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Asimov, el viajero galáctico que tenía pánico a los aviones

Tras más de dos décadas descatalogadas, vuelven a las librerías las memorias del gran escritor de ciencia ficción, publicadas póstumamente en 1994

Asimov, el viajero galáctico que tenía pánico a los aviones

Robert Heinlein, L. Sprague de Camp e Isaac Asimov, en el Astillero Naval de Filadelfia en 1944. | Wikimedia Commons

Isaac Asimov (1920-1992) fue uno de los llamados Big Three (los tres grandes) de la hard sci-fi (la ciencia ficción dura). Los otros dos eran Robert Heinlein y el británico Arthur C. Clarke. Los tres compartían una formación en ciencias -Asimov era químico- que les inducía a trabajar la imaginación dentro de los márgenes de la veracidad científica. Frente a ellos, el propio Asimov consideraba a autores como Ray Bradbury o Theodore Sturgeon como «poéticos». 

De los dos americanos de los Big Three, Heinlein está considerado el padre de la ciencia ficción moderna, una distinción que se trabajó a conciencia y a codazos si hacía falta. Asimov asumió el papel de hermano pequeño frente al aplastante titán, pero con el tiempo le ganó la partida y se hizo mucho más popular, mientras la carrera del otro declinaba. Describe así a su rival: «En nuestra amistad ha habido una cierta reserva. Heinlein no era un individuo complaciente y tolerante como los demás escritores de ciencia ficción que conocía y me gustaban. No era partidario del vive y deja vivir. Tenía el convencimiento de que él sabía más y se empeñaba en enseñarte para que estuvieras de acuerdo con él». Lo cuenta en sus memorias, Yo, Asimov que, tras más de dos décadas descatalogadas y fuera de circulación, regresan a librerías de la mano de Arpa. 

Portada de las memorias de Asimov

Se trata del último volumen de recuerdos que escribió el autor. En 1979 y 1980 ya había repasado su vida en dos entregas previas, In Memory Yet Green y In Joy Still Felt, pero una década después, uno de sus editores le sugirió volver sobre el tema con el libro definitivo. El resultado fue Yo, Asimov, al que dedicó sus últimos años y que apareció póstumamente en 1994. En sus páginas cuenta la historia de sus padres judíos rusos que emigraron a América, adonde él llegó con tres años; los tiempos en que trabajó en la tienda de golosinas paterna; la desastrosa noche de bodas a la que llegó virgen; su trabajo como profesor universitario, que dejó en cuanto pudo vivir de la literatura… Se declara liberal, comenta su claustrofobia y su miedo a volar, y lanza opiniones sobre los asuntos más variopintos. 

Relata abundantes anécdotas sobre los muchos editores con los que publicó su ingente obra, entre los que muestra especial cariño por Judy-Lynn del Rey, legendaria editora de ciencia ficción que sufría enanismo y falleció joven. Asimov la evoca con emoción, pero no se corta a la hora de recordar que, la primera vez que se la presentaron, se quedó tan estupefacto que tuvo que apartar la mirada. Aparecen también en el libro multitud de personajes vinculados con el género, entre los que me permito destacar a dos relevantes por motivos muy distintos. L. Ron Hubbard, escritor de segunda fila que acabó convertido en gurú. De la ciencia ficción pasó a la autoayuda en formato secta con un método de crecimiento personal llamado dianética y fundó la iglesia de la Cienciología.

El otro es Gene Roddenberry, expiloto de guerra que fue el creador del fenómeno televisivo Star Trek. Asimov participó como asesor científico en la primera película que se rodó y sobre la pionera serie recuerda un detalle interesante: tras una primera temporada que no cubrió las expectativas, la cadena iba a cancelarla, pero la presión de los fans enviando cartas de protesta fue de tal magnitud que se vieron obligados a reconsiderar la decisión y Star Trek permaneció dos años más en antena. 

Dr. Isaac Asimov. 1965. | Wikimedia Commons

Y esto me lleva a abordar la parte más jugosa de las memorias. La que evoca los inicios de Asimov en el mundillo de la ciencia ficción, primero como un simple fan adolescente y después como escritor. Lo primero que publicó fueron cartas de lector enviadas a la revista Astounding Stories. Nos situamos en los años treinta del siglo pasado y el género en aquel entonces funcionaba a través de las revistas pulp; la llamada pulp fiction a la que Tarantino homenajea en su película homónima. El nombre venía del papel baratísimo y de escasa calidad que utilizaban estas publicaciones especializadas en diversas temáticas: las había policiacas, del oeste, de terror y de aventuras espaciales. Gracias a las cartas de fan contactó con otros frikis (sí, señores, por sorprendente que parezca, en los años treinta ya había frikis) y asistió en Nueva York a su primera convención de aficionados al género. Dato interesante: el fandom y el cosplay asociados con fenómenos como La guerra de las galaxias o el manga japonés tiene su origen en esas convenciones de ciencia ficción, a las que algunos jóvenes entusiastas acudían disfrazados.

Los forofos eran tan apasionados que montaban asociaciones y al poco tiempo se peleaban entre ellos y se escondían en bandos enfrentados. Asimov perteneció a un grupo que se hacía llamar los Futurianos, de donde salieron otros varios escritores menos relevantes que él. Lo curioso es que él mantuvo a lo largo de su vida esta afición a formar parte de grupos singulares, porque en su madurez fue miembro, entre otras sociedades, de Los Irregulares de Baker Street, que reunía a locos por Sherlock Holmes, y de la Sociedad Gilbert & Sullivan, consagrada al culto del dúo de autores británicos de operetas. 

Asimov empezó escribiendo cuentos en revistas pulp como Amazing Stories. En 1941 publicó un relato que lo hizo famoso: Cae la noche (Nightfall), sobre un planeta que gira alrededor de tantos soles que sus habitantes solo conocen la oscuridad cuando se produce un eclipse cada mil años. Cuando por fin cae la noche descubren la inabarcable vastedad del universo y enloquecen. Todavía hoy, sigue siendo un hito de la ciencia ficción. Después llegarían las series de relatos y novelas del ciclo de Yo, robot y la trilogía de Fundación, trasposición galáctica de la Historia de la decadencia y caída del imperio romano de Edward Gibbon. 

Imagen de archivo. El Día de la Tierra, 20 de marzo de 1977. En la foto aparecen John Mc Connell, presidente de la Sociedad de la Tierra, Isaac Asimov y la Dra. Margaret Mead, famosa escritora científica. | Beryl Bernay / Europa Press

Asimov saltó de las revistas pulp a los libros, pasó de ser un friki a un autor respetado. Nunca fue un gran estilista, pero sí tenía gancho para contar historias. Esto se nota en estas memorias de prosa sencillita pero eficaz, en las que asoma un personaje dicharachero y bastante fanfarrón. Se muestra tan preocupado por reivindicar su legado literario como por dejar muy claro su éxito económico y triunfo social. También celebra sus proezas como escritor prolífico. Llegó a publicar unos quinientos libros entre obras de ciencia ficción y de otros géneros, libros infantiles, antologías y textos divulgativos, a los que se dedicó sobre todo en el último tramo de su carrera. En especial sobre estos últimos hay fundadas sospechas de que los fabricó con la inestimable ayuda de un pequeño ejército de ghostwriters o negros literarios, asunto sobre el que en las memorias escurre el bulto. 

La realidad era que, convertido en una celebridad, publicaba con tantas editoriales a la vez que era imposible que una sola persona, por prolífica que fuera, cubriera tanta demanda y fuera capaz de abordar tantos temas, porque él firmó libros de divulgación científica, pero también histórica, artística, filosófica… Lo que sucedió con Asimov es interesante como fenómeno editorial: pasó de ser un escritor célebre a convertirse en una marca, hasta el punto de que incluso prestó su nombre a una revista: Isaac Asimov Science Fiction Magazine.

Portada de un número de Asimov’s Science Fiction. Diciembre 1994

De toda su obra es quizá la serie dedicada a los robots la que sigue siendo más visionaria, sobre todo si tenemos en cuenta los actuales avances de la inteligencia artificial. Si Arthur C. Clarke y Kubrick crearon un momento icónico de la historia del cine con la rebelión del ordenador HAL 9000 en 2001, una odisea del espacio, años antes Asimov había formulado sus famosas tres leyes de la robótica, que incluso han servido a los científicos para debatir sobre los límites éticos de la inteligencia artificial. Seguro que les sonarán hasta a los que no son aficionados a la ciencia ficción: 

Primera Ley: Un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño.

Segunda Ley: Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

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