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'El triángulo de la tristeza', el naufragio de los superricos

El director sueco Ruben Östlund ofrece en su última película, que se estrena este viernes y es candidata al Oscar, una parábola satírica de la sociedad actual

‘El triángulo de la tristeza’, el naufragio de los superricos

Fotograma de la película.

Cuando Robinson Crusoe de Daniel Defoe llega a su isla desierta, acaba reproduciendo en un mundo remoto los parámetros de la sociedad británica de la que provenía. Cuando llegan a su paraíso los niños de El señor de las moscas, organizan un orden social jerárquico basado en el dominio. Los náufragos no crean un Edén, sino que dan pie a primarias relaciones de poder. En El triángulo de la tristeza, del sueco Ruben Östlund, cuando varios millonarios y miembros de la tripulación de un crucero le lujo acaban en una playa desierta tras una noche de tormenta y un ataque de piratas somalíes, los Rolex y el estatus pasan a no valer nada ante las habilidades para pescar y conseguir comida. La excusa perfecta para que el rey de la sátira feroz de los comportamientos sociales contemporáneos meta una vez más el dedo en el ojo al espectador y le haga reír mientras se revuelve incómodo en su butaca. 

Östlund alcanzó una notable repercusión internacional con su cuarta película, Fuerza mayor, que partía de una premisa muy simple que provocaba un movimiento sísmico emocional. Una familia sueca va de vacaciones a esquiar. Mientras están tomando algo en la terraza del hotel, ven cómo en lo alto de la montaña se desencadena un alud. Al principio los huéspedes se lo toman con calma pero, cuando la avalancha empieza a acercarse peligrosamente, las reacciones son impulsivas. En el caso de la familia protagonista, la madre y los hijos se quedan petrificados, mientras que el padre agarra el móvil y sale corriendo sin preocuparse por los demás. Al final, resulta ser una falsa alarma: la nieve no alcanza la terraza del hotel. Pero eso es lo de menos. La egoísta reacción del padre desencadena otro alud, este familiar. Él entra en crisis, incapaz de asumir lo que ha hecho; su mujer pierde la confianza en él, aunque trata de disimularlo; los hijos lo miran de otra manera. Una decisión primaria tomada en décimas de segundo provoca una tormenta y ya nada volverá a ser igual. Östlund se ha especializado en hurgar en las paradojas de las actitudes humanas para tocar el nervio sensible del espectador y abocarlo a hacerse preguntas incómodas. De Fuerza mayor se hizo, por cierto, un remake americano con Will Ferrell, muy inferior al original. 

Cartel de la película

En una entrevista, el cineasta dio una respuesta que de entrada puede chocar, pero que es una buena definición de su cine: «Todas mis películas tratan sobre personas que intentan evitar perder la fe». No está hablando de fe religiosa, sino de fe en uno mismo, en el orden social. Insistió en el tema en The Square, que le valió la Palma de Oro en el Festival de Cannes. En ella pone el foco y el bisturí en el mundillo del arte contemporáneo, con sus pompas y vacuidades. Tirando de este hilo, a través del director de un museo y ciertas situaciones personales incómodas que vive, pone al descubierto los prejuicios que nos atenazan por muy modernos y progresistas que creamos ser. 

La escena cumbre, ya célebre, es la performance de un artista que, en mitad de una cena de gala repleta de patronos, mecenas y otros sofisticados invitados, empieza a pasearse entre las mesas con el torso desnudo, interpretando, con gestos y gruñidos, a un gorila. Al principio los comensales lo miran con curiosidad y ríen, pero la situación se alarga y la representación empieza a resultar cada vez más provocadora y la tensión va creciendo. El espectador empieza a no tener claro si es parte de la performance o el artista ha perdido la chaveta. En El triángulo de la tristezacon la que ganó una segunda Palma de Oro en Cannes y está nominada al Oscar a la mejor película– desarrolla estos planteamientos poniendo el foco en en otro mundillo, el de los ricachones.  

Maestro de la tensión

Arranca con una suerte de prólogo protagonizado por una pareja joven y guapa: él es modelo, ella influencer (la actriz, la sudafricana Charlbi Dean falleció con solo 32 años, poco antes del estreno, por complicaciones de una infección que no superó debido a que años atrás le habían extirpado el bazo por un accidente). Los dos jóvenes están cenando. Cuando llega la cuenta, ella se hace la despistada para que pague él, pese a que había dicho que pagaría ella y a que gana mucho más dinero que él. El chico se lo afea tratando de razonar y quejándose de los roles de género establecidos. La discusión sigue en un taxi, en el ascensor del hotel y en la habitación. Nueva muestra de la maestría de Östlund creando y estirando situaciones cargadas de tensión a partir de algo en apariencia nimio.

Tráiler de la película

De ahí pasamos al primer acto: la pareja está en un exclusivo crucero de lujo solo al alcance de supermillonarios. Ellos son los únicos que no han pagado, los han invitado las marcas que patrocinan a la influencer para que haga propaganda de sus productos. El repertorio de pasajeros lo completan un oligarca ruso, que se presenta ufano como «el rey de la mierda», porque hizo su fortuna con los fertilizantes en los años de desplome del comunismo; un empresario nórdico solitario que acaba de vender por una millonada su empresa de sistemas para la red; una pareja de entrañables ancianitos británicos que resultan ser propietarios de una fábrica de granadas de mano; una mujer que sufrió un ictus y se comunica pronunciando una única frase en alemán a la que va cambiando la entonación… En cuanto a la tripulación, la encabeza un capitán americano borracho y marxista (genial Woody Harrelson), bajo cuyo mando están el fotogénico personal que atiende a los clientes y la menos fotogénica tropa de filipinos encargados de a limpieza de las habitaciones y los retretes. 

Esta primera parte culmina con una noche de tormenta y nauseas que da pie a un despliegue de situaciones escatológicas y a una conversación delirante y desternillante entre el capitán americano marxista y el ruso capitalista, ambos borrachos como cubas. El ruso, por cierto, está interpretado por el actor danés de origen croata Zlatko Buric, habitual en el cine Nicolas Winding Refn, en el que siempre interpreta papeles de inquietantes mafiosos, como en la recién estrenada serie Cowboy de Copenhague (no apta ni para timoratos ni para impacientes). 

Fotograma de la película

Poder y orden social

Cuando el barco naufraga, varios pasajeros y miembros de la tripulación acaban en una playa desierta y ahí empieza el segundo acto. Las tornas cambian, una señora filipina dedicada a la limpieza de los lavabos es la única que sabe pescar y por tanto puede garantizar que no mueran de hambre. Se erige en reina del clan e impone su implacable ley. A Östlund no le interesa la peripecia de la supervivencia, sino el orden social que resulta de la nueva situación y dinámicas de poder que se generan. Hasta llegar a un final abierto que tal vez desconcierte a más de uno, pero que es de una gran inteligencia. 

De las tres películas del director que he mencionado, El triángulo de la tristeza es la que da más pie al trazo grueso, porque los objetos de la sátira -los supermillonarios- son un blanco fácil. El planteamiento de Östlund está en la línea de The White Lotus, la serie de dos temporadas de HBO que coloca a un grupo de gente que chorrea dinero en un resort de lujo -en Hawai en la primera temporada y en Sicilia en la segunda- y se dedica a evidenciar sus contradicciones y miserias. Si hay una suerte de erotismo celebrativo del lujo, el poder y el dinero -desde los folletines televisivos hasta las revistas de papel cuché-, The White Lotus y El triángulo de la tristeza serían la versión porno, mostrando de forma cruda y explícita la mugre que se esconde debajo de la alfombra. 

Fotograma de la película

En el caso del cineasta sueco, se aleja del realismo estricto para ir hacia la parábola satírica y pone especial empeño en mostrar los diversos modos de ascender en la jerarquía social. Los más obvios son el dinero y el poder, pero también está la instrumentalización de la belleza (su mujer es fotógrafa de moda y la historia del modelo y la influencer parte de anécdotas que le ha contado ella). En la primera escena de la película, en un casting le piden al modelo que relaje los músculos de la cara para que no se le marque en el ceño lo que llaman «el triángulo de la tristeza». En la moda, como en la vida, (casi) todo es apariencia. Östlund proyecta de nuevo su incisiva mirada sobre la sociedad contemporánea y los comportamientos humanos. 

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