Una vieja (y casi secreta) historia nazi en la exótica Estambul
Zülfü Livaneli, activista político, músico y escritor, presenta la traducción española de su última novela, ‘Serenata para Nadia’, desconocida en España
En 1998 la editorial Edhasa publicó El gran eunuco de Constantinopla. Es la única novela de Zülfü Livaneli (Ilgin, Turquía, 1946) que hemos podido leer en castellano hasta ahora, que la editorial Galaxia Gutenberg se ha lanzado a publicar Serenata para Nadia, en traducción de Rafael Carpintero. La obra está inspirada en la catástrofe del Struma en 1942. Este barco llevaba a casi ochocientos refugiados judíos camino de Palestina, huyendo de los nazis, pero estos perecieron frente a las costas de Turquía, debido a la negativa del país a acogerlos.
Esta es una de las historias del libro, y la que le sirve de base, «una historia muy poco conocida incluso en Alemania», nos cuenta Livaneli, de visita en Barcelona para presentar el libro, pero hay muchas más. Entre ellas, la que dispara la acción en el libro, y que tiene que ver con un profesor alemán, nacido en Baviera, que vive en Estados Unidos desde 1942, pero que trae un pasado secreto en Turquía durante los años 1939 y 1942. Y es que, durante esa época, un grupo de casi un centenar de profesores alemanes, huyendo del nazismo, consiguieron establecerse en Turquía y ayudaron a crear el moderno sistema universitario, así como la Nueva República. Zülfü Livaneli conocía a algunos de estos profesores, y de ahí vino su interés por la historia.
Serenata para Nadia es muchas cosas: una historia de espías, una historia de amor, una novela de aprendizaje e incluso una novela con un cierto deje folclórico (no en vano, la ciudad de Estambul está muy presente, casi fungiendo de personaje autónomo). Pero si algo destaca en ella es que habla del pasado de Turquía, un pasado que todavía hoy es bastante desconocido -y problemático- para sus habitantes. El 29 de octubre de 1923 se establece la república, y es ahí cuando se asienta la historia moderna del país , «pero es un país conformado por grupos de gente procedente de diversos lugares, sin una lengua o cultura comunes; son los restos del antiguo imperio», nos dice Livaneli. Por ello, es una nación muy particular, «se les da a estas personas una identidad, la identidad turca, y esa es la razón por la que no se suele habla del pasado. Pero hay otra cosa. En apenas 10 años, entre 1912 y 1922, hubo muchas guerras en varios continentes, historias muy tristes y todo el mundo asesinando a todo el mundo. Así que los turcos no quieren hablar de ello. Necesitan pasar página, para que no resurja la rabia o el odio. Y de ahí viene nuestra querencia por el susurro, y no el grito, tan característica nuestra. Creo que es parecido aquí en España».
Esta idea de la nación sobrevenida tiene implicaciones sobre la idea del nacionalismo, «Turquía no se involucró en la Segunda Guerra Mundial, así que la gente turca es muy naif y no entienden el daño que produce el nacionalismo. Consideran que es una cosa buena. Creen que es solo amar a tu país, pero no es así. Involucra una ideología», nos comenta el escritor turco, quien añade: «Recuerdo haber leído algo de una persona que visitó el Imperio Otomano hace unos doscientos años o así, y que decía que los turcos viven en el hoy, no en el pasado ni en el futuro. Y hoy sigue siendo así: los turcos no tienen recuerdos ni proyecciones de futuro».
Serenata para Nadia (uno de cuyos secretos, el central, tiene que ver con la Nadia del título, pero que no desvelaremos para no fastidiar la trama) nos habla de la vida en la bella Estambul («Estambul se parece a una amante infiel», se dice en la novela). «Es una vida difícil en Estambul. Hay muchas familias que han sido destrozadas, muchos cambios turbulentos en la sociedad y el régimen, pero con todo, es una ciudad hermosa. No podemos dejar de quererla», afirma Zülf Livaneli. Preguntado por sobre si cree que esta es una de las razones para su éxito (ha vendido más de un millón de ejemplares en su país natal y está traducido a 37 idiomas, publicándose en más de 40 países) cree el escritor que sí, pero que también tiene que ver con el hecho de que se cuenta una historia de amor «de película», de las que duran toda la vida, y a las lectoras jóvenes les gusta porque echan eso en falta en la actualidad.
