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El otro realismo mágico de Sara Jaramillo

La autora colombiana, una de las voces latinoamericanas más reconocidas de la narrativa actual, presenta su tercera obra, ‘Escrito en la piel del jaguar’

El otro realismo mágico de Sara Jaramillo

Parte de la portada del libro de Sara Jaramillo.

Puerto Arturo, el lugar donde se desarrolla Escrito en la piel del jaguar (Lumen, 2023), es un cruce complejo entre paraíso e infierno. A simple vista, para alguien criado en el asfalto, un pueblo situado al pie de un mar amable y en el que la vida transcurre a pocas revoluciones es un edén prometedor. Sin embargo, escarbando más en su realidad -como ha hecho Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979), una de las voces latinoamericanas más dotadas del presente-, advertimos que la vida allá entraña una lucha descarnada y diaria por la supervivencia. «En Colombia tenemos dos océanos: en el Pacífico llueve todo el día sin parar, allá no hay dificultades con el agua, y hay una vida vegetal muy rica. Pero en el Atlántico la temporada de lluvias es una sola vez al año y el resto del tiempo hace un calor impresionante, es muy opresivo el clima. Apenas empieza a acabarse el agua, tienen que buscar nuevas fuentes, nuevos pozos, y los ve uno cargando bidones en los burros de aquí para allá, corriendo el chisme de dónde hay agua… Es muy impresionante que en pleno 2023 haya gente que dedique el día a buscar agua, y que de eso dependa su subsistencia», cuenta la autora en conversación con THE OBJECTIVE.

A ese lugar se van a trasladar dos seres de ciudad, Lila y Miguel, que han decidido dejar atrás todas las comodidades de su vida urbanita para hallar un filón en Puerto Arturo: Miguel cree que, si encuentra agua allí, hará el negocio de su vida; su novia Lila le sigue por otras razones que en esta pieza no desvelaremos. El caso es que, al llegar allí, el choque de civilizaciones está servido: «El choque tiene que ocurrir necesariamente cuando estos urbanitas pretenden ir a uno de estos lugares periféricos en son de colonizar. Los códigos de la ciudad son muy distintos a los de estos lugares, y esta actitud del citadino de ‘yo les voy a enseñar, yo soy el que tengo la información, yo soy el que sé vivir bien’ (porque la gente de ciudad siempre pensamos que vivir bien es vivir en la ciudad), irrumpe con la rutina de estas personas, que tienen una vida a otro ritmo, en donde los relojes no sirven. Son de un mismo país, y sin embargo parecen de dos planetas distintos».

Portada del libro

Efectivamente, en Puerto Arturo el tiempo corre a otra velocidad, y la realidad se rige por baremos distintos: «Como no tienen servicios públicos, encuentran sus propias maneras de solucionarlos, y como no tienen policía ni ejército ni ningún tipo de autoridad también encuentran sus propias maneras de solucionar los conflictos», explica la novelista. Pero ¿existe tal lugar? «Puerto Arturo es un lugar inventado pero que se compone de muchos lugares que en realidad existen en Colombia, que está llena de un montón de poblaciones que se van quedando aisladas, como congeladas en el tiempo. Además está inspirado en un lugar al que suelo ir mucho, así que la descripción y la formación de ese universo sí está mediada por una experiencia vital propia. Pero claro que existen, y más de lo que nos imaginamos, y más de lo que los colombianos quisiéramos aceptar», reflexiona Jaramillo.

En ese contexto, para Lila y Miguel es vital -literalmente- la llegada de Antigua Padilla, una buscadora de agua a la que Miguel ha conocido por un reportaje en la televisión, y en quien confía para que su don ancestral de zahorí les ayude en sus fines: «Es un personaje al que le cogí mucho cariño. Al principio era bastante secundario, existía porque necesitaba darle una razón a Lila y a Miguel para que se quedaran esperando a pesar de las dificultades que ya se encontraban en el lugar», empieza explicando la autora, quien luego consideró que debía dotar a Antigua de un contexto y un pasado que justificaran su vocación de buscadora: «Su abuela le había enseñado a identificar las corrientes de agua en un sitio muy desértico en el que vivían, y allí Antigua se veía en la necesidad de defender esos pozos de agua, para lo que iba dejando huellitas de jaguar en la arena. Eso hizo que surgiera el mito de que los jaguares estaban merodeando por la zona y a la gente le diera miedo acercarse a los pozos que ella custodiaba». 

