo; la secunda acepta someterse al grotesco juego sexual y después se lo cuenta muy ufana al novio. Es en estos momentos cuando el humor resulta más transgresor, porque nada contracorriente

En el caso de los abundantes retratos de personajes masculinos patéticos, la transgresión es menor, porque el discurso ideológico dominante los avala y aplaude como ejemplos de masculinidad tóxica puesta en la picota. La creciente presencia de teorías woke, queer y demás derivas intelectuales surgidas en las universidades de Estados Unidos como tóxica mezcla de radicalismo izquierdista, puritanismo americano, lecturas mal digeridas de los estructuralistas franceses y notoria incapacidad para entender que la realidad es compleja, ha generado una nueva inquisición de lo políticamente correcto. La verdadera transgresión está empezando a ser atreverse a saltar esa valla. 

Eso lo sabe desde hace tiempo el gran Atila del humor, el mencionado Sacha Baron Cohen que, después de crear el impresentable e incorrectísimo personaje de Borat, tuvo el cuajo en de hacer una película –Brüno- que era una sucesión de chistes de pésimo gusto sobre gays, sabiendo que no iba a cosechar precisamente mimos y aplausos, sino a provocar reacciones indignadas. Lo suyo es de verdad humor entendido como terrorismo cultural (lo que en los contraculturales años sesenta del pasado siglo inventaron Lenny Bruce y Andy Kaufman). Pisa todavía más los límites en ¿Quién es América?, en la que, disfrazado de varios personajes, hace entrevistas a personas reales de todo el espectro ideológico -desde rednecks amantes de las armas o el mismismo Dick Cheney hasta una candorosa familia progresista- generando situaciones incomodísimas. La propuesta era tan arriesgada que la serie se rodó con la permanente asesoría de abogados que le indicaban cuándo estaba a punto de traspasar un límite que pudiese tener consecuencias penales. 

Volviendo a Autodefensa: tiene un indiscutible valor sociológico por las reacciones muy polarizadas a favor y en contra que ha generado. En su vocación provocadora, su principal virtud es que parece haber incomodado por igual a tirios y troyanos. Molesta a los más conservadores por su descaro y visceralidad, pero también ha irritado al progresismo biempensante, que la acusa de cosas tales como mostrar a unas chicas que se comportan como tíos descerebrados, de presentar sin asomo de crítica social a una juventud nihilista a través de dos niñatas pijas, y hasta de gordofobia. Si las reacciones del primer sector eran previsibles, las segundas son más interesantes, porque muestran hasta qué punto el buenismo progresista y la ideología woke están calando y generando una nueva inquisición moral, con serios problemas para entender cómo funcionan el humor y las ficciones. Pero dejando de lado estos debates, si nos ceñimos a la calidad de la serie, hay que decir que no pasa de justita. Es una propuesta inmadura sobre la inmadurez. 

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