Tiene que ver, además, nos dice Zülfü Livaneli, con las ideas, pues hay muchas frases subrayables que se comparten mucho en redes. También pesa mucho el hecho de que la historia la cuente un personaje femenino, Maya Duran, en la mitad de la treintena, contratada en el departamento de relaciones públicas de la universidad y madre soltera. En última instancia, tiene que ver, de nuevo, con el secreto. Preguntado por su relación personal con el secreto, nos cuenta el escritor: «Creo que todos los secretos no deberían ser revelados, porque la gente necesita secretos- La gente necesita no solo secretos sino también privacidad, un cierto tipo de magia. Nuestra sociedad ha perdido la magia de vivir. Por ejemplo, al comienzo de la época de Hollywood, había imágenes. No eran como personas de verdad, venían del cielo. Eran estrellas del cielo, era un sueño que ibas a ver al cine. Ahora ya no es así. Son seres accesibles, y hay mucha crítica sobre la técnica en las películas. Vaya, que se ha perdido el placer de estar viviendo por un rato en otro mundo. Y también las relaciones entre hombres y mujeres. Yo, cuando era joven, adolescente, no había porno ni nada, el primer acercamiento a una mujer era algo maravilloso… De repente, el corazón te latía con enorme fuerza, y ahora ya no es así. No hay secretos».
La voz narradora de Maya le sirve a Livaneli para ocuparse, como en sordina, de otros problemas que le preocupan, como la influencia de Internet, el modo en el que adquirimos el conocimiento en la actualidad y la cultura popular americana «que produce mucho sexo y violencia». Nos cuenta Livaneli que hoy los jóvenes lo ven por todas partes, desde que son bien pequeños, y acaban pensando que está bien, cuando no lo es, porque «el porno no tiene que ver con las relaciones sexuales, sino que es violencia, es humillar a las mujeres y, sin embargo, los chavales acaban pensando que es lo normal. Incluso hay webs que te enseñan a suicidarte, es terrible», sentencia. A renglón seguido habla Zülfü Livaneli del problema de las drogas en Turquía. No existía hace unas décadas: «Estuve en Madrid hace unos treinta años, y unos amigos me preguntaron sobre el problema, y entonces no lo teníamos en Turquía. Ahora, sin embargo, está por todas partes, ha crecido una barbaridad en la última década. Yo digo que tenemos ahora mismo una generación perdida, hay un montón de valores perversos que vienen de Internet y junto a las drogas, la comida basura… Este no es el tipo del mundo que yo trato de crear», afirma apesadumbrado el escritor turco.
Simplicidad y magia
«Tengo una teoría, –nos cuenta Livaneli–. Los libros más valiosos de la historia del mundo, incluso los religiosos, son profundos, pero también legibles, desde Cervantes a Balzac, Flaubert, Dostoievski…». Defiende con ello Livaneli, quien es también fan de la literatura japonesa, de Kawabata (a quien se menciona en la novela en varias ocasiones), pero también de Mishima, una literatura pensada para el lector, para un lector amplio. Con ello, extrae un concepto de su estilo y su forma de narrar: el concepto de Ma (間). «Es que tú haces algo, creas cosas y gracias a ello se crea un espacio, no es un vacío, un hueco, sino un espacio consciente. Ese área, ese espacio es lo que trato de lograr con mis novelas, por encima de todo: la simplicidad», afirma. En efecto, la voz protagonista justifica durante la novela el hecho de que no es una escritora profesional, fiando el interés de su historia a la autenticidad (verdadera), sin artificios literarios. Esa misma simplicidad se ha de aplicar, según su criterio, a la traducción. Cree Livaneli que, si la traducción de un libro es buena, literariamente hablando, entonces el libro siempre tiene éxito, pero si es una traducción torpe, farragosa, no funciona.