Esta es la tercera obra (después de Donde cantan las ballenas y Cómo maté a mi padre) de una autora que destaca por sus voluptuosas y ricas descripciones, exóticas como la tierra a la que alude, y de las que dejamos un botón como muestra: «A primera vista, llamó la atención de Lila el hecho de que todas las puertas estuvieran abiertas. Mucho después se daría cuenta de que no, no estaban abiertas; lo que pasaba era que ni siquiera había puertas. Frente a cada casa se apostaban una o dos sillas plásticas descoloridas, a menudo con las patas remendadas. Sobre las sillas, sin falta, siempre había algún hombre reposando en medio de una inmovilidad parecida a la de las iguanas cuando se estiran para tomar el sol mañanero. Quieto, mirando a un punto fijo, con los ojos tan extraviados como sus pensamientos. El que no estaba borracho estaba aletargado a causa de la resaca: las noches eran de ron, de gallos, de billares y de percusión. Esa rutina se rompía solo cuando debían coger la cosecha, cazar o lanzarse al mar. Lo anterior constituía lo que ellos llamaban el camello y solo ocurría por la fuerza de la necesidad. No pensaban en el mañana, quizá porque la vida bajo tales circunstancias solo admitía el presente y mirar más allá del presente requería un ejercicio de perspectiva que nadie les había enseñado».

Sara Jaramillo. | Ricardo Quesada

Como se aprecia en ese pasaje, Escrito en la piel del jaguar es una novela amplia, que trae a colación un mundo que, por inexplorado, resulta en ocasiones mágico. Sin embargo, y aunque pueda parecerlo, no son elementos de realismo mágico los que incorpora a su narración: «Acepto que muchas cosas para un lector desprevenido parecen mágicas, pero son reales, son mitos que se tejen en estas poblaciones, pero al leerlos con los códigos de la ciudad nos parece imposible que pasen. Ese ángel sin alas que Tilda tiene por hermano, a los ojos de Lila y Miguel parece una fantasía muy grande, pero llegan al final y descubren que es absolutamente real que Tilda tiene por hermano un ángel sin alas», explica refiriéndose a uno de esos elementos. También hay una curandera con pies de elefante y que sangra a un dragón para obtener pócimas para sus curaciones, y todo ello encuentra también -contra todo pronóstico- su refrendo en la realidad. 

Solo una persona con grandes dotes para observar la realidad, y con el olfato avezado para distinguir una historia, puede componer el cuadro que Sara Jaramillo ha pintado en su última novela. Y para ello ha contado con una dilatada experiencia como comunicadora, pues fue durante largos años reportera en el informativo más importante de Colombia. Sin embargo, aquella profesional bien valorada soñaba con colgar el micro y empezar a escribir sus ficciones y, un buen día, se atrevió a hacerlo, cayendo de pie tras el salto mortal: «Tengo que confesarte que cuando era periodista hacía un esfuerzo muy grande en todas las salas de redacción por proponer temas muy distintos, porque realmente lo que me interesaba era contar historias, más que cubrir la actualidad del día a día. Llegaba con unos personajes rarísimos, con unas historias que no siempre tenían cabida en un noticiero de televisión». Cuando ganaba la partida y el editor le daba el ok, Sara empezaba a ahondar en la historia y siempre se le quedaba el pellizco de cambiar algunos de sus componentes: «Eso es impensable hacerlo en el periodismo, y ahí empecé a darme cuenta de que yo quería inventarme mis historias, con lo cual ahora me siento muy feliz, y muy libre: puedo coger historias reales pero modificarlas a mi antojo, meterles las dosis de ficción que me dé la gana, y esto para mí es inmenso. Hoy en día no extraño casi nada el periodismo, en la ficción estoy absolutamente feliz», termina diciendo. Su sonrisa da fe de ello.

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