Los nórdicos cambian la novela negra por la comedia negra
Se estrena la película ‘Sick of Myself’, dirigida por el noruego Kristoffer Borgli, una sátira repleta de humor, que gira en torno a la obsesión por la imagen y el éxito
¿Existe el humor escandinavo? Desde esas latitudes ya nos sorprendieron hace unos años actualizando y casi reinventando la novela negra. Ahora empieza a haber algo más que atisbos de que entre la nieve y las pocas horas de luz también están produciendo comedias con buenas dosis de mordiente. El gran maestro escandinavo del humor es el veterano Roy Andersson, pero lo suyo es tan poético, surreal y personal que no tiene herederos. Los títulos de sus obras dan alguna pista de por dónde va su cine: Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia y Sobre el infinito. El máximo exponente de la generación más joven es otro sueco, Ruben Östlund, del que comentamos aquí hace unas semanas El triángulo de la tristeza. Él y sus colegas se inclinan por un humor más incisivo y directo, con vocación de sátira social.
De las varias películas escandinavas en esta línea destaca muy especialmente La peor persona del mundo, del noruego Joachim Trier. Se convirtió en un éxito internacional, gracias, entre otras cosas a la gran interpretación de Renate Reinsve, que insufla vida y verdad a la protagonista, una treintañera desnortada, que se enreda en una sucesión de líos amorosos en una permanente huida hacia adelante cuyo objetivo último es posponer todo lo posible el momento de madurar y sentar la cabeza.
Ahora, los productores de La peor persona del mundo presentan una comedia muy negra titulada Sick of Myself. En el estreno español se ha optado por no traducirlo y dejarlo en inglés, con su doble sentido que refleja la propuesta, porque vendría a ser «harta de mí misma», pero también literalmente «enferma de mí misma». El director es Kristoffer Borgli, que tiene un largometraje anterior no estrenado en España, Drib, parodia salvaje del mundo de la publicidad en clave de falso documental, y ha rodado ya una nueva película en Estados Unidos con Nicolas Cage, Dream Scenario, todavía pendiente de estreno.
Sick of Myself es una sátira feroz del ansia por hacerse popular y la obsesión por la celebridad en la sociedad de las redes sociales y el desmoronamiento del principio de autoridad cultural que da paso al todo vale, a los «quince minutos de fama» que profetizó Warhol. La protagonista es una camarera que vive con su novio artista. Las obras de este son unas esculturas más bien idiotas hechas con sillas de diseño. El tipo además roba las sillas, no se sabe muy bien si porque forma parte de su propuesta artística o por pura cleptomanía. A su novia no le hace mucho caso y la cosa empeora cuando él ocupa la portada de una revista de arte y se le suben más los humos. Además, en las inauguraciones de las exposiciones de él, la chica se siente fuera de lugar entre los sofisticados invitados del mundillo artístico, que ni siquiera saben que es la pareja del aspirante genio y la toman por la hermana.
Una sucesión de acontecimientos la llevarán a pensar que para ser alguien en esta vida hay que hacerse popular. Primero, muestra un comportamiento encomiable cuando en el café en el que trabaja ayuda a una mujer atacada por un perro que se está desangrando, mientras el resto personas se limitan a mirar o a grabar con el móvil. Heroína por un rato, logra acaparar la atención de todos y hasta el novio artista le hace un poco de caso cuando vuelve a casa con la camisa ensangrentada. Más adelante, durante el banquete para celebrar la inauguración de una exposición de él, ante el nulo caso que le hacen los demás invitados, se inventa una alergia, simula una grave reacción y logra que todo el mundo esté pendiente de ella.
Y entonces llega el giro argumental definitivo: la protagonista descubre la existencia de un medicamento ruso para la ansiedad que se ha retirado de la venta por las peligrosas reacciones adversas que provoca, entre ellas unas vistosas manchas en la piel. Logra hacerse con una buena dosis de pastillas y empieza a tomárselas hasta que aparece la reacción cutánea.
La hace pasar por una enfermedad rara, consigue que una amiga periodista explique su falsa historia en el periódico en el que trabaja y logra convertirse en el centro de atención de su círculo social. Al final hasta la contratan en una agencia publicitaria inclusiva que busca modelos fuera de los estándares habituales, lo cual da pie a algunas de las escenas más tremebundas de la película.
En paralelo, se nos van mostrando las ensoñaciones y delirios de la protagonista, que se imagina a sí misma convertida en autora de una exitosa autobiografía, en personalidad pública entrevistada en la tele, en exitosa modelo de pasarela y en estrella del famoseo. Incluso conjetura su propio entierro, en el que se ha dado el gustazo de prohibir la entrada de las personas que no le han hecho ni caso, como su padre o una de sus amigas. Esta última proyección mental define muy bien la inmadurez y el grado de desequilibrio emocional del personaje.
Cuando en la película aparecen las pastillas tóxicas, cuya ingesta supone poner en peligro la propia salud y autodestruirse como modo de conseguir la celebridad, uno por un momento se pregunta: ¿pero esto es creíble? Entonces recuerdas que anda por ahí una artista francesa llamada Orlan que se ha pasado la vida deformándose la cara con cirugías plásticas para convertirse ella misma en su obra de arte. O te viene a la cabeza la grotesca historia del llamado Black Alien, un perturbado que se amputó la nariz y se hizo no sé cuántas barbaridades más para parecer un alienígena (seguro que les suena, porque hace algún tiempo salió en todos los periódicos). Y entonces llegas a la conclusión de que la realidad supera al arte.
La segunda pregunta que te viene a la cabeza es: ¿es ético satirizar a un personaje cuyo narcisismo autodestructivo indica la urgente necesidad de pedir hora a un psiquiatra? Y la respuesta a esta pregunta es la que nos da la clave definitiva sobre el valor de esta película. Porque, si en su capa más superficial es una comedia salvaje sobre la obsesión por la celebridad a cualquier precio, una mirada más atenta permite ver que, de fondo, emerge otro tema más terrible. Todo el empeño de la trastornada protagonista por ser famosa en realidad no es más que una llamada de socorro, una manifestación de su desesperada necesidad de recibir muestras de empatía, de cariño, de sentirse amada. Y este vacío afectivo señala una herida de la sociedad contemporánea mucho más profunda que la de la banalidad del reconocimiento instantáneo y espurio de las redes sociales. Porque la obsesión por los seguidores y los likes no es sino es el síntoma de la desoladora soledad.