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De narices

«La nariz aguileña funciona como notable portador de significado a lo largo de toda la historia de la literatura occidental»

De narices

Sherlock Holmes. | Wikimedia Commons

Por una especie de –me temo– deformación profesional, hace unos años, a raíz de un estudio sobre las novelas de Arturo Pérez-Reverte (Las reglas del juego de Arturo Pérez-Reverte), empecé a darle vueltas a la presencia de la nariz en la literatura y, en concreto, a la recurrente alusión a un tipo específico de nariz: la nariz aguileña. Vaya por delante que, sin duda –a no ser que se lleve a cabo un análisis psicoanalítico de mi persona (cosa que rehuiría de todos modos)–, se trata de un interés puramente desinteresado y, a ojos de muchos lectores, probablemente pueril y del todo inútil. Me apresuro a añadir que soy académico. A lo mejor esto ayuda a poner las cosas en su sitio. Pero, quién sabe, quizás a este artículo se le puede extraer alguna lección que nos permite ver más allá de nuestras narices.

Sea como fuere, el caso es que al estudiar las novelas de dicho autor, me di cuenta de que muchos de sus protagonistas, especialmente los de sus primeras novelas, lucen una nariz aguileña y otros, aunque no se especifica, uno se imagina que la tienen, como Falcó o Sidi en las novelas homónimas o el Teseo Lombardo de El italiano. De ahí que empezara a preguntarme sobre el porqué de tal rasgo fisonómico. Me dio en la nariz que debajo de este tipo de nariz yacía un significado oculto. En resumidas cuentas, la respuesta a esta pregunta con la que di es la siguiente: la nariz aguileña revertiana funciona, al menos en los inicios de su trayectoria novelística, como una especie de clave o contraseña, como el símbolo visible de un selecto club de hombres, por así decir. Se trata de un tipo de héroe cansado inspirado en los mosqueteros de Alejandro Dumas a los que Pérez-Reverte rinde culto, las sombras fieles de unos héroes de limpio corazón que en otro tiempo fueron los mosqueteros y que en su ocaso se convierten en unos héroes cansados.

Los héroes cansados de Pérez-Reverte, como de los de Dumas al final de la saga, tienen el alma llena de ingratitudes y desengaños, pero también de buenos momentos, heroísmo y amistad; serán resignados pero valerosos, serenos, dignos y honrados hasta cierto punto o, por lo menos, fieles a unos principios o códigos o reglas del juego que rigen la vida a su entender. Mantendrán a lo largo de toda su vida la lealtad a sí mismos pese a todo lo que les depara la vida y nunca alcanzarán ninguna gloria. Y todos estos héroes lucen, como es el caso de d’Artagnan, una nariz aguileña. Todos estos héroes cansados, indiferentes o resignados han franqueado la línea de sombra y conocen la condición humana, especialmente la que cristaliza en la guerra. El resignado fatalismo de estos personajes es fruto de saber a lo que se van a enfrentar en la guerra o en la vida (la guerra en Pérez-Reverte funciona como la cristalización de la vida llevada a extremos dramáticos). Bajo la capa de la maraña de aventuras, misterios, intrigas y acción que compone sus obras late el motivo del sentido de la vida y la condición humana frente a situaciones límite.

«La nariz aguileña revertiana funciona como una especie de clave o contraseña, como el símbolo visible de un selecto club de hombres»

Ahora bien, la nariz corva, encorvada, ganchuda o aguileña es un rasgo frecuente en la historia de la literatura. Ciñéndonos en primer lugar a posibles modelos revertianos, el héroe más famoso con esa nariz es probablemente Sherlock Holmes. El personaje toma esa nariz de su modelo y referente real, el cirujano y profesor de medicina de Arthur Conan Doyle en la Universidad de Edimburgo, el Dr. Joseph Bell, quien según su discípulo tenía ojos agudos, penetrantes, nariz aguileña y rasgos llamativos. En Holmes se basa, a su vez, entre muchos otros, el Guillermo de Baskerville de Umberto Eco, cuya mirada era también «aguda y penetrante; la nariz afilada y un poco aguileña», precisa Eco en El nombre de la rosa.

Remontándonos a modelos de siglos anteriores, Drácula asimismo tenía nariz aguileña, como la tenían también dos de las tres vampiresas de la novela de Bram Stoker (rasgo que en el siglo XIX dio lugar a un debate sobre los presuntos rasgos judíos de la nariz de Drácula). Y al principio de Los tres mosqueteros, como dije arriba, d’Artagnan se dibuja como portador de una fina nariz ganchuda; y, a la vez, como actualización decimonónica de nuestro Don Quijote. (Dicho sea de paso, toda esta descripción inicial de d’Artagnan es un buen ejemplo de la fe de ese siglo en la ciencia de la fisionomía, la posibilidad de sacar conclusiones sobre la estructura interna y la naturaleza del hombre en virtud de la fisonomía o su apariencia; algo de esto late también en la novelística revertiana).

Pues, bien: resulta que el propio Don Quijote de Cervantes, que inspiró a Dumas y a tantos otros, tiene nariz aguileña, tal como se desprende de la descripción que hace de él el Caballero del Bosque en la Segunda Parte. Y quizás no esté de más recordar que en el autorretrato que el propio Cervantes lleva a cabo en su prólogo a las Novelas ejemplares nos habla de su «rostro aguileño» y «nariz corva». Tampoco hemos de descartar la admiración de Arturo Pérez-Reverte por la Antigüedad y los romanos en particular como posible influencia. Fueron éstos precisamente quienes dieron nombre a dicha nariz, la cual era, por cierto, más prevaleciente en Roma que en Grecia –los helenos la teníamos más recta, según todos los indicios; de ahí que el Diccionario de la lengua defina la «nariz griega» como «nariz que ofrece un perfil continuo con la frente»–. Piénsese en las descripciones clásicas de las grandes figuras romanas, como las de Plutarco en sus Vidas paralelas, entre las que destaca la nariz aguileña de Marco Antonio.

«El propio Don Quijote de Cervantes, que inspiró a Dumas y a tantos otros, tiene nariz aguileña»

Creo que este recorrido nos permite vislumbrar que la nariz aguileña funciona como notable portador de significado a lo largo de toda la historia de la literatura occidental. Este atributo se asociaba o se asocia todavía, por un lado, con la fuerza física y mental, con una personalidad dominante o imponente y ascendencia noble, además de con un ideal de belleza masculina en determinados siglos. Por otro lado, llegó a vincularse con la imagen estereotipada del judío astuto y avaro, asociación antisemítica que se consolidó durante el período nacionalsocialista alemán, especialmente a través de caricaturas. A todo esto contribuyó la investigación fisiognómica y frenológica del siglo XIX (la frenología era una teoría según la cual las facultades de un individuo se deducían mediante las protuberancias del cráneo). A muchos autores les fascinaba la posibilidad de poder sacar conclusiones sobre la estructura interna y la naturaleza del hombre en virtud de su apariencia. 

Así podemos ver que el significado de la nariz aguileña ha variado con el tiempo. Fue portadora de significados determinados supeditados a variaciones. Con todo, la idea de que el carácter (moral) de una persona pueda señalarse o revelarse mediante un rasgo facial no está muy alejada de la que transmiten refranes tales como «la cara es el espejo del alma», «hombre narigudo, hombre sesudo» u «hombre narigudo, ingenio agudo». Espero que con todo esto no se les haya hinchado las narices.

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