Leonardo Padura: «Controlar a los intelectuales es consustancial al sistema cubano»
En ‘Personas decentes’, el escritor cubano une tres sucesos de La Habana: el 1910 del nacionalismo frustrado, la represión de los 70 y la visita de Obama en 2016
No es fácil vivir en Cuba. Hasta el último recurso, la esperanza, se va agotando. Peor aún: en aras a esa felicidad eternamente aplazada de una Revolución que nadie les dio a elegir, la mayoría de los cubanos ni siquiera pueden quejarse en voz alta. En ese sentido, Leonardo Padura se siente afortunado. «Tengo el enorme privilegio de que mis libros salen de mi ordenador directamente al ordenador de mis editores en Barcelona. No pasa por ningún filtro cubano». Eso le permite una libertad creativa que tiene sus límites paradójicos: las novelas de Padura, especialmente las protagonizadas por su detective Mario Conde, le han proporcionado un gran prestigio internacional, incluso el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, pero en su patria, la isla que se niega a abandonar, se le ningunea. «Determinadas esferas del Gobierno cubano han decidido que yo no aparezca en la televisión y apenas se me entreviste en los periódicos o la radio». El absurdo llegó a límites kafkianos cuando en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires, con La Habana como ciudad invitada de honor, a ninguna institución cubana se le ocurrió invitar a Padura… que cuando visitó Argentina por su cuenta poco después, fue entrevistado en la televisión bajo el rótulo «Leonardo Padura, el cronista de La Habana».
Él sigue diciendo lo que le parece oportuno. En su última novela, Personas decentes (Tusquets), el escéptico pero íntegro Conde, ya bien entrado en la sesentena, investiga el asesinato de Reynaldo Quevedo, uno de aquellos comisarios políticos que durante los años más duros del régimen, en los años 70 del pasado siglo, se dedicaron a masacrar a todo artista o intelectual que mostrara el menor signo de disidencia, pensamiento crítico o, simplemente, torpeza en la muy revolucionario labor de hacerle la pelota al poderoso de turno.
El presente de la narración se sitúa en 2016, cuando la visita de Obama y los Rolling Stones a La Habana ilusionó a los cubanos. Pero gente avisada como Conde no las tenía todas consigo. El tiempo le daría la razón. Además de sus dotes intelectuales e intuitivas, Conde tiene una visión privilegiada de la esencia cubana gracias a la Historia, con mayúsculas: mientras investiga el crimen de su presente, se entretiene escribiendo una novela ambientada en 1910, en la que un indisimulado sosias suyo debe resolver el asesinato de unas prostitutas en una trama (muy) enriquecida por el desarrollo de su relación con un personaje histórico mítico: Alberto Yarini, miembro de la alta burguesía habanera devenido en proxeneta y político carismático, entre otras cosas.
«Vivo y escribo en Cuba. Me alimento de la realidad cubana para escribir lo que piensa, siente, sufre, disfruta la gente en Cuba»
Padura lleva ya tiempo en España promocionando Personas decentes. El festival BCNegra de Barcelona, por ejemplo, le concedió el prestigioso Premio Pepe Carvalho, y en Málaga acaba de compartir vivencias en el festival Escribidores con Mario Vargas Llosa, al que idolatra en lo literario («En política difiero de él en muchas cosas», matiza). Le queda un curso en Alcalá de Henares para cerrar su estancia en un país que siempre le ha sido particularmente hospitalario. De hecho, en 2011 se le concedió la ciudadanía española por carta de naturaleza. Pero él siempre vuelve, empecinado, a Cuba.
«Sigo ahí por una cuestión de carácter literario, familiar, cultural y social. Soy cubano y nunca seré otra cosa. Ya aclaré en su momento que, en realidad, no tengo doble nacionalidad, sino doble ciudadanía, que es un concepto jurídico, mientras que la nacionalidad lo es cultural. Vivo y escribo en Cuba. Me alimento de la realidad cubana para escribir lo que piensa, siente, sufre, disfruta la gente en Cuba».
Cuba, siempre Cuba. La Cuba del presente y la Cuba del pasado mezcladas en una corriente cuya esencia parece no tener principio ni fin. «Las estructuras de las novelas en las que me muevo por la historia, como El hombre que amaba los perros, Hereje o La novela de mi vida siempre terminan desembocando en la Cuba contemporánea, con una reflexión sobre el presente». Aunque siempre desde una perspectiva muy concreta: «Trato de ver desde el fracaso o el escepticismo o la capacidad de creación de una generación a la que pertenezco. Generación no solo en el sentido literario, sino de todo un país. En ella encuentro muchas motivaciones para mi literatura».
La contumacia habanera le cuesta unas limitaciones, el famoso «insilio», que tampoco exagera. «Tengo la posibilidad de viajar por el mundo, eso debo decirlo: las autoridades cubanas nunca me lo han impedido, tampoco cuando todavía no tenía pasaporte español. Sí es cierto que en La Habana mis actividades culturales son muy escasas, a veces pasan meses sin ninguna… Aunque ahora acabamos de crear un grupo y hemos comenzado a hacer algunas presentaciones de libros, alguna conferencia, alguna pequeña exposición… Voy buscando un espacio de visibilización de mi trabajo allá, sobre todo porque la gente lo necesita: sé que tengo muchos lectores en Cuba a los que mis libros les llega de una manera muy alternativa y escabrosa. Personas decentes, por ejemplo, se publicó en España… y dos días después ya había una copia pirata en Cuba, porque allí no tienen acceso al formato físico».
Personas decentes contiene dos novelas en una. En la ambientada a principios del pasado siglo destaca poderosamente el personaje de Yarini. Fascinante. «Era un seductor, un encantador de serpientes. Todo el mundo en aquella Habana de 1909-1910 quería ser como él. Escribir sobre él era para mí como una especie de exorcismo: me venía persiguiendo desde hacía 30 años y pretendía comprender esa capacidad suya de seducción». Tarea compleja dado lo poliédrico de Yarini. «Ejerce de proxeneta, pero a la vez protege a las prostitutas. Y tuvo un espacio muy importante en el imaginario nacionalista cubano en un momento de frustración, después de tantos años de guerra, dos intervenciones norteamericanas y la perversión de muchos de los héroes de la independencia, que como la mayoría de los caudillos latinoamericanos terminaron siendo unos sinvergüenzas. En medio de todo eso aparece Yarini con un discurso político raro, alguien que quiere cambiar las cosas, estar más cerca del pueblo…».
¿La Cuba que pudo haber sido? Ese sentimiento de esperanza frustrada conecta los tres tiempos históricos que estructuran Personas decentes. «Esta es una novela muy de La Habana y muy del destino histórico cubano. Un destino que nos ha hecho sentir muchas veces que queremos y tal vez podríamos llegar a algo, pero ese algo siempre se aleja, nunca llegamos a concretarlo. Por eso combino dos épocas fundamentales, 1910 y 2016, y en esta última a la vez me remito a los años 70, cuando se produjo todo ese proceso de represión y marginación de artistas e intelectuales en Cuba, un momento oscurísimo de nuestra vida cultural y social en el que fue muy evidente que el modelo socialista cubano no hacia otra cosa que seguir el modelo socialista universal».
«La justificación por Fidel de la invasión soviética de Checoslovaquia fue un punto de no retorno hacia la sovietización de Cuba»
Padura se niega a seguirle el juego a quienes pretenden borrar las huellas de aquellos años de brutalidad patrocinada por una ideología sin escrúpulos. Gente que se avergüenza de mirar atrás cuando… «Hubo momentos que advertían muy claramente de lo que estaba ocurriendo. La justificación por Fidel Castro de la invasión soviética de Checoslovaquia, por ejemplo, fue un punto de no retorno hacia la sovietización de la sociedad cubana, que incluyó los llamados procesos de parametrización, que establecían los parámetros que tenían que cumplir los artistas, una evidente instrumentalización de la cultura con métodos estalinistas».
Décadas después, en 2016, alguien asesina a uno de los cuadros encargados de destrozarle la vida a artistas e intelectuales cuyas vidas o/y obras escapaban de los parámetros oficiales. Lo hace, además, ensañándose con el cadáver, en lo que parece una venganza largamente rumiada. Pero el tren de vida del asesinado, forjado con el expolio de sus víctimas -«ellos se repartían lo bueno, a nosotros nos pedían más sacrificios, más pureza», recuerda Conde-, también hace sospechar de una motivación extra, más prosaicamente económica.
Padura escribió el libro varios años después, pero eligió ese 2016 para contar el enésimo brote de esperanza en una Cuba cada vez más cansada. «La ilusión comenzó a forjarse en 2014, cuando se anunciaron las conversaciones entre Cuba y Estados Unidos para restablecer relaciones, y se concretó en 2016 con la visita del presidente Obama. Fue un momento de efervescencia en la vida social y económica cubana. La gente recuperó la esperanza de que podía llegar algo mejor. Yo entonces participé de esa esperanza, pero cuando escribo la novela ya sabía lo que vino después, juego con ventaja respecto a ese momento histórico y lo pongo en manos de un personaje esencialmente escéptico y pesimista como es Conde. Él sabe, siente que eso que ocurre está muy bien, pero no va a durar».
¿Por qué no duró? «La posibilidad de que la política de Obama trajera un cambio empezó a revertirse desde dentro de Cuba. Recuerdo unos escritos de Fidel Castro de aquella época en la que advertía del peligro de la apertura, y ahí empezaron ciertos resquemores. Unos meses después, Trump llegó al poder en Estados Unidos y les resuelve el problema a las autoridades cubanas revirtiendo la política de Obama hacia Cuba. Los extremos se tocan». Pero Trump ya no es excusa… «Biden ha hecho pequeños movimientos. No sé si tiene aspiraciones de algo más en lo que le queda de mandato o si tuviera un segundo periodo presidencia, pero, de hecho, ha cambiado muy poco».
Se antoja complicado habida cuenta del susto que se les quedó en el cuerpo al poder gerontocomunista de la isla. «El acercamiento de Obama era más peligroso que la hostilidad de Trump. Con la presencia norteamericana en Cuba, la gente se sentía más libre, con más posibilidades de negocio, de viajar. La gente iba y venía. Cuando aquello terminó, se produjo un éxodo de 250.000 cubanos que han cruzado la frontera sur de los Estados Unidos, pero ahora para no volver. Y han vendido todo lo que tenían en Cuba. Todo. Hoy Cuba es posiblemente el país con más casas en venta, porque la gente lo vende todo para irse y no regresar».
En ese contexto, el recuerdo de las atrocidades de los 70 puede trascender la justicia poética hacia las víctimas para funcionar como una advertencia . «No creo que vuelvan los métodos que aplicaba Quevedo, que es una síntesis de varios personajes reales. Pero su esencia, que es el control sobre la cultura, sigue existiendo. No con la misma fuerza porque los tiempos han cambiado tanto que ya no es posible tener el mismo control sobre las redes, las publicaciones, las realizaciones cinematográficas o teatrales o plásticas fuera de Cuba. Aunque sí que hay toda una serie de leyes, ordenanzas, documentos… que tratan de controlar la expresión de los artistas y de los periodistas, porque se trata de algo consustancial al sistema, la necesidad de control es sistémica».
Salvando las enormes distancias, también en las democracias liberales cunde la sensación de que cierta izquierda expresa esa necesidad a través de lo políticamente correcto. «Cuando se trata de establecer un control -ya sea de carácter político, ideológico o económico- sobre la libertad de expresión del creador artístico en sentido general o los periodistas los métodos pueden ser distintos, pero los fines se parecen bastante. Estamos viviendo un momento muy complicado justo cuando pensábamos que, salvo determinados puntos excepcionales, el mundo entero estaba viviendo su momento de mayor libertad».
«El concepto de ‘cancelación’ es un elemento parecido al procedimiento que se siguió en Cuba»
A Padura el concepto tan de moda de «cancelación», le parece «un elemento parecido al procedimiento de la parametración que se siguió en Cuba. Eras marginado, ignorado y a veces incluso aplastado de una manera brutal. Cuando se coarta la creación siempre se llega al mismo extremo. Por un lado, se está coartando la creación del presente: no le puedes decir gorda a una mujer, tienes que decir que es gruesa o entrada en carnes para que no sea ofensivo, y muchas veces no sabes ni en qué género colocar a una persona porque cada día hay más… Pero aún más macabro resulta la reescritura del pasado. Lo que acaba de pasar con Roald Dahl es muy sintomático, pero ya antes había pasado con la idea de eliminar la palabra ‘nigger‘ de las obras de Mark Twain. Si los personajes de Twain empiezan a decirle ‘afroamerican‘ a los negros no solo se está cambiando la literatura, se está cambiando la historia: de pronto parece que en 1890 nadie le decía ‘negro de mierda’ a nadie en los Estados Unidos. Es, además, una falta de respeto enorme hacia la inteligencia humana, una manipulación perversa. La literatura debe expresar los grandes conflictos de las sociedades, que muchas veces son trágicos, dolorosos, desgarradores: precisamente por eso tenemos que aprender qué cosa es lo trágico, lo dramático, lo doloroso».
Precisamente en Personas decentes se toca algo tan presente en Cuba como la prostitución, tanto a principios de siglo XX como en la actualidad. «La prostitución, que es un fenómeno universal, era masivo en esa Habana de Yarini porque se venía de una Guerra de Independencia bastante cruenta, con métodos políticamente eliminados de la memoria en España, por cierto, como los campos de concentración de Valeriano Weyler, que hacinó a los campesinos en las ciudades y pueblos: la gente se moría de hambre, había plagas, y se empobreció tremendamente a un sector de la población tan vulnerable como el de las mujeres. En aquella época había un 3% o 4% de mujeres con profesiones en Cuba: alguna maestra, alguna enfermera o secretaria… El resto era ama de casa o personal de servicio, la mayoría analfabeta. A muchas no les quedó otra forma de ganarse la vida que la prostitución. Yo quise tratar ese asunto no desde una actitud compasiva hacia las prostitutas, algo muy fácil, sino comprensiva».
Comprensiva de cómo funcionaba en 1910… y de cómo funcionó en 2016, «con las muchachas que se acercan a los extranjeros en busca de una forma de cambiar de vida saliendo del país o de mejorarla si se quedan. No tienen otro recurso». Aunque la perspectiva no es la misma. «La moral ha cambiado tanto que incluso les han cambiado el nombre. Las de 1910 eran denostadas como mujeres indecentes y se les llamaba putas. Ahora les dicen jineteras, una denominación que, de alguna forma, supone la posibilidad de verlas éticamente de forma diferente».
Tras una novela tan intensa, Padura se está dando un tiempo de barbecho. «Este año tengo bastante movimiento de promoción, conferencias, cursos… Siempre dejo pasar un tiempo tras escribir una novela, para salir de su universo antes de poder entrar en otro. Podría escribir una novela en seis meses, pero seguramente no tendría la misma densidad. Excepto para algún genio, la única forma de escribir algo que de verdad valga la pena la describió el otro día Vargas Llosa muy claramente, citando a Flaubert: Escribir y volver a escribir y volver a escribir la frase hasta que logre expresar lo que sientes que debe expresar. Ese sigue siendo el objetivo del escritor. No hay otra manera de escribir bien que, en términos un poco escatológicos pero muy realistas, pegar el culo en la silla».
Aunque las manos están lejos del teclado, Padura confiesa tener «un par de ideas dando vueltas en la cabeza. Todavía muy verde, pero en los próximos meses espero encontrar un espacio para pensar y empezar a elaborar algo, a buscar información si tengo que investigar…» ¿Con Conde de nuevo a los mandos? «No sé si en la próxima novela, pero seguro que va a volver». ¿Alguna pista? «No sé… Hacía 20 años que no leía El mundo según Gurb, de John Irving, y lo acabo de hacer. A lo mejor la novela que viene se llama El mundo según Conde». Se ríe. No sé si eso será una pista cifrada.