'Hilma', el retrato de la artista que sentó las bases del arte abstracto antes que Kandinski
La pintora sueca Hilma af Klint fue una precursora en su campo, pero pasó desapercibida, como tantas otras. Ahora, un exitoso biopic recupera su vida y obra
Cuando hablamos de los inicios del arte abstracto, uno de los movimientos más rompedores de la Historia del Arte, nos viene a la mente, esencialmente, un nombre: Vasili Kandinski. Durante décadas, el artista ruso ha sido considerado el precursor del arte abstracto, el ‘fundador’ de la abstracción lírica y del expresionismo. Pero nada más lejos de la realidad: si bien fue de los primeros, no fue el primero en pintar arte abstracto. De hecho, no hubo un primero, sino una primera. O dos primeras, aunque aquí vamos a centrarnos en una de ellas.
Hablamos de Hilma af Klint (1862-1944), artista sueca nacida en 1862, e ignorada hasta hace tres décadas. De hecho, actualmente, aunque está bien acreditada en el sector artístico, no es tan conocida entre el gran público, como lo es, por ejemplo, el propio Kandinski. No es de extrañar, ya que el artista gozó de un reconocimiento en vida que no tuvo ella, fruto –no solo– de ser una mujer, y del arte histórico de ignorar a las mujeres. Este escaso conocimiento del público sobre la vida y obra de Hilma af Klint es lo que busca remediar, en cierta forma, la última película del director Lasse Hallström, el biopic Hilma, en España disponible en Filmin.
Descubriendo a una artista imprescindible
Hallström es uno de los cineastas suecos más reconocidos, en activo desde los años 70 y con una carrera prolífica tanto fuera como dentro de Suecia. Aunque algunos críticos insistan en hablar de «declive» al describir el devenir de su filmografía, su mirada permanece siempre relevante.
En esta ocasión, el director de la multipremiada Mi vida como un perro (1985) y de la famosa Chocolat (2000), centra el foco en Hilma af Klint, una artista de la que ni siquiera él, un reconocido amante del arte, tenía noticia hasta hace pocos años. Por eso, Hilma nos permite descubrir, explorando la amplitud del personaje, a una desconocida cuyas obras, de una manera u otra, ya nos suenan.
Desde su adolescencia, marcada por la muerte prematura de su hermana pequeña, pasando por sus primeros años como pintora figurativa –obra que sí expuso, a diferencia de la obra abstracta–, hasta sus últimos días, en los que fue ignorada, rechazada incluso por su propio hermano, la película va haciendo un recorrido por algunos de los momentos clave de la vida de Hilma af Klint. Incluido el descubrimiento de su propia sexualidad, con relaciones lésbicas de por medio, y su tortuosa relación intelectual con el filósofo austriaco Rudolf Steiner, a quien ella admiraba profundamente. Frente a él se muestra vulnerable, dependiente de sus opiniones. Ante el resto del mundo, es una mujer segura, adelantada a su tiempo, que se niega a casarse como forma de salir adelante, una práctica tan extendida entre las jóvenes que le fueron contemporáneas.
Fue Rudolf Steiner quien le sugirió que no enseñara sus cuadros abstractos hasta 50 años después de su muerte, ya que consideraba que el público no los entendería. Ella rebajó esa cuarentena a 20 años, un deseo que expresó en su lecho de muerte. Su sobrino respetó su voluntad, y las obras que más tarde deslumbraron al mundo no vieron la luz hasta los años sesenta, 20 después de su fallecimiento en 1944, y más de 40 después de que af Klint dejara de producirlas en 1925.
Una cinta ‘familiar’
Volviendo a la película, en su versión original, está en inglés. Hallström no logró los fondos para financiar la producción de la cinta en sueco, a pesar de ser una producción del país nórdico. A Hilma af Klint la interpretan la hija del director, Tora Hallström, de joven, y su mujer, Lena Olin, de mayor. Todo queda en familia.
Son destacables las escenas en las que la película ahonda en las sesiones de espiritismo de Hilma y sus cinco amigas artistas. La antroposofía y la teosofía, movimientos que también atrajeron a otros artistas como el propio Kandinski o Piet Mondrian, están muy presentes en su obra. En un momento de la película, el personaje explica que ella solo mueve el pincel, pero que son los espíritus los que están detrás de esas pinceladas.
Hilma, en definitiva, no es una obra maestra del cine, pero cuenta con muchos puntos a favor. La fotografía, las interpretaciones, la ambientación de la época… Y, sobre todo, la historia de una artista imprescindible a la que vamos descubriendo poco a poco, a medida que avanza el metraje. Al final, a pesar de ese regusto amargo que deja en el espectador el pecado de haber ignorado a una pintora como Hilma af Klint, queda un hilo de esperanza. Uno que tiene que ver con el edificio que alberga el Museo Guggenheim de Nueva York que dibujó el arquitecto Frank Lloyd Wright, pero que podría haber diseñado la propia Hilma af Klint. El tiempo le ha dado el reconocimiento que merece y, de paso, el templo que ansiaba. Allí mismo, en 2019, sus cuadros despertaron pasiones en la muestra Hilma af Klint: pinturas para el futuro. No volverá a ser olvidada.