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Consejos de Petrarca para el buen vivir

Acantilado acaba de publicar ‘Remedios para la vida’, del poeta y humanista italiano, una serie de consejos para llevar una vida equilibrada y feliz

Consejos de Petrarca para el buen vivir

Petrarca | Wikimedia Commons

¿Ya existían los libros de autoayuda en el siglo XIV? Remedios para la vida de Petrarca, que acaba de publicar Acantilado, da una serie de consejos para llevar una vida equilibrada y feliz que permiten encuadrarlo en este género. Lo sorprendente -o quizá no- es que sus reflexiones no se quedan en la mera curiosidad arqueológica, sino que son perfectamente válidas para el mundo actual. 

Francesco Petrarca (1304-1374) nació en Arezzo porque a su padre lo habían expulsado por motivos políticos de Florencia. Vivió en una Italia que todavía era una mera acumulación de ciudades-estado, señoríos y condados. Pasó años en la corte papal de Aviñón y tomó votos menores eclesiásticos. Trabajó para poderosas familias como los Colonna y los Visconti en una época en la que se sucedían las guerras y las epidemias de peste. Mantuvo amistad con otro grande de las letras, Giovanni Boccaccio, y fue un bibliófilo empedernido. Reunió una importante biblioteca de clásicos latinos y se inspiró en autores como Séneca y Marco Aurelio para configurar su visión tirando a estoica del mundo. 

Portada del libro

Su relevancia en la historia de la cultura se puede concentrar en dos aspectos. Como pensador prefigura el humanismo, que germinará en el Renacimiento. Y como poeta lleva a la plenitud la forma del soneto en el Cancionero, que influirá a autores como Shakespeare o nuestro Garcilaso. Petrarca da un giro a la poesía amorosa y dedica sus versos al anhelo no correspondido por Laura, acaso la idealización de una suma de mujeres, aunque algunos estudiosos la han identificado como la dama a la que conoció en Aviñón: Laura de Noves, casada con el marqués Hugo de Sade, un antepasado del Sade más célebre. 

Petrarca escribió en lo que entonces se llamaba «lengua vulgar», es decir el italiano de su época, obras como el mencionado Cancionero. Para otras, como estos Remedios para la vida, utilizó el latín; su título original es De remediis utriusque fortuane. El texto original se componía de 254 fragmentos de los que la edición de Acantilado, seleccionada y traducida por José María Micó, presenta los treinta y cinco más jugosos y vivos para el lector contemporáneo. Se dividen en dos partes o libros, Remedios contra la buena suerte y Remedios contra la mala suerte, y están escritos en forma de diálogo. Quienes conversan son unos interlocutores abstractos llamados Razón, Gozo, Dolor y Esperanza. En todos estos diálogos es la Razón la que se enfrenta a alguno de los otros tres y, ante los entusiasmos o angustias que estos expresan, ahuyenta falsos ideales y engañosos planteamientos, y da sabios consejos para llevar una vida armónica y feliz. 

Lo que propone Petrarca a través de la Razón tiene plena vigencia en reflexiones como estas que aquí selecciono: 

Sobre la juventud y la vejez sentencia: «Nada hay más inestable que la juventud ni más insidioso que la vejez. Aquella nunca está firme: nos halaga y escapa; esta, acercándose de puntillas en la oscuridad, hiere a los desprevenidos y, cuando se finge lejana, está a la puerta de casa». 

Sobre la amistad opina: «La amistad verdadera es tan rara, que quien en toda su larga vida halló un amigo cierto puede ser tenido por el más hábil mercader de tan preciada mercancía».

Sobre las riquezas apunta: «Procura que no sean ellas las que te tienen a ti. Quiero decir que te pertenezcan y que te sirvan ellas a ti y no tú a ellas, porque has de saber que son muchos los poseídos por las riquezas y muy pocos los que de verdad las poseen».

Francesco Petrarca | Wikimedia Commons

Sobre cómo combatir la envidia dice: «Elimina la causa del mal y eliminarás el mal. Pon tasa al uso de las riquezas, desprecia o esconde todo lo que pueda encender las almas codiciosas. Si hay algo de lo que no quieres o no puedes prescindir, úsalo con moderación, pues la envidia se encarniza con la soberbia y se aplaca con la humildad».

Sobre los libros explica: «Los libros han hecho sabios a unos y locos a otros que tomaron de ellos más de lo que podían digerir. A nuestra mente, como a nuestro estómago, le hace más daño la hartura que el hambre, y el uso de los libros, igual que con la comida, se debe limitar a las necesidades de nuestra complexión. (…) El hombre sabio no desea lo excesivo, sino lo necesario, pues aquello a menudo es perjudicial y esto es provechoso siempre».

Sobre el conocimiento teórico y su uso opina: «El conocimiento de las letras sólo es útil si se pone en práctica y se confirma con obras, no con palabras».

Sobre los enamorados concluye: «No es gran cosa persuadir a quien desea que lo persuadan: todo enamorado es ciego y crédulo». 

Sobre las falsas glorias dice: «La verdadera gloria no se consigue sino con buenas obras; mira, pues, de dónde procede tu fama y sabrás si se trata de una gloria verdadera. Porque la fama que el azar concede, el azar la quita».

Y si me permiten acabar con una maldad, por lo que parece hace siete siglos ya había un exceso de personas empeñadas en escribir y publicar libros, a lo que Petrarca responde de este modo: «Esta es una enfermedad corriente, contagiosa e incurable. Todos se arrogan el oficio de escritor, que es propio de muy pocos. El efecto de este mal contagia a muchos, porque es fácil envidiar a alguien, pero muy difícil alcanzarlo. Por eso crece cada día el número de los enfermos y aumenta con ello la fuerza de la infección. Cada día hay más escritores y cada día escriben peor». 

Si he empezado este artículo con una pregunta, lo concluiré con otra: ¿Qué es un clásico? Un libro que pervive a través del tiempo, que no queda convertido en mera pieza arqueológica, sino que mantiene viva su llama. Por ejemplo, esta obra de Petrarca escrita en el siglo XIV, cuyas reflexiones todavía nos apelan porque su sabiduría sigue vigente.

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