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Cultura

Oskar Kokoschka, el artista salvaje y defensor de la paz que arañaba sus cuadros 

Su larga trayectoria y su vida nómada son el motivo de ‘Un rebelde en Viena’, retrospectiva que le dedica el Guggenheim de Bilbao

Oskar Kokoschka, el artista salvaje y defensor de la paz que arañaba sus cuadros 

Der Maler II.

En cierta medida Oskar Kokoschka ha sido eclipsado por Gustav Klimt, junto al que se convirtió en el padre de la pintura moderna en Viena, y Egon Schiele, en el que influyó enormemente durante su juventud. Aunque los tres fueron parte importante de la escena artística vienesa, cada uno escogió un camino diferente. Las convicciones morales y éticas llevaron a Kokoschka a plantarse abierta y decididamente frente al nazismo, a ser incluido en su lista negra mientras que sus obras fueron tildadas de ‘arte degenerado’ junto a la de otros muchos colegas. Su larga trayectoria, su vida nómada y las etapas que atravesó su trabajo son el motivo de Un rebelde en Viena, retrospectiva que le dedica el Guggenheim de Bilbao hasta el próximo 3 de septiembre. 

Con un total de 122 obras, la muestra se convierte en una revisión completa de un artista polifacético que nunca dejó de reinventarse bien como adalid del arte figurativo, bien como pintor de almas. Pero también discurre por los acontecimientos históricos del siglo XX que tuvieron un gran impacto en su vida y su arte hasta el punto de convertirse en la sustancia misma de sus obras. Kokoschka no solo fue un artista sobresaliente sino que también fue un rebelde, un humanista, un europeísta convencido que hacia finales de la Segunda Guerra Mundial pedía la unidad de los países europeos. 

Oskar Kokoschka, un joven provocador

Su trayectoria empieza en la Viena Imperial, época en la que se ve influido por un Art Noveau que pronto comienza a desplazar. «En 1907 hace unos desnudos en los que utiliza trazos angulares con pocas líneas que asociaba a las líneas eróticas de Klimt», apunta Dieter Buchhart, comisario de la muestra junto a Anna Karina Hofbaue. Sin embargo, añade, «la sobriedad de sus personajes contradicen los desnudos lascivos de Klimt e influyen en Schiele». Empático y abierto a la polifonía, debuta en Viena en 1908 proclamándose un enfant terrible y asentando las bases de su futura reputación. Con aquellos desnudos Kokoschka se erige en un «innovador radical y en símbolo del modernismo con unos trazos agresivos y una técnica nada convencional», apunta Anna Karina Hofbaue.

Es en este punto cuando arranca una etapa en la que el indómito Kokoschka se aparta de los convencionalismos artísticos y los planteamientos burgueses. Como no podía ser de otra manera, sus «postulados del modernismo y su lenguaje drástico para expresar la vida y el deseo del alma» son criticados. Son, quizá, demasiado adelantados para la sociedad de la época. No obstante, sus retratos de honda factura psicológica se convierten en un vehículo para llegar a lo más profundo del retratado. A ellos se dedica entre 1909 y 1912 con el arquitecto Adolf Loos como uno de sus más fieles mecenas, quien le encarga más de 60. «Su apoyo, además de la acogida que recibe por parte de otros artistas, le permitieron convertirse en un artista totalmente innovador», recuerda Buchhart.

Si bien al principio usa el pincel, rápido empieza a valerse de los dedos, las uñas, las palmas de la mano y el mango del pincel. Añade arañazos en sus lienzos enfatizando las figuras y creando atmósferas paisajísticas «para llegar a lo que había debajo de los nervios, los músculos y los tendones del retratado». Kokoschka quería, con toda seguridad, abrirse camino y reconocer la psique del modelo. 

La muestra no se olvida de su relación con Alma Mahler, una relación tormentosa que deja más de 400 cartas de amor y una muñeca que manda hacer en escala natural. Por supuesto, cuando Mahler se entera que Kokoschka pasea por las calles de Dresde con su figura, pone el grito en el cielo. 

Del servicio militar a viajar por Europa, África y Oriente Próximo

En 1915 Kokoschka se alista en el servicio militar para servir en la Primera Guerra Mundial, contienda en la que resulta gravemente herido en dos ocasiones y lo que le lleva a ingresar en un psiquiátrico de Dresde. Una vez recuperado, se convierte en profesor de la Academia de Bellas Artes de la ciudad. Asustado, «al acabar la guerra su obra empieza a tener una tonalidad más clara y sus pinceladas adquieren características de un expresionismo de color más expansivo», apuntan los comisarios. 

El corpus artístico de esta época se convierte en el más importante del pintor hasta que en 1916 firma un contrato con el galerista Paul Cassirer que le permite viajar, entre 1923 y 1934, por Europa, el norte de África y Oriente Próximo. «Empieza a adquirir una técnica líquida que emplea en los paisajes de ciudades y animales», señala Hofbaue. En esta etapa Kokoschka mira las cosas desde las alturas, sube a edificios, acude a miradores o montañas para ver «qué pasaba en las ciudades y a la gente que vivía en ellas». Era su particular encrucijada para procesar las traumáticas experiencias vividas en las profundas trincheras de la primera guerra mundial. 

No obstante, el suicidio de Paul Cassirer en 1926 y la crisis económica de 1929 le llevan a una nueva crisis nerviosa. En 1933 el artista regresa a una Viena en llamas en la que la situación política se ha agravado tanto que culmina con su propia guerra civil. Tras la muerte de su madre en 1934, Kokoschka no encuentra motivos para quedarse allí y emigra a Praga, donde conoce a Olda Palkovská, con la que se casa en 1941. 

El arte como herramienta de combate

Desde allí, observa el avance y auge del nazismo, lo que le lleva a posicionarse abiertamente en contra de la violencia a través de diversos escritos. Su compromiso y su pacifismo llaman la atención de los nazis, que mandan confiscar 417 obras de colecciones alemanas e incluyen cuatro en las exposiciones del denominado ‘arte degenerado’. En 1938 decide in extremis huir a Londres escapando así de las fauces hitlerianas que, con toda probabilidad, «lo hubieran fusilado». En el Reino Unido, sin apenas dinero para poder mantenerse, Kokoschka vuelve a reinventarse pintando lienzos de pequeño tamaño en los que habla de la destrucción de la humanidad y el arte y la pérdida de la libertad como «consecuencia de la codicia y el ansia de poder de las clases políticas dominantes», recuerda Buchhart.

Sin abandonar nunca su firme convicción sobre el poder transformador y subversivo de la pintura como herramienta para la emancipación y la adquisición de conocimiento., en su etapa tardía vuelve la mirada sobre los clásicos, sobre Grecia y Roma y se adhiera a la figuración «abriendo nuevas posibilidades para una nueva generación de artistas que quieren ser capaces de volver al arte figurativo». Hasta su muerte, Kokoschka siguió defendiendo la paz. Como humanista, quería encontrar la respuesta a una pregunta: ¿qué es el ser humano? 